Hola al lenguaje
Crónica de la segunda jornada de la 73ª edición de la Mostra de Venecia.
Segundo día y la Mostra nos sigue sorprendiendo con su espontaneidad. Esta vez a causa del error inesperado en el idioma de unos subtítulos que han obligado a parar la película para reponerla correctamente; seguido de la queja de un hombre a voz en grito en la sala ofendido por las risas de ante una situación algo cómica del pase. En apenas 48 horas, Venecia ha dado unas muestras de improvisación inesperadas, una constante en el festival subrayada por el último cambio en la dirección de Marko Muller a Alberto Barbera. Aun así, nada opaca la belleza de una ciudad con una personalidad bastante ecléctica, donde todo depende de la ubicación exacta donde uno se encuentre. En el caso de la Biennale, el Lido, un largo islote que enmarca toda la laguna conocido por ser el lugar donde se encuentran las villas más espectaculares de la burguesía veneciana. Entre estas calles, los comercios escasean y solo junto a la principal parada de vaporetto (el medio de transporte oficial tanto para estrellas como para el más mundano de los periodistas) los residentes se han permitido incluir comercios, amantes como son de la vida tranquila y casi pseudocampestre. En el resto de las calles las opciones brillan por su ausencia, y, así, la Mostra debe poner de su parte: en las dos manzanas alrededor del Casino, el principal edificio del conjunto, se ordenan salas menores y cafeterías temporales, muy bien montadas, eso sí, a precio de lujo. Por suerte, si la cartera no acompaña, queda el buen cine. Y este ha llegado hoy, valga la redundancia, con Arrival, la cinta de ciencia-ficción de Denis Villeneuve que promete una división entre público y crítica en su estreno comercial. Mucho menos acertadas supusieron las otras dos representantes de la competición de este primer viernes: la interesante pero átona El cristo negro y la vulgar Los hermosos días de Aranjuez, el nuevo intento de Wim Wenders de sacar partido a la técnica de las tres dimensiones.
LA LLEGADA
Arrival, Denis Villeneuve, Estados Unidos, 2016 / VENEZIA 73.
Si uno se para a investigar sobre las teorías filosóficas en torno a los conceptos del tiempo y del espacio relacionados con el lenguaje, se topará con varios ensayos de distintos autores donde cabe destacar el de Marx Wartofsky. Este autor, especializado en epistemología, aseguraba, a grandes rasgos, que el lenguaje alteraba las circunstancias de la percepción y que, por lo tanto, tiempo y espacio son ideas inexistentes que solo cobran sentido por cuanto nuestra experiencia humana tiene lugar en ellos. Quedan acotados por unas palabras que los definen como el aquí y el ahora aunque en su naturaleza tal vez no sean necesariamente lineales. Nuestra percepción limitaría por tanto nuestro entendimiento y una comprensión plena podría eliminar esas barreras más allá de lo imaginable. Es importante tener esto en cuenta porque es parte del núcleo alrededor del que gravita Arrival (2016), relato extraído de una premiada antología de ficción especulativa del escritor Ted Chiang titulado La historia de tu vida. En este volumen, publicado en 2002, Chiang reflexionaba alrededor de los límites del conocimiento humano en ámbitos como la religión, la ciencia, la geología o, en este caso, el lenguaje y la comunicación. Enfrentando el punto de vista de la protagonista, una lingüista doctorada, con el de un militar científico, el autor exponía en apenas treinta páginas el periplo de la pareja (y especialmente el de ella, foco narrativo) por desentrañar un idioma alienígena desde el mayor desconocimiento. ¿Cómo establecer las bases? ¿Cómo concretar un abecedario si ni siquiera se está seguro de que manejen nuestra misma estructura? Así pues, la evolución de esta dura empresa, que en papel se torna misteriosa, extraña y, en último término, muy abstracta, en su traslado a imágenes encuentra el problema de la sobreexposición y la racionalidad intrínseca de lo que en palabras es una idea romántica a la par que imposible de plasmar con exactitud.
Demasiada filosofía para una cinta de género, dirán algunos, pero en las manos y visión de un cineasta como Denis Villeneuve el material que articula a Arrival encuentra un sendero clarividente y subyugante hacia el espectador. Lo logra sin otorgar ni una sola concesión. Como hiciera con el thriller en Enemy (2013), el realizador canadiense se revela como prestidigitador que, bajo la parafernalia, ahonda en diferentes dimensiones existencialistas con un tono mínimo que rompe en un epílogo impactante y difuso. Un prestigio que precede a la afasia generada en la platea. Ese es justo el sentimiento que produce esta última obra (especialmente en el desconocedor del trabajo de Chiang), vendida como sci-fi con militares y alienígenas; devenida en elegía contemplativa. Las comparaciones, por supuesto, son inevitables y en la mente del cinéfilo emergerá el tándem Nolan-Malick, y no sin razones. Arrival tiene mucho de la visión mística del mundo de la obra del cineasta de El árbol de la vida, y su misma apertura y cierre, bellísimas escenas acompañadas del track ‘On the Nature of Daylight’ de Max Richter, rememoran esa melancolía que Malick ha hecho suya cuando habla del amor humano. Como le ocurriera a Christopher Nolan en Interstellar, Villeneuve reitera las mismas ideas en su narración rondando la sobreexplicación. Junto a ciertas licencias en la adaptación de un relato, es la pequeña tara de un filme que, por otro lado, rezuma honestidad y elegancia. Villeneuve logra lo imposible: evitar traicionar a la prosa de Chiang. Un esfuerzo y resultado que conmueve. (75 de 100).
EL CRISTO CIEGO
Christopher Murray, Chile, 2016 / VENEZIA 73.
Dicen que la fe mueve montañas y Christopher Murray parece agarrarse a esa máxima. El director de El cristo ciego ha construido una fábula alrededor de una idea que se sostiene más por sus aspiraciones que por sus resultados reales. La reacción de la prensa acreditada así lo atestiguaba desde la tibieza: nadie ha salido entusiasmado pero tampoco nadie dice nada en su contra. De este modo esta propuesta entra en ese amplio margen en el que acaban muchas películas de festivales que demuestran ganas y hasta ofrecen destellos sin provocar temblor alguno. En este caso, sin duda lo más interesante, es cómo el director levanta su película, centrado en el viaje de un joven convencido de que dios se le ha aparecido en el desierto, alrededor de una zona de Chile especialmente azotada por la miseria. En este desierto de casas dispersas cada muchos kilómetros, las familias sobreviven como pueden, agarrándose a la fe como arma última contra la vida y, en esta coyuntura, Murray pone a su protagonista como peregrino en busca de un milagro que le confirme su creencia. Por el camino llena el recorrido de historias, bien contadas por el protagonista, bien por las propias gentes de la zona que participan en el propio rodaje, dándole a El cristo ciego un cierto halo documental, puntuado por la fabulación en torno a episodios narrados a voz en off sobre lecciones morales diversas. Esta atmósfera cargada de pesar y arena planea sobre todos de forma permanente y la película se impregna de ello encontrando el éxito en su reflejo social. El problema es que, a nivel narrativo, Murray no consigue mantener el interés a pesar del atractivo de la temática. Sí lo logra en el cierre, en una escena clave que remarca que las creencias son lo que menos importa si la voluntad se impone. Una conclusión un tanto exigua para una película amable, a veces tierna que no logra la conversión del espectador a pesar de la fe inquebrantable en su propias intenciones. (50 de 100).
Gonzalo Hernández Espinosa
© Revista EAM / 73ª Mostra de Venecia