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    Cine Alemán Siglo XXI

    Festival de San Sebastián 2016 | Día 3. Críticas: Nocturama, Que dios nos perdone, Jätten (The giant), Ma vie de courgette & Bar Bahar (In between)

    Fan bingbing en Donosti

    Lo viejo y lo nuevo

    Crónica de la tercera jornada de la 64ª edición del Festival de San Sebastián.

    La retrospectiva de cine clásico de este año en el 64 Festival Internacional de Cine de San Sebastián está dedicada al genial director francés Jacques Becker. Además de un repaso completo a los largometrajes de su filmografía podremos ver algunas cintas de difícil acceso, así el mediometraje, codirigido con Pierre Prévert Le commissaire est bon enfant, le gendarme est sans pitié (1935) o el documental, entreverado de ficción, que realizara por encargo del Partido Comunista francés La vie est à nous (1936). Junto a estas, otras dos de su etapa final en los años cincuenta también algo esquivas para el cinéfilo: la colorista Alí Baba y los cuarenta ladrones (Ali Baba et les 40 voleurs, 1954) y la por momentos brillante, en especial su primera historia, Las aventuras de Arsenio Lupin (Les aventures d’Arsene Lupin, 1957), un repaso a los robos más famosos del conocido ladrón de guante blanco de ficción creado por Maurice Leblanc en una fascinante colección de relatos. Películas chispeantes y siempre esplendentes como Se escapó la suerte (Antoine et Antoinette, 1947) y París, bajos fondos (Casque d’or, 1952), o la excepcional y para muchos su obra maestra absoluta La evasión (Le trou, 1960). Junto a este maravilloso ciclo se van desgranando los demás filmes programados en el Festival. Una Sección Oficial que todavía no ha dejado una sola película con la mínima calidad suficiente como para poder alzarse con la Concha de Oro, parecía hoy alzar el vuelo con Nocturama (Bertrand Bonello, 2016) para pronto retomar el camino de la mediocridad con Jätten / The Giant (Johannes Nyholm, 2016) y su carrusel de escenas de vejación. Una jornada que nos ha dejado también a un Emir Kusturica atrofiado y embelesado en sí mismo y a un Paul Verhoeven pletórico de fuerza y forma en la que sin duda, Jacques Becker aparte, ha sido lo mejor de hoy. Lo viejo y lo nuevo, parafraseando el título de otra obra maestra de Sergei M. Eisenstein, insuflando de vida y de sueños nuestras retinas. Aunque no demos por sentado que lo nuevo es lo que está fechado en este siglo… (José Luis Forte).

    Nocturama

    NOCTURAMA

    Bertrand Bonello, Francia / COMPETICIÓN.
    por Miguel Muñoz Garnica.

    Flipas cuando lo ves de verdad”, dice uno de los protagonistas ante una hilera de televisores que muestran varios enclaves parisinos en llamas. Una línea de guion que explicita con especial tino la cuestión de fondo que subyace en la controvertida cinta de Bonello, dado que lo que muestran las imágenes es el resultado de la propia acción de ese personaje. Un chaval que acaba de volar un edificio ve más verdad en la imagen mediada que en su propia experiencia activa. Las numerosas pantallas que pueblan los planos de Nocturama no pueden ser más relevantes al respecto del retrato de una joven generación definida por su anestesiamiento ante la violencia normalizada por los videojuegos, los telediarios o el mismo cine. El escenario del centro comercial en el que transcurre más de la mitad del metraje añade capas a esta desconexión de la violencia que es, en un sentido amplio, desconexión de la realidad: escaparates minimalistas entre paredes insonorizadas que ofrecen un pequeño paraíso del consumo ajeno a lo que ocurre fuera de sus límites. La revolución del siglo XXI se propaga por mundos virtuales, con actores que llaman a la revuelta envueltos en ropa de marca, música a toda pastilla y sofás confortables. Las injusticias sociales que las espolean, como deja entrever Bonello, siguen estando ahí (los despidos masivos de una multinacional se deslizan vagamente como motivo). Pero las barricadas quedan lejos. La frustración acumulada, por tanto, está condenada al estallido puntual. A los quince minutos de fama con la esperanza de agitar conciencias. Terrorismo o activismo extremo, como prefieran llamarlo. “En algún momento tenía que pasar”, afirma una joven comentando los atentados sobre los que orbita la película. La reflexión no puede ser más perturbadora.

    Uno de los aciertos capitales de Bonello está en hacer desaparecer de la trama al impulsor de los atentados, dejando al grupo de jóvenes protagonistas huérfanos de líder y a su espectador de explicaciones. El encierro en el centro comercial le sirve para mostrar que sus terroristas (denominados según la sensibilidad actual) son jóvenes hedonistas corrientes, entre asustados y aburridos pero nunca demasiado conscientes de las implicaciones éticas de sus actos. Esta familiaridad desprejuiciada provoca una incomodidad que va en aumento al revertir la percepción de indefensión en el relato. En el planteamiento, un plano aéreo sobre París y un montaje alterno de los movimientos orquestados de sus protagonistas (la forma que tiene Bonello de combinar los movimientos de avance físico de personajes con el ritmo fílmico es digna de estudio) sugieren que la indefensa es la ciudad. Pero su desenlace, tras la maniobra de acercamiento que disipa la apariencia de implacabilidad del grupo de muchachos, la sensación es muy distinta. Mientras que el acto revolucionario es pasional, los mecanismos que el sistema emplea para erradicar las anomalías son de pura frialdad racional. El empresario que recorta puestos y el policía que dispara sin vacilar son, en este sentido, mecanismos de funcionamiento estándar. Que Bonello logre generar dudas sobre si la violencia institucional (insistimos, en su acepción más amplia) es plenamente justificable frente a la violencia agitadora ya entraña un mérito indudable. Que lo haga además en la época más inapropiada para plantear estas ambigüedades es un ejercicio de valentía pura. Nocturama es una de esas películas que definen con puntería una época a base de meter el dedo en sus llagas y hurgar hasta lo más profundo. [85/100]

    Que dios nos perdone

    QUE DIOS NOS PERDONE

    Rodrigo Sorogoyen, España / COMPETICIÓN.
    por Miguel Muñoz Garnica.

    El excelente estado de forma del nuevo thriller patrio viene a demostrar que el motivo artístico de la España negra sigue igual de vigente que en los lejanos tiempos del duelo a garrotazos de Goya o los borrachos velazqueños. Esa España que huele fritanga de bar, sudor sobaquero y tabaco barato, origen eterno de los monstruos de la corrupción física y moral. La misma que ha escogido Rodrigo Sorogoyen para su estreno en la gran producción, uniéndose a la larga lista de directores jóvenes (Raúl Arévalo acaba de marcar un hito con la reciente Tarde para la ira) que han aportado su visión al género. Que Dios nos perdone remite, al menos en su presentación, a estéticas y motivos similares. Los escenarios sórdidos, la trama criminal (en este caso, un asesino de ancianas cuyos crímenes coinciden con la Jornada Mundial de la Juventud de 2011), la pareja protagonista de policías al borde del colapso mental: el temperamental Alfaro (Roberto Álamo) y el esquivo Velarde (Antonio de la Torre). Aunque, sobre todo, Sorogoyen encuentra su mejor tono en los retazos de costumbrismo popular del arranque, donde evidencia un excelente oído para los diálogos naturales y la recreación de ambientes. Ahora bien, la apuesta principal parece estar en la exploración de rasgos comunes entre el asesino y dos personajes tan al límite como Alfaro y, sobre todo, un Velarde que tras su apariencia de tartamudo retraído alberga un cuadro de traumas soterrados que el guion juega a desvelar partiendo de pequeñas puntadas.

    Hay, entonces, brío y poder expresivo en la atmósfera envilecida que crea Sorogoyen. Pero también unos cuantos desatinos en cuestiones más propias del género. Que Dios nos perdone falla en la credibilidad de sus puntos de giro (esos descubrimientos que hacen avanzar el caso a partir de casualidades improbables), desconcierta en la deriva narrativa que toma tras renunciar a la trama de desarrollo de lazos personales entre sus dos detectives (pese a que en un principio pone el foco sobre ella), coquetea con la vulgaridad en sus tramos finales y, por encima de todo, se ve lastrada por excesos sensacionalistas. Tómense como muestra un par de sobreactuaciones del personaje de Roberto Álamo (que, aun así, es uno de los puntos fuertes de la cinta) o varias escenas que se explayan en la sangre y los cadáveres. Así, Sorogoyen cuaja un paso del realismo de barrio popular a la pura trama detectivesca que, pese a los apuntes psicológicos que evidencian una voluntad de trascender la mera fórmula, hace chirriar a un thriller que no deja de ser rescatable, pero que palidece en su comparación con otras obras españolas recientes del género. [60/100]

    Jätten

    JÄTTEN

    Johannes Nyholm, Suecia / COMPETICIÓN.
    por José Luis Forte.

    El joven Rikard padece una deformidad física que le hace tener un rostro que nos pudiera recordar al del John Merrick lynchiano. Además es autista y no puede apenas hablar, por lo que su relación con las personas de su entorno es difícil, no solo por su condición sino por el rechazo continuo que debe sufrir en su devenir cotidiano. Juega a la petanca, su gran ilusión, y sueña con reencontrar a su madre perdida, el único pecio de felicidad al que puede aferrarse en su desgraciado día a día. Las burlas y el desprecio a su costa por ser diferente llegan a su culminación cuando es expulsado del equipo de petanca al que pertenece. Su vida se rompe en pedazos aún más pequeños y solo uno de sus compañeros de juego sentirá compasión y decidirá ayudarlo. Jätten / The Giant (2016), dirigida y escrita por Johannes Nyholm, muestra un verismo crudo en sus escenas del triste acontecer de Rikard. Es casi imposible no sufrir con él la incomprensión y soledad de las que es objeto. Pero Nyholm apura demasiado esta brutalidad y el efecto acaba por perder en parte su sentido y su fuerza: esa búsqueda desesperada del autor por ganar nuestra complicidad encierra tal vez la trampa de apelar a nuestro sentimentalismo más básico, un chantaje emocional que sin suponer una gran lacra sí nos aparta de manera indefectible de sentir empatía por su protagonista. Todo esto se correspondería con la parte realista de la película, pero en su interior reserva una pequeña sorpresa: Rikard sueña, y en sus sueños se evade del peso de su desagradable cotidianidad. En los momentos de mayor presión su imaginación se dispara y busca huir y, con esto, la liberación a través de un descomunal gigante que avanza por la tundra y la ciudad deambulando cual Godzilla si la isla de este fuera también un paraíso kitsch. La cinta abandona en estas secuencias su aspecto verista para adoptar una paleta irreal de colores haciéndonos partícipes del mundo de ensoñación de Rikard. Así también en el encuentro con su madre, la felicidad deseada y el objetivo final de su pasión por competir en el juego de petanca, jugando a su vez Nyholm en un delicado balance entre lo poético y lo cursi en el cual acaba ganando la partida esto último. El afán de ser aceptado por los demás pero también el de mantener una desafiante independencia late en esta película que se queda a medio camino, allá lejos de nuestro corazón. Sin suponer tampoco ninguna maravilla, seguimos prefiriendo de entre sus trabajos anteriores, todos ellos cortometrajes y vídeos musicales, Dreams from the Woods (2009), donde los sueños adquieren un cariz más siniestro y premonitorio. Mediante la técnica de sombras chinescas en la que vemos el alambre con el que son manejadas las figuras, quizás metáfora de su inevitable predestinación, nos enfrentaremos al viaje de una niña al encuentro de una muerte en forma de esqueleto que toca alegre una flauta invitándola a su deletéreo baile. Nos podría recordar a los trabajos de la pionera Lotte Reiniger pero quedando a gran distancia de la poesía, la profundidad y el cuidado estilístico que derramaba en cada plano cualquiera de las películas de esta. Nyholm también se difumina aquí en unos matices grises y algo anodinos cuando su aspiración era la de conmovernos con su narración. [50/100]

    Ma vie de courgette

    MA VIE DE COURGETTE

    Claude Barras, Suiza / PERLAS.
    por Sofía Pérez Delgado.

    Tras pasar por la Quincena de los Realizadores en Cannes y ser la triunfadora del último Festival de Annecy, donde obtuvo los premios de mejor película y el del público, ha llegado a San Sebastián como una de las Perlas más inesperadas Ma vie de Courgette (My life as a Courgette), candidata además por Suiza al Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Se trata del primer largometraje de Claude Barras, en el que Icare, apodado Courgette (Calabacín), será enviado tras quedarse huérfano a un hogar de acogida, donde compartirá día a día y aventuras con otros niños en sus mismas circunstancias. Basada en la novela de Gilles Paris Autobiographie d’une courgette, que ya tuvo una primera versión en formato televisivo en 2008 con actores reales, ahora es adaptada en formato animado por Céline Sciamma (directora de Tomboy y Girlhood, con las que comparte ciertos retazos de relato iniciático, como puede ser el descubrimiento de la sexualidad), afrontando con delicadeza pero de manera directa los duros traumas infantiles de unos niños que no han conocido el amor parental y que, gracias a los lazos de la amistad, aprenderán a formar su propia familia.

    Tópica a ciertos niveles, la película sabe jugar sus bazas y hace gala de una emotividad que emana de cariño a los personajes, los cuales, a través de un uso tan artístico como a la vez naturalista del stop-motion habitual de Barras, poseen caracteres muy expresivos, diferenciados y tratados con mucho mimo. En lugar de la posición de denuncia que adoptaba Paris en el libro contra ciertos aspectos del sistema francés y de la situación en las instituciones para jóvenes, la película, sin dejar de preocuparse por todo ello, aporta un tono cómico y distendido que la acerca a filmes cercanos en el tiempo como El novato de Rudi Rosenberg (que también pasó por San Sebastián en 2015, ganando el premio Nuevos Directores). Y como aquella, My life as a Courgette podría convertirse sin duda una película de imagen real, pero es probablemente la animación lo que le aporta el encanto de cuento luminoso y optimista, cargado de valores que dan voz y esperanza a aquellos que han pasado por situaciones tan terribles situaciones como las de los protagonistas. De visión imprescindible para espectadores de cualquier de edad. [75/100]

    Bar Bahar

    BAR BAHAR

    Maysaloun Hamoud, Israel / NUEVOS DIRECTORES.
    por Juan Roures Rego.

    Tres jóvenes palestinas con pasaporte israelí persiguen a ciegas la felicidad en la ópera prima de Maysaloun Hamoud, quien ha tenido el honor de contar con el sólido apoyo de Shlomi Elkabetz —a quien debemos, junto a su recientemente fallecida hermana Ronit, ese magnífico retrato de lo que puede suponer ser mujer en Israel llamado Gett: el divorcio de Vivianne Amsalem (2014)— en calidad de productor, lo que sin duda ha sido determinante en la desenvoltura del resultado. Nos hallamos ante un engranaje poco frecuente de la sección “Nuevos Directores” pese a contar con algo básico: una historia sencilla pero interesante plasmada sin enredos formales o incoherencias argumentales. Hamoud es consciente de que ya habrá tiempo para la ambición exacerbada en el futuro y entrega una obra a la que puede achacarse poco más que la falta de riesgo. Además, recurre a la mejor arma del realizador novel: el conocimiento del mundo albergado por sí mismo. La sensible Bar Bahar homenajea, a través de tres mujeres, a todas aquellas destinadas a mundos donde siguen contando poco o nada. Salma, Laila y Nur son muy diferentes, pero comparten dos elementos clave: la acogedora amistad que las une y la opresión que las acecha por el mero hecho de ser quienes son. Entre matrimonios concertados y absurdas prohibiciones, todas tratan de obtener el amor por sí mismas… y todas fracasan en el intento. O quizá no. A fin de cuentas, no hay mayor fracaso que la rendición. Y eso es algo que ninguna de ellas contempla por muchas dificultades que les planteen su orientación sexual, sus tradiciones o sus ansias de independencia.

    “Hoy en día es importante hablar de la libertad. Y más siendo mujer. Y más siendo mujer y palestina”. Con este arrojo explica la realizadora sus motivaciones para hacer una película que debería suponer el punto de partida para una larga y fascinante carrera. Como redondo debut, Bar Bahar cuenta con todas las claves para atraer al público más reticente al cine de autor: personajes carismáticos generadores de gran empatía, diálogos chispeantes donde la comedia y el drama se abrazan sin estorbarse y, lo que es más importante, un retrato interesante, verídico y crítico de una realidad de viva actualidad. Así lo refleja el explosivo aplauso recibido por el equipo al final de una proyección durante la que gran parte del mismo veía su obra por primera vez en pantalla grande; aplauso este tan sólo comparable en estupor y cariño al recibido por la ganadora de esta misma sección el año pasado: El novato (2015), otra delicia consciente de que, bien empleadas, las fórmulas narrativas convencionales son la mejor garantía de una iniciación satisfactoria. Todas las escuelas de cine coinciden: hay que conocer bien las reglas del séptimo arte para poder incumplirlas. Ya tendrá ocasión Maysaloun Hamoud de emular los riesgos de compatriotas como Elia Suleiman (Intervención divina, 2002) o Hany Abu-Assad (Paradise Now, 2005). Por el momento, la joven nos ha regalado una de las cintas más sinceras y entretenidas de lo que va de festival: un candoroso recordatorio del poder de la amistad en lo que a la búsqueda de libertad se refiere. [78/100]


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