La oscuridad es su territorio
crítica de No respires (Don't Breathe, Fede Álvarez, EE.UU., 2016).
Cuando aún no nos hemos recuperado de la enorme decepción que ha supuesto para los aficionados al terror la reciente Nunca apagues la luz (David F. Sandberg, 2016), que dilapidaba con torpeza cualquier atisbo de genio presente en el corto que le sirvió de origen, un nuevo título del género aterriza en las carteleras con la intención de cortar, literalmente, la respiración en el patio de butacas. No respires (2016) es el segundo largometraje de Fede Álvarez, joven cineasta uruguayo que, tras la calurosa acogida de sus cortos El cojonudo (2006) y, sobre todo, aquel ¡Ataque de pánico! (2009) que hizo de una invasión extraterrestre sobre Montevideo todo un fenómeno viral en Youtube, fue apadrinado por toda una institución del horror como es Sam Raimi para, a través de su productora Ghost House Pictures, poner en pie una empresa tan suicida como fue el remake de Evil Dead en 2013. Aquel proyecto ya se había ganado, desde su misma gestación, legiones de detractores que veían como un insulto una versión actualizada, desprovista por completo del característico humor negro de la trilogía clásica y, lo que era más imperdonable, sin rastro del personaje de Ash, ese antihéroe de los 80 que transformó a Bruce Campbell en un mito. Sin embargo, si dejamos cualquier tipo de prejuicios o comparaciones a un lado, la Evil Dead de Álvarez fue una de las películas más disfrutables de esa última hornada de remakes de viejos clásicos del terror que nos lleva asediando en los últimos tiempos, y, con diferencia, la más valiente a la hora de deleitarnos con una generosa orgía de sangre muy poco habitual en el cine comercial. Aun así, casi 100 millones de dólares de recaudación a nivel mundial hicieron de la ópera prima de Álvarez un éxito que ha propiciado esta nueva colaboración del tridente que completan su coguionista habitual Rodo Sayagues y Raimi en la producción, y con la que el realizador se confirma, por fin, como uno de los nombres destinados a renovar el género.
La premisa de No respires no es el colmo de la originalidad, ya que se limita a revertir los roles que hemos visto en multitud de productos sobre asaltos domésticos, del tipo de Funny Games (Michael Haneke, 1997), Los extraños (Bryan Bertino, 2008) o The Purge: La noche de las bestias (James DeMonaco, 2013), convirtiendo a los asaltantes en presas de la, en principio, inocente víctima. En esta ocasión, en lugar de psicópatas enmascarados o patriotas vengativos, tenemos a tres jóvenes de los barrios más marginales de Detroit, que se dedican a realizar robos de poca monta en diferentes casas, con el fin de conseguir un dinero que les posibilite escapar de sus grises vidas y comenzar de nuevo en California. El guion, a través de las circunstancias familiares de la fémina del grupo, Rocky (fantástica Jane Levy) –con la típica madre abusiva que cambia de novio como de bolso y que se desentiende del cuidado de su hija pequeña, esa niña que sueña con ser surfista y por la que su hermana lucha para sacar de tan desestructurado hogar–, justifica, de alguna manera las prácticas tan reprobables que sus protagonistas emplean para conseguir su propósito, siendo este personaje el que sirve de nexo entre los otros dos compañeros de fechorías: su novio Money, un macarra de barrio de manual, y Alex, un chico de carácter más débil pero, al mismo tiempo, mucho más sensato, que también tiene evidentes sentimientos románticos hacia Rocky. El espectador acaba compadeciéndose de este trío de perdedores y acompañándolo en el que se presenta como ese golpe definitivo, casi caído del cielo, que, de una vez por todas, les permitirá retirarse de la vida criminal: el robo a la casa de un viejo militar ciego que, supuestamente, guarda una millonaria indemnización por la muerte accidental de su hija, años atrás. A lo que asistiremos es a un terrorífico juego del gato y el ratón en el que los roles nunca están delimitados con claridad.
«No respires se ha ganado, por ser una de las películas de terror más creativas, sorprendentes y virtuosas de las últimas temporadas, la automática categoría de título de culto y más que probable futuro clásico del género».
Estamos ante un magnífico ejercicio de cine de suspense y terror, que maneja con inteligencia la baza de la ceguera de un antagonista al que el descomunal trabajo de Stephen Lang logra colocar, directamente, como uno de los "monstruos" cinematográficos más celebrados de la historia más reciente del género, al que su falta de visión no hace más que agudizar el resto de sus sentidos y su absoluta falta de compasión. Álvarez enfrenta a sus criaturas (y con ellas a nosotros, el público), en algunas de las escenas más angustiosas del filme, a una absoluta oscuridad –esa que les coloca en inferioridad de condiciones ante el villano de turno– que, unida al uso de los planos subjetivos y a una cámara en continuo movimiento a través de una casa fortificada que se revela como un personaje más, alcanza unas cotas de inquietud y crispación digna de clásicos como Sola en la oscuridad (Terence Young, 1967) o Terror ciego (Richard Fleischer, 1971), por mucho que la conducta letal del villano se acerque más en salvajismo al Leatherface de La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974). Y es que, en su tramo final, No respires se transforma en un gozoso slasher cargado de sorpresas, ingeniosísimos giros de guion y algún detalle poético muy de agradecer –esa simbólica mariquita–, pero sin renunciar a guiñar el ojo a cintas de los 80 como Cujo (Lewis Teague, 1983) –es notorio el protagonismo del feroz perro que custodia la seguridad del invidente– o Noche de miedo (Tom Holland, 1985) –esa identidad oculta bajo la apariencia de vecino normal y un inmueble que alberga terribles secretos, aunque estos sean más terrenales que fantásticos en este caso–. Álvarez ha entregado una obra violenta, políticamente incorrecta –los personajes se enfrentan al poder cegador de la ambición, haciendo gala de una moralidad, a menudo, cuestionable– y cargada de momentos antológicos e impactantes. Una cinta de factura técnica impecable, con un montaje magistral que ayuda a que la acción, pese a desarrollarse durante la mayor parte del metraje en el interior de la esa casa situada en medio de un barrio fantasma, sea incesante, pero que encuentra su principal atractivo en una sabia utilización del sonido (desde los silencios a la desasosegante respiración nerviosa de sus protagonistas, la cual, como el propio título de la cinta advierte, puede significarles la muerte) como herramienta para la creación de su conseguida atmósfera opresiva. Sin duda, No respires se ha ganado, por ser una de las películas de terror más creativas, sorprendentes y virtuosas de las últimas temporadas, la automática categoría de título de culto y más que probable futuro clásico del género. | ★★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2016. Título original: Don´t Breathe. Director: Fede Alvarez. Guion: Fede Alvarez, Rodo Sayagues. Productores: Fede Alvarez, Sam Raimi. Productoras: Sony Pictures / Ghost House Pictures / Good Universe. Fotografía: Pedro Luque. Música: Roque Baños. Montaje: Eric L. Beason, Louise Ford, Gardner Gould. Dirección artística: Adrien Asztalos, Erick Donaldson. Reparto: Jane Levy, Dylan Minnette, Stephen Lang, Daniel Zovatto, Jane May Graves, Emma Bercovici.