Cómo Ray Donovan se convierte en “Los Donovan”
crítica de la cuarta temporada de Ray Donovan.
Showtime / 4ª temporada: 12 capítulos | EE.UU, 2016. Creadora: Ann Biderman. Directores: John Dahl, Liev Schreiber, Michael Apted, Phil Abraham, Robert McLachlan, Daisy von Scherler Mayer, Tricia Brock, Tucker Gates, James Whitmore Jr., Stephen Williams, David Hollander. Guionistas: David Hollander, Mike Binder, Sean Conway, Chad Feehan, Miki Johnson, Rob Fresco, David Sonnenborn. Reparto: Liev Schreiber, Paula Malcomson, Jon Voight, Eddie Marsan, Dash Mihok, Pooch Hall, Katherine Moennig, Steven Bauer, Devon Bagby, Kerris Dorsey, Ismael Cruz Cordova, Dominique Columbus, Alyssa Diaz, Lisa Bonet, Embeth Davidtz, Gabriel Mann, Paula Jai Parker, Ted Levine, Raymond J. Barry, Tara Buck, Leland Orser. Fotografía: Robert McLachlan, Roy H. Wagner. Música: Marcelo Zarvos.
Las temporadas pares no le salen bien a Ray Donovan. Tras una tercera tanda que remontó el vuelo artístico tras la salida de la creadora Ann Biderman y la ascensión a showrunner de David Hollander, con tres nominaciones a los Emmy y una victoria incluidas, la cuarta tanda se ha encallado en una estructura que ya cansa y una negativa casi obscena a desarrollar a los personajes secundarios, limitando casi siempre su presencia –cuando no directamente su ausencia sin explicaciones– a un par de frases por episodio y su uso meramente instrumental para avanzar la trama. El problema parece provenir de la raíz, porque la serie todavía no sabe lo que quiere ser, y Hollander y su equipo tratan que sea varias cosas a la vez sin éxito. Lo que comenzó como un elegante neonoir plagado de humor y peligro sobre la labor de un hombre que arregla los problemas de las estrellas se ha serializado hasta devenir en saga criminal, con una familia en el centro, los Donovan, aspirantes a clan de asesinos. En medio, la repetición de un esquema narrativo similar (se presenta un problema, se trata de solucionarlo de distintas maneras, la solución elegida implica meterse en un embrollo más grande, todo finalmente se soluciona) y la salida forzada de las situaciones en las que los personajes se ven involucrados. La necesidad de llenar una docena de entregas –esta temporada ha tenido varios episodios de 45 minutos frente a los habituales 55, y no es casual– hace que se acaben dando pasos en falso, creando subtramas que se autodestruyen en dos o tres capítulos. El problema es que seguir haciendo esto en la cuarta temporada y esperar que el espectador lo acepte sin molestarse revela que los responsables no han aprendido de sus errores. Hay que destacar en ese sentido, y quizá como posible explicación a la torpeza, que Hollander ha renovado por completo la sala de guionistas y rescatado a Sean Conway, que escribió en la primera.
La temporada retoma la acción poco después del cliffhanger que despidió la tercera tanda, y nos reencuentra con un Ray en pleno proceso de recuperación personal. Pero como siempre pasa en la serie, algo va a dinamitar la tranquilidad, y la incestuosa relación de un boxeador compañero de terapia de Ray con su hermana y la investigación del caso de los armenios muertos harán que el agujero en que nuestro protagonista se meta sea bastante grande. Uno que además involucra a su familia de manera directa, al convertirlos en objetivo de la mafia armenia y reventar ya para siempre las barreras entre trabajo y vida personal que Ray (un estupendo Liev Schreiber) siempre ha tratado de mantener. Y aunque como concepto es interesante y aporta algunas ideas poderosas –la solidificación de la relación entre el matrimonio Donovan–, la ya mencionada bidimensionalidad de los secundarios hace que la noción no tenga toda la profundidad deseada, y eso que el reparto cumple con creces. Para que lo escrito en el papel se traduzca en pantalla hace falta un trabajo más concienzudo que el aquí presente. Las relaciones de los personajes avanzan en medio de este clima de peligro constante, y como suele pasar, son las nuevas incorporaciones las que aportan algunos de los mejores momentos. En concreto es destacable el trabajo de Lisa Bonet y Embeth Davidtz como Marisol, la autodestructiva hermana y amante del boxeador, y Sonya, marchante de arte/jefa criminal de la mafia rusa. Se recupera también al reciente ganador del Emmy Hank Azaria para un par de episodios o a otros personajes de temporadas pasadas, porque si por algo es destacable Ray Donovan es por su narrativa autorreferencial, una densa mitología de personajes y acciones que hace que todo lo que ha pasado cuente y pese, y que los personajes sean la suma de lo que les sucede. Esto puede parecer obvio, pero muchas series no lo hacen. Aunque no salva al drama de su previsible mecánica, que encadena estampas grotescas con momentos de humor negro, y lograda emotividad con estallidos de cruda violencia. La libertad que da trabajar en Showtime se nota en todo momento, ya sea en el tratamiento de la religión y la Iglesia como institución o en especial en la trama del incesto, tema bastante tabú en la sociedad y que aquí no sólo se comenta sino que se muestra, aunque en última instancia su desenlace sea un elemento narrativo más para completar el círculo perfecto de la historia. Porque quizá Hollander tenía miedo de no regresar por una quinta temporada (que ya ha sido concedida), de ahí que el final de la cuarta sea uno tan cerrado, tan extrañamente feliz para los protagonistas. Pero sabemos que esa dicha es momentánea, porque ninguno ha logrado la paz consigo mismo. Y en cierta forma de eso trata Ray Donovan, de hallar ese equilibrio interno que haga que se pueda vivir sin que los demonios personales lo dominen a uno. | ★★★ |
Adrián González Viña
© Revista EAM / Sevilla