Secretos de familia
crítica de la segunda temporada de Bloodline.
Netflix | 2ª temporada: 10 capítulos | Estados Unidos, 2016. Creador: Todd A. Kessler, Glenn Kessler, Daniel Zelman. Directores: Ed Bianchi, Michael Morris, Jean de Segonzac, Todd A. Kessler, Daniel Zelman, Daniel Gordon, Mikael Håfström, Stephen Williams. Guionistas: Todd A. Kessler, Glenn Kessler, Daniel Zelman, Arthur Phillips, Carter Harris, David Manson, Chris Mundy, Amit Bhalla, Lucas Jansen, Lizzie Mickery, Barry Pullman. Reparto: Ben Mendelsohn, Kyle Chandler, Linda Cardellini, Norbert Leo Butz, Sissy Spacek, John Leguizamo, Owen Teague, Andrea Riseborough, Enrique Murciano, Jacinda Barrett, Jamie McShane, Sam Shepard. Fotografía: Jaime Reynoso, Darren Lew. Música: James S. Levine. Productoras: KZK Productions / Sony Pictures Television / Netflix.
En el artículo sobre la primera temporada de Bloodline habíamos comentado que Ben Mendelsohn era uno de los actores que mejor manejaba las tensiones dramáticas, que él era el motor incansable de esta serie, y que dentro de un electo de fuste, había sido él quien había logrado imprimir su huella al producto, a tal punto que este parecía haber sido moldeado a su medida y no a la inversa. Por eso el asesinato del personaje que encarnaba, el problemático Danny Rayburn, había abierto un conjunto de interrogantes, primero sobre la continuidad de la ficción y segundo sobre los modos de encararla. No es la primera vez que una obra televisiva decide acabar con la vida de alguno de sus personajes-tensores (aquellos que atraviesan e hilvanan toda la trama, y que son capaces de contraer y dilatar su ritmo argumental) en sus primeras temporadas. Lo vimos en Game Of Thrones con la decapitación de Ned Stark o en Homeland con el ahorcamiento de Nicholas Brody. Pero lo cierto es que, si no es la más impactante, la muerte de Danny Rayburn a manos de su propio hermano seguro es la más relevante en términos específicos. Porque si Ned Stark era solo un engranaje más tras los entretelones y la maquinaria de todo un reino y sus confines, o el sargento Brody era una mera pieza dentro del cambiante tablero mundial, Danny es el eslabón descarriado clave en una familia camino a la deriva. Su drama era más terrenal y cotidiano que el de los otros, aunque no por ello menos movilizador. Su temprana muerte, antes de pudiera seguir haciendo —y haciéndose— más daño, se volvió un inconveniente para el desarrollo y ulterior prosecución del relato. Para sortearlo, los creadores de Bloodline no dieron muchas vueltas y decidieron echar mano al recurso narrativo de la aparición, ese que es tan viejo como la cultura misma, como los temores más primitivos de la humanidad.
En la cultura popular, las apariciones se manifiestan en los sueños y en las pesadillas, en las visiones y en los delirios, durante la vida o en el ocaso de esta. Son tan cercanas a la naturaleza humana que han animado los relatos orales desde el origen de nuestros tiempos, han poblado la literatura e impregnado los lienzos, para finalmente descender sobre otra forma más reciente de expresión artística, la audiovisual. En los últimos años las apariciones han deambulado asiduamente por la pantalla chica, donde atormentaron, entre otros, a Kevin Garvey, Tony Soprano y Frank Underwood en su lecho de agonía. Ahora parece ser el turno de John Rayburn, que a diferencia de los tres primeros no se halla convaleciente, sino en plena campaña electoral para convertirse en el próximo sheriff del Condado de Monroe. Aunque en todos los casos la constante sea la de cuatro hombres que han asesinado con sus propias manos y a quienes la memoria no les da tregua. Si en la primera entrega el eje había sido Danny, muerto este el foco irá a posarse sobre su hermano y victimario. Los guionistas cambiaron, entonces, la tensión que suponía Mendelsohn por la presión que exuda Kyle Chandler a toda hora y por todos sus poros. Pero no nos confundamos, el primero sigue estando estupendo en las escasas intervenciones donde aparece, conservando esa inigualable y contradictoria combinación entre la aparente resignación y el completo control de la situación. Aun así es inexorable sentir que algo se ha perdido en el camino y que la introducción de tres nuevos personajes como son el hijo de Danny, Nolan Rayburn (Owen Teague), su madre Evangeline (Andrea Riseborough) y un exsocio delincuencial del pasado (John Leguizamo), no están a la altura de la estela dejada por Mendelsohn. Para colmo la incorporación de Leguizamo resulta forzada, su actuación no es convincente y la historia individual de su personaje no termina de encajar con el resto de la trama.
«Bloodline es una obra especular que se mueve entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Bucea en el arrecife de los recuerdos de aquellos que se han ido, pero cuya persistencia continúa encallando la voluntad de los vivos, y sale a flote solo de vez en cuando, lo suficiente para comprobar que aún sigue ahí afuera el mundo de los que todavía respiran y no consiguen lavar sus pecados».
Por lo demás, los elementos que hicieron a Bloodline destacable siguen ahí: las perfectas panorámicas, las interpretaciones de los miembros del núcleo familiar y su aproximación a los aspectos más lóbregos del ser humano. Por su locación marítima, Bloodline es una obra especular que se mueve entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Bucea en el arrecife de los recuerdos de aquellos que se han ido, pero cuya persistencia continúa encallando la voluntad de los vivos, y sale a flote solo de vez en cuando, lo suficiente para comprobar que aún sigue ahí afuera el mundo de los que todavía respiran y no consiguen lavar sus pecados. Serie reflectora, que se reafirma en cada montaje donde se suceden el Danny de antaño y el John del presente en idénticas actitudes y bajo similares coyunturas, o en aspectos puntuales de la trama, como el hecho de que los dos policías con aspiraciones a ser el próximo sheriff realicen investigaciones cruzadas sobre el pasado de su adversario. Algo que ninguno de los críticos parece haber notado pero que para quien escribe es demasiado evidente, es la deuda que Bloodline mantiene con determinadas películas del género, sobre todo con aquella última dirigida por el especialista Sidney Lumet, Before the Devil knows you’re dead (Antes que el diablo sepa que has muerto, 2007), no solo por los mecanismos no lineales de estructurar el relato, sino también por la perturbadora idea del complot filial en torno a los padres y las traiciones que de allí se desprenden. Porque no todo es cuestión de formas en Bloodline sino también de fondo, no todo son juegos de espejos o referencias a dramaturgias clásicas, puesto que a medida que los rastros de sangre empiezan a extenderse y a salpicar a otros integrantes de la familia, Sally, la madre, comenzará a quedar a oscuras, atrapada entre los engaños tejidos por aquellos que la rodean. Así como ocurría con los padres de Philip Seymour Hoffman y Ethan Hawke en el filme de Lumet, el destino trágico de la matriarca de los Rayburn es el de verse socavada por sus propios hijos, por su propia sangre.
Y si hablamos del valor de la verdad en la familia, párrafo aparte tendríamos que dedicarle a la gran escena-bisagra de esta temporada, aquella en la cual se quiebra la tríada filial que encubría el homicidio, cuando la esposa de John, abrumada por las sospechas que acumuló hacia su marido, lo mira llena de bronca y decepción, y le aclara que nunca le preguntará si fue él quien asesinó a su hermano, porqué jamás podría sobreponerse a la presunta respuesta. Pero en lugar de eso, como la curiosidad es la más fuerte de las debilidades humanas y como el porvenir de los hijos de ambos también está en riesgo, sucumbe a la desesperación por no dejar cabos sueltos y lo interroga sobre la eventual existencia de alguien más que conozca su crimen. Y John, esposo ejemplar, padre dedicado, hijo pródigo y policía impoluto, aunque ya no sea ninguna de esas cosas porque el fratricidio se lo arrebató todo, la mira, mitad aterrado y mitad perdido, y le miente, como ya les ha mentido a otros, diciéndole que nadie más sabe, que nadie más conoce el espantoso acto que ha cometido. Y ahí nos damos cuenta que, como sus coartadas, el último pedazo de su vida se ha derrumbado, que ha obviado mencionar a sus hermanos y que con esa mentira ha perdido definitivamente a su mujer. Bloodline es tan especular que concluye de la misma forma en que podría haberse iniciado hace exactamente veintitrés capítulos, con otro Rayburn huyendo del paraíso para no rendir cuentas por la muerte que ha provocado, solo que esta vez además se ha valido de sus influencias para tapar lo acontecido. Así como a Danny lo perseguía el fantasma de su hermana Sarah, a John lo perseguirá el de Danny, sentado justo al lado suyo, en el asiento del acompañante de la camioneta en fuga, socarrón y renuente a exculparlo, porque hay cosas de las cuales, simplemente, no se puede escapar. | ★★ |
Nicolás Woszezenczuk
© Revista EAM / Buenos Aires