In sanguis veritas
crítica de The neon demon (Nicolas Winding Refn, EE.UU., 2016).
El ejercicio de valorar con altanería, arrogancia y subjetividad a la mujer por su apariencia física —incurriendo en el menoscabo, la babosa adulación farisaica y la intransigencia sexista—, ha sobrevivido casi como una noble disciplina deportiva, institucionalizado, reglamentado y patriarcalizado, a la revolución ideológica del siglo XXI; y no ya gracias a la mujer emancipada que luchó y sigue luchando por la instauración definitiva del feminismo como movimiento igualitario real, sino precisamente a pesar de ella. Los concursos en los que se coteja el físico femenino con un canon idealizado de perfección, destinado a satisfacer las fantasías eróticas del hombre, parecían condenados a su desaparición ya en tiempos de las sufragistas y, sin embargo, aquí seguimos, asistiendo impasibles a la constante vejación pública de miles de mujeres y enfrentados a la falacia de “la mujer real”, que las campañas publicitarias de cremas hidratantes nos quieren vender como el paradigma del progreso igualitario y la defensa de los valores de la mujer. En su primera película protagonizada por una mujer, Nicolas Winding Refn aplasta metafóricamente a la industria del modelaje de personas, traficantes y proxenetas de la carne sin escrúpulos ni conciencia que destruyen vidas a su antojo por un capricho fetichista, reduciendo a las mujeres a la mínima expresión de inteligencia o humanismo y dictando sentencia, como estetas de la providencia, sobre el destino de las pobres almas que caen en sus garras.
El argumento de The neon demon vuelve a ser la excusa de un director que sólo está interesado en encontrar nuevas formas de expresión para transgredirlas ejecutado con fiereza su cine, su herramienta principal con la que pone en marcha esa técnica impecable y grotesca que escupe arte a 24 fotogramas por segundo. Para ello, al igual que hiciera en Sólo Dios perdona (Only God Forgives, 2013), desarrolla la base argumental en función al contenido visual, dejando que las imágenes sean las protagonistas de un esquema narrativo impecable y sustentado en la cohesión estética de los planos para otorgar verosimilitud a este relato compuesto por una sintaxis gráfica inmaculada que, dinámica y fluida, describe de forma detallista a los personajes en consonancia con el ambiente y la hiperrealidad que los envuelve. La yuxtaposición de escenas e ideas confiere gran potencia en este apartado, donde la variedad de emociones se sublima con los abundantes matices expresivos de los adjetivos y las aposiciones explicativas. Así encontramos a las mujeres, tomadas del arquetipo clásico, destinadas a exteriorizar el deseo unidireccionalmente como exigen los patrones tradicionales: del hombre a la mujer. Las modelos quedan pues transformadas en el objeto de deseo y nunca en el sujeto. Ni tan siquiera la figura de la femme fatale consigue manifestar el menor atisbo de libre albedrío sexual, ya que ésta ha sufrido una transformación refniana, quedando convertida en una creación hiperhostil masculina con las mismas pautas machistas que los propios varones. Por su parte, la representación del hombre se sintetiza en un solo tipo: el degenerado explotador y abusivo que es incapaz de convivir en un mundo igualitario. Con él queda perfectamente definida la sátira al machismo reminiscente en la sociedad, con una imagen totalitaria de difícil malinterpretación.
«El resultado es un giro demoledor y una vulneración absoluta del método establecido. El post-modernismo ya quedó atrás y, como pionero de esta nueva etapa posposmoderna, Nicolas no tiene miedo a romper con la proporcionalidad si con ello logra ofrecer un mensaje más directo, más violento en cuanto a la ferocidad del mismo».
En medio de estos dos extremos aparece la protagonista real: Jesse, una mujer cercana, de innegable belleza e ingenuidad que llega a Los Ángeles para probar suerte en el mundo de la moda. Es la suya una belleza natural que resplandece por encima del resto en un mundo plastificado, por lo que no tarda en llamar la atención de los mecenas de la carne, quienes premian con halagos y contratos sus deseables atributos físicos. Con esta representación de lo puro y lo hermoso, evidenciada gracias a la inevitable atracción que Jesse, en su seductora sencillez, provoca en todas las personas que tienen contacto visual con ella, el realizador incide en la hipocresía de las cadenas de montaje femeninas —o centros de cirugía estética—, y en el lavado de cerebro subliminal con el que la sociedad produce réplicas exactas de un mismo modelo de mujer, clones que, tarde o temprano, serán denostados y devueltos al almacén del que proceden como si pudieran reciclarse y rejuvenecerse de manera ilimitada. La ironía se presenta como la capa superficial de este caudaloso río de sangre; un río que avanza de forma lógica y lineal, pero que no duda en hacer uso del hipérbaton para acomodar las imágenes al ritmo narrativo y darle mayor fuerza pictórica, dejándose influir por el erotismo violento de Delvaux y por la trascendencia metafísica de De Chirico. De esta forma, en varias escenas podemos asistir a la alteración del orden natural del comportamiento, o incluso podemos contemplar el efecto en primer lugar, para posteriormente ser partícipes de la causa, siempre con una delimitación del espacio muy definida y una perspectiva aberrante con un marcado punto de fuga. Con esto se pretende controlar por completo el tempo y el énfasis de cada plano y, para ello, Refn además se coliga con su incondicional compositor, Cliff Martínez, quien deifica la imagen con una banda sonora apoteósica, de una precisión y sincronización con las escenas como no veíamos desde los tiempos de Ennio Morricone y el Spaghetti Western. El resultado es un giro demoledor y una vulneración absoluta del método establecido. El post-modernismo ya quedó atrás y, como pionero de esta nueva etapa posposmoderna, Nicolas no tiene miedo a romper con la proporcionalidad si con ello logra ofrecer un mensaje más directo, más violento en cuanto a la ferocidad del mismo. Su visión del cine no es sutil, sino explícita. Pese a ello nos obliga a mirar pausadamente, a descubrir las formas que se ocultan tras las distintas tonalidades de rojo, el rojo neón y el rojo sangre, que brotan con tranquilidad para que nos deleitemos al entender que nada está dejado al simple azar.
«La violencia en el arte puede ser disfrutada incondicionalmente, a pesar de su crueldad o explicitud, es decir, juzgada desde la estética sin atender a sus consideraciones éticas o morales».
Kant, en su Crítica del juicio, decía que lo bello es aquello que causa en el espectador cierta satisfacción o aversión, sin la necesidad de tener que ir ligado a un genuino interés: «Uno no debe estar en lo más mínimo preocupado por la existencia real del objeto, sino que debe sentir completa indiferencia a este respecto si desea servir de juez en cuestiones de gusto». Esto representa una idea bastante ajustada de lo que pretende Refn con sus contrastes entre violencia y belleza: la violencia en el arte puede ser disfrutada incondicionalmente, a pesar de su crueldad o explicitud, es decir, juzgada desde la estética sin atender a sus consideraciones éticas o morales. Algo para lo que se deberá actuar previamente en consecuencia y planificar una clara barrera entre los personajes y el público, con el objetivo de evitar que se llegue a crear algún vínculo, ya no tanto hacia ellos, sino hacia los hechos o las acciones que los definen. Además de esta correlación estético-vehemente, es difícil pasar por alto el gran nexo que se produce entre violencia y poder/placer. La desmesura con la que los hombres actúan frente a las mujeres, y la impunidad de sus acciones, nos lleva a discernir que toda forma de poder implica violencia y que, por lo tanto, para que prevalezca el orden social debe existir un ser superior que imponga su voluntad a la del resto. Así, al igual que ningún perro osaría comer antes de que lo haya hecho el macho alfa, ninguna modelo neófita soñaría con tener acceso a los mejores fotógrafos o diseñadores sin antes haber pasado por un largo periodo de vejaciones, sexuales e intelectuales, que le facilite la senda hacia el olimpo de las top models. Empero, apenas sin esfuerzo, esto es lo que consigue involuntariamente Jesse quien, al deslumbrar a todos los hombres —máximo símbolo jerárquico de poder— con su inusual y virginal belleza, radiante y natural, subvierte el orden establecido y fuerza la instauración del caos, que llegará, por envidia y animosidad, en su forma más terrorífica y sangrienta.
«Con su informe transparencia, atentando contra toda norma de procedimiento fílmica, Refn erige su dramaturgia sobre una banda de Moebius: sin forma definida, sin posibilidad de ser orientada o seguir unos patrones establecidos, y sorprendentemente dinámica en cuanto a las innumerables posibilidades de movimiento, alcance y actuación».
La demonización de la mujer responde, por tanto, a uno de estos trucos irónicos con los que se quiere dar a entender la terrible amenaza que el sexo femenino, independiente y libre de acotaciones tácitas, supone para el hombre y para la los modelos de mujer masculinizados y disfrazados de esa femme fatale de la que hablábamos. En un mundo controlado por déspotas machistas, la mujer tiene que mantenerse fiel a la condición de objeto lúdico que le han asignado con ultrajante exención puesto que, en sus rigurosas rutinas de exhibición y sometimiento, no encontrará ni jueces ni árbitros que aboguen por su seguridad, sino desalmados jurados dispuestos a cuantificar, en una escala del uno al diez, el valor de cada una de las partes de su cuerpo. El sarcasmo es la herramienta fundamental de expresión de NWR, cuyas siglas ya forman parte protagonista de un sello autoral de imprescindible relevancia. Como muchos de sus homólogos generacionales, Refn es partícipe de otorgar a la imagen una relevancia mucho mayor que a cualquier otro elemento cinematográfico. Su trabajo, como el de todos los posmodernos, incide en las nuevas directrices de visceralidad que se apoyan en la apariencia y en una puesta en escena asombrosa, con la particularidad de que aprovecha esos códigos establecidos para romperlos de forma deliberada y jugar así con los contrastes y las formas abstractas como hicieron los surrealistas en su día aunque, como ya mencionamos, sin llegar a quebrantar en ningún momento esa lógica abigarrada de transitoriedad por la que avanza, ora flemático ora frenético, ese oxímoron lírico de cuerpos esculturales y casquería, excelso y grotesco a partes iguales, que compone el firme trazo de una de las lentes más precisas del cine contemporáneo. Con su informe transparencia, atentando contra toda norma de procedimiento fílmica, Refn erige su dramaturgia sobre una banda de Moebius: sin forma definida, sin posibilidad de ser orientada o seguir unos patrones establecidos, y sorprendentemente dinámica en cuanto a las innumerables posibilidades de movimiento, alcance y actuación. Todo un deleite sensorial sin comparación ni precedente, con el que parece abrirse algo tan grande como podría ser un nuevo movimiento cinematográfico o las puertas hacia una renovada forma de expresión. | ★★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / 69º Festival de Cannes
Ficha técnica
Estados Unidos, 2016. Título original: The Neon Demon. Director: Nicolas Winding Refn. Guion: Nicolas Winding Refn, Mary Laws, Polly Stenham. Fotografía: Natasha Braier. Duración: 117 minutos. Productoras: Coproducción USA-Francia-Dinamarca. Música: Cliff Martinez. Montaje: Matthew Newman. Diseño de vestuario: Erin Benach. Diseño de producción: Elliott Hostetter. Intérpretes: Elle Fanning, Keanu Reeves, Christina Hendricks, Jena Malone, Bella Heathcote, Abbey Lee, Desmond Harrington, Charles Baker, Jamie Clayton, Cody Renee Cameron, Lucas Di Medio, Karl Glusman, Chris Muto, Collin Lee Ellis. Presentación oficial: Festival de Cannes 2016.