Una historia japonesa de fantasmas
crítica de Kubo y las dos cuerdas mágicas (Kubo and the Two Strings, Travis Knight, EE.UU., 2016).
2016 está siendo un año tan prolífico para el cine de animación como preocupante a nivel de creatividad, especialmente en el facturado en Hollywood, ya que la mayoría de las grandes productoras han preferido jugar sobre seguro y recurrir a secuelas de sus buques insignia más exitosos. Así, Pixar, Dreamworks y Fox, estrenaron Buscando a Dory (Andrew Stanton, Angus McLane), Kung Fu Panda 3 (Jennifer Yuh, Alessandro Carloni) e Ice Age: El gran cataclismo (Mike Thurmeier, Galen T. Chu), con las que continuaron rentabilizando unas fórmulas que, en algunos casos, ya comienzan a manifestar evidentes síntomas de agotamiento artístico, a pesar de los buenos dividendos obtenidos en taquilla. Por esto, se agradece que unos estudios más modestos como los Laika, esos que tantas satisfacciones han dado al género con tan solo tres excelentes largometrajes –la burtoniana Los mundos de Coraline (Henry Selick, 2009), El alucinante mundo de Norman (2012) y Los Boxtrolls (2014)–, arriesguen con una propuesta tan original, adulta y fascinante como es Kubo y las dos cuerdas mágicas (2016), su última joya del stop-motion en 3D, con la que debuta como director Travis Knight, presidente de Laika y máximo responsable de que esta se esté haciendo un hueco dentro de la industria del cine familiar, desmarcándose del adocenamiento de la media de este tipo de producciones a base de calidad e ideas frescas.
Con una sensibilidad más cercana a la de obras maestras de los Estudios Ghibli, como el cine de Miyazaki o la reciente El cuento de la princesa Kaguya (Isao Takahata, Riko Sakaguchi, 2013) que a la humorística visión que de la Antigua China se dio en la franquicia Kung Fu Panda, la cinta de Knight nos presenta la historia de Kubo, un niño que vive en un acantilado junto a una madre con importantes lagunas de memoria, con la que huyó de un trágico pasado que, como si de la caja de los truenos se tratase, amenaza con volver al presente despertando todo tipo de monstruos y amenazas. El pequeño se escapa cada día al mercado del pueblo para dedicarse a contar antiguos relatos en torno a la figura de su padre, un legendario samurái que entregó su vida por salvar la de su familia, utilizando los acordes de su especie de guitarra mágica de dos cuerdas y el arte del origami (figuras creadas con papel). Kubo tiene como única norma regresar a casa antes de que la noche le alcance, pues es con la llegada de la oscuridad cuando el Rey Luna, su maligno abuelo, y sus dos hijas salen en la búsqueda del único ojo que le queda al muchacho después de que el otro le fuese arrebatado al nacer. Como se puede apreciar, la historia cuenta con unos ingredientes bastante tenebrosos para el público más infantil, algo que se ha convertido en sello de identidad de la casa Laika –aún permanece en el recuerdo ese siniestro universo paralelo de Los mundos de Coraline en donde los ojos de los protagonistas eran sustituidos por botones–. Las espectrales apariciones en escena de las dos tías de Kubo están plasmadas a través de una escenografía más propia del cine de terror oriental –el de Una historia china de fantasmas (Ching Siu-Tung, 1986) más que el último J-Horror– que de un filme de animación para todos los públicos al uso, así como la maldad que desprenden sus acciones sorprenden por su crudeza.
«Kubo y las dos cuerdas mágicas funciona a las mil maravillas, tanto como magnífica fantasía heroica, como en la hermosísima historia de amor que tiene como trasfondo, convirtiéndose en un clásico instantáneo destinado a sentar cátedra, emocionante, oscuro y personalísimo, así como un triunfo de su director sobre cualquier tipo de convencionalismo o aspiración comercial».
Estamos ante una tragedia familiar con raíces shakesperianas (si Akira Kurosawa hubiera dirigido una obra de animación, probablemente sería muy parecida a ésta), repleta de odios ancestrales, venganzas no resueltas y profecías por cumplirse. Un viaje iniciático y de descubrimiento del joven protagonista, obligado a buscar las diferentes piezas de una armadura mágica que perteneció a su padre. Sus compañeros de aventura son un pequeño muñeco de papel que le sirve de guía, una protectora mona y un escarabajo con pocas luces que, al mismo tiempo que sirven de contrapunto humorístico (gracias, sobre todo a la tensión romántica que nace entre los dos últimos) a la solemnidad del relato, no reducen sus aportaciones a las de meros secundarios cómicos, sino que esconden una personalidad mucho más compleja y, a larga, nos regalan los momentos más emotivos de la cinta. Visualmente, el filme es una auténtica maravilla, donde cada fotograma desprende una belleza, un colorido y un esmero por cada pequeño detalle, dignos de mención. La ambientación de ese Japón feudal repleto de magia y misticismo es tan primorosa en su combinación de animación artesanal con los últimos avances en efectos digitales, que consigue que estemos ante una inmersiva experiencia que, coronada por la exquisita banda sonora de Dario Marianelli, atrapa de forma contundente desde su impactante prólogo, que se abre con las palabras "si han de parpadear, háganlo ahora", avisando de que hay que mantener los ojos bien abiertos para no perder el hilo de una historia sólida y cargada de metáforas. En un acto de buen gusto y elegancia, Knight opta por priorizar los pasajes dedicados a la poesía y la lírica –la escena de la ofrenda de los faroles a los difuntos; el vuelo de los pájaros de papel– sobre los más épicos, a pesar de que secuencias como el enfrentamiento con el esqueleto gigante –todo un homenaje al stop-motion más primitivo de Jason y los argonautas (Don Chaffey, 1963)–, la aterradora inmersión en el mar de ojos o el combate final contra el monstruo, resulten todo lo espectaculares que se espera de un producto de espada y brujería de estas características. Así pues, Kubo y las dos cuerdas mágicas funciona a las mil maravillas, tanto como magnífica fantasía heroica (más enfocada a la audiencia juvenil que infantil), como en la hermosísima historia de amor que tiene como trasfondo, convirtiéndose en un clásico instantáneo destinado a sentar cátedra, emocionante, oscuro y personal, así como un triunfo de su director sobre cualquier tipo de convencionalismo o aspiración comercial. | ★★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2016. Título original: Kubo and the Two Strings. Director: Travis Knight. Guion: Marc Haimes, Chris Butler (Historia: Shannon Tindle, Marc Haimes). Productores: Travis Knight, Arianne Sutner. Productora: Laika Animation. Fotografía: Frank Passingham. Música: Dario Marianelli. Montaje: Christopher Murrie. Reparto de voces: Art Parkinson, Charlize Theron, Ralph Fiennes, George Takei, Cary-Hiroyuki Tagawa, Rooney Mara, Brenda Vaccaro, Matthew McConaughey.