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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica en serie | Peaky Blinders (3ª temporada)

    Peaky Blinders

    Bad Habits

    crítica la tercera temporada de Peaky Blinders.

    BBC2 | Reino Unido, 2013. 3 temporadas/18 episodios. Creador: Steven Knight. Directores: Steven Knight, Colm McCarthy, Otto Bathurst, Tom Harper. Guion: Steven Knight, Toby Finlay, Stephan Russell. Fotografía: George Steel, Peter Robertson y Simon Dennis. Música: Mearl, Martin Phipps. Montaje: Christopher Barwell, Mark Eckersley, Matthew Cannings, Mark Davis. Reparto: Cillian Murphy, Tom Hardy, Paddy Considine, Sam Neill, Helen McCrory, Paul Anderson, Annabelle Wallis, Iddo Goldberg, Sophie Rundle, Joe Cole, Ned Dennehy, Benjamin Zephaniah, Ian Peck, Tony Pitts, Packy Lee, Harry Kirton, Natasha O'Keeffe, Paul Chadwick, Finn Cole.

    Nos encontramos en 1924, han pasado dos años desde que Thomas Shelby volviera a perder una clara apuesta con la muerte. Se lo jugó todo contra su vida y perdió. Una vez más, la Parca tenía otros planes para él. En su envite a la desesperada, Tommy se hizo con toda la recaudación del Derby, con el control de los bajos fondos londinenses, con el secreto de Grace y, por supuesto, con la misma Grace con quien hoy se une en matrimonio. En efecto, el líder del infame sindicato criminal conocido como los Peaky Blinders, ha decidido establecer una familia, nada menos que con una agente doble emparentada con la flor y la nata de la nobleza británica que, por amor, traicionó su misión encubierta, a su país y hasta al mismísimo Winston Churchill. La división de opiniones entre ambas familias y el contraste genealógico se hace patente desde las escenas iniciales en la iglesia, que bien parecen un intento del realizador de dar vida a Los fusilamientos del 3 de mayo (Francisco de Goya, 1813-1814). A un lado, los invitados de la novia, soldados engalanados con los uniformes rojos protocolarios que asisten atónitos al extravagante espectáculo que tienen al otro lado, un puñado de gitanos se desgañita en blasfemias e injurias, mientras les dedican toda clase de maldiciones y amenazas solo interrumpidas para realizar las funciones primarias, respirar o lanzar salivazos, hasta que, ocupando el centro del altar, el joven patriarca lanza una mirada que hiela el alborotado ambiente y ataja de súbito cualquier ánimo de reproche que pueda quedar. Entonces aparece el cura, y el asombro inicial de los soldados da paso a un estupor escandaloso al contemplar el exotismo de un sacerdote de aspecto jamaicano con serio semblante en el lugar sagrado. Pero ya se oye el himno nupcial, la novia entra con un lóbrego velo cárdeno y el sopor, como la afrenta, habrá de ser estoicamente absorbido con resignación. El velo se desvanece con la misma delicadeza que aparece tras él un rostro angelical que exterioriza, quizá por primera vez desde que conocimos a Shelby, un momento de genuina felicidad. La mirada de dos personas ajenas a cualquier diferencia y movidas únicamente por un amor tan incondicional que obliga a Nick Cave a cambiar los oscuros acordes de su Red Right Hand por la optimista melodía de Breathless. Pero no nos confundamos ante lo que parece un fugaz espejismo, en la casa Shelby se sigue con la estricta política de “business as usual”, y mientras todavía queda lo más delicado de la velada nupcial: el convite de bodas, que incluye la peligrosa mezcla de alcohol, drogas y rencillas familiares, un misterioso y desconocido invitado soviético pone en guardia al cabecilla del clan, que no tarda en delegar el turbio asunto a su mano derecha: Arthur.

    Peaky Blinders

    «En su proceso nolaniano de confrontación del héroe, Knight rompe a Thomas como persona y como concepto. Primero lo somete a una fractura psicológica de dolor inimaginable para, cuando el héroe haya tocado un supuesto fondo anímico y esté dispuesto a emprender un proceso de violencia ciega y venganza inclemente, volver a fracturarlo, ahora físicamente, para hundirlo por completo en la sumisión absoluta y la aceptación de su inferioridad frente a un enemigo que lo tiene a su merced».


    Stephen Knight, creador, director y guionista de la serie, comienza la tercera temporada de Peaky Blinders evidenciando un claro distanciamiento del héroe con su familia de sangre, para centrarse más en la proyección de su reciente familia nuclear. Los cuadros de Grace, de su hijo, e incluso de su caballo han sustituido a las fotos de su tía Polly y sus hermanos en la nueva mansión del protagonista. Sin embargo no tardaremos mucho en darnos cuenta de que este distanciamiento y esta pasión hacia su reciente y flamante vida no es más que un esfuerzo de Tommy por mostrar la normalidad que una mente tan destructiva y alienada como la suya es incapaz de alcanzar. Volverán a aparecer los verdaderos fantasmas de la ambición, y contemplaremos el retrato de un hombre implacable con un poder tan fuerte como peligroso. El realizador aplicará en este punto inicial un proceso de introspección figurativa muy similar al utilizado por Christopher Nolan en su cine. Knight procede de la única manera posible para hacer entender al líder criminal que, a diferencia de lo que pueda pensar dada su posición, no es una deidad y, como ser terrenal, está sujeto a las acciones del resto de personas. En su proceso nolaniano de confrontación del héroe, Knight rompe a Thomas como persona y como concepto. Primero lo somete a una fractura psicológica de dolor inimaginable para, cuando el héroe haya tocado un supuesto fondo anímico y esté dispuesto a emprender un proceso de violencia ciega y venganza inclemente, volver a fracturarlo, ahora físicamente, para hundirlo por completo en la sumisión absoluta y la aceptación de su inferioridad frente a un enemigo que lo tiene a su merced. Este enemigo no aparecerá hasta el segundo capítulo, dejando entrever una fingida pose de subalterno amistoso para, como todos los grandes villanos —mentirosos y sibilinos por naturaleza— asestar un golpe de “Gracia” a su antítesis, a traición, por la espalda, y con la mayor crueldad posible. Nada menos que Paddy Considine, doctorado en lo que a villanía se refiere, surge para aportar un impecable giro despiadado al guion en una actuación tan paradójica como formidable. Al poner frente a frente a dos sujetos tan intrínsecamente malvados y, al mismo tiempo, tan similares entre sí, el director logra una relectura de los códigos de afinidad fílmica; unos códigos que, no obstante, permanecerán intactos por la empatía atávica del espectador para posicionarse siempre del lado del “menos malo” que, por razones obvias, será aquél a quien ya conozca —más vale malo conocido…—. Un espectador que no dudará en apiadarse del bueno de Tommy al tiempo que recela y teme a la incipiente amenaza que, por si sus acciones no fueran lo suficientemente atroces, viene ataviada con un hábito eclesiástico que despierta muy pocas simpatías, no ya por el hecho de portar una cruz al cuello, sino por el deleznable uso que hace de la misma.

    Peaky Blinders

    «No podemos hablar de punto de inflexión, pero lo que sí está claro es que Knight ha llegado al punto máximo de calidad que habíamos visto hasta ahora, no sólo en cuanto a nivel narrativo, sino también audiovisual, con una fotografía realmente fascinante que no presenta mácula alguna en un despliegue apoteósico donde contrastan los tonos de sucios grises del polvoriento escenario y la sobria indumentaria, con el intenso y centelleante rojo de la sangre que emana incesante por todos los poros de este gótico telefilme».


    No sólo Thomas ha mostrado un claro distanciamiento con respecto al códice de sangre, el resto de los Shelby parecen, a su vez, imbuidos por una nueva ideología libertina y emancipadora que mina la consistencia de la unidad familiar y la empresa que representa. Arthur se muestra cada vez menos atraído por el uso de la violencia y la brutalidad, uno de los rasgos definitorios de su carácter y, al mismo tiempo, la razón por la que Tommy sigue manteniéndolo a su lado. Su compromiso con una joven puritana ha llevado al mayor de los hermanos a un estado de ensimismamiento expiatorio. Por otro lado, John se encuentra en una fase de rebeldía temeraria, sus acciones son cada vez más imprevisibles y aleatorias, algo que compromete las relaciones de los Shelby con otros clanes rivales y pone en peligro la importante operación general para la que Tommy ha pedido la mayor discreción posible. Polly, pieza fundamental de la familia y eslabón principal de las relaciones genealógicas, descuida su inestimable tarea de supervisora por culpa de un apuesto pintor a quien ofrece sus servicios de musa. Con toda esta manifiesta falta de atención y dedicación absoluta que los negocios de este tipo demandan, la seguridad de las operaciones sufre un fuerte golpe para el que se requerirá una respuesta contundente y sin contemplaciones por parte del líder, un héroe que todavía yace oculto en su cueva lamiéndose las heridas y preparando su inclemente contrataque.

    Será en el episodio número 3, donde la serie alcanza su ecuador, cuando se despejen todas las dudas en dos aspectos fundamentales: el primero, relativo al protagonista, nos confirma que, por mucho que empaticemos y nos atraiga la figura de héroe trágico que ha adoptado Tommy, su alma no alberga nada a excepción de maldad. Thomas Shelby es un monstruo y nada de lo que haga tendrá otra intención más que la de beneficiarse egoístamente. En segundo lugar, en lo concerniente al aspecto cualitativo de la serie, no queda ninguna duda de que hemos llegado a una cumbre de la importancia artística. No podemos hablar de punto de inflexión, puesto que no conocemos el material que nos encontraremos en la cuarta temporada, pero lo que sí está claro es que Knight ha llegado al punto máximo de calidad que habíamos visto hasta ahora, no sólo en cuanto a nivel narrativo, sino también audiovisual, con una fotografía realmente fascinante que no presenta mácula alguna en un despliegue apoteósico donde contrastan los tonos de sucios grises del polvoriento escenario y la sobria indumentaria, con el intenso y centelleante rojo de la sangre que emana incesante por todos los poros de este gótico telefilme. Una bala con nombre, un plano secuencia, un cura diabólico pero interpretado con genio sublime por un magistral Considine, y una canción gloriosa que se acopla perfectamente a la imagen, como si hubiera sido compuesta para la escena —y ya van unas cuantas, ¡vaya banda sonora!—. Con The Last Shadow Puppets nos plantamos en el episodio cuarto mientras la incorregible melodía nos advierte de los malos hábitos que han perseguido al protagonista durante toda su existencia fílmica: el exceso de odio, la venganza demasiado caliente y la precipitación.

    Peaky Blinders

    «Un final tan despiadado como irónico nos devuelve al origen mismo de Peaky Blinders, y no al inicio tal y como lo conocemos, el de hace tres temporadas, sino a un inicio hipotético y anabólico en el que un hombre, desprovisto de todo, se levantó en solitario y miró a su futuro con arrogancia para decir: Yo puedo dominarte».


    Tommy, como el Caballero Oscuro, comienza a ponerse en pie, tras un forzado período de reflexión y meditación convaleciente, durante el quinto episodio, ya entrando en la recta final. El sexo vuelve a ser la estrategia principal en este juego de poder. En esta ocasión, incluso la mujer, Polly, se deja seducir por los encantos de lo que intuimos un “Homme Fatale” en un claro proceso de masculinización femenina que se salda con la pérdida absoluta de la confianza de la protagonista en aras de recuperar su instinto felino y su astuta inteligencia. El sexo funciona como un ejercicio penitente más que deleitante. El líder se entrega en cuerpo y alma a la hermética princesa Tatiana Petronova quien, claramente, además de estar jugando con el aturdido Tommy y manipulándolo a su antojo, obtiene un placer grotesco enfrentando al héroe con su pasado más doloroso, haciéndole ver la realidad de su existencia; un viaje introspectivo por la mente del monstruo con el que evidenciará su incapacidad de sentir cualquier emoción más allá de la ambición. Por suerte para Tommy, Tatiana parece jugar de su lado en esta ocasión. Todas las cartas han quedado boca arriba y sobre la mesa, Knight confía todo el peso y la suerte del desenlace en su tridente de lujo y, a los titulares Murphy y Considine, se une, por fin, el esperado Tom Hardy, que nos brinda al mejor Alfie Solomons, el judío de verbo rápido y brutal más carismático de Inglaterra.

    Todo el mundo blasona de ser una persona nueva, de haber encontrado la fe o el sentido de su vida, pero entonces la tentación aparece para poner a prueba sus palabras. Las acciones de los hermanos Shelby parecen contradecir lo que sale de sus bocas. Con cada gota de saliva, sudor o de sangre que desprenden, su lenguaje corporal reivindica que se encuentran ligados al sucio asfalto fulgurante de las fundiciones y siderurgias de la vieja Inglaterra. Entonces aparece la caballería, pero no la oficial, sino la que se ajusta a un sentido más poético del término, esa a la que verdaderamente querrías llamar si te encontrases atrapado en tierra de nadie en un fuego cruzado. Ahora con una sólida estrategia y unos refuerzos a la altura, Thomas parece listo para sacar a relucir su plan maestro, pero antes, el cura golpeará primero y le arrebatará lo único que le quedaba de humanidad, algo que compromete toda la operación haciendo que el protagonista actúe de nuevo por impulsos, impaciente e impreciso. El truco del director es directo y claro, consiste en acentuar la urgencia de que el plan salga bien. El todo o la nada, ganar o perder; en el sexto y último capítulo de la serie no habrá lugar para las medias tintas. Un final tan despiadado como irónico que nos devuelve al origen mismo de Peaky Blinders, y no al inicio tal y como lo conocemos, el de hace tres temporadas, sino a un inicio hipotético y anabólico en el que un hombre, desprovisto de todo, se levantó en solitario y miró a su futuro con arrogancia para decir: Yo puedo dominarte. | ★★★★★ |


    Alberto Sáez Villarino
    © Revista EAM / Dublín


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