Tendríamos que ahondar más en los finales de las últimas obras de Spielberg para entender mínimamente el proceso continuista en el que el autor parece haberse abismado. La desazón con la que una supuesta película familiar como Mi amigo el gigante deja en el espectador ayuda a reflexionar sobre esta nueva corriente expresiva de un cineasta abstraído de su legado. Un filme plagado de tristeza en el que, el antes hacedor de sueños, incurre en la melancolía para discurrir mediante la escritura en un perturbador ensayo cinematográfico. Toda referencia a su poética queda significativamente implícita en los sobrios encuadres de una historia, que dejando de lado el texto del que parte, otorga algunos de los reflejos más voraces del discurso privado del director con respecto a sus imágenes. Esto nos conduce a la idea de que la aflicción creciente en Spielberg necesita estudiarse con paciencia, basándonos en la melódica línea de flotación en la que se esconde. Mi amigo el gigante cuestiona, otra vez, el concepto de ensoñación del propio cine, la imagen que del mismo tenemos, y el cuestionamiento del director con su igual en pantalla. La experiencia distrae a los que todavía no han profundizado en la etapa moderna de Spielberg, más cerca del examen que del virtuosismo, más crítico, silencioso e introspectivo que artificioso o recreativo.
Ante esto, la música del maestro Williams logra en términos aplicables definir con inteligencia ese carácter deformante que denotamos en el creador de E.T desde un tiempo a esta parte. Aislando el estilo reconocible del compositor americano veremos como desde La guerra de los mundos, o quizás de forma esporádica antes, la música de Williams obtiene una opacidad extraña, un bello pero atormentado sonido de la desesperanza que conjuga fiel con las imágenes dolientes del Spielberg contemporáneo. Ya entonces en la orgánica utilización sonora de La guerra de los mundos escuchábamos un trabajo visceral repleto de ecos terroríficos e ideas tonales dispares en donde costaba encontrar temas representativos o melodías definidas. Contiguamente tanto en Tintín o War Horse como Lincoln o Mi amigo el gigante (excluimos El puente de los espías en el que Thomas Newman reemplaza a Williams por problemas de salud), transcribimos esa imagen triste presente solo testimonial en los primeros filmes de Spielberg, y que ahora fantasmática sacude los intereses de ambos artistas en la confluencia de un binomio absoluto que logra entenderse en lo audiovisual como uno solo. El inteligente proceso músico afectivo cursa en la película que nos ocupa un brillante y maduro trabajo de musicalidad. Si en la mítica banda sonora de Hook Williams hablaba de elaborar una partitura para ballet, donde las orquestaciones seguían un ritmo musical emergente, en Mi amigo el gigante el tono emocional pasa por estructurar una sinfonía musical que trunca e invierte el estático y austero marco fílmico de la película. La banda sonora logra un sinfín de estímulos yendo de menos a más en la cuidada selección de movimientos. Es, por tanto, esta una música que dialoga, que habla y amplifica pero que lejos de levantarse o apabullar goza de unos contrastes exquisitos.
Una suave obertura, en la cual espolvorear las notas principales del leitmotiv central, para entonar en el corte “The Witching Hour” la siniestralidad y oscuridad de los miedos infantiles así como la soledad de la niña protagonista. Magistral el compositor en cuidar los motivos pregnantes del soundtrack esperando el momento de desarrollar, con evocador lirismo, el maravilloso tema principal, ligado expresamente al rio emocional del relato y de un copioso tramo final plagado de estremecedoras lecturas. Nos detenemos en esto dado que la mayoría de los finales elegidos por Spielberg están sujetos a un doble efecto catártico, sin ir más lejos centrarnos en sus recientes filmes esbozarían una intrincada suma estética y narrativa en la cual los ritmos de Williams apelan a una armonía de arco general que enlaza matemáticamente con la estilística e intereses actuales del cineasta. Recordemos conclusiones como los de La guerra de los mundos o War Horse, que además comparten idénticos títulos en sus cortes para la banda sonora (“The reunión”), o epílogos como el de Lincoln, inundados de sombras y pesares, de ejemplos paradigmáticos de la obsesiva ocurrencia del autor por las terminaciones amargas, con ligeras dosis de pesimismo. El final de Mi amigo el gigante acarrea también esa huella sintomática de melancolía en la que el compositor cincela notas elegíacas, intimas y trágicas. El plano final sin ir más lejos, enfoca en primer plano, el rostro del gigante, en una imagen inabarcable de gran resonancia sentimental.
«Todo el dispositivo de ensueño de la cinta supura cuando menos un romanticismo clásico en maneras y diseños, sin embargo la banda sonora reflexiona contigua a la imagen hasta franquearla, yendo más allá de ella en un fuera de campo sorprendente que flota atestiguando la atípica e insólita finalidad de la película. Lo mágico, no es comprobar como Williams sin especiales aspavientos sorprende con una sonoridad popular, una impronta o marca dominante, sino que indaga íntimamente en el espacio no visible, sometiendo a juicio el punto de vista spielbergniano».
No pasaremos por alto el uso del piano como herramienta fundamental en la obra de Williams, es común denominador en casi todos los finales de sus obras con Spielberg. Bien en solos que gradualmente desembocan en grandes orquestaciones, o de tempo lento y unitario, el piano es testigo de aquellos instantes definitivos en las películas del binomio. Destacar la vigencia aquí de esa máxima en el corte “Finale” en la que perviven el piano con los tonos conclusivos de la orquesta. La trasplantación entre director y músico altera los relieves del modelo visual por los que los detalles prestados por el color de la instrumentación son, en la ejecución, una extensión más en la puesta en escena. Williams vuelve a frecuentar el viento y la cuerda otorgándoles libertad y espacios en la composición. A lo largo del soundtrack escucharemos tracks más largos como “Dream Country” o “Sophie and The BFG” (irrupción definitiva del tema central) en los cuales se aprecia una rica variedad de timbres y compases, incluso un uso sensible del arpa, que pese a ser menos usual en la carrera del compositor es a veces un recurso apreciado en muchas de sus partituras. La diversidad temática va desde los instantes más cinéticos, de acción, con los scherzos tipo del maestro, hasta las diversas ocasiones en donde hace acto de presencia el viento madera (nuestra preferida “Sophie´s Futuro”, con un bellísimo solo de flauta), o pistas más divertidas o cómicas como la extraordinaria “Frolic” (en la que luce un alegre can can). Todo el dispositivo de ensueño de la cinta supura cuando menos un romanticismo clásico en maneras y diseños, sin embargo la banda sonora reflexiona contigua a la imagen hasta franquearla, yendo más allá de ella en un fuera de campo sorprendente que flota atestiguando la atípica e insólita finalidad de la película. Lo mágico, no es comprobar como Williams sin especiales aspavientos sorprende con una sonoridad popular, una impronta o marca dominante, sino que indaga íntimamente en el espacio no visible, sometiendo a juicio el punto de vista spielbergniano.
Tracklist
1. Overture
2. The Witching Hour
3. To Giant Country
4. Dream Country
5. Sophie’s Nightmare
6. Building Trust
7. Fleshlumpeater
8. Dream Jars
9. Frolic
10. Blowing Dreams
11. Snorting and Sniffing
12. Sophie’s Future
13. There Was a Boy
14. The Queen’s Dream
15. The Boy’s Drawings
16. Meeting the Queen
17. Giants Netted
18. Finale
19. Sophie and the BFG
Banda sonora completa