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    Cine Alemán Siglo XXI

    Festival de Karlovy Vary 2016 | Día 4. Críticas: The teacher / El último verano / Satisfaction 1720

    Julieta en el Grand Hall de Karlovy Vary

    Fulgores efímeros

    Crónica de la cuarta jornada de la 51ª edición del Festival de Karlovy Vary.

    En la noche del sábado, en un pequeño paréntesis, paseábamos por una de las calles comerciales de Karlovy Vary, la T. G. Masaryka (sendero de ida al hotel en los dos pasados años), donde tocaba un grupo de centroamericanos (o lo aparentaban) canciones folclóricas en castellano. Le rodeaba una turba de mujeres bailando, moviendo sus caderas al compás de una música más propia de bodas. El regocijo era tal que parecía que los afortunados compañeros encontrarían el Olimpo sin demasiada demora. Y así los dejamos, en pleno desfile de feromonas que invitaba a un happy ending con mayúsculas. Unos quince minutos después, de retorno al trabajo, pasamos por el mismo lugar y allí estaba ese trío de trotamúsicos pero, esta vez, sin nadie alrededor. El efecto se había difuminado. Y tiene una explicación: a los checos les gusta el aroma latino, pero solo un ratito. Con el cine, en cambio, demuestran mayor fidelidad. Prueba de ello, ha sido el exitoso paso de Julieta por el Grand Hall: una cola enorme enrollaba al Hotel Thermal, esperando la aparición de sus protagonistas, Emma Suárez y Adriana Ugarte. En el interior, fue aún mejor con una gran ovación que coronó tres proyecciones finalizadas con aplausos. La crítica local, además, la ha valorado con holgura. Lo mismo ocurrió con dos películas de nuestro país a concurso. La excelente La propera pell (La próxima piel) –a la que le dedicaremos una crítica aparte— se postula como una de las principales favoritas al Globo de Cristal; su homóloga en el concurso de documentales, El último verano (desde ya firme candidata a la efigie con permiso de la polaca All these sleepless nights), atrajo a numerosos espectadores a su pase de prensa al Kinosal C en una hora cuasi maldita. Poco habitual en la sección, hubo también sonido de victoria como epílogo. Esta 51ª edición del KVIFF ha recuperado el vínculo checo-español que se había perdido los dos últimos años. Esperemos que en el palmarés les vaya mejor que a nuestros colegas compositores. Este día efímero en "España" lo completó una cinta danesa, Satisfaction 1720, otra muesca más de que, lejos de las apuestas seguras que ofrece el Festival (los trabajos provenientes de Sundance, Berlín y Cannes), la mayoría de sorpresas tienen cuerpo gaseoso.

    The teacher

    THE TEACHER

    Učiteľka, Jan Hřebejk, Eslovaquia, 2016 / COMPETICIÓN.

    En la crónica del segundo día, hablábamos de la Nueva Ola Checoslovaca a propósito del largometraje póstumo de Jan Nêmec, The Wolf from Royal Vineyard Street (2016). Un periodo que supuso el mayor momento de gloria de las artes cinematográficas checas. Un auge que no ha tenido continuación alguna en el Nuevo Milenio. La caída del Muro de Berlín y todos los cambios que tumbaron el régimen comunista, unido a la centralización de su industria bajo el amparo de la televisión nacional, la Ceská Televize, ha limitado el campo de experimentación tanto para los nuevos como para los veteranos cineastas. Dejando a un lado la maestría de Jan Švankmajer y Tomáš Lunák en el sector de la animación, el cine checo se ha estancado en una factura monocorde de difícil promoción externa. Jan Hrebejk es quizá su mayor exponente. Once largometrajes componen una filmografía forjada en 30 años. Y solo en uno ha bebido las mieles de la victoria fuera de Centroeuropa. Su segunda película, El amor en tiempos de odio (Musíme si pomáhat) se convirtió en uno de los sleepers del año 2000, consiguiendo incluso una nominación al Óscar. Un triunfo que le ha otorgado un crédito perenne hoy en día; sin embargo sus trabajos posteriores se han posicionado a demasiada distancia cualitativa de su primer y único hit. Su anterior visita a Karlovy Vary, con la encorsetada Honeymoon (Líbánky), pese a su Globo de Cristal a la mejor dirección, ratificaba que el apellido tenía más peso que su propio cine. Con The teacher, su última creación, sube el nivel pero quedándose, una vez más, en la indefinición más absoluta. Porque esta fábula sobre una profesora de Instituto en Praga ambientada en el ocaso del Comunismo contiene buenas ideas pero desarrolladas superficialmente. The teacher bucea en los últimos lodos de un sistema articulado por el propagandismo y la censura. Como hiciera la sugerente Fair play de Andrea Sedlácková hace dos cursos, indaga en el control estamental de los cerebros de la nación, así como su exilio ilegal a otros países limítrofes. Hrebejk parte de una premisa muy interesante que se divide en dos: la visión de los alumnos y la de sus padres, que serán partícipes, a modo de miembros de un gabinete político improvisado, del futuro de ese aula; con un núcleo narrativo centrado en tres familias, las acosadas por una maestra erigida como instrumento oligárquico, como árbitro de una comunidad que «busca el bien común». El cineasta de Praga aúna drama y comedia con soltura pero no es capaz de ir más allá. Su tramo final deviene en una salida y entrada de personajes empleados con ligereza. Incluso emergen comparativas forzadas con la magnífica La vida de los otros (Das Leben der Anderen, 2000). Un cóctel dotado de buenos momentos pero que en su globalidad se queda en un simple buen intento. Aun con ello, estamos ante una película exportable, que propone un recorrido fugaz por el penúltimo episodio de una Europa bolchevique cerca de la expiración. (60 de 100)

    El último verano

    EL ÚLTIMO VERANO

    Leire Apellaniz, España, 2016 / DOCUMENTARY COMPETITION.

    En el último tercio de El último verano, el actor de El apóstata, Álvaro Ogalla, y el gestor de la Sala Berlanga de Madrid, le espetan al protagonista del filme que «estás jodido, estás muy jodido». Unas palabras que no generan desasosiego o tristeza en este, más bien complementan al gesto afirmativo de su cabeza. Se acerca el final; y lo hace con extrema celeridad. El progreso es la testa de la pirámide alimentaria de nuestro tiempo, que engulle, cubre o transforma a su antojo. Los 35 milímetros se mueren, es un enfermo en fase terminal cuyo último aliento se pierde en pequeñas localidades durante el estío. En ellas emerge cada temporada Miguel Ángel, un empresario que no abandonó nunca la capa de perdedor. Siempre esclavo de la tecnocracia, la segunda luz del día que ilumina su rostro es de color neón; la de algún servicio de un bar de carretera de la España profunda. Allí, monta su oficina improvisada, unos retoques al cabello, una puesta a punto de una arrugada vestimenta y es hora de partir. Le esperan largas horas en la carretera, una serpiente de gran tamaño que le permite moverse entre pueblos pero con un coste: solo tiene esa vida, no hay lugar para la familia o la amistad, tampoco para la salud, como mucho, para figurar en el álbum policial como cliente honorífico. Cada noche aparece en poblaciones de menos de tres mil habitantes como si de una versión del Flautista de Hamelín se tratara. Su misión es entretener a los lugareños con la proyección de una película comercial. Un arte que en España nunca vivió una época de esplendor, debido a las dificultades burocráticas y organizativas habituales de nuestra tierra. Ahora, se encuentra casi en desuso y amparada por diputaciones, mancomunidades o consorcios. Levantar una pantalla de 12 metros de ancho, instalar un equipo arcaico y los derechos de exhibición y de autor son un coste difícil de asumir. Miguel Ángel lo ha aceptado, al igual que la competencia y la prevaricación en el sector. Es su modus vivendi, al que no piensa renunciar por mucho que las voces agoreras hablen de reinventarse o morir. ¿Morir? Nuestro personaje está muy vivo y Leire Apellaniz nos lo presenta como un héroe anónimo, como el último espartano en las Termópilas en un documental que se mueve entre la melancolía y la autopsia. La cámara se revela como un escalpelo en una sala forense donde se hallan los cadáveres que ha dejado Cronos. Esta es la antepenúltima imagen que nos deja una cinta sensacional, que retrata el contexto cultural que vive una nación que ha dejado en manos del metal y la informática la magia con la que goza y gozará el ciudadano. ¿Hay motivo para la esperanza? Tendrán que esperar al primer fundido a negro para saberlo. (85 de 100)

    Satisfaction 1720

    SATISFACTION 1720

    Tordenskjold & Kold, Henrik Ruben Genz, Dinamarca, 2016 / HORIZONS.

    Henrik Ruben Genz vuelve a territorio danés tras su pobre paso por el mercado estadounidense con Una decisión peligrosa (Good People, 2015), thriller criminal a mayor gloria de James Franco, Kate Hudson, Omar Sy y Tom Wilkinson. Este parecía el camino en forma de premio que se concede un cineasta europeo con una sólida trayectoria, sobre todo en Escandinavia. Genz lleva apostando por la comedia negra tres lustros y, aunque su estatus en la industria de su nación es secundario, se ha ganado un nombre gracias al circuito de festivales. Satisfaction 1720 no supone ningún viraje extremo a su filmografía. De antemano ya parece un producto alimenticio, creado para la satisfacción de un público amplio. Su comienzo así lo remarca con la sempiterna sentencia de que la película «está basada en hecho reales… hasta cierto punto». Genz traslada al espectador a los comienzos del siglo XVIII para contarnos un relato de amistad entre el otrora héroe naval Tordenskiold y su paje Kold. Satisfaction 1720 es una road movie de época que tiene como propósito la búsqueda del protagonista del dinero necesario para volver por sus fueros que no son otros que liderar una flota en el Mar del Norte que proteja a Dinamarca de sus enemigos. Por supuesto el viaje de Copenhague a Hannover se encontrará con un sinfín de respuestas negativas, algo que resulta paradójico (incluso cómico), ya que hablamos de un filme con un recto carácter antibelicista pero que refleja un segmento histórico que precedió a la Guerra de los Ducados entre el Imperio Prusiano y la pequeña península nórdica. Tordenskiold, interpretado por el siempre correcto Jakob Oftebro, es un Quijote en busca del honor perdido que tropieza con molinos de viento una y otra vez. La relación con su Sancho responde con sutileza a todos los cánones de la buddy movie pero sin demasiada profundidad. Su parte final, eminentemente cervantina, constata la vocación polemista de su autor pero también su carácter contenido. Así pues,  Satisfaction 1720 es una desmitificación del héroe ilustrado que consigue lo que aspira: entretener sin ninguna pretensión. No hay nada más salvo una nueva exhibición de uno de los actores jóvenes más interesantes de los últimos años y al que pronto veremos en otras latitudes. (50 de 100)


    Emilio M. Luna
    © Revista EAM / 51º Festival de Karlovy Vary



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