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    Cine Alemán Siglo XXI

    Festival de Karlovy Vary 2016 | Día 1. Críticas: Anthropoid / Little men / Collector / The lure

    Fuegos artificiales en Karlovy Vary

    Cantos de sirena

    Crónica de la primera jornada de la 51ª edición del Festival de Karlovy Vary.

    No existe nada peor que la música pop checa. Articulada sobre rimas y fusiones de diferentes estilos, es lo más parecido a una visita a un karaoke occidental a las tres de la mañana. Las melodías locales, en realidad, son una extensión del estatus cinematográfico del país centroeuropeo, anclado en un hieratismo tanto visual como narrativo y que tiene en Karlovy Vary la brecha para abrirse con timidez al resto del continente. Todo un reflejo del carácter e idiosincrasia de una nación que, por cuarto año consecutivo, nos ha acogido para dar cobertura a la 51ª edición del KVIFF. Un abrazo, con los citados acordes, que ponía fin a un viaje de ocho horas que tenía su punto de partida en el oeste de la península. Como ya hemos narrado en otras ocasiones, el trayecto desde el Ruzyne 2 de Praga hasta la capital del Karlsbad deja huella, aun con radiofórmula como fondo en el medio de transporte. En esta ocasión, y con unas ojeras que durarán al menos una semana, nos esperaba un nuevo centro de operaciones. El Malta Hotel, situado en la Kolonada, se halla justo en el epicentro del festival. En su parte frontal, pasa el río Teplá, guía y acompañante improvisado del visitante en la ciudad; en la trasera, un infinito mar de árboles que envuelven el centro longitudinalmente. El casco viejo contiene el aroma de las ciudades británicas; mezcla entre sobriedad y elegancia. Es el equilibrio entre el contraste que ofrece el paseo que va desde el Hotel Thermal, sede del Festival, y el gigante Grand Hotel Pupp, presente y pasado de una ciudad ya engalanada para su gran fiesta.

    Y sin dejar el leitmotiv musical a un lado, y tras la regulación burocrática, donde la organización del KVIFF demuestra que está muy por encima del resto de eventos, arribó el protagonista, arribó el cine. Y lo hizo con el ritmo y las coreografías de The lure, una rara avis proveniente de Polonia que no atrajo a demasiado público al Lazne III. Los asistentes quedaron atónitos ante un discodelirio con los suficientes detalles para apuntar el nombre de su directora. Ya al mediodía, tocaba el único pase de prensa del día, destinado a la apertura de la competición de East of the West con Collector, drama de intriga que vuelve a destapar las entrañas de la Rusia moldeada por Vládimir Putin. Justo después, turno para una propuesta esperada desde que fuera acogida en Sundance con comentarios sobresalientes. Little Men nos recuerda la sensibilidad de un cineasta como Ira Sachs, que se mueve en el drama íntimo con una soltura que abruma y emociona. Esta vez, con la relación de dos adolescentes como eje. Mucho más grandilocuente se presentaba la apertura oficial del Festival. Con Anthropoid recorremos las calles de Praga para asistir a una constante en el cine sobre la II Guerra Mundial reciente: los planes de eliminación de líderes nazis. La presentación del nuevo filme de Sean Ellis supondrá uno de los hitos mediáticos, junto a los homenajes a Jean Reno y Willem Dafoe, de esta entrega. La llegada del actor principal, Jamie Dornan, provocó la algarabía y algún otro desmayo entre una marabunta de espectadores y espectadoras que anhelaban inmortalizar la entrada al Grand Hall de Lord Grey. Y eso que el sol de Karlovy Vary decidió vestirse de gris. Esperemos que el fervor que sintió Dornan no sea preludio de ese calor húmedo e inmisericorde que ha azotado otros años a este coqueto balneario.

    Anthropoid

    ANTHROPOID

    Sean Ellis, República Checa, Francia, 2016 / SPECIAL EVENTS: INAUGURACIÓN.

    La nueva película de Sean Ellis, firmante de las meritorias Cashback (2006) y Metro Manila (2013), es una caja de sorpresas. Y todas negativas. Huelga decir que poco o nada tiene Anthropoid de las trazas identitarias del director británico. Estamos ante una obra de encargo, diseñada y producida por la televisión checa con el objetivo de homenajear a los héroes de la resistencia praguense en la II Guerra Mundial. Eso sí, comandado por tres actores de renombre que sirven de reclamo para un trabajo más cercano al telefilme de canal local que a una apertura de un Festival de Categoría A. Cillian Murphy (Jan Kubiš) y Jamie Dornan (Jozef Gabčík) dan vida a dos insurgentes, eslovaco y checo, respectivamente, que, tras un tiempo en el exilio, vuelven a su nación apoyados por el ejército británico para cumplir una misión que debe cambiar los designios de la Ocupación Nazi en la capital de Checoslovaquia: la eliminación de Reinhard Heydrich, general de las SS, y uno de los miembros más importantes del III Reich, conocido por el vulgo como El carnicero de Praga. De antemano, que la cinta esté rodada en inglés quiebra toda atmósfera al mezclarse los acentos británicos de los intérpretes principales, a los que se une el inefable Toby Jones, con los de los actores franceses, alemanes y checos que completan el elenco. Un crisol idiomático que afecta tanto a su credibilidad como a su comprensión. Y si un futuro doblaje pudiera ser una tabla de salvación para el tercer largometraje de Ellis, se incorporan una segunda y tercera gran tara: el pobre diseño de producción y una inexistente dirección artística –ese primer asalto con errores de raccord—. Resalta la falta de presupuesto para dibujar una Praga desolada; lo que unido a la desubicación lingüística de los personajes y al paupérrimo guion de Anthony Frewin y el propio Ellis, cuyos personajes vagan sin pies ni cabeza, logran que una ficción sobre una situación límite carezca de nervio. Pero aún hay más. Jamie Dornan demuestra una falta de recursos expresivos similar a la que ofreció Orlando Bloom en su caracterización de París en Troya (2006), dos papeles con más de una concomitancia. Su rostro pétreo y desangelado consigue que al espectador le importe muy poco su destino, así como esa historia de amor forzada cercana a la vergüenza ajena que destapa un sonrojante mal uso de la elipsis. Con ello, y pese a ese final que demanda la redención –secundada por la dirección de fotografía de Ellis y la partitura de Robin Foster–, estamos ante una de las peores películas de los últimos años. Ni Cillian Murphy, Harry Lloyd o la siempre eficiente Anna Geislerová logran levantar un drama prediseñado para alcanzar un cénit en la Catedral de los Santos Cyril y Methodius que una vez más vuelve a subrayar la carestía de una producción inane. (10 de 100)

    Collector

    COLLECTOR

    Kollector, Alexei Krasovskiy, Federación Rusa, 2016 / EAST OF THE WEST.

    ¿Recuerdan a Ivan Locke? El protagonista del filme de Steven Knight, Locke (2013), encarnado por un soberbio Tom Hardy, deambulaba por la Orbital londinense buscando respuestas a una coyuntura que lo atormentaba y que, con probabilidad, destrozaría los pilares de su vida. Locke, un capataz de obra a bordo de un BMW, intentaba decidir y paliar una situación a contrarreloj mediante el manoslibres de su automóvil. Un “on your own” que ya tuvo precedentes interesantes en Última llamada (Joel Schumacher, 2002) y Buried (Rodrigo Cortes) y que nos situaba a la par de un paladín inesperado y en soledad que lucha contra el tiempo por su vida. Siguiendo esta estela se encuentra el debut de Alexei Krasovskiy, un thriller de suspense que, al igual que la cinta de Knight, esconde sus cartas y capas con destreza. Arthur es un cobrador de morosos cínico y con talento. Cuenta con todos los recursos verbales y emocionales para acosar y derribar a su víctima, amparado por una gran multinacional. En un día cualquiera, que comienza con un atropello con su coche a un perro en las calles de Moscú narrado a cuentagotas por él mismo, se va a encontrar con una disyuntiva que pone en peligro su reputación y su propia vida. Una circunstancia que parece impensable si atendemos a su prólogo, cargado de ironía y de ese humor tan propio del villano soviético retratado desde Occidente. Krasovskiy presenta a Arthur como el paradigma del nuevo capitalismo ruso, como el arma de los gigantes para aterrorizar y devastar al modesto. Por supuesto, solo por unos minutos. Tras una llamada anónima, se desatará un torbellino de dudas por resolver y un minutero implacable al acecho. Pese a ser un primerizo, el cineasta de Gorky, habitual escritor televisivo, apunta una gran pericia en el manejo de los tiempos, dotando al relato de una estructura anatómica coherente y que logra mantener la tensión en todo momento. Ayuda, y mucho, la excelente interpretación de Konstantin Khabenskiy, capaz de transmitir el carisma y la empatía necesaria, convirtiéndolo en un héroe muy a su pesar. Pese a ser un largometraje rodado en solo un escenario, oxigenado por tomas externas desde este, Collector es todo un prodigio visual, que logra esa hipnosis necesaria para acometer un clímax final que deja una huella perdurable; un thriller que alcanza lo imposible: la emoción. Desde ya una de las grandes sorpresas del festival que, sin lugar a dudas, traspasará las fronteras checas dispuesto a conquistar el otro lado del Atlántico. Primera joya a revisitar. (80 de 100)

    Little men

    LITTLE MEN

    Ira Sachs, Estados Unidos, 2016 / HORIZONS.

    Existen pocos directores contemporáneos capaces de retratar los estratos, las relaciones interpersonales y familiares como Ira Sachs. El veterano realizador de Memphis abandona –eso sí, no parte de su subtexto— la temática LGTB con la que nos entregó las notables Keep the lights on (2012) y El amor es extraño (2015) para centrarse en una relación de amistad fugaz, la de dos chicos que conviven por avatares en un edificio de Brooklyn. Es la historia de Jake (un colosal Theo Taplitz), un adolescente brillante, introvertido y solitario que pasa sus ratos no lectivos estudiando o dibujando, y Toni (Michael Barbieri), un chileno de la misma edad que juega al fútbol en el instituto. Ambos se conocen tras la muerte del abuelo del primero, que a su vez mantenía un idilio con, Leonor, la madre (Paulina García) del segundo. Una maraña que tendrá un condicionante más: los padres de Jake (Greg Kinnear y Jennifer Ehle). El matrimonio, ahogado por las deudas, se quedará con el inmueble del difunto y reclamará la propiedad de la sastrería que regenta la citada madre de Toni. Un punto de partida bastante convencional que en las manos de Sachs, en cambio, se convierte en no solo un retrato de la infancia sensible y realista; también una representación fidedigna de cómo el paso de los años y la madurez corrompen los códigos comunicativos, representados por los roles adultos. Pese a que ya desde su inicio Little Men se acoge a todos los estilemas del cine independiente estadounidense con la resonancia del piano de Dickon Hinchlie, se desmarca con celeridad y con mucha sutileza. Sobre todo gracias al lenguaje no verbal de unos chicos que viven despreocupados por crecer, muy lejos de la alienación de la adultez en la que se hallan encerrados sus padres. Sachs abre un vano reconocible, basado en la sencillez y la cotidianeidad. Sus personajes se desnudan con autenticidad ante nuestros ojos. Solo necesitan jugar para vivir. Sachs corresponde a sus dos jóvenes actores con el corazón de la película. Unas interpretaciones soberbias llenas de honestidad que ofrecen una mirada lúcida de la Nueva Norteamérica. La global, la gentrificada. (85 de 100)

    The lure

    THE LURE

    Córki Dancingu, Agnieszka Smoczynska, Polonia, 2016 / ANOTHER VIEW.

    Al contrario que otros países colindantes, Polonia, desde hace un lustro, ha abierto las puertas de una industria alejada de los estereotipos eslavos. Parte de culpa la tiene el gobierno polaco con sus ayudas al cine y, ante todo, la formación de nuevos cineastas en los diferentes centros de realización audiovisual de Varsovia, Katowice, Lodz y Poznan. A esto, se unen los acuerdos con naciones como Suecia o Dinamarca que han posibilitado una relación bilateral fructífera, como demuestran creaciones del estilo de Obietnica (Anna Kazejak, 2014) o The here after (del sueco Magnus von Horn, 2015), ambos exhibidas en los dos últimos años en el KVIFF. Un tipo de cine que se mueve en otros parámetros mas relacionados con los estándares del cine independiente estadounidense exhibido en certámenes como Tribeca, SXSW o Sundance que con la nueva ola de cronistas sociales del viejo continente. Precisamente, en Park City tuvo su estreno la ópera prima de Agnieszka Smoczyńska, The lure, una fábula romántica en clave musical que sustituye a los vampiros, como iconos recientes del género, por sirenas con resultado desigual. Smoczyńska, instruida en la Krzysztof Kieślowski Film School de Katowice, se apoya en los recuerdos de una infancia marcada, cinematográficamente, por el terror, el thriller, el musical y los cuentos de hadas. Y así, como un cuento contemporáneo de Hans Christian Andersen, comienza el filme. Dos sirenas descarriadas surgen en la orilla del río Vístula al reclamo de la música de un terceto que celebra embriagado otra noche más de éxito en un Night Club de Varsovia. En esa primera secuencia, se establecen las bases de The lure, que no son otras que el juego de contrastes, la relación amor-muerte y el uso de recursos extradiegéticos para transmitir suspense. Con todo, el valor de esta propuesta reside en sus números musicales, que, si bien no aportan nada a una escuálida trama, logran transportar al espectador a una Polonia anacrónica para que asista a una parodia sobre el amor imposible entre un bajista y la más ingenua del dúo de criaturas, Silver ((Marta Mazurek). El contrapunto dramático lo aporta la partener de esta, Golden, corporeizada por una convincente Michalina Olszańska –protagonista también del hit de la Berlinale I, Olga Hepnarova—, que es el motor del libreto de Robert Bolesto y cuyas andanzas descubrirán la verdadera naturaleza de estos mitos acuáticos. Así pues, y acompañados por unas coreografías que sacan el máximo partido a la fotografía de Kuba Kijowski, The lure se mueve entre el humor absurdo y una lírica desconcertante. Sin ningún Jason (el capitán de los Argonautas) que medie, es evidente el afán transgresor y polemista de Agnieszka Smoczyńska, que, como hiciera Malgorzata Szumowska en Amarás al prójimo (2013), dibuja la ortodoxia estamental y social de la Polonia presente con una alegoría que busca más con ahínco la sonrisa que arribar a la memoria. Su final, todo un Líber Monstrorum, recalca la eficiencia técnica de un largometraje destinado a causar furor en festivales de género pero que se queda en una simple excentricidad por la poca enjundia de su narrativa. (55 de 100)


    Emilio M. Luna
    © Revista EAM / 51º Festival de Karlovy Vary



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