Una educación sentimental
crítica de El verano de Sangaile (Sangaile vasara, Alanté Kavaïte, Lituania, 2015).
En toda construcción social, independientemente de las particularidades contextuales propias de cada entorno, existen elementos que demarcan y guían el desarrollo de los acontecimientos propios a su cotidianidad. El componente ritual ha sido desde la noche de los tiempos un pilar fundamental en el devenir de nuestra especie y ha estado presente en cada uno de los momentos estelares de la humanidad, incluso antes de existir una tipificación científica al respecto. Antes del aprendizaje del lenguaje, los Primeros Hombres ya eran conscientes de la importancia de la ritualidad, un factor que dividía y ordenaba en secuencias más o menos mensurables algo tan inabarcable como puede ser una vida. En todas las comunidades han existido y existirán, sin duda alguna, mecanismos que cumplen esta función tan necesaria. Y para entender mejor este concepto del Rito no haría falta siquiera citar a Lévi-Strauss —aunque convendría, pues el gran pensador tiene bastante que decir al respecto de estos actos en secuencia cargados de simbolismo codificado culturalmente—, ni acudir al manido y recurrente ejemplo de los aguerridos adolescentes de Vanuatu, en el Pacífico Sur, quienes saltan desde lo alto de una torre de madera atados con una liana en sus tobillos y regresan de este proceso convertidos en adultos. A nuestro alrededor conviven cientos de distintos actos rituales de paso con los que interactuamos inclusive sin reparar en su simbolismo. Y lo cierto es que en una etapa vital tan susceptible, tan vulnerable al cambio y la catarsis como es la adolescencia, somos extremadamente proclives a dejarnos seducir por el misticismo cotidiano.
La directora lituana Alanté Kavaïte ha decidido abordar en su segundo largometraje este momento tan concreto del desarrollo sociocultural humano. El verano de Sangaile (Sangaile vasara, 2015) se estrenó el pasado año en distintos festivales cinematográficos a lo largo del Globo, obteniendo especial reconocimiento en Sundance, donde fue premiada con el galardón a la mejor dirección (internacional) —un certamen que exhibió la temática antes mencionada en otros formatos, como el documental The wolfpack (Crystal Moselle), también premiado—. ¿Qué tiene que ver la ritualidad con una historia cotidiana de despertar sexual en la adolescencia? Todo. El filme abre con una atención constante de la cámara al vuelo de un avión acrobático que desafía cualquier ley física, ejecutando espectaculares movimientos, mientras abajo, a ras de suelo, la joven y tímida Sangaile (Julija Steponaityte) observa embelesada. A su vez, la también joven y embelesada Auste (Aiste Dirziute) la observa a ella. Ambas exhiben un remanente de la fragilidad infantil en sus palabras dubitativas, en el entorno pausado y hermoso en el que se desarrollan los largos y cálidos días del verano. Las tardes en la orilla de la laguna, la risa espontánea y el chisporroteo del fuego forman parte de los elementos recurrentes, el paisaje emocional que precipita los acontecimientos posteriores. He aquí donde se percibe inevitablemente el movimiento de los individuos en su transición hacia un nuevo estado, una etapa que podría denominarse “liminar”, fronteriza. Sangaile experimenta procesos paralelos de autodescubrimiento: el despertar sexual como una consecuencia natural y la decepción subsiguiente; la reafirmación como sujeto, la redefinición de su sexualidad frente a los modelos retrógrados o preestablecidos y la genuina felicidad ante la transgresión. Lejos de aquella obra maestra que fue La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013) y su épica de la intimidad, las pretensiones de Kavaïte rozan lo modesto, con una intención decididamente deliberada.
«Sangaile experimenta procesos paralelos de autodescubrimiento: el despertar sexual como una consecuencia natural y la decepción subsiguiente; la reafirmación como sujeto, la redefinición de su sexualidad frente a los modelos retrógrados o preestablecidos y la genuina felicidad ante la transgresión. Lejos de aquella obra maestra que fue La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013) y su épica de la intimidad, las pretensiones de Kavaïte rozan lo modesto, con una intención decididamente deliberada».
Si en una primera capa hallamos una historia sencilla, quizás relativamente extrema, por el contrario, en una lectura más profunda, nos topamos con interesantes mecánicas de juegos con la numerología y un sistema de simbolismo en el que la sangre representa la autodestrucción —y la familia desestructurada— pero también la furiosa juventud, y la herida abierta es el sexo y el pacto en la memoria de la piel. El trabajo fotográfico de Dominique Colin ofrece asimismo un enfoque sencillo, sin acrobacias estéticas que, sin embargo, transmite la sensibilidad necesaria para acompañar el relato, gracias a algunos inspirados planos en contrapicado y el constante uso del contraluz. Estos elementos, empero, no son suficientes para configurar un resultado brillante. El guion se resiente a lo largo del metraje y sus últimos compases se perciben como diluidos en agua. ¿Falla entonces El verano de Sangaile? No, desde luego. No diremos que es una película fallida. Presenta interesantes cuestiones tanto argumentales como discursivas en la representación de la ritualidad, asociada a cierto estrato sociocultural occidental. Pero lo cierto es que el maniqueísmo en algunos de sus entornos, situaciones y diálogos lleva a concluir que los personajes aquí presentes existen como meras funciones de la narración, catalizadores sin entidad propia, lastrando un resultado más pulido. Kavaïte no pretende competir con la antes citada obra de Kechiche, ni mucho menos con aquel retrato antropológico de la belleza cotidiana que fue Boyhood (2014); simplemente cumple una funcionalidad cultural, con intenciones artísticas, claro, y elementos destacables, sin aspirar nunca a la perfección o a la trascendencia a través de los siglos. | ★★★ |
Luis Enrique Forero Varela
© Revista EAM / Berlín
Ficha técnica
Lituania, Francia, Países Bajos, 2015. Título original: Sangaile vasara. Directora: Alanté Kavaïte. Guion: Alanté Kavaïte. Productora: Fratila Films / Les Films d’Antonine / Viking Film. Fotografía: Dominique Colin. Montaje: Joëlle Hache. Diseño de producción: Ramunas Rastauskas. Música: Jean-Benoît Dunckel. Intérpretes: Julija Steponaityte, Aiste Dirziute, Jurate Sodyte, Martynas Budraitis, Laurynas Jurgelis, Nele Savicenko, Inga Salkauskaite, Gaile Butvilaite. Presentación: Festival de Sundance 2015.