No hay progreso sin regreso
crítica de Mediterranea (Jonas Carpignano, Italia, 2015).
Uno de los temas más peliagudos que remueven en la actualidad el viejo continente es el de los refugiados, el de quienes huyen de su tierra natal debido a la guerra o la penuria y tratan de labrarse un nuevo futuro entre nosotros. La emigración ha sido constante por causas similares a lo largo de la historia, pero en los últimos meses ha cobrado mayor relieve en particular por el conflicto en Siria, que es el que ha incentivado a la mayor parte de estos exiliados. La respuesta que ha dado la Unión Europea a este fenómeno no ha sido todo lo digna que cabía esperar, pues sus Estados miembros no se han solidarizado lo suficiente como para organizar y asegurar su acogida. Ello ha dado lugar a acciones desesperadas e incidentes vergonzosos, patentes en los viajes inhumanos que emprenden estas personas para estrellarse contra las rocas antes de llegar a puerto, o para malvivir en campamentos antes de ser desplazados o devueltos a su punto de partida. Los pocos que sí logran alcanzar su destino tampoco tienen garantizado el bienestar que promete nuestra democracia, ya que tras las complicaciones idiomáticas, culturales o laborales que deben superar, afrontan el más global e irresoluble de la plena aceptación, aun sabiendo que en el camino no han podido abandonar del todo sus raíces. La ganadora el año pasado de la Palma de Oro, Dheepan (Jacques Audiard, 2015), trató toda esta problemática de un modo un tanto ficticio pero a la vez muy verídico, reformulando estos hechos desde una perspectiva de género para mostrar cómo por muy lejos que llegue alguien que ha dejado atrás un conflicto latente, éste lo perseguirá hasta donde esté ahora. Es oportuno traer a colación esta cinta porque, aunque bajo otra geografía y otro punto de vista, a ella remite sin duda la que es objeto de esta reseña, Mediterranea.
Presentada junto a Dheepan en Cannes, aunque en el apartado menor de la Semana de la Crítica, la ópera prima de Jonas Carpignano parte de un suceso real (como no puede ser de otra manera) para contarnos la historia de un hombre procedente de Burkina Faso, con quien nos encontramos en el norte de África liderando a un grupo de congéneres que quieren cruzar el mar para llegar a Italia. Entremedias toma bajo su protección a otro inmigrante, y juntos intentan sobrevivir primero a los ladrones que intentan impedir su viaje así como a la propia naturaleza que lo dificulta sin remedio, y luego en la periferia urbana del citado país europeo, donde se ha formado una especie de gueto entre otros expatriados de diversas nacionalidades. Realmente la travesía sólo ocupa una pequeña parte del metraje, aunque el título inducía a pensar que la desventura de estos personajes sería constante y traslativa. Es cierto que una vez en su hogar foráneo, el proceso de asimilación, que incluye el típico trabajo de recolección agrícola o unas insospechadas y potenciales amistades, ofrece una perspectiva evolutiva, pero enseguida la película se atasca un poco. Carpignano se preocupa por mostrar sin rodeos ni filtros la dureza cotidiana y su agrio panorama, lo cual es encomiable. Empero a veces conviene introducir cierta dosis de mayor suspense, aunque sea artificial, para transmitir toda la emoción y la carga del mensaje en cuestión. Una crítica similar realizábamos a propósito de Babai, nuestro anterior visionado de la sección de Fronteras que ha diseñado el Atlántida Film Fest de este año para este tipo de cine comprometido, por lo que el mismo muestra como defecto bastante generalizado el de priorizar el rigor sobre la conmoción. Algo que sería legítimo si no fuera porque un enfoque inverso podría ser más productivo para esta clase de historia.
«La lucha de un hombre contra su ambiente y consigo mismo, buscando refrenar sus instintos más insociables, a la vez que debe convivir con seres extraños, se compagina con una cierta nota de esperanza ya que no todos esos vecinos le desean el mal ni quieren que se vaya».
Es todavía más sorprendente la renuncia al lirismo que podría traer consigo la antedicha tragedia si tenemos en cuenta el equipo del que se ha rodeado Carpignano para llevarla a la pantalla. Hemos adelantado que ésta era su primera incursión en el largometraje, pero antes había trabajado en el departamento de dirección nada menos que de la aclamada Bestias del sur salvaje (Beasts of the Southern Wild, Benh Zeitlin, 2012). Ahí seguramente trabó amistad con sus implicados, ya que el propio Zeitlin y su colaborador entonces Dan Romer se encargan de la música de Mediterranea, mientras que el iluminador de aquella Wyatt Garfield es el operador de ésta, y en el montaje aparece el mismo Affonso Gonçalves, junto a los también experimentados (si bien con otros cineastas) Sanabel Cherqaoui y Nico Leunen. Respecto al citado filme de 2012, es curioso este parcial solapamiento de personal no sólo porque ambas películas casi no tienen nada en común, sino sobre todo porque es raro que una cinta en apariencia menor como ésta reúna este talento sin sacar provecho de él de una manera más visible para el espectador. Más luz arroja en cambio la analogía apuntada antes con Dheepan, que afecta hasta a su clímax y a detalles técnicos o narrativos. La lucha de un hombre contra su ambiente y consigo mismo, buscando refrenar sus instintos más insociables, a la vez que debe convivir con seres extraños, se compagina con una cierta nota de esperanza ya que no todos esos vecinos le desean el mal ni quieren que se vaya. El protagonista tiene los rasgos de uno entre otros muchos actores semiprofesionales, llamado Koudous Seihon, que antepone la media sonrisa a la lágrima viva ante lo que se le viene encima. Especialmente inusitada resulta su impasible reacción ante el asesinato de uno de los que le acompañan al comienzo del trayecto, aunque lo cierto es que esta pasividad es bastante generalizada. Parece que la mejor manera de soportar estas condiciones de vida es el hieratismo, aun contrastando con la inmediatez que recorre el relato, tanto desde un punto de vista estructural como visual. Los ocasionales brotes de emoción, ya sea por vía de estímulos externos (léase casi en exclusiva musicales) o por señas catárticas internas, son más impactantes de resultas de la anterior aspereza, aunque el discurso como consecuencia queda un tanto desdibujado e inconcluso. | ★★★ |
Ignacio Navarro Mejía
© Revista EAM / VI Atlántida Film Fest
Ficha técnica
Italia, Francia, Estados Unidos, Alemania & Qatar, 2015. Presentación: Festival de Cannes 2015. Dirección: Jonas Carpignano. Guion: Jonas Carpignano. Productoras: Audax Films / Court 13 Pictures / DCM Productions / Good Lap Production / Grazka Taylor Productions / Le Grisbi Productions / Maiden Voyage Pictures / Nomadic Independence Pictures / Sunset Junction Entertainment / TideRock Media / Treehouse Pictures. Fotografía: Wyatt Garfield. Montaje: Sanabel Cherqaoui, Affonso Gonçalves & Nico Leunen. Música: Dan Romer & Benh Zeitlin. Diseño de producción: Marco Ascanio Viarigi. Dirección artística: Alan Lampert & Paolo Nanni. Decorados: Jasmine E. Ballou & Lorenzo Nicolosi. Vestuario: Nicoletta Taranta. Reparto: Koudous Seihon, Alassane Sy, Aisha, Pio Amato, Zakaria Kbiri, Sinka Bourehima. Duración: 107 minutos.