Revirtiendo el crisol de razas
crítica de Mi hija, mi hermana (Les cowboys, Thomas Bidegain, 2015).
En 1996 Huntington publicaba el libro que le daría mayor fama, titulado El choque de civilizaciones. En él reaccionaba contra la tesis del fin de la ideología expuesta por Fukuyama, con antecedentes en la obra de Bell o Lipset, que vislumbraban un mundo en el que la ideología ya no desempeñaría un papel efectivo. Ello se debía a que, tras el fin de la Guerra Fría, debía asistirse a una expansión de la democracia liberal, destinada a triunfar cultural y políticamente. Frente a ello, Huntington anticipaba que el cese de la polaridad Este-Oeste no daría paso a una uniformización en torno a los valores occidentales, sino a un nuevo choque, ahora entre las grandes civilizaciones que él dividía en ocho: la europea occidental, la cristiana ortodoxa, la chino japonesa, la islámica, la hindú y más residualmente la africana, la latinoamericana y la budista. En particular sería la musulmana la más problemática, algo patente en las zonas fronterizas con culturas opuestas, como los Balcanes. Aunque este autor no concretaba el conflicto, sí lo presentaba como inevitable. Pues bien, cinco años más tarde los hechos vendrían a confirmar del modo más brutal la teoría de este politólogo, con los ataques del 11 de septiembre contra las torres gemelas en Nueva York, que reorientaron la política exterior de los Estados Unidos y por extensión la de sus aliados europeos hacia un enemigo común: el terrorismo yihadista. Y éste sigue siendo el enfoque dominante en la actualidad, sobre todo en los últimos meses debido a los avances del Estado islámico, la crisis de los refugiados y los atentados en París y Bruselas. Con ello se ha trasladado el peligro a nuestro territorio, poniendo de relieve la quiebra de las fronteras estatales tradicionales y la creación de antagonismos mucho más difusos, dada su superposición en una sociedad multicultural y globalizada.
Muy oportuno es entonces el estreno de Mi hija, mi hermana (Les cowboys), que sigue el discurso anterior y a la vez recupera su origen, ya que la historia comienza en 1995, un año antes del escrito de Huntington. Y a lo largo de la trama, que abarca más de una década, se citan los atentados del 11S, del 11M en Madrid y del 7 de julio de 2005 en Londres, que van marcando la progresión narrativa, ubicándonos en ella y recordándonos cada cierto tiempo sus implicaciones a gran escala. Pero la historia en sí huye de este tratamiento omnicomprensivo, por lo que la introducción general anterior también sirve como contraste ante una película caracterizada por su núcleo intimista y por tratar esta nueva guerra sólo de forma indirecta. En efecto, nos situamos lejos de las ciudades y los lugares a priori más conflictivos, en una pradera al este de Francia, donde los lugareños se reúnen en una fiesta country para bailar y pasarlo bien con su familia y amigos. En concreto nos interesa la familia formada por Alain (François Damiens) y Nicole Balland (Agathe Dronne) y sus hijos Georges alias Kid (Maxim Driesen y luego Finnegan Oldfield) y Kelly (Iliana Zabeth), entre los cuales reina una aparente armonía. Sin embargo la felicidad es efímera, ya que en algún momento del festejo Kelly desaparece sin dejar huella. El hecho parece al principio anodino, aunque el cambio de estilo (luminoso y fragmentado a lo Malick durante la celebración, más frío y pausado después) nos avisa de su ruptura y trascendencia. Esa primera secuencia funciona pues como prólogo aparte, para contextualizar el ambiente que da su título original a la cinta y no volver a él hasta muy avanzado el metraje. Además anticipa algunos detalles (la propia metáfora de estos vaqueros inmersos en la cultura norteamericana, incluidas sus banderas) que desde ya dotan de mayor poso al relato. En lo sucesivo éste gira en torno a la búsqueda fuera de su hogar que emprenden el padre y su hijo, para encontrar a su hija y hermana respectivamente: de ahí el título traducido al español, aunque el mismo pierda la mayor connotación del original.
«Bidegain demuestra una gran capacidad de condensación, logrando que su historia parezca mucho más compleja y prolongada de lo que realmente es. Para ello se apoya en una atmósfera elegante y a la vez opresora que enriquece la composición».
En particular esta ha permitido trazar una comparación con nada menos que la obra maestra de John Ford Centauros del desierto (The Searchers, 1956), donde también se seguía el rastro de una chica secuestrada por una etnia ajena. La imagen se vuelve incluso explícita cuando los buscadores se trasladan al desierto árabe y montan a caballo para llegar a uno de sus destinos. Pero estas similitudes son superficiales, y estamos muy lejos de la reformulación de algo pasado, precisamente por lo actual que resulta el libreto. Firmado por Thomas Bidegain y Noé Debré, guionistas entre otros de la reciente Dheepan (Jacques Audiard, 2015), su preocupación por la penetración del islam o de otras religiones en Francia, y por la convivencia de seres extraños destinados a entenderse pese a la violencia que les rodea, es algo que recorre ambos filmes. Y aunque se trata de una temática atemporal, los sucesos del presente le dan mayor significación. De esta manera nos suelen llegar noticias de jóvenes europeos, de todos los niveles sociales, que han sido reclutados en las filas del fanatismo y que a veces regresan a su país de origen convertidos en terroristas. Por tanto, en Mi hija mi hermana la exploración tiene inicialmente un núcleo sólo personal, pero enseguida adquiere un tono sociopolítico, como reflejan el interés del Ministerio del Interior por la desaparición, y luego las alusiones que conlleva al yihadismo. Lo curioso es que pese a este contenido múltiple y gradual, extendido en el tiempo, el metraje no llega a las dos horas de duración. Bidegain demuestra entonces una gran capacidad de condensación, logrando que su historia parezca mucho más compleja y prolongada de lo que realmente es. Para ello se apoya en una atmósfera elegante y a la vez opresora que enriquece la composición, alterando ocasionalmente la cámara móvil con la cámara fija, como adelantábamos, y haciendo un uso muy marcado de la música y las transiciones para armonizar un relato que por sus ramificaciones podría haberse vuelto desordenado. En este sentido destaca su estructura simétrica, tanto de forma global, a través de la huida inicial de una chica y la llegada final de su reflejo (no damos más detalles); como de forma parcial, por ejemplo en el primer acto con dos planos prolongados que van abriendo el cuadro antes de sus respectivas elipsis. Todo ello revela la sabiduría de alguien que, con su ópera prima, toca temas muy importantes de la actualidad y de siempre, conformando en definitiva uno de los debuts más maduros que se recuerdan. | ★★★★ |
Ignacio Navarro Mejía
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Francia, 2015. Dirección: Thomas Bidegain. Guion: Thomas Bidegain & Noé Debré. Productora: Les Productions du Trésor. Fotografía: Arnaud Potier. Montaje: Géraldine Mangenot. Música: Moritz Reich. Dirección artística: Merijn Sep. Vestuario: Divya Gambhir, Nidhi Gambhir & Emmanuelle Youchnovski. Reparto: François Damiens, Finnegan Oldfield, Agathe Dronne, Ellora Torchia, Iliana Zabeth, John C. Reilly. Duración: 104 min.