De mortales heroicos y deidades humanizadas
crítica de Dioses de Egipto (Gods of Egypt, Alex Proyas, EE. UU, 2016).
Ridícula. Hortera. Basura. Estos son algunos de los despiadados calificativos que le han llovido a la que, con toda seguridad, se trate de la película más vilipendiada de la temporada: Dioses de Egipto. Ni siquiera Warcraft: El origen (Duncan Jones, 2016) ha sido capaz de despertar tantos odios como esta superproducción de 140 millones de dólares que, para redondear su aura de desastre absoluto, se ha estrellado de forma monumental en la taquilla, recaudando, prácticamente, la misma cifra en todo el mundo, como consecuencia directa de las pésimas críticas que la han acompañado desde su estreno. La cuestión es que estamos ante un producto que, desde la salida de los primeros tráileres, se prestaba con facilidad a la campaña de demolición, presentando una visión de la mitología egipcia bastante arbitraria, con saturación de unos efectos CGI casi tan cantosos como el anaranjado bronceado que luce Gerard Butler en su encarnación de desatado supervillano. Sin embargo, si nos acercamos sin demasiados prejuicios a la cinta, lo que encontramos es un blockbuster tan entretenido como el que más, que cumple con creces con su cometido de ofrecer dos horas de espectáculo tan sano como liviano. Es posible que la mayor sombra con la que tenga que competir Dioses de Egipto sea la trayectoria anterior que su director, Alex Proyas, arrastra dentro del género fantástico. Contar en su haber con un par de títulos de culto como El cuervo (1994) y Dark City (1998) –toda una joyita de la que las hermanas Wachowski tomaron ideas para su exitosa trilogía de Matrix–, y, dentro de un tono más comercial, la competente fábula futurista Yo, robot (2004) protagonizada por Will Smith y la curiosa Señales del futuro (2009), uno de los vehículos más reivindicables de los perpetrados por el Nicolas Cage de los últimos años, hace que las comparaciones de su nuevo trabajo con ellas sean odiosas.
Los guionistas de obras tan poco inspiradas como Drácula, la leyenda jamás contada (Gary Shore, 2014) o El último cazador de brujas (Breck Eisner, 2015) entregan una historia funcional, mil veces vista y con todos los ingredientes típicos del subgénero de espada y brujería metidos con calzador. En el Antiguo Egipto, en una época en la que dioses de sangre dorada convivían entre mortales con absoluta normalidad, el malvado Set, dios de la guerra, el caos y el desierto,asesina a su hermano Osiris, deidad de la vida y la naturaleza, y destierra al hijo de éste, el señor de os cielos Horus, después de arrancare los ojos, fuente de su poder. Con Set en el trono de Egipto, la humanidad se enfrenta a una era de oscuridad y tiranía en la que los mortales son esclavizados para construir un descomunal obelisco que honre al nuevo rey. Por supuesto, un insignificante ladronzuelo llamado Bek se convierte en héroe a la fuerza y auténtica esperanza para acabar Set, empujado por la fuerza del amor que profesa hacia una joven esclava a la que solo los dioses pueden ayudar a rescatar del mundo de los muertos. No hay nada en el relato que no hayamos visto en multitud de títulos anteriores, desde luego, pero sí cuenta con elementos suficientes (sobre todo, en su apartado visual) como para que el buen hacer de Proyas no acabe sepultado por completo. Lo primero que hay que asumir para disfrutar de un producto como Dioses de Egipto es que no estamos ante una lección de Historia ni pretende trascender más allá del divertimento deliberadamente kitsch que es. Desde las primeras imágenes, Proyas deja bien clara su apuesta por un recargado look digital en el que los apabullantes escenarios (imposibles esfinges y pirámides habitadas de multitudes virtuales), los abundantes monstruos, criaturas y demás deidades –capaces de mutar en doradas armaduras al más puro estilo de Los caballeros del Zodiaco y que guardan la misma fidelidad a la mitología egipcia que las aventuras de Percy Jackson a la griega–, y las dinámicas escenas de acción tienen más importancia que los propios personajes y la propia historia.
«Secuencias como el ataque de las diosas de la guerra Anat y Astarte a lomos de las serpientes gigantes, o el tenebroso pasaje que gira en torno al Juicio de Osiris –donde se atisba algo del mejor Proyas, el más oscuro– destacan en medio de un conjunto irregular pero siempre atractivo a nivel estético y con una épica banda sonora de Marco Beltrami que está a la altura de las circunstancias».
Mientras que Nikolaj Coster-Waldau y la bella Elodie Young parecen pasárselo genial en la piel del orgulloso Horus y Hathor, la seductora (y traviesa) diosa del amor, respectivamente, y Gerard Butler pasa de marcar abdominales como el heroico Leónidas de Esparta de 300 (Zack Snyder, 2006) a convertirse, con cierto desparpajo, en el malvado de la función; menos inspirado se muestra el joven Brenton Thwaites como un héroe terrenal de manual, casi un sosias del Matthew Broderick de Lady Halcón (Richard Donner, 1985), sobre el que se sostiene la mayor parte del protagonismo de la cinta. La veteranía (y ese toque de distinción que nunca puede faltar en este tipo de productos) la pone Geoffrey Rush en su bizarra aproximación a Ra, un dios que, a bordo de una nave que él mismo maneja, solo vive para orbitar alrededor del sol mientras lo protege de los constantes ataques de una especie de monstruoso gusano gigante que amenaza con devorarlo. Esta es una de las muchas licencias que hacen que la película sea tan anacrónica y loca que, por momentos, rememore más a aquellas entrañables fantasías de Luigi Cozzi tipo Star Crash (1978) o Hércules (1983) –sí, la de Lou Ferrigno– que a aventuras mitológicas de toda la vida como Jason y los argonautas (Don Chaffey, 1963) –claro modelo que siguen los guionistas en su concatenación de peripecias fabulosas– o Furia de titanes (Desmond Davis, 1981). En este aspecto, Dioses de Egipto hace bien no tomándose a sí misma demasiado en serio, incluyendo unas buenas dosis de sentido del humor que hacen que el filme sea más divertido que otro fiasco reciente de similares características como fue Immortals (Tarsem Singh, 2011). Secuencias como el ataque de las diosas de la guerra Anat y Astarte a lomos de las serpientes gigantes, o el tenebroso pasaje que gira en torno al Juicio de Osiris –donde se atisba algo del mejor Proyas, el más oscuro– destacan en medio de un conjunto irregular pero siempre atractivo a nivel estético y con una épica banda sonora de Marco Beltrami que está a la altura de las circunstancias. Todo lo fallida que se quiera, Dioses de Egipto acaba revelándose como una montaña rusa de lo más disfrutable; antepenúltima representante de la eterna batalla del Bien contra el Mal, cargada de tópicos y lugares comunes, pero que, a pesar de su generosidad de medios, prefiere jugar en una agradecida liga de serie B excéntrica y marcadamente pulp que, tocada por el sentido de la maravilla de Ray Harryhausen, parece dirigida más por el Stephen Sommers de La momia (1999) que por el autor de Dark City (1998). | ★★ ½ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2016. Título original: Dioses de Egipto. Director: Alex Proyas. Guion: Alex Proyas, Matt Sazama, Burk Sharpless. Productores: Basil Iwanyk, Alex Proyas. Productoras: Summit Entertainment / Mystery Clock Cinema. Presupuesto: 140.000.000 dólares. Fotografía: Peter Menzies Jr. Música: Marco Beltrami. Montaje: Richard Learoyd. Vestuario: Liz Keogh. Reparto: Nikolaj Coster-Waldau, Gerard Butler, Brenton Thwaites, Elodie Yung, Courtney Eaton, Geoffrey Rush, Rufus Sewell, Chadwick Boseman, Bryan Brown, John Samaha, Rachel Blake, Emma Booth, Abbey Lee.