Gran broche
Crónica de la undécima jornada de la 69ª edición del Festival de Cannes.
Cannes cierra sus puertas un año más al evento cinematográfico más importante de Europa y, para celebrarlo, no podríamos haber pedido una película mejor con la que clausurar la sección oficial. Paul Verhoeven lograba la ovación casi unánime con su última y magnífica obra: Elle, con una Isabel Huppert simplemente espectacular. El realizador presenta un trabajo incómodo y visceral que ahonda en algunos de los temas más delicados de nuestros días, y lo hace con esa sencilla indiferencia por el qué dirán y su indiscutible maestría narrativa. A continuación, asistíamos a la italiana Fai bei sogni, del veterano Marco Bellocchio, un relato episódico sobre el crecimiento de un niño enfrentado a una pérdida dramática que lo ha coartado en todas las facetas de su edad adulta. Tras ella decidimos asistir a la proyección de la ganadora del premio Label Europa Cinemas, de la Quincena de Realizadores: Mercenaire, ya que no tuvimos oportunidad de ver, el día de su estreno, este drama deportivo-social que sigue los pasos de un guerrero maorí atemporal. Con esta película nos despedimos del festival un año más, con la noticia de que, la ya comentada en esta revista, The Happiest Day in the Life of Olli Mäki se alzó con el gran premio en la sección Una cierta mirada. Mañana saldremos de dudas con respecto a la sección oficial.
A modo personal, destacar el gran placer que ha supuesto la oportunidad de asistir a un evento tan apasionante y lleno de emociones como es el festival de Cannes, y agradecer a todos los lectores su fiel seguimiento. Esperamos haber podido satisfacer las dudas iniciales sobre las películas que ya empiezan a colmar las listas de los estrenos más esperados. Unas cintas a las que, a lo largo del año, les dedicaremos un análisis más exhaustivo y unas letras en profundidad, ya alejados del ajetreo y la vivacidad que imperan en la Croisette. Como recomendación, completamente subjetiva, y dirigida a los admiradores de la experimentación, la trasgresión del lenguaje cinematográfico, la renovación conceptual de la forma fílmica y, sobre todo, a los fans de Nicolas Winding Refn: no se pierdan esa maravilla llamada The Neon Demon, disfruten de ella con calma y con la paciencia de un buen observador pues, en su entregada contemplación sosegada, hallarán ese adictivo regalo sensorial que Refn nos tenía preparados.
ELLE
Paul Verhoeven, Francia, 2016 / COMPETICIÓN.
La importancia de Verhoeven como director radica en la firmeza de su carácter y la inflexibilidad con la que mantiene su dramaturgia en un sector que niega segundas oportunidades a los realizadores que no esconden su osadía y demuestran una explicitud escénica tan incómoda como la del holandés. Showgirls fue el pretexto que Hollywood estaba esperando para torpedear la carrera de este rebelde redimido. El problema principal de aceptación que tuvo esta película fue que la industria se empeñó con todas sus fuerzas en definirla y encasillarla en el ignominioso género pornográfico. Esta abyecta maniobra condenó a Verhoeven, y a su fantástica sátira, al ostracismo público y a la vergüenza. El público no estaba preparado para dar una oportunidad a un filme X y enfrentarse a la opinión estandarizada y las etiquetas de sórdida perversión. Así, del mismo modo que con aquella obra hizo tambalearse los pilares del sistema político norteamericano, al testimoniar con valiente sagacidad la podredumbre de un régimen tendente a mezclar capitalismo con prostitución, con Elle, busca un ataque mucho más individualizado, a la clase alta y acomodada, insensible y desprovista de sentimientos, que se muere de asco al enfrentarse cada mañana a su repugnante e insoportable imagen reflejada en el espejo.
La brutal premisa inicial de Elle, en la que una mujer se enfrenta con insólita fortaleza a una de las pesadillas más espantosas y despreciables que podemos imaginar, nos transporta, una vez más, a un mundo de segundas y terceras intenciones en el que tendremos la posibilidad de observar, desde una nueva óptica, el papel de la mujer dentro de la globalidad social contemporánea y, más específicamente dentro de un reducido y exclusivo grupo, el del éxito y la depredación laboral y sexual. El director deja muy claro que en su implacable crítica no habrá sitio para la distinción de sexos; todos son víctimas de algún atentado, como también todos son culpables de algún otro. La primera escena del filme nos deja escuchar el terrorífico momento en el que una mujer es brutalmente violada. La cámara se mantiene fuera de campo, dejando la pantalla en negro al comienzo, y enfocando posteriormente el rostro inexpresivo e indolente de un gato, presumimos que mascota de la agredida, que representa la mirada externa del espectador y, muy posiblemente, la de la globalidad social contemporánea, egoísta y demasiado preocupada por sus “first world problems” como para que le importe un ardite el sufrimiento ajeno. En un extremo de este acto inicial, encontramos la soledad de la mujer que se niega a aceptar un rol de desamparo y abjura con plena convicción y arbitrio de su posición victimista, siempre relegada a un segundo plano de inferioridad dentro del patriarcado establecido por un sistema en el que sólo los hombres pueden solucionar los problemas que ellos mismos originan. En el otro se encuentra la hipocresía testimonial y la manipulación despótica del hombre que alcanzará una proyección absoluta al establecerse una conexión entre depredación sexual doméstica y laboral, y depredación sexual criminal, es evidente que una de las obsesiones de Verhoeven es evidenciar la inestabilidad y fragilidad de la fina línea que separa la una de la otra.
Verhoeven recurre, para su primera incursión en el cine francófono, a uno de los autores contemporáneos más relevantes de la literatura del país galo. Adaptando la novela Oh…, de Pilippe Djian, el realizador pone de manifiesto la perfecta sincronía entre su estilo descarnado y la prosa cruda, expeditiva e inapelable del escritor parisino, discípulo de Miller y la posterior generación Beat, Djian celebra la tradición erótica y salvaje de sus personajes y su inseparable conexión con las experiencias traumáticas que éstos atraviesan. La carga traumática que arrastra la protagonista, y que viene de mucho más allá de la reciente violación, resulta tan obvia por el comportamiento de ésta frente a las acciones cotidianas, como por determinados momentos de tensión con el resto de personajes: “Desgraciada tú y tu padre”, le increpa repentinamente una desconocida sin motivo aparente. Las reticencias de Michelle a denunciar el desagradable suceso, se explican mediante un sentimiento de incredulidad en la eficiencia policial. Un trauma que enfoca unívoca e inequívocamente hacia la figura paterna, de quien, por algún hecho inicialmente desconocido, la mujer ha preferido establecer una distancia irreductible debido a problemas irreconciliables. Se aprecia que la vida de la protagonista ha estado rodeada de figuras masculinas monstruosas: su padre, su agresor, su exmarido quien, pese a conservar una estrecha relación de amistad, la maltrató, originando así el motivo de su separación, un hijo con quien no consigue establecer una verdadera conexión de afecto... todos estos elementos se conjuran para justificar el defensivo y frío carácter de la mujer. Un diálogo crudo y grotescamente cómico va eliminando capas de superficialidad en la identidad de los personajes, mientras va destapando los detalles más relevantes y sorprendentes de las incógnitas planteadas. Pese a su dureza, el texto discurre con fluida armonía y se sustenta en un lenguaje exquisito y preciso que contrasta con la vulgaridad mostrada por los protagonistas de carne y hueso que pueblan su universo literario. (80 de 100)
FAI BEI SOGNI
Marco Bellocchio, Italia, 2016 / QUINCENA DE REALIZADORES.
El estrecho y, en muchas ocasiones, obsesivo vínculo entre una madre y un hijo ha sido estudiado desde tiempos ancestrales por el mundo de las artes. Resulta imposible olvidar que el bebé es un apéndice independiente en lo referente a respiración y control de los sentidos, pero inexorablemente ligado a su progenitora por un fuerte lazo, tanto físico como emocional. Fai bei sogni, del director italiano Marco Bellocchio, plantea los problemas de romper ese segundo vínculo inmaterial de manera precipitada y mediante excusas contradictorias y ambiguas. Massimo es un niño muy unido a su madre, desde las primeras escenas lo vemos jugando con ella, bailando, viendo la televisión, dando vueltas —literalmente— en autobús… un comportamiento muy normal para un niño de su edad pero que, por el contrario, resulta insólito para una mujer adulta, lo que nos lleva a pensar que algo ocurre en la mente de su madre. Una sensación que no tardará en confirmarse cuando ésta muera repentinamente.
Pese a los esfuerzos de su padre y del cura local por proteger los sentimientos del joven, la cantidad de preguntas con respuestas completamente absurdas y de hiriente ingenuidad; como que su madre ha ido al cielo tras pedir insistentemente permiso al Señor, llevan a Massimo a desear alcanzar ese paraíso en el que presume le aguarda su madre pacientemente. La película entonces nos mostrará, por medio de varias elipsis muy bien situadas, la infancia y la madurez del protagonista, y cómo éste salió adelante pese a la incapacidad de su padre para ofrecerle el afecto que necesitaba y la cantidad de información errónea con la que ha sido engañado toda su vida, esperando que fuera averiguando la verdad por sí mismo; un proceso de descubrimiento evolutivo para el que contó con la ayuda de Belfagor, el famoso demonio terrorífico y bondadoso cuya adaptación cinematográfica obsesionaba a su madre. El futuro del personaje principal quedará pendiente entonces de una frase que será pronunciada a modo de desenlace iniciático y tardío: “Let her go”, una oración concisa que esconde ruego imperante y urgente necesidad con la que el filme, tras varios flashbacks introducidos ya en el tramo final de metraje, se decanta hacia una de las dos posibles soluciones que tenía el Massimo adulto: dejarla ir o ir con ella. (70 de 100)
MERCENAIRE
Sacha Wolff, Francia, 2016 / QUINCENA DE REALIZADORES.
Tratando de escapar de su precariedad cotidiana, Soane acepta la oferta de un cazatalentos cuando le ofrece la oportunidad de jugar profesionalmente en Francia al rugby, su pasión desde niño. Al llegar al aeropuerto, el representante enviado por el equipo para recibirlo percibe que el muchacho no responde a la descripción que le habían dado y deja al protagonista plantado sin sitio a donde ir. Comienza en ese momento la lucha por la supervivencia deportiva y por demostrar que es el jugador que todos los equipos estaban esperando, y todo ello en un mundo en el que nada se regala y donde la titularidad se gana a fuerza de golpes. Sacha Wolff alterna los esquemas básicos del drama deportivo con elementos del cine social más brutal para obtener como resultado una intensísima película tan dura y compacta como el propio Soane, un chico de 19 años de la isla francesa de Wallis —Oceanía— a quien nadie podrá detener en un imponente avance hacia su objetivo, ni dentro del terreno de juego ni fuera de él.
Criado por un padre muy severo, su infancia no ha resultado un camino de rosas; las cicatrices de su espalda lo atestiguan. La necesidad de ofrecer a su hermano una vida mejor es la principal motivación del joven para involucrarse en un peligroso negocio con un mecenas deportivo muy temido dentro del mundo del rugby. Pero conseguir una estabilidad necesaria para poder traer a su familia y, al mismo tiempo, desprenderse de la deuda que tiene con Abraham, cuyos matones ya le han dejado algún recado no muy amistoso, no va ser tan sencillo, y menos compitiendo a media jornada para el peor equipo de la liga. Ni siquiera su empleo como portero de discoteca logra desembarazarlo de sus cuitas por lo que, tras una escena motivacional protagonizada por una danza rituales maorí conocida como Haka —y popularizada por la selección neozelandesa, All Blacks—, Soane decide afrontar sus problemas con la fuerza y la intrepidez bajo las que fue educado. Estamos, pues, ante un trabajo muy cuidado que, pese a no contar con un guion demasiado elaborado, sabe mantener el nivel de intriga y ritmo durante todo el metraje para, finalmente, cerrar el círculo iniciático con una escena que aporta gran dignidad y emotividad a la crudeza explícita que acabamos de presenciar. (65 de 100)
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / 69º Festival de Cannes