Un folletín caro
crítica de Reina Cristina (The girl king, Mika Kaurismäki, Finlandia, 2015).
Vidas azarosas o apasionantes, personalidades fuertes o avanzadas a su tiempo, excentricidad o genialidad, belleza apabullante o maldad profunda, relevancia de sus actos para la posteridad, etc. Diversos son los motivos, en fin, que provocan que algunos personajes de la historia despierten de forma recurrente, generación tras generación, la curiosidad e imaginación de innumerables artistas. Y una de esas figuras históricas es, sin duda, Kristina Augusta Wasa, más conocida como la Reina Cristina de Suecia, quien, en el ámbito concreto del cine ha contado con diversas obras basadas en su vida; desde el clásico de Rouben Mamoulian, con una inolvidable Greta Garbo al frente del reparto, hasta la adaptación de la pieza teatral de Ruth Wolff a cargo de Anthony Harvey, Abdicación (1974), con la mismísima Liv Ullman en el papel de la exmonarca, y pasando por la película que nos ocupa, Reina Cristina (2015) de Mika Kaurismäki. Si como es bien sabido las comparaciones son odiosas, en este caso lo son elevadas a la enésima potencia; en consecuencia, señalaremos las carencias de la última película citada con independencia, pongamos por caso, de que la actriz elegida para el rol principal, Malin Buska, aunque solvente, no esté en ningún momento a la altura de sus ilustres predecesoras. Y es que Reina Cristina no necesita de semejante bagaje para ser una pieza fallida y mediocre. Por desgracia, se basta sobradamente por sí misma. Ello es sin duda una verdadera lástima, puesto que lo primero en llamar la atención del espectador durante el metraje no son sus defectos, sino su cuidada ambientación de época, en la que destacan el diseño de vestuario de Marjatta Nissinen, la dirección artística de Tommi Hourula y la fotografía de Guy Dufaux: tres instancias exquisitamente armonizadas para crear una atmósfera, entre realista y opresiva, que evoca la pintura holandesa del siglo XVII, período en el que se sitúa la acción y, por tanto, gran influencia del arte sueco de entonces, dada su común filiación protestante. Sin embargo, tan brillante envoltorio es incapaz de esconder la anodina realización de Kaurismäki, ya que, salvo en algún momento aislado –léase la escena del Codex Giga–, deviene tan correcta como impersonal. Sobre decir que, sin haber estado nunca a la altura de su hermano, el director finés sin duda ha hecho mejores películas o, al menos, con mayores pretensiones autoriales que Reina Cristina, que podría ser el trabajo de cualquier artesano bregado.
Sea como fuere, el gran defecto del filme radica, empero, en su punto de partida, esto es, el endeble guion de Michel Marc Bouchard. Y es que se trata de un texto que comete todos y cada uno de los errores prototípicos de los biopics históricos. Para empezar, la psicología de los personajes es burda y esquemática, de manera que pronto aparece el temido maniqueísmo; además, en tanto mirada a un tiempo pasado, expone categóricamente unos hechos más que dudosos. Así, por ejemplo, la relación entre Cristina y René Descartes (Patrick Bauchau) es descrita como la de un afectivo vínculo alumno/maestro, cuando existen evidencias de que la simpatía entre ambos era nula. Resulta evidente que Bouchard se decanta sistemáticamente por la hipótesis historiográfica más escabrosa e intrigante, no –como sería lo lógico en una producción tan esmerada– por aquella más aceptada o probada. De hecho, es típico de los malos escritores hacer que sus criaturas se comporten según su conveniencia para desarrollar la acción, lo que quiebra con la verosimilitud del relato. De ahí que en Reina Cristina la protagonista únicamente sea lesbiana –ninguna ambigüedad sexual, ¿para qué confundir al espectador?–, que Descartes muera envenenado –algo muy dudoso añadido para subrayar vehementemente a los antagonistas– o que la monarca sueca no se convierta al catolicismo por convicción o por su carácter siempre curioso e inquieto –que muy bien podría preferir el libre albedrío de la Iglesia romana a la predestinación luterana–, sino por la manipulación del embajador francés. Este último punto, en concreto, resulta de una puerilidad tan absoluta que provoca la risa de puro ridículo: ahí está la simbología entre la Virgen María y Jesucristo que se establece entre Cristina y su primo y heredero, Karl Gustav (François Arnaud), para probarlo. En este sentido, es imposible no acordarse de Elisabeth (1998) de Shekhar Kapur, obra en la que parece inspirarse el libreto de Bouchard, al centrarse también en una joven “reina virgen” inmersa en pleno conflicto entre protestantes y católicos, y cuyo carácter cuenta con la determinante influencia de un mentor, Sir Francis Walsingham (Geoffrey Rush) y el canciller Axel Oxenstierna (Michael Nyqvist), respectivamente. Y aunque el filme de Kapur estaba lejos de ser perfecto, la potente simbología en torno a Elisabeth I de Inglaterra (soberbia Cate Blanchett), concretada con buen pulso por su autor en unas imágenes casi oníricas, daba como resultado una pieza cuya tesis –cierta o no– convencía de sobras al público.
«En la estirpe de los clásicos folletines baratos, lo único que importa es la angustia, los clímax melodramáticos, la lucha de la heroína contra un mundo hostil e injusto. Con ello, se desperdician totalmente las posibilidades de una figura como la de la joven reina, y temáticas asociadas a ella, como el feminismo, la libertad sexual, la educación y la cultura como fuente de gozo y de dolor, el complejo de Electra, la responsabilidad del poder o la presión social se diluyen entre tanto gesto exagerado y tanta acumulación de calamidades».
Nada de ello sucede con Reina Cristina; en parte, porque personajes como el mencionado canciller o la bella amante de la monarca, la condesa Ebba Sparre (Sarah Gadon), carecen de entidad alguna pese a su importancia en la trama. En la estirpe de los clásicos folletines baratos, lo único que importa es la angustia, los clímax melodramáticos, la lucha de la heroína contra un mundo hostil e injusto. Con ello, se desperdician totalmente las posibilidades de una figura como la de la joven reina, y temáticas asociadas a ella, como el feminismo, la libertad sexual, la educación y la cultura como fuente de gozo y de dolor, el complejo de Electra, la responsabilidad del poder o la presión social se diluyen entre tanto gesto exagerado y tanta acumulación de calamidades. Por no mencionar la absurdidad de que la Corte de Suecia hable en inglés pero los personajes franceses lo hagan en su idioma de origen (sic). Si se emplea la koiné mundial con evidentes fines comerciales, ¿cuál es el motivo de que aparezca el francés? La producción quebequense. A la postre, pues, ¿qué se puede decir de un producto como Reina Cristina, en el que, por un lado, se nota el dinero invertido en él, pero, por el otro, el rigor de los hechos es escaso, las incongruencias continuas y todo, en fin, destila un aire de novela romántica superficial y cargada de tópicos? Básicamente, que estamos ante una muestra del peor cine comercial. | ★ |
Elisenda N. Frisach
© Revista EAM / Barcelona
Ficha técnica
Finlandia, 2015. Título original: The Girl King. Director: Mika Kaurismäki. Guion: Michel Marc Bouchard. Producción: Marianna Films / Triptych Media / Galafilm Productions. Fotografía: Guy Dufaux. Edición: Hans Funck. Música: Anssi Tikanmäki. Dirección artística: Tommi Hourula. Intérpretes: Malin Buska, Sarah Gadon, Michael Nyqvist, François Arnaud, Laura Birn, Peter Lohmeyer, Martina Gedeck, Patrick Bauchau, Lucas Bryant, Samuli Edelmann, Hippolyte Girardot, Veera W. Vilo, Jenny Rostain, Timo Torikka, Micci Martin. 106 min.