Hablar no es lo mismo que entenderse
crítica de Paz en nuestros sueños (Ramybe musu sapnuose, Sharunas Bartas, Lituania, 2015).
La mirada de un ciervo asustado se confunde con la de una joven inestable y melancólica. En el punto de mira de una escopeta de caza, un hijo apunta hacia donde están sus padres. En un abrazo entre seres sufrientes hay el calor de la cercanía pero el frío de la incomprensión o de la imposibilidad de consuelo. La última, pero primera estrenada comercialmente en España, película del director lituano no es manjar para todo tipo de paladares. Su duración contenida no le resta aridez ni incógnita, no es fácil enfrentarse a una obra que oculta sus intenciones y éstas van desvelándose poco a poco, y con dificultad, ante un espectador al que se exige estar necesariamente interesado en descubrir lo que se intuye para poder disfrutar de una propuesta muy arriesgada y demasiado hermética. Bartas utiliza el contrapunto de la belleza para hacer soportable el fantasma de la incomunicación que se extiende por toda la cinta. Su mutismo inicial va dejando paso a un progresivo uso de la palabra, donde los diálogos muchas veces se transforman en monólogos sin respuesta, o con una muy distinta a la que estaríamos esperando. Bartas nos ataca ahí donde somos más vulnerables, y más que soluciones, ofrece preguntas llenas de una exquisitez visual que hacen soportable un conjunto que recuerda a los inmortales Tarkovski y Antonioni. Una radiografía del dolor en un entorno ideado para el placer.
Dar una idea somera al espectador de lo que va a presenciar no es sencillo, limitar la sinopsis a tres personas que pasan un fín de semana en una casa de campo durante el verano lituano, lamiéndose unas heridas invisibles, pero palpables, puede ser una buena forma de iniciar una historia, aunque quizás ni sea justo lo que el director ha pretendido ni lo que haya de entenderse de lo que las imágenes muestran. Al utilizar la belleza, ésta se convierte en punto de inflexión ante el dolor, ya sea la de los jóvenes que veranean despreocupados y libres alrededor del lago, de la joven violinista (Ina Marija), o la de la naturaleza que rodea esa casa de temporada, limitada entre un bosque inmenso y la tranquilidad y reposo que proporciona el lago, otro personaje más de la historia. Pero esa belleza es, o puede ser, tan efímera como equívoca. A la de Ina Marija se contrapone su inestabilidad emocional, su desequilibrio entre la depresión y la locura, urgida por la necesidad de olvidar, su desequilibrio que le hace abandonar un concierto en medio del mismo y comportarse como una lunática. Como bella y enigmática es la escena del baño desnudo de la actriz en ese lago donde refracta la luz del amanecer, una belleza rota por la mirada fea, torva, rijosa, del vecino campesino. Y es que ante el esplendor físico del trío protagonista, un trío burgués que acude al campo como intento de reanudar una vida en estado de letargo por una desaparición anticipada, se opone la podedumbre, el deterioro, el abandono, la suciedad y hasta el rechazo intelectual de ese matrimonio vecino que habla a voces, que se falta al respeto reiteradamente, que bebe hasta perder el sentido, un matrimonio rechazado y repudiado hasta por su propio hijo, que carece de recursos para abandonar el lugar y prefiere subsistir a su manera y mantener la idealización imposible de ser amigo de esa joven vecina de temporadas que es la hija pequeña del protagonista.
Las notas de prensa de la distribuidora se encargan de proporcionar más información de la que las imágenes son capaces de ofrecer, en un demérito evidente de la trama. Si el director no ha querido contar que el personaje ausente es su propia esposa fallecida, a la que se ve puntualmente en viejas grabaciones caseras, anunciarlo a posteriori implica el reconocimiento de que la intención no ha bastado; con esa información suplementaria podemos alcanzar a imaginar el significado de la ausencia, pero no de la inmediatez y alcance de ese duelo que se antoja reciente, colocándose el propio Bartas en el expositor de su sentido dolor personal para proyectarlo en público, haciendo partícipes a sus acompañantes femeninas del mismo, jugando al equívoco, no tanto respecto a esa hija que si es identificada como tal, sino esa otra joven respecto de la que el director guarda un profundo silencio sobre cuál sea la relación con el hombre. Al mantener un comportamiento semejante con ambas jóvenes, lo mismo estaríamos ante la nueva amante de Bartas, deprimida por ser incapaz de borrar el recuerdo de la anterior esposa, como de la hija mayor del matrimonio, con el mismo derecho a sentirse abrasada por la ausencia de la figura materna, lo que la obliga a mantener un diálogo imposible con la única madre de ese entorno. Porque Bartas intenta hacer dialogar a sus personajes, pero en vano; las frases y reflexiones que se lanzan parecen condenadas a rebotar contra una pared invisible que se interpone entre los interlocutores, de tal manera que lo que cada uno habla no llega con el mismo significado a la otra persona. En el fondo, al hablar, no queremos ser entendidos ni comprendidos por los demás, sino que lo que pretendemos es conseguir entendernos a nosotros mismos mientras nos escuchamos, conocernos a fuerza de hablar en voz alta sin que ello suponga obtener respuestas. Así, las conversaciones se transforman en párrafos intelectuales sobre el dolor, el sentido de la vida, la ausencia, la incomunicación, el miedo, la soledad, la innecesariedad del arte y el duelo, con unos personajes entre penumbras y sombras de días más largos de lo normal; luces del amanecer o del atardecer que doran el entorno pero que anuncian un duro invierno cada vez más próximo, ante el que no hay cuerpos, ni mentes, preparadas para soportar la inminencia del encierro con uno mismo. | ★★★ |
Miguel Martín Maestro
© Revista EAM / Valladolid
Ficha técnica
Lituania, Francia, Rusia, 2015. Título original: Ramybe musu sapnuose. Director: Sharunas Bartas; Guiin: Sharunas Bartas. Música: Alexander Zekke. Productores: Philippe Avril, Jurga Dikciuviane, Janja Kralj. Productoras: House on fire, KinoElektron, Studio Kinema. Premiere: Quincena de Realizadores de Cannes 2015. Reparto: Ina Marija Bartaite, Sharunas Bartas, Edvinas Goldstein, Lora Kmieliauskaite, Klavdiya Korshunova. Duración: 107 minutos.