Telenovela del oeste
crítica de La venganza de Jane (Jane got a gun, Gavin O’Connor, Estados Unidos, 2015).
En los últimos tiempos han proliferado los western a ambos lados del Atlántico. Decir que hay un revival del género sería exagerado, pero sí es cierto que sus códigos narrativos permiten películas atractivas al gran público. Son, en definitiva, pocos pero muy relevantes los realizadores que vuelven a surcar esas aguas. En general todas esas cintas del oeste que se han paseado por nuestra cartelera en el último lustro gozaban de una factura cuidada y de una calidad respetable. Como decíamos, desde los de cosecha europea como Gold (2013), Blackthorn. Sin Destino (2011), The Dark Valley (2014), o el western hípster Slow West (2015), hasta los de factura norteamericana como las dos últimas entregas de Tarantino, Valor de ley (2010), Deuda de honor (2014) o Bone Tomahawk (2015). Gavin O’Connor y Brian Duffield se han sumado a este selecto grupo, y lo han hecho acompañados de Natalie Portman, Ewan McGregor, Joel Edgerton y Rodrigo Santoro. Todos los ingredientes para llevar a cabo una obra digna: un punto de partida muy sólido, un elenco actoral serio, una puesta en escena muy conseguida. Sin embargo es posible que el espectador no vea colmadas sus expectativas con Jane Got a Gun (2016). Rodada hace casi dos años en Nuevo México, con un presupuesto que ronda los 25 millones de dólares, su paso por la taquilla estadounidense fue más bien discreto y a España llegará de forma muy limitada tras dos años de retraso.
La gramática empleada es más propia de una melodrama barato. Jane (Natalie Portman) está casada con un exmiembro de la banda de Bishop (Ewan McGregor). Bishop y sus hombres intentarán ajusticiar a su marido y a Jane no le quedará más remedio que pedir auxilio a su antiguo prometido. A partir de ahí debería florecer un duro western. Es una buena historia, un buen punto de inicio. Pero no ocurrirá. No funcionará por la manera en la que está contada. La trama sufre las acometidas de sus lacrimógenos e innecesarios flashbacks, que le quitan el aura de misterio y el aliento salvaje propio de las venganzas al amparo del sol y el polvo. Esas escenas retrospectivas dilapidan la cinta. La intención de las mismas es situarse en momentos importantes para la configuración de los personajes y el desarrollo de la historia. Pero realmente no queremos saberlo. De hecho uno de los elementos más loables de las grandes obras del western (y del cine en general), es su pretendida ambigüedad. Los héroes del western siempre han estado castigados por un pasado, por lo general, desconocido. El espectador no necesita saber por qué Shane (Raíces profundas, 1953), por ejemplo, carga una pesada losa sobre sus hombros. Los héroes rodeados de un aura enigmática suelen ser los que mejor resisten el paso del tiempo. De ahí nace la empatía, de las heridas que compartimos sin saberlo.
«El realizador trata de rendir pleitesía al gran público con romanticismo de mercadillo y, sin percatarse, se la clava por la espalda al espectador. Todas las concesiones conmovedoras terminarán por irritar al más sensiblero».
Salvando las distancias Jane podría ser un personaje femenino a la altura de Vienna, la protagonista de la mal llamada Johnny Guitar (1954). Empero su construcción responde a estructuras sociológicas y psicológicas trasnochadas. Es mucho más moderno el personaje creado por Nicholas Ray y Phillip Yordan hace sesenta años que el que erige Gavin O’Connor. Jane parece un personaje feminista (dentro de los códigos del western y la época que representa, claro está), pero no es más que un disfraz, una apariencia. Ella coge las armas y defiende a su marido, a su hija y trata de hacer justicia. Pero no puede hacerlo sola, y lo hará en compañía de un hombre que le echa en cara no haberle esperado después de dos años en la guerra. Una mujer que se casa con el delincuente que le salva la vida; lo que no es poca cosa, pero habría que preguntarse si un personaje masculino haría lo propio bajo las mismas condiciones. Además Jane parece condenada al amor, sí, condenada. No le queda otra que vivir bajo la protección de un hombre y no por necesidad vital, sino por necesidades dramáticas. El realizador trata de rendir pleitesía al gran público con romanticismo de mercadillo y, sin percatarse, se la clava por la espalda al espectador. Todas las concesiones conmovedoras terminarán por irritar al más sensiblero. Y eso afecta también a los protagonistas masculinos, en exceso maniqueos, puros clichés. Sin más fuerza que el impulso (sea cual sea). El más interesante de todos ellos es el marido de Jane, quizá porque le pegaron ocho tiros y no está en condiciones de abrir la boca. Como ven, Jane Got a Gun son arquetipos mal disimulados. Un canto a las historias sin matices. Por lo demás todo está en su sitio. Se deja ver de la misma forma que se observa la lluvia mientras cae. No es aburrida aunque sí embarazosa, tiene cierto ritmo y posee alguna escena estéticamente interesante. No se puede obviar que el ilusorio contraste entre una cinta aguerrida del oeste y esa suerte de telenovela no casan bien. No se pueden pasar por alto muchas cosas. No obstante cada uno puede imaginarse un final distinto, menos condescendiente e inverosímil. También puede eliminar los flashbacks, y a lo mejor hubiese quedado en una película disfrutable pese a según qué tomas de decisión y la deriva sensiblera de su vertiente dramática. Pero claro, sería otro filme distinto. La decepción de que sea Gavin O’Connor el que la firma viene dada por su obra anterior, Warrior (2011), es todo lo que Jane Got a Gun no es, en todos los componentes de la ecuación. | ★ |
Andrés Tallón Castro
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos, 2015. Título original: Jane Got a Gun. Director: Gavin O’Connor. Guion: Brian Duffield. Productora: Weinstein Company / Scott Pictures / 1821 Pictures / Unanimous Pictures / Handsomecharlie Films. Música: Marcello De Francisci, Lisa Gerrard. Fotografía: Mandy Walker. Reparto: Natalie Portman, Joel Edgerton, Ewan McGregor, Rodrigo Santoro, Noah Emmerich, Boyd Holbrook, Todd Stashwick, River Shields, Jacob Browne, Sam Quinn Duración: 98 minutos.