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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El olivo

    El olivo

    Raíces físicas y emocionales

    crítica de El olivo (Icíar Bollaín, España, 2016).

    A lo largo de sus casi veinte años de trayectoria como realizadora, Icíar Bollaín ha demostrado poseer, además de una excelente mano para la dirección de actores, una mirada vivaz y comprometida con las problemáticas de la sociedad. Debutó con Hola, ¿estás sola? (1996), una pequeña comedia dramática tan imperfecta como cargada de sinceridad en el retrato de la férrea amistad entre los personajes de Silke y Candela Peña. A continuación, Bollaín entregaría títulos más redondos en donde hablaba sin pelos en la lengua de temas espinosos como la inmigración –Flores de otro mundo (1999)–, la violencia de género –Te doy mis ojos (2003), flamante ganadora en su edición de los Goya–, o las complicadas relaciones de pareja –Mataharis (2007)–, para, posteriormente, embarcarse en sus dos trabajos más ambiciosos e internacionales, alejados de sus anteriores historias mínimas: También la lluvia (2010) –seleccionada por España para competir en los Oscars de Hollywood– y Katmandú, un espejo en el cielo (2011), basada en la historia real de la maestra catalana Victoria Subirana y su lucha por llevar la enseñanza a los barrios más desfavorecidos de la capital nepalí. Tras cinco años de un silencio solo interrumpido por algunas incursiones en el género documental, Bollaín vuelve a sus más modestos orígenes con El olivo (2016), nueva obra de apariencia menor en la que combina la frescura tragicómica y el tono de road movie de su primeriza Hola, ¿estás sola? con ciertos apuntes de crítica social y política, así como de defensa del medio ambiente, ya presentes a lo largo de su filmografía, pero introducidos esta vez con unas connotaciones metafóricas más que evidentes.

    La historia nos traslada a un pequeño pueblo del interior de Castellón, lugar donde Alma, una joven veinteañera, trabaja en una granja de pollos, lidiando con un carácter conflictivo y rebelde que únicamente logra apaciguar cuando se encuentra en compañía de su abuelo Ramón, un viejo agricultor retirado que un día decidió voluntariamente dejar de hablar. Para buscar el origen de tan radical decisión habría que remontarse doce años atrás, cuando sus hijos, llevados por la avaricia, permitieron (a cambio de 30.000 míseros euros) que extrajeran de sus tierras su querido olivo, un árbol milenario que había pasado de padres a hijos a lo largo de muchas generaciones. Ahora, cuando el anciano parece decidido a dejarse morir por negarse también a comer, su nieta Alma, convencida de que solo traer el olivo de vuelta puede salvarle, comienza una investigación que le lleva a descubrir que el árbol ha ido a parar a la ciudad alemana de Düsseldorf, donde forma parte ornamental del moderno edificio de oficinas de una importante empresa de energía. Sin un plan preconcebido, la muchacha emprende un viaje por carretera de más de 1.500 kilómetros en el que arrastra a su tío Alcachofa y a Rafa, un compañero de trabajo, con la intención de recuperar lo entiende que es de su abuelo. Habla sin tapujos la película del poder con el que el dinero es capaz de corromper y destrozar a las familias más unidas; de cómo las personas anteponen la comodidad monetaria a los valores y los ideales, vendiendo su alma al diablo. En este sentido, los padres de Alma están dibujados de una forma un tanto arquetípica, como un matrimonio egoísta e intolerante que piensa antes en su propio bienestar que en los sentimientos del anciano.

    El olivo

    «La enérgica Anna Castillo realiza un trabajo formidable y muy visceral, que consigue transmitir con transparencia toda la impotencia que la protagonista alberga en su atormentado interior, contando con un correcto apoyo de Pep Ambròs como ese amigo incondicional que la acepta tal y como es, con todas sus contradicciones, y que sería capaz de seguirla hasta el fin del mundo, aun cuando tenga la certeza de que esté equivocada». 


    El olivo es una cinta de corte amable, con unos golpes de comedia que, no por ingenuos, dejan de funcionar como necesario alivio para un relato dramático que encuentra en el valiente personaje de Alma (como su propio y metafórico nombre expresa) a su principal motor. La enérgica Anna Castillo realiza un trabajo formidable y muy visceral, que consigue transmitir con transparencia toda la impotencia que la protagonista alberga en su atormentado interior, contando con un correcto apoyo de Pep Ambròs como ese amigo incondicional (y secreto enamorado, en una subtrama romántica que no se llega a desarrollar) que la acepta tal y como es, con todas sus contradicciones, y que sería capaz de seguirla hasta el fin del mundo, aun cuando tenga la certeza de que esté equivocada. El joven actor ofrece una interpretación contenida y parca en palabras, manejando las miradas como principal modo de expresión, todo lo contrario a Alcachofa, ese entrañable perdedor que le ha tocado defender al magnífico Javier Gutiérrez. Un camionero abandonado por su esposa y al que la crisis obligó a empezar de cero que, sin embargo, no ha perdido ese humor y vitalidad que hacen que mantenga una relación cómplice con su sobrina. Gutiérrez está pletórico en su registro tragicómico, aportando los momentos más divertidos del filme. La química que se establece entre estos tres personajes es el arma principal para que El olivo conecte con la sensibilidad del espectador del modo en que lo hace, haciendo que se le perdonen unos personajes secundarios algo desdibujados y caricaturescos –especialmente las entregadas amigas de Alma–.

    No cabe duda de que estamos ante un producto bienintencionado y agradable. Una de esas fábulas quijotescas en las que un héroe algo loco, con entusiastas ganas de cambiar el mundo, se enfrenta a una empresa utópica que le viene grande, con las que resulta casi imposible no empatizar. Sin embargo, sería injusto no reconocer que el guion de Paul Laverty –que tan preciso se mostró en su escritura de También la lluvia– incurre en determinadas trampas, más propias de un principiante, a la hora de tratar de tocar la fibra sensible a toda costa. Desde el uso repetitivo de los flashbacks para mostrarnos la especial relación que abuelo y nieta mantenían con el olivo de la discordia, hasta una visión un tanto buenrollista de la solidaridad que esta historia de la cruzada de Alma contra la multinacional alemana que tiene prisionero a su árbol despierta en la opinión pública, sensibilizada a través de las redes sociales. Estos puntos débiles de El olivo no restan un ápice de contundencia a su abierto mensaje ecologista, sus apuntes acerca de la globalización y el capitalismo, y, sobre todo, su certero reflejo de las consecuencias de la crisis inmobiliaria en la sociedad española, a través de la familia protagonista, totalmente desestructurada después de hipotecar sus vidas en un negocio que se fue a pique. Puede que sea la obra menos redonda de Bollaín desde su ópera prima pero, con ello, se trata de una propuesta de lo más emotiva y estimulante, inspiradora y con conciencia social, que conserva una gran coherencia dentro del intachable currículum de la cineasta madrileña. | ★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    España. 2016. Título original: El olivo. Directora: Icíar Bollaín. Guion: Paul Laverty. Productores: Juan Gordon, Michael Weber. Productoras: España-Alemania; Morena Films / Match Factory Productions. Fotografía: Sergi Gallardo. Música: Pascal Gaigne. Vestuario: Fran Cruz. Reparto: Anna Castillo, Javier Gutiérrez, Pep Ambròs, Manuel Cucala, Miguel Ángel Aladrén.

    Póster: El olivo
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