«Un juicio no es teatro, pero se parece. Hay público, escena, bambalinas, y a menudo, se interpretan dramas. Es el drama humano».
Se estrena en nuestro país El juez, película ganadora en Venecia de los premios al mejor actor (Fabrice Luchini) y mejor guion, y el de la mejor actriz de reparto (Sidse Babett Knudsen) en los últimos César. Un trabajo que se apoya por tanto en la solvencia de sus intérpretes; no en vano, analiza el funcionamiento del sistema judicial francés desde una perspectiva fundamentalmente humana. Su director, Christian Vincent, estuvo en España para presentarla, y entre anécdotas variadas, nos habló de su manera de trabajar y de desarrollar la historia y los personajes.
La película se centra mucho en el factor humano del juicio, formado básicamente por personas, y por ello vemos diferentes caracteres, estados de ánimo…
Para mí todos los papeles son importantes, y el momento del casting es fundamental. La idea de dar el clavo me obsesiona. Puedo rodar en un decorado que no me guste, pero a los actores los tengo que escoger yo, incluidos los figurantes. Quiero que realmente sean personas, no una simple idea o una masa que está ahí. Y cada actor, por muy secundario que sea su papel, tiene que estar en su sitio preciso, para que nadie se pregunte qué hacen ahí. Cuantas más películas hago más me centro en esto, porque yo, como espectador, es algo en lo que me fijo mucho en las películas. Y por tanto creo que el espectador de calidad va a fijarse también en una cosa así. No es tiempo perdido. Un ejemplo en El juez serían los dos policías que están a cada lado del abogado, que deben tener aspecto real de policías. Y más aún si estamos hablando de personajes que son más una silueta, que tiene un pequeño papel. En esta película filmo a un grupo, constituido por personas muy diferentes: hay un magistrado, los dos abogados defensores, los asesores… Y luego un jurado, un grupo heterogéneo, formado por personas de grupos sociales totalmente diferentes. Para escoger a estos personajes hay que tiene mucho cuidado, porque se debe poder identificarlos inmediatamente. La única excepción es el chico joven que siempre está aislado y no participa, no sabemos lo que piensa. ¡Pero, precisamente, por ser así, se habla de él!
En esta pluralidad de caracteres también se aprecia un interés por resaltar la multiculturalidad. ¿Quería dar un panorama general de la situación social de Francia en la actualidad?
Efectivamente, es así. Los jurados son escogidos por sorteo en una lista electoral, algo de lo que me enorgullezco mucho del sistema, ya que se supone que representan al pueblo francés en toda su diversidad. Además ser jurado no es algo fácil, esta gente tiene una responsabilidad tremenda.
En muchas películas de juicios se fuerza el dramatismo para potenciar cierta épica. Aquí, sin embargo, se muestra todo como un proceso casi mecánico…
Es que eso es un dramatismo de pacotilla (risas). La realidad no es así. En Francia, el magistrado principal (al que interpreta Luchini) es el único que conoce todo el dossier del caso, pero los jueces asesores no saben nada del mismo. Así que asistir a un juicio es algo laborioso, incluso pesado. Hay que sacarlo todo, punto por punto, se habla de todo, por tanto hay altibajos, y te puedes aburrir. De hecho, está permitido que la gente entre y salga de la sala, de modo que hay un ir y venir constante, incluso en momentos importantes. Es algo que me sorprendió mucho: hay ruidos, la gente comenta… Y nadie se inmuta. Al fin y al cabo, es proceso público. Y gratuito.
Precisamente, en la película se compara al mismo tiempo el juicio como una especie de representación teatral…
No es teatro, pero se parece. Hay público, escena, bambalinas, y a menudo, se interpretan dramas. Es el drama humano, y en los juicios existe un componente muy fuerte. Hay pocas comedias (risas), pero a veces hay finales felices. Cuando yo fui a mi primer juicio para documentarme para la película, a la semana siguiente formé parte del jurado del concurso oral de La Fémis (la escuela nacional de cine), y llegué pensando que todos los alumnos, especialmente los guionistas, deberían asistir por lo menos una vez a un juicio, porque están llenos de historias, hay una riqueza tremenda.
Hablando de este tema, además de asistir a los juicios, ¿cuál fue el proceso de documentación para el guion?
Fui a dos juicios, totalmente diferentes, pero en lo que tenía un problema era en encontrar un caso para que se juzgara. Ninguno me convencía. Fue hablando con abogados cuando uno de ellos me contó un caso en el que había trabajado, sobre una mujer que había matado a su hijo, pero para que ella no fuera a la cárcel, el padre se acusó de a sí mismo de infanticidio.
En medio de todo este mundo tan complejo, sorprende la introducción en la película de una historia romántica.
No quise hacer una película sobre la justicia, sino sobre un hombre que es un magistrado, lo cual es diferente. Sabía de antemano que íbamos a ver a ese hombre dentro de su trabajo, pero también fuera, en su vida íntima. Y necesitaba algo que irrumpiese en su rutina y le sacudiese. Cuando piensas en un personaje, muchas veces estableces una trayectoria para hacerle evolucionar. Yo no soy optimista en la vida, pero intento que mis películas sí lo sean. Así que era necesario que este personaje sombrío, oscuro, antipático, que ya no tiene muchas esperanzas ni pasiones, fuese hacia la luz. Y de repente, en un juicio cualquiera, aparece una mujer importante en su vida a la que amó, y él debe seguir trabajando. Unir esta historia a la del juicio aporta peculiaridad y una nueva mirada a la película.