Barcelona amaneció el pasado domingo con una calmada resaca tras el ajetreo de la celebración del patrón de Cataluña. Lo mismo puede decirse de su clima, esta vez estable, así como del devenir de las proyecciones en el Aribau Club. De hecho, los retrasos propiciados en días anteriores por el sistema de cambio de abonos, acreditaciones e invitaciones, ayer casi no se produjeron, entre otras razones porque las taquillas tuvieron que abrirse con mayor antelación, al adelantarse el horario de los primeros pases. Con ello, el ritmo de acceso al recinto fue relativamente bueno. Asimismo, la sala 2 solamente exhibió dos películas, dada la duración de Happy Hour (2016) de Ryusuke Hamaguchi, de más de cinco horas.
Tres dramas familiares e intimistas, de factura e intencionalidad bien distintas, conformaron nuestra jornada. El primero, Mi “perfecta” hermana (2015), de Sanna Lenken, es una emotiva y elegante indagación sobre el problema de la anorexia con el vínculo fraternal de fondo. En cuanto al segundo, Sunset Song (2015), nos hallamos ante uno de los habituales melodramas de su autor, Terence Davies, esta vez llevado a la enésima potencia, dado su punto de partida, la arrebatada novela homónima de Lewis Grassic Gibbon, primera de una trilogía sobre una familia en la Escocia rural de principios del siglo XX. Centrado en el personaje de la hija mayor, Chris (Agyness Deyn), el filme es un drama histórico de corte tradicional, que, al oponer la cotidianidad de los protagonistas a la espectacularidad del paisaje circundante, bascula entre un aliento épico y lírico, con lo que no oculta la influencia de maestros como John Ford o David Lean. Davies da rienda suelta a su estilo visual, deslumbrante y sugerente pero siempre contenido, para contar esta historia de soledad y odio y amor y guerra, que reflexiona sobre el paso del tiempo, las ilusiones perdidas y la mutabilidad del destino. Finalmente, la tercera película, Sutak/Heavenly Nomadic (2015), dirigida por Mirlan Abdikalikov, narra el día a día de una pequeña familia de nómadas kirguises, que ven lenta pero inexorablemente amenazado su estilo de vida por la llegada del supuesto “progreso”. Con una belleza tan sutil como conmovedora, que procede de la mirada honesta y poética con la que Abdikalikov ilumina esa realidad, la cinta tiene un tono elegíaco, pero también esperanzado, merced a las leves pinceladas fantásticas, de origen panteísta, con las que se reviste la anécdota, y también gracias a su ambiguo y estupendo desenlace. Los relatos populares que cuentan los abuelos del clan a su joven nieta y la forma alegórica con la que el realizador capta los elementos de la naturaleza, en apariencia eternos –el agua, el cielo, las montañas, las piedras…–, hacen de este filme una irresistible y serena indagación sobre los grandes temas de la existencia: el amor, la muerte, el perdón… Un día, en fin, para recordar aquellos vínculos que nos hacen humanos.
Mi perfecta hermana (Min lilla syster, Sanna Lenken, Suecia, 2015).
Debut en el largometraje de su autora, también responsable del guion del filme, Mi “perfecta” hermana es una obra cuyas virtudes, pero también cuyas limitaciones, residen precisamente en la autenticidad de lo narrado. No en vano, la historia de una preadolescente que descubre que su idolatrada hermana mayor está cayendo en la anorexia se basa en una experiencia personal de Lenken. Ello, si por un lado le aporta sensibilidad y buen gusto al relato, por el otro le imprime una pátina –a mi entender buscada– de didactismo que, aunque éticamente encomiable, malgasta la fuerza atesorada en sus mejores momentos (por ejemplo, la tensa celebración de cumpleaños de su pequeña protagonista).
De hecho, otro tanto puede decirse de la opción estilística adoptada por la realizadora sueca, que si bien resulta muy elegante y atractiva, al mismo tiempo cae en todos los tópicos formales de un cierto tipo de cine “moderno” de vocación independiente: primerísimos planos, desenfoques, encuadres laterales, sobreexposición lumínica… De esta manera, lo que podría haber sido una oportunidad para criticar con contundencia la sociedad superficial y machista que ha pergeñado enfermedades mentales tan extendidas como los desórdenes alimentarios, se limita a ser un contenido y poco original drama familiar, centrado sobre todo en la relación de las dos hermanas: Stella (Rebecka Josephson) y Katja (Amy Diamond). No es de extrañar, pues, que destaquen las interpretaciones de las dos jóvenes actrices, en especial la de Josephson, sobre quien recae todo el peso del relato. En este sentido, cabe decir que haber focalizado el discurso en la hermana menor le imprime una gracia y una ternura al argumento que la pieza gana pronto las simpatías de la audiencia, identificada con los inocentes anhelos de Stella (lo explica los premios del público obtenidos en diversos festivales por la obra). Además, con dicho recurso también se introducen temas secundarios como la amistad, el tránsito a la vida adulta, el primer amor o las complejidades del vínculo fraternal, puesto que todo hermano es a la vez apoyo y competencia dentro del núcleo familiar. En resumen, podemos decir que Mi “perfecta” hermana es el paradigma de una buena opera prima: interesante, con aciertos puntuales, pero que evidencia la inexperiencia de su directora tras las cámaras.
The Thoughts That We Once Had (Thom Andersen, EE.UU., 2015).
Por Víctor Blanes Picó.
Hojeando el folleto de la presente edición del D’A, un hecho capta la atención del lector instantáneamente: Gilles Deleuze aparece citado como guionista de la película The Thoughts That We Once Had. El filósofo francés es un referente incontestable gracias a dos obras cumbre del análisis cinematográfico como son La imagen-tiempo y La imagen-movimiento. Textos imprescindibles que requieren de varias relecturas reflexivas para acercarse a una historia del cine que parte de una imagen cambiante a lo largo del siglo XXI en su paso de la acción y el movimiento antes de la Segunda Guerra Mundial a la irrupción de la noción del tiempo a partir de la posguerra. El realizador californiano Thomas Andersen toma la propuesta de Deleuze para componer una película que viene a completar Histoire(s) du Cinéma, de Jean-Luc Godard o la más reciente The Story of Film: An Odyssey, de Mark Cousins. A través de citas, reflexiones y descripciones de ambos libros, Andersen pone en contacto imágenes más o menos reconocibles con conceptos como la imagen-afección o la imagen-percepción con una intención claramente didáctica. Es una manera de volver a poner de relieve ideas imperecederas sobre el arte cinematográfico, abriendo el cine ensayo y el cine de apropiación a todos los públicos para que estas ideas sean accesibles y entendibles por el espectador. Así funciona la primera mitad de The Thoughts That We Once Had, un trayecto que toma la palabra de Deleuze como cuaderno de viaje para acercarla al público mediante ejemplos que reivindican el pensamiento crítico y estético sobre el cine.
Pero hay un momento, hacia la mitad del filme, en el que se pierde la magia inicial; o más bien, Andersen traiciona ese pacto inicial con el espectador, en el que dejaba bien claro su intención pedagógica, para desviarse hacia una muestra mucho más personal de la exploración de la imagen, incluso más allá del cine, llevando a la cinta por ciertos terrenos que al principio desconciertan y luego crean una obra totalmente diferente. Este puede que sea el mayor conflicto al que se enfrenta The Thoughts That We Once Had, el hecho de querer construir y aunar dos propuestas distintas (una mirada más general al cine y otra más personal) en un mismo metraje. Como resultado, quedan algunos momentos de tránsito un tanto desconcertantes, no ya por las imágenes sino por el variable hilo discursivo que otorga Andersen, y un sentimiento de amor al cine un tanto disperso. De este modo, la estructura deleuziana inicial, que justifica su presencia como guionista, se va diluyendo para conformar una interpretación más libre, compleja y personal de la imagen cinematográfica.
Otras críticas del día:
■ Aloys, de Tobias Nölle. Por Gonzalo Hernández Espinosa. (Crítica)
■ Francofonia, de Aleksandr Sokúrov. Por Luis Enrique Forero Varela (Crítica).
■ Trois souvenirs de ma jeunesse, de Arnaud Desplechin. Por Alberto Sáez Villarino (Crítica).
■ Taklub, de Brillante Mendoza. Por Alberto Sáez Villarino (Crítica).
■ Sunset Song, de Terence Davies. Por Andrea Núñez-Torrón Stock (Crítica).
■ Sutak, de Mirlan Abdykalykov. Por Emilio Martín Luna (Crítica).
Otras críticas del día:
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■ Sunset Song, de Terence Davies. Por Andrea Núñez-Torrón Stock (Crítica).
■ Sutak, de Mirlan Abdykalykov. Por Emilio Martín Luna (Crítica).