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    Cine Alemán Siglo XXI

    D'A 2016 (VII) | Mi amiga del parque + John From

    Mi amiga del parque

    Entrando ya en la recta final del Festival D’A, se recuperó de una vez el funcionamiento normal del metro, con lo que en él confluyeron, en direcciones opuestas, los cinéfilos camino del centro de Barcelona –se les reconoce por su indumentaria entre gótica, friki y moderna– y los participantes de la Feria de Abril de Catalunya hacia el Parque del Fórum –dando palmas, cantando e incluso bailando–, ante la mirada curiosa y complacida de los abundantes turistas, a buen seguro pensando: How typical spanish! Ello es otro ejemplo más, como decía Woody Allen en Misterioso asesinato en Manhattan (1993), de que la realidad imita la ficción; porque el jueves también fue el día, cinematográficamente hablando, de lo inesperado. En efecto, aparte de la proyección de una de las grandes apuestas de los organizadores del certamen –Ville-Marie (2015) de Guy Édoin– y de dos producciones autóctonas que contaron con la presencia de sus respectivos equipos –El perdut (2016) de Christophe Farnarier y Callback (2016) de Carles Torres–, fue una verdadera suerte asistir a los pases de Mi amiga del parque (2016) de Ana Katz y John From (2015) de João Nicolau, pues ambas películas atesoraban grandes –y agradables– sorpresas, cada una a su forma. No es de extrañar que, de vuelta a casa con buenas sensaciones, una desconocida musulmana y yo acabáramos riéndonos juntas, a carcajada limpia, del espectáculo musical y folclórico ofrecido por nuestros compañeros de transporte, pues su alegría y falta de pudor resultaban contagiosas.

    Mi amiga del parque (Ana Katz, Argentina, 2016).

    Desde que las mujeres han podido expresar sus anhelos libremente, con su propia voz, la psicología moderna ha demostrado que el manido “instinto maternal” es tan solo un mito de la sociedad patriarcal, creado para afianzar la relegación femenina al ámbito de las tareas del hogar, entre ellas la de criar a los hijos. Liz (una estupenda Julieta Zylberberg), la protagonista de Mi amiga del parque (2015), lo está experimentando en sus propias carnes, pues, aunque sin duda quiere a su retoño, se siente abrumada por sus necesidades y anulada, como mujer y como profesional, por la baja laboral y por no poder casi tener vida social. A todo ello, para colmo, se le suma el hecho de que su madre murió mientras ella estaba embarazada y de que su marido se encuentra en otro país filmando un documental. Ante este panorama, la realizadora lanza una mira comprensiva e ilustradora de las tribulaciones emocionales de Liz; de hecho, Mi amiga del parque es básicamente el retrato psicológico de una mujer sola y abocada a una situación para la que no se encuentra preparada. El envoltorio realista del relato, en el que se emplean técnicas recurrentes en este tipo de películas que buscan el máximo efecto de veracidad –luz natural, cámara al hombro, etc.–, sirve para que el espectador se implique con los avatares de Liz y la comprenda. Y es que, de hecho, toda su ansiedad y angustia vienen de su incapacidad de poder amamantar a su hijo. En este sentido, es crucial la escena en la consulta del pediatra, en cuyas palabras radica todo el eje argumental de la cinta. Porque si Liz opta por relacionarse con una mujer como Rosa (interpretada por la propia directora), que ya le ha demostrado que es una mentirosa y una ladrona, es porque ella y su hermana Renata (Maricel Álvarez) son las únicas que, a su parecer, no la juzgan. En realidad, es el sentimiento de culpa por ese falso mito del instinto maternal del que hablábamos antes lo que propicia el acercamiento de Liz hacia dos mujeres tan inestables. Y también lo que hace que el filme bascule con tanta naturalidad entre el thriller y el drama. En consecuencia, Mi amiga del parque es una inteligente reflexión sobre la maternidad, que juega con nuestros prejuicios, tanto sexistas como clasistas –Rosa y Renata son dos buscavidas de origen suburbial–, y prueba, con su magnífico final, que a menudo la respuesta a nuestros problemas se encuentra en los lugares más insospechados y que sólo hace falta saber mirar más allá de ellos.

    John From

    John From (João Nicolau, Portugal, 2015).

    El título de la última película de João Nicolau hace referencia a un culto cargo de la Isla de Tanna, en la zona de la Melanesia, cuyo probable origen es tan rocambolesco como gracioso. Con ello, el realizador portugués ya deja claro el tono general de su película, que si bien se inicia como un relato costumbrista del veraneo en la ciudad de Rita (Julia Palha), paulatinamente entra por unos derroteros fantásticos que la convierten en un bildungsroman surrealista y cómico. De esta manera, el tema de raíz es el clásico relato de iniciación a la edad adulta, dado que su protagonista es una adolescente que se enamora por primera vez y, encima, de alguien inaccesible: un vecino cuarentón, Filipe (Filipe Vargas). Pero John From no se limita a contar la frustración de la joven, sino que, en un giro inesperado e hilarante, cumple con sus sueños a través de la única forma en que estos podrían hacerse realidad: la magia… o tal vez la imaginación. No en vano, Nicolau hace una explícita mención a Aki Karismäki, maestro del humor absurdo y de los happy ends imposibles en el contexto realista de sus obras, con lo que no debería sorprendernos que el filme describa una curva progresiva hacia lo irreal y termine por aunar sueño y vigilia, anhelos y hechos, lecturas y experiencias.

    En este sentido, también hay algo de mea culpa en la elección de las fuerzas sobrenaturales elegidas por el autor para transformar la rutinaria cotidianeidad de Rita, pues los primeros en colonizar las Nuevas Hébridas fueron los españoles, liderados por el portugués Fernandes de Queirós, lo que asimismo explica que el padre de Rita lleve, al final del metraje, como vestimenta de gala, la camiseta de la selección española de fútbol (sic). Según lo expuesto, la obra parece contener en sí dos filmes distintos: el primero, basado en la repetición y el minimalismo, despliega una historia anodina, rutinaria, mediante el empleo de encuadres estáticos y frontales y la delectación por el detalle intrascendente. En cuanto al segundo, supone llenar esa realidad, retratada hasta la náusea en el “otro” filme del discurso, con elementos de una cultura completamente ajena –la de las islas del sudeste del Pacífico–, caracterizada por el colorismo de sus atuendos y la frondosidad de su vegetación, de forma que la fotografía hace un alarde de cromatismo y la banda de sonido, de ruidos exóticos, como si de un documental etnológico se tratara. Dado que el entorno de Rita empieza a transformarse tras la llegada de una densa niebla –recurso de onirismo por excelencia–, ignoramos si lo visto a continuación es verdad o sueño, pero tampoco nos importa: la alegría, la vitalidad y la diversión que destila la ciudad, convertida por mor de la voluntad de la heroína en una isla paradisíaca, nos hacen amar ese mundo, ficticio o no, en el que las esperanzas se cumplen y la gente vive plácidamente en unas vacaciones perpetuas, sin obligaciones impuestas por un sistema de vida acelerado e inhumano. Sin duda, toda una crítica a nuestra sociedad moderna que es otra más de las cualidades que atesora esta encantadora película.
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