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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El juez

    El juez

    Deliberaciones sentimentales

    crítica de El juez (L'hermine, Christian Vincent, Francia, 2015).

    Veinticinco años han tardado en volver a coincidir en un mismo proyecto el realizador Christian Vincent y el actor Fabrice Luchini después de la notable acogida que obtuvieron con el que significó el primer trabajo del cineasta, la comedia dramática La discreta (1990), distinguida con tres premios César –mejor ópera prima, guion y actriz revelación– en una edición en la que arrasó con diez trofeos el Cyrano de Bergerac protagonizado por Gerard Depardieu, dejando pocas opciones a otros títulos nominados. Vincent, director que no se prodiga en exceso –solo cuenta en su haber con diez filmes, siendo La cocinera del presidente (2012) el más conocido fuera de las fronteras de Francia–, ha acertado de lleno rescatando al carismático Luchini para un papel escrito a su medida en El juez (2015). La prueba está en que su brillante labor fue saludada con grandes elogios durante el paso de la cinta por el Festival de Venecia, donde conquistó una merecidísima Copa Volpi al mejor actor. Por su parte, la película ha sido muy bien recibida por el público de su país, con más de un millón de espectadores llenando los cines donde se proyectaba y convirtiéndola en un éxito bastante inesperado por alejarse de ese tipo de comedia francesa más alocada y con tirón popular que suele copar los primeros puestos de la taquilla de toda Europa, y por el hecho de estrenarse sólo tres días después del tiroteo ocurrido en la sala parisina de Bataclán que consternó a la sociedad francesa.

    El juez juega a contraponer las figuras, diametralmente opuestas, de los dos personajes protagonistas, a la hora de construir lo que podría ser el comienzo de un tierno romance otoñal. Por un lado está Michel Racine, un juez con fama de taciturno y poco sociable. Un hombre un tanto gris en su vida personal, abandonado (y echado de casa) por su esposa, que esconde bajo una llamativa bufanda roja una gran timidez e inseguridad impropias de la casi monstruosa imagen que se ha labrado en su profesión. Como presidente del tribunal, Racine es un tipo odiado y temido a partes iguales, tanto por sus compañeros de profesión como por los acusados que tienen la mala fortuna de tenerle como magistrado. Su apodo de “juez de las dos cifras” habla por sí solo, sobrepasando sus sentencias siempre los diez años de condena. En el lado opuesto se sitúa Ditte, una atractiva enfermera danesa de 49 años, madre de una hija adolescente, que representa todo lo contrario que Racine. Esta mujer luminosa, capaz de acaparar la atención de cualquier hombre que la rodea gracias a su belleza y encanto personal, fue, años atrás, el amor platónico del juez y ahora vuelve a entrar en su vida ejerciendo la función de miembro del jurado popular que tendrá que decidir el futuro de un joven acusado de la muerte accidental de su pequeña hija. Estos dos personajes están dibujados de un modo elegante y delicado en el guion del propio Vincent, logrando que no rocen el estereotipo en ningún momento y haciendo que sean cercanos y fácilmente reconocibles para el espectador. En lugar de caer en lo facilón de convertir a Racine en un ser despreciable y carente de sentimientos, se le presenta como una persona incomprendida y prejuzgada por su entorno, por lo que las repentinas emociones de quinceañero que le despierta Ditte funcionan con naturalidad y despiertan la simpatía y complicidad de un público que acaba deseando que el amor triunfe entre estos dos maduritos a los que el destino parece haberles puesto una segunda oportunidad en el camino. Tal vez, su último tren.

    El juez

    «Una propuesta que demuestra que corazón e inteligencia (así como algo de profundidad) no tienen por qué estar reñidos en el género de la comedia romántica».


    Pero no se conforma El juez con ser una agradable comedia sentimental al uso, con temática legal como desdibujado telón de fondo. Las ambiciones de sus creadores van un paso más allá y, bajo la apariencia ligera y algo descafeinada del filme, prevalece un detallado y certero retrato de cómo funciona el sistema judicial en Francia, así como de los entresijos que tienen lugar, tanto dentro como fuera de la sala, durante la celebración de un juicio. De este modo, entre cita y cita clandestina de Racine y Ditte (tratadas siempre de manera agridulce y nada condescendiente), asistimos al tenso proceso judicial en el que el acusado se auto-declara inocente a pesar de las pruebas incriminatorias aportadas por la policía; así como a las declaraciones de distintos testigos y, sobre todo, a las deliberaciones de los miembros del jurado popular. Éstos son presentados como personas normales y corrientes, de extractos sociales humildes en su mayoría, que, escogidas mediante sorteo, tienen en sus manos la pesada responsabilidad de condenar o exculpar al presunto homicida. La cinta se marca otro tanto a favor otorgándole a esta variopinta galería de personajes unas dosis de veracidad que huye de los arquetipos y ese trazo grueso con el que se suele despachar a los secundarios en este tipo de creaciones, apoyándose en un fantástico trabajo de todos los actores. Sus reuniones en la cafetería cercana al juzgado, donde se conocen e intercambian impresiones sobre el caso que les ha unido, transmiten gran autenticidad. De igual forma, toda la trama que rodea al caso legal que les ocupa adquiere un tono de drama social que no desentona en absoluto (mérito, una vez más, de ese guion que también fue premiado en Venecia) con la amabilidad del resto del conjunto.

    En El juez coexisten, claramente, dos películas distintas en armoniosa convivencia. Así, tenemos una historia judicial con cierto gancho para los aficionados a este subgénero, rodada sin efectismos y esquivando en todo momento manipuladores excesos dramáticos, a pesar de tocar un tema tan sensible como la muerte de una menor dentro de un hogar desestructurado. Luego está la trama romántica, que sigue (de forma sutil, eso sí) a rajatabla la manida premisa de persona huraña cuyo corazón se ablanda al conocer el amor verdadero. «Tú haces que quiera ser mejor persona» le decía el maniático Melvin encarnado por Jack Nicholson a Carol (Helen Hunt) en Mejor... imposible (James L. Brooks, 1997). Pues bien, aquella célebre frase definiría a la perfección el espíritu de la historia de El juez y bien podría haber sido puesta en los labios de este Racine que encuentra en la contagiosa sonrisa de Ditte esa luz con la que alumbrar su oscura existencia. En ambos registros –la seriedad durante el juicio y el carácter distendido de la trama amorosa–, Fabrice Luchini (muy contenido en su personificación del meticuloso magistrado) y la deliciosa Sidse Babett Knudsen –ganadora del César a la mejor actriz secundaria por este papel– están sencillamente fabulosos, convirtiéndose ambos en el mayor reclamo de una propuesta que demuestra que corazón e inteligencia (así como algo de profundidad) no tienen por qué estar reñidos en el género de la comedia romántica. | ★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Francia. 2015. Título original: L'hermine. Director: Christian Vincent. Guion: Christian Vincent. Productores: Sidonie Dumas, Matthieu Tarot. Productoras: Albertine Productions / Gaumont / Cinéfrance 1888 / France 2 Cinéma. Premios: César 2015: Mejor actriz secundaria (Sidse Babett Knudsen). Festival de Venecia: Copa Volpi -mejor actor (Fabrice Luchini)- y mejor guion. Fotografía: Laurent Dailland. Música: Claire Denamur. Montaje: Yves Deschamps. Dirección de producción: Jean-Jackes Albert. Reparto: Fabrice Luchini, Sidse Babett Knudsen, Miss Ming, Berenice Sand, Claire Assali, Floriane Potiez, Victor Pontecorvo, Michäel Abiteboul, Marie Rivière, Eva Lallier.

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