Restos de almas en el paisaje
NOITE SEM DISTÂNCIA / Lois Patiño, España, 2015.
España, Portugal, 2015. Título original: Noite sem distancia; Dirección, guion, montaje y fotografía: Lois Patiño. Duración: 23 minutos. Producción: Nuno Rodrigues y Curtas Metragens C.R.L. Sonido: João Gigante, Jorge Alarcón, Miguel Calvo "Maiki".
El cine experimental tiene un reto muy complicado por delante. Como cualquier arte que rompe los cánones conservadores y preestablecidos. Ya sea pintura, escultura, narrativa, o cine, aquello que abandona el equivalente al consabido “presentación, nudo y desenlace”, que nos presenta historias de argumento equívoco, o difícilmente aprehensibles, corre el riesgo de quedar arrinconado para un reducido grupo de iniciados que disfrutan con lo iconoclasta, o a los que les gusta descubrir nuevas sensaciones. Seguro que Patiño hace cine para darse el gusto de experimentar con la luz, el color, las texturas, y seguro que es consciente de convertirse en un director de dimensión popular muy reducida, de visión limitada a festivales o museos de arte moderno; pero no por ello su obra desmerece, o sus ensayos visuales pierden interés, porque lo que es más importante, es que su cine tiene una narrativa y es comprensible, otra cosa es que estemos dispuestos a aceptar el reto y que tengamos la fortuna de encontrar sus obras.
Esta nueva generación de directores gallegos como Patiño, Enciso, Laxe, Baño o Chirro, han optado, de manera más o menos uniforme, por romper los géneros de una filmografía clásica, han querido presentar una imagen de Galicia alejada del tópico pero anclada en el terreno, modernizar las formas sin abandonar la tradición de un espacio reconocible y del que forman parte. Noche sin distancia, que sería el resultado final de la experimentación breve y preliminar de Estratos de la imagen, contiene una historia donde esta última sólo aparenta tener experimentación visual. La forma del cortometrae invita a pensar en el mismo como en una historia de fantasmas, de seres inmateriales anclados a un paisaje que no pueden abandonar y al que noche tras noche han de volver para rememorar tiempos del pasado. La frontera entre Galicia y Portugal (la producción es mayoritariamente portuguesa), fue, durante muchas décadas, lugar de contrabando y huida. En esas estribaciones montañosas entre Orense y Portugal, la mitología del contrabandista, del guardia civil, de los vecinos que aceptaban ese comercio ilegal como fuente consentida de ingresos, parecería haber quedado impresa en los pueblos, en las rocas, en la naturaleza, como negativos que son susceptibles de visionarse cuando desaparece la luz del día.
Es una pieza de larga espera donde el color se distorsiona, siendo de noche, aquello que debería mantenerse opaco y en penumbra, parece despedir una luz interna, como pasaría con las propias rocas que parecen cobrar vida y contener, en su interior, una vida dispuesta a salir, mientras los cuerpos, en este caso de esos contrabandistas, o de esos espíritus de contrabandistas, no despiden luminosidad alguna. Pocos se mueven, la mayor parte de ellos permanecen vigilantes, a la espera de una señal procedente del monte para salir de unas casas extraídas del pasado, y donde lo único que parece tener vida propia son los animales domésticos. Una larga noche de espera entre portugueses y gallegos para intercambiar, para atravesar esa raya imaginaria que divide de manera ficticia espacios de continua permeabilidad. La amenaza inconcreta de los guardias frente a la presencia constante de lo natural, a manera y modo de estampas japonesas tratadas como negativos de una imagen a la que se hubiera distorsionado el color, proporcionando sensaciones completamente desconocidas producto de unas imágenes que no concuerdan con nuestra realidad aprendida. Siluetas inmóviles que vigilan y esperan, y que cuando llegue la señal empezarán a desaparecer, a desmaterializarse. Al tiempo que el amanecer se acerca, comienza la marcha, una marcha en la que uno, más que el inicio del contrabando, se acerca a la historia fantasmal en la que los sujetos han quedado pegados al paisaje, formando parte de él pero solo en la nocturnidad, y donde cada noche recrean lo que fue su modo de vida. Cuando el plano final muestra decenas de cuerpos inmateriales escalando el monte, se piensa en la retirada previa al primer rayo de sol. Es entonces cuando el paisaje, el agua, los animales, la piedra, recobrarán sus texturas y colores reconocibles, el mundo volverá a ser el lugar habitable que conocemos, alejado de presencias enigmáticas. Todo ello se habrá conseguido por la distorsión visual y sonora, por el ejercicio brillante de una historia contada como si fuera el negativo de una vieja película, directamente proyectada en la pantalla. Patiño vuelve a ofrecer una imagen diferente de Galicia, vuelve a jugar con el paisaje, en esta ocasión mediante la luz y el color, sin necesidad de usar la palabra. Y lo consigue con suficiencia.
Miguel Martín Maestro
© Revista EAM / Valladolid