El XVI Festival Internacional de cine de Las Palmas de Gran Canaria se acerca a su fin. Con escasos tres días restantes, todavía causa agradables sorpresas. La Sección Oficial a competición entregó dos obras bastante diferentes. Recién comenzada la jornada, asistimos a la proyección de Looking for Grace, de Sue Brooks; una película que se podría definir como tragicomedia, en la línea de Little miss sunshine (Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2007) pero, desgraciadamente, sin la frescura y solidez estructural de aquella. Seguidamente, el filme de Liang Zhao, Behemoth, supuso uno de los momentos más destacados del certamen, hasta la fecha. La contundente propuesta narrativa, con una poética propia inspirada en Dante y un apartado visual tan hermoso como terrible, evoca una intensidad que atraviesa la pantalla e impacta en el espectador. En otros términos, el ciclo Banda Aparte ofreció Room 237, un documental tan delirante y obsesivo-compulsivo como curioso, en el que diversas personalidades analizan planos, escenografía y cromática, entre otros elementos, para teorizar hasta lo conspiranoico acerca de los posibles contenidos simbólicos ocultos en una de las obras maestras de Kubrick, El resplandor. Además, hoy presenciamos la ronda final de cortometrajes, entre los que merece mención Los barcos, de Dominga Sotomayor, planteado como un recorrido cotidiano y sutil a través de la profundidad nostálgica de un viaje emocional.
Behemoth (Bei xi mo shou, 贝喜莫寿 全片, Zhao Liang, China, 2015)
La belleza es un criterio subjetivo y, por tanto, está presente en cualquier lugar, según la predisposición del que la contempla. Pero, ¿puede hallarse belleza en la barbarie? ¿En el progreso de la destrucción de la naturaleza? Marinetti, por allá en los albores del siglo XX, creó un movimiento artístico de vanguardia, seducido por la Revolución Industrial. Los futuristas se declararon admiradores de la velocidad, la cinética, el combustible, el metal y también la beligerancia. Es posible que de estas bases haya partido Liang Zhao para construir una obra de arte de la magnitud discursiva de Behemoth, precisamente con la intención contraria. Muy en consonancia con el fotógrafo Ronghui Chen, premiado en el World Press Photo de 2014 por retratar el desamparo de un empleado en una fábrica de artículos de navidad en China, Zhao se atreve a mostrar la cara más oculta de la increíble expansión económica del denominado “Gigante asiático” durante los últimos años. Y utiliza para ello una mezcla muy efectiva de un lenguaje visual crudo y directo, con pequeños momentos de lirismo arrebatador. Se sirve de una ligera inspiración en la obra inmortal de Dante, La divina comedia, para adentrarse en el mismísimo infierno. La proliferación de minas de hierro, material en constante demanda para la creación de infraestructura y bienes de consumo, ha destruido totalmente enormes extensiones de terreno y, lo que es peor, alterado de manera irreparable la vida de sus habitantes. Como si de un tratado antropológico se tratase, este brillante documental explora el cambio que han sufrido los usos y costumbres locales. Los pastores nómadas que aún conservan la profesión, prácticamente sin espacio verde al que acudir, transitan con sus rebaños entre montañas de escombros. La gran mayoría ha sucumbido ante la demoledora presencia de este monstruo descomunal —el título hace referencia a la enorme bestia del Antiguo Testamento—, implacable devorador de hombres que sacrifican toda su energía y su salud en el trabajo más inclemente e injusto. La sucursal del infierno se encuentra en la siderúrgica donde procesan el material bruto, a costa de la explotación de miles de trabajadores, cuyas manos están llenas de quemaduras y llagas. La voz poética que verbaliza con genialidad el dramatismo de la situación reza «[…] Sacrificios transmutados en acero para que podamos construir nuestro paraíso […]» y son cientos de miles los fallecidos por pneumoconiosis, afección pulmonar producida por la inhalación de gases y elementos tóxicos. Si este es el infierno, ¿cuál es entonces el paraíso? Los enormes complejos residenciales que proliferan por todo el país. Torres gigantescas, recién construidas y, sin embargo, vacías; vacías e impolutas, sin una brizna de carbón o una mancha de polvo. Esta es una de las grandes obras narrativas que no solamente remueven consciencias, sino demuestran la capacidad de proyectar una ética y una estética propias. (86/100)
Looking for grace (íd, Sue Brooks, Australia, 2015)
Las posibilidades de suprimir o difuminar las barreras estilísticas presenta un reto a la capacidad de innovación, una constante en los trabajos cinematográficos actuales. Si observamos representantes contemporáneos de la vanguardia a este respecto, podemos tomar como ejemplo dos líneas paralelas y pensar en la ambiciosa trilogía Cavale, Un couple épatant y Après la vie (2002) del belga Lucas Belvaux, ideada como un un conjunto compuesto por un thriller, una comedia y un drama, respectivamente, o también en cómo el surcoreano Joon Ho Boong es capaz de mezclar humor slapstick y drama épico en The host (2006). Como muchas otras cosas, el origen se encuentra en el Teatro Clásico —Plauto acuñó la expresión “tragicomedia” en Anfitrión (188 c.C)—, pero quizás no sea esta la más directa referencia de la cineasta australiana Sue Brooks en su nuevo trabajo, Looking for Grace (2015). Esta es una de aquellas películas que se atreve a transitar por diversas propuestas narrativas y estéticas sin perder un anclaje a la cotidianidad que pretende retratar. Acude a la fragmentación de la linealidad para contar la aventura de Grace (Odessa Young), adolescente conflictiva que, en un impulso de irreverencia, decide saquear la caja fuerte familiar y recorrer con su amiga Sappho (Kenya Pearson) miles de kilómetros de carreteras australianas para ver un concierto de Hardcore. Desde su perspectiva presenciamos los clichés del autodescubrimiento y el despertar sexual en una etapa definitoria para la construcción del yo, y también las aleccionadoras consecuencias derivadas de la confianza en extraños. Sus padres, al descubrir la ausencia, deciden emprender una búsqueda conduciendo por la misma ruta que su hija, cuya fuga desvelará indirectamente algunos secretos familiares y verdades a medias. Durante la película, cada cambio de punto de vista va cerrando las vías argumentales inconclusas y aportando información sobre las posibles motivaciones de los personajes, los cuales, empero, no acaban de adquirir una presencia física real. Quizás exceptuando la buena interpretación de Young y, sobre todo, el estupendo Terry Norris, un investigador senil y temeroso del aburrimiento, inmerso en un balance de las infidelidades que debió haber cometido en su vida pero que no llegó a cometer, los demás resultan poco autónomos. Ni siquiera la mixtura entre las situaciones de drama cotidiano y los toques de comedia también cotidiana consiguen dar una identidad fuerte a la película. Y este es su mayor defecto: carece de alma, si se me permite la licencia poética. A ratos road movie que recuerda ligeramente a Little miss sunshine, a ratos thriller detectivesco, Looking for Grace no es, en absoluto, una pésima propuesta, en términos generales, pero está muy lejos de quedarse grabada en la retina del espectador. (50/100)
CORTOMETRAJES / TOMA 3
9 Days – From my Window in Aleppo (Thomas Vroege y Floor van der Meulen, Siria, 2015)
La mayor potencia que contiene el cine documental, en concreto el periodístico, es la sencilla cualidad de mostrar un acontecimiento, un estado sociopolítico o una sensibilidad de manera frontal, sin requerirse una construcción visual alrededor como complemento. 9 days: from my window in Aleppo presenta una sencilla composición, basada en los registros audiovisuales de Issa Touma. En 2012 grabó recluido en su vivienda los acontecimientos sucedidos en la calle frente al edificio en el que habitaba. Como un personaje de Hitchcock, una suerte de vouyeur, simplemente miró a través de la lente cómo la cotidianidad iba siendo gradualmente reemplazada por el terrorífico advenimiento de la guerra. Desde el primer día —fueron nueve en total, tras los cuales él mismo se negó a seguir filmando— los sonidos habituales de una calle pequeña en el centro de la ciudad dejaron de escucharse y, en su lugar, ráfagas de fusil, gritos, agitación general. Los días siguientes, las cosas no hicieron más que agravarse. El Ejército Libre, formado por gente joven, sin expresión o equipamiento militar, formó un parapeto improvisado y desplegó sus humildes fuerzas para enfrentarse al régimen de El Asad. Las tiendas y locales cerraron, y la mayoría de vecinos de Touma huyeron de sus propios hogares. Él permaneció, con las persianas bajadas, siendo testigo del avance de la violencia. Durmió en la cocina, espacio más seguro que la habitación, y aguardó, cámara en mano, cada vez con menos víveres. La narración en off describe los días uno por uno e introduce también alguna reflexión puntual del protagonista. Afirma no estar a favor ni de unos ni de otros, declarándose opuesto a la guerra. Este es un pequeño testimonio de la barbarie, seco y sin ningún punto de fuga, pues el conflicto aún persiste y es más real que nunca. (68/100)
Los barcos (Dominga Sotomayor, Chile, 2015)
¿Qué exigimos nosotros, como espectadores, a un producto cinematográfico? ¿Espejar la sensibilidad más profunda que ocultamos cada uno? ¿Evadirnos con una historia que proyecte nuestros deseos inalcanzados? En cualquier caso, por lo general, el público exige tácitamente un planteamiento y resolución del conflicto en la película. Caso opuesto es aparentemente Los barcos, cortometraje de Dominga Sotomayor que extrae un fragmento de lo que podría denominarse una historia al uso. Comienza con el final de la proyección de una película mostrada en un festival o ciclo de cine en Lisboa. La actriz invitada desde Chile al evento responde a las preguntas del público y regresa al hotel en el que se aloja. Los datos que se aportan sobre la mujer vienen medidos por su interacción totalmente orgánica con el entorno y los demás personajes. Una conversación por skype con la hija genera la intuición de una relación maternofilial complicada, enrarecida quizás por las ausencias y la falta de atención. Se entrevé, además, cierta estampa de soledad en la protagonista —con alguna ligera remembranza a Lost in translation (Sofia Coppola), en algo así como su reverso—, acentuada por la fotografía que encuadra tomas distantes de la acción, sin detalle. El viaje en ferry a un pueblo cercano donde vive un conocido es también un recorrido emocional de la mujer, hacia la sensibilidad que despierta en ella la belleza de los paisajes, la evocación de los recuerdos del viaje transatlántico de su padre en los años cuarenta, y su mirada a la nostalgia a través de los ojos del hombre que la acoge en su (muy) humilde vivienda. Los barcos ya no pasan por la zona y las infraestructuras, dársenas, esclusas, han perdido utilidad; una muy sutil seña de la profunda depresión del lugar, golpeado por el colapso de un pasado más amable. El relato, que acaba inesperadamente, como un cuento de Raymond Carver, es una pequeña cápsula de nostalgia. (78/100)
Tout le monde aime le bord de la mer (Keina Espiñeira, España, 2016)
La situación sociopolítica como materia para una obra cinematográfica puede adquirir muy distintas formas, inclusive dentro del género documental. Una aproximación frontal no es la única vía de mostrar, reflejar los conflictos. Keina Espiñeira debuta en el oficio con Tout le monde aime le bord de la mer, pero tiene muy claras las posibilidades de que dispone para contar una historia. Este cortometraje comienza como documental y se funde en terrenos más ambiguos e inquietantes, y toma como base la realidad migratoria de aquellos que viajan hacia Europa huyendo de la guerra y la miseria, a través del norte de África. Los actores, avisados por un compañero en el prólogo de “no hablar mal del gobierno, no hablar mal de los CIE (centros de internamiento para extranjeros)” —acaso como una velada denuncia de su indefensión—se representan a ellos mismos, sus vivencias reales, en un entorno que podríamos denominar perfectamente Limbo. Desde esa suerte de tierra de nadie por la que transitan, se cuentan historias unos a otros, conversan, y esperan; aguardan la posibilidad de llegar a su Tierra Prometida, dejar atrás tanta injusticia y establecerse con el mínimo de dignidad que se les ha negado en el pasado. Conocen lo difícil y azaroso que es un viaje de tales magnitudes, pero aún así, no les queda nada más que sobrevivir. El título de esta pequeña obra, que tiene algunos puntos en común con, por ejemplo, Fuocoammare (Gianfranco Rosi, 2015), alude auna conversación entre dos personajes, que recuerdan con nostalgia su hogar y han generado una relación con el mar basada en el peligro y la posibilidad de la muerte. (69/100)
3 Year 3 Month Retreat (Lo sum choe sum, Dechen Roder, Bután, 2015)
Las historias que generan una mayor atención en el espectador son aquellas que comienzan in media res, que omiten gran cantidad de datos y estimulan tanto la imaginación como la curiosidad en el espectador. Esta es la herramienta que emplea la joven directora Dechen Roder para articular su más reciente cortometraje. Lo Sum Choe Sum (3 Year 3 Month Retreat, 2015), título que alude al tiempo de retiro budista, comienza con una mujer huyendo en autobús de alguna presencia o deuda con el pasado. Tras ser capturada por la policía, el tiempo avanza tres años y vemos cómo la cárcel ha hecho mella en su físico y su estado anímico. La reinserción a la vida real resulta ya muy difícil, pero sus particulares y no del todo conocidas condiciones indican que para ella será casi imposible llegar a tener una vida normal. Encuentra trabajo en un cabaret y sufre el odio de sus compañeras y, posteriormente, el acoso de hombres que golpean la puerta de su habitación con violenta insistencia. los planos medios nunca enfocan directamente a los rostros de las personas que la increpan, ofenden o critican. Únicamente presenciamos su expresión resignada ante la adversidad y el resentimiento. Sin embargo, esta regla tácita se rompe en la catarsis final ante el encuentro con una presencia del pasado, a través de la cual llegamos a comprender cuáles fueron los acontecimientos que causaron la tragedia personal de la mujer. Y es en este momento cuando se derrumba su fachada de indiferencia y llora desgarradoramente ante la imposibilidad de la venganza como vehículo de búsqueda de sosiego. Tiempos y silencios muy bien medidos componen una recomendable obra de emociones contenidas. (71/100)