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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica en serie: Colony (T1)

    Colony

    Maneras de sobrevivir

    crítica de Colony | Primera temporada.

    USA Network / 1ª temporada: 10 capítulos | EE.UU, 2016. Creadores: Carlton Cuse & Ryan J. Condal. Directores: Juan José Campanella, Nelson McCormick, Roxann Dawson, Scott Peters, Tim Southam. Guionistas: Carlton Cuse, Ryan J. Condal, Wes Took, Daniel C. Connolly, Dre Alvarez, Anna Fishko, Sal Calleros. Reparto: Josh Holloway, Sarah Wayne Callies, Peter Jacobson, Tory Kittles, Amanda Righetti, Alex Neustaedter, Isabella Crovetti-Cramp, Paul Guilfoyle, Kathleen Rose Perkins, Carl Weathers, Gonzalo Menendez, Kim Rhodes, Cooper J. Friedman, Ally Walker, Erin Way, Adam Busch, Adrian Pasdar, Felix Solis, Kathy Baker, Charlie Bewley, Libe Barer, Kathryn Morris, Jacob Vargas, D.J. Blickenstaff. Fotografía: Jeffrey Jur, Checco Varese. Música: Clinton Shorter.

    De entrada, Colony podría sonar a más de lo mismo. La sobada premisa del futuro cercano donde un evento ha cambiado las cosas –en este caso, la variante de la invasión alienígena– y los seres humanos deben adaptarse a lo nuevo para sobrevivir. En esta serie, esos alienígenas han dividido la población en colonias, y esta primera temporada centra su acción casi todo el tiempo en la de California, en el día a día de los ciudadanos y la lucha entre la autoridad y la Resistencia, grupos subversivos que rechazan la invasión. Especialmente en eso último. Y ahí reside uno de los principales problemas de esta tanda de episodios, que empieza muy bien a la otra de presentar su clásica estructura de subtramas paralelas (cada miembro de la familia protagonista tiene su historia, por ejemplo) pero que conforme avanza decide restar dimensionalidad a varios personajes y potenciar el conflicto de Will y Katie Bowman –estupendos Josh Holloway y Sarah Wayne Callies–, ya que él entra a trabajar para dicha autoridad y ella se suma a la causa de la Resistencia con el mismo objetivo: tratar de recuperar a su hijo Charlie, separado de ellos tras la Ocupación. Ese juego de dobles verdades, excusas y sospechas está muy bien trazado, pero ahoga el potencial de otras historias y reduce al resto de personajes a figuras monocordes, además de hacer avanzar sus tramas (la curiosidad de Bram, el lavado de cerebro de Grace, la adaptabilidad de Maddie para salvar a su propio hijo) a golpe de elipsis forzadas. Es una pena, porque el mejor equilibrio hubiera dado una mejor serie, pero aun así Colony no es nada desdeñable. La manera en que gestiona su premisa, en la que entramos in media res, es muy inteligente, porque abre el camino a múltiples teorías por parte del espectador, que no puede evitar ir elucubrando sobre quiénes son los Anfitriones y cuáles son sus intenciones. En lo que acierta bastante la serie es que explorar la parte más emocional de todo este asunto, de manera que uno puede entender perfectamente las diferentes perspectivas congregadas alrededor de la problemática. Colony tiene sus conseguidas raciones de acción, intriga y momentos al límite –de hecho, dedican un episodio entero a esto, el excitante Yoknapatawpha (1.6)–, pero si funciona es porque apela a sentimientos y conflictos emocionales esenciales, y pone a los personajes en disyuntivas morales de envergadura. La forma además acompaña al fondo, con cámara al hombro y un montaje preciso y cortante para transmitir la realidad de un mundo en tensión constante. Una elección visual que sin aportar nada nuevo (cada vez más series ruedan así) es la mejor opción para el espíritu del drama.

    Otra tendencia bastante frecuente y a la que la serie se adquiere y ejercita con talento es aquélla según la cual se juega fuerte desde el principio. A saber, varios personajes relevantes mueren y los giros de guión sorprendentes son la norma, aunque no por eso dejan de funcionar. El problema de esta fórmula es que puede quemarse con rapidez, pero cuando el cimiento de los personajes está tan bien hecho como aquí, el riesgo disminuye, siempre y cuando las decisiones que toman estén motivadas por emociones, y no entren en juego como aderezo para la trama. Will y Katie se aman, tienen un buen matrimonio –gran idea la de establecer su saludable vida sexual– y están sometidos a unas circunstancias extraordinarias que ponen a prueba la fuerza de su unión, y la de su familia. Una familia que es usada con astucia por los guionistas para cubrir diferentes aspectos de la invasión, mostrarnos múltiples caras ante la misma situación. El trabajo del padre nos muestra cómo funciona en función de las órdenes que vienen de arriba esa despreciada Autoridad; la labor en la Resistencia de la madre sirve para que aprendamos poco a poco información sobre lo que sucedió en la invasión y cómo se organiza socialmente el mundo ahora; la curiosidad del hijo nos lleva a querer averiguar cómo son los alienígenas y de dónde vienen exactamente; y la inocencia de la hija usada como perfecto caldo de cultivo para introducirle ideas de carácter místico sobre los Anfitriones nos habla de la fe para lograr adhesiones a la causa. En definitiva, Colony garantiza no solo garantiza un entretenimiento de primera sino también provoca una reflexión sobre qué haríamos ante situaciones así. Su empeño en profundizar en la moralidad de sus personajes, en no tratarlos como peones sino como seres con alma, logra distinguirla de productos de corte similar, en un subgénero que tiene potencial para lo mejor y para lo peor. Sin evitar algunos lugares comunes y con la ya mentada irregularidad en el tratamiento de algunas subtramas, este drama de ciencia-ficción goza de un conseguido tratamiento realista y una puesta en escena cargada de nervio, amén de un elenco notable que suple ocasionales carencias de guión. Y todo esto apuntado en apenas diez entregas, que cierran con un cliffhanger básico (varios frentes abiertos que terminan de mostrar lo rota que está la familia Bowman) y hace que la cuenta atrás para la segunda tanda se haga desde ya algo más complicada de aguantar. | ★★★ |


    Adrián González Viña
    © Revista EAM / Sevilla


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