Ashik
Sayat nova (El color de la granada) (Սայաթ-Նովա, Serguei Paradjanov, URRS, 1968).
Serguei Paradjanov es uno de esos directores que fácilmente pasan desapercibidos en las páginas de la Historia del Cine. Nacido de padres armenios en 1924, sus primeros filmes se enmarcan dentro del realismo soviético, corriente impuesta por Stalin y que se consideraría como la expresión artística oficial hasta la caída de la URSS. Todas las artes, no solo el cine, se vieron afectadas por un estilo centrado en retratar y exaltar las sencillas vidas de la clase trabajadora. «Las películas de la era soviética (y no solo las mías) eran como un cardiograma del terror. Son cardiogramas del miedo. El miedo a perder tu película, el miedo a morir de hambre. El miedo a tu propio trabajo». Así describe el propio Paradjanov lo que significaba realizar cine en aquellos tiempos. Fue en 1962, con el trabajo de un joven director ruso, cuando todo pareció cambiar para él. La infancia de Iván, ópera prima de Andrei Tarkovski con la que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia, influyó sobremanera en su concepción del cine como arte y le llevó a repudiar todas sus obras anteriores y lanzarse hacia terrenos más vanguardistas, rompiendo por completo no solo con su estilo anterior, sino también desmontando uno a uno los principios del cine soviético.
Cuatro fueron los largometrajes realizados por Paradjanov tras esta ruptura. El primero, Los corceles de fuego, estaba basado en la historia del ucraniano Mykhailo Kotsiubynsky y cuenta la historia de amor maldita entre Iván y Marichka. Filmada en un dialecto regional imposible de entender para muchos rusos y ante la negativa del director a introducir ningún tipo de doblaje o subtítulo explicativo, la película empieza a generarle problemas con las altas esferas soviéticas. Tras esta, vendría la obra que le granjeó el respeto y la admiración de la comunidad cinéfila internacional. De Sayat Nova se conservaban dos versiones. Por un lado, la versión censurada realizada por el director Serguei Youtkevicth bajo el encargo del Comité Cinematográfico del Estado para su distribución por las repúblicas soviéticas. Youtkevicth reduce su duración, reordena y retira muchas escenas y reescribe los intertítulos aportando narratividad. Por otro, la versión del propio Paradjanov, que, tras el cambio de título (la obra pasa a llamarse El color de la granada) y la modificación de algunos intertítulos, obtiene la aprobación para ser distribuida únicamente en la República Soviética de Armenia. Es esta versión la que ha sido restaurada por la Cineteca de Bolonia y la Film Foundation en cooperación con otros organismos armenios y rusos. Estamos, sin duda, ante uno de los esfuerzos de conservación fílmica más importantes realizados por la fundación creada por Martin Scorsese. Admirar Sayat Nova es una experiencia extraña, vibrante y conmovedora. Descubrir a día de hoy una película así, que, como apuntó Serge Daney, «no se parece a nada», con sus colores intensos y sus composiciones frontalmente artificiosas, resulta un revulsivo para nuestra mirada, cómodamente acostumbrada al nuevo establishment de la producción cinematográfica.
Sayat Nova: en la mente de un poeta
«Esta película no intenta contar la vida de un poeta. En su lugar, el cineasta ha intentado recrear su mundo interior, sus estados de ánimo, sus pasiones y sus tormentos, utilizando ampliamente el simbolismo y las alegorías propias de la tradición de poetas-trovadores de la Armenia medieval». Estas palabras, toda una declaración de principios, abren Sayat Nova. Sus ambiciosas intenciones dejan al espectador ante la única de las respuestas posibles: vaciarse de prejuicios y predisposiciones, olvidarse de intentar analizar o entender cada imagen o metáfora y estar dispuesto a abrazar una puesta en escena que funciona como un sueño. La vida del poeta Sayat Nova se presenta como una sucesión de retablos cuya composición bebe de infinitas referencias (desde la tradición armenia y la religión hasta Pasolini o el surrealismo), pero que acaba por encontrar su propio estilo, un camino expresivo para crear una obra intangible pero totalmente estimulante por su singularidad. Lo cierto es que la película nunca olvida establecer las conexiones entre la vida y la obra del poeta con la evocación metafórica de sus pensamientos para construir cierta lógica argumental, aunque esta finalmente quede en segundo plano y nunca se materialice de manera evidente. Cada etapa de su vida va acompañada de algunos de sus versos para apuntalar la concepción de estas alegorías visuales. Así, realidad e imaginación se van aunando para ofrecernos imágenes que nos recuerdan constantemente la capacidad del cine para penetrar en la mente y representarla a través de asociaciones a primera vista imposibles que produce una belleza inusitada. Es la base del surrealismo, pero Paradjanov está más cerca de la construcción pictórica, casi daliniana, de sus imágenes que del uso del montaje asociativo de Buñuel y sus efectos ópticos. Como si de un lienzo en movimiento del genio de Figueres se tratase, la disposición de los elementos presentes en el encuadre y sus movimientos están milimétricamente pensados para establecer lazos entre lo que se muestra y sus implicaciones (el joven Sayat entre libros secándose al sol mientras el viento agita sus hojas; el hombre besando al pavo real, símbolo cristiano de la vida eterna; el monasterio repleto de carneros).
Sin embargo, hay algo turbador en las imágenes, una artificialidad que resulta chocante y misteriosa. Los personajes se mueven mecánicamente, sus movimientos carecen de naturalidad y nos interpelan directamente con la mirada. Puede que haya que volver a la idea de sueño apuntada anteriormente para captar el sentimiento de la cinta. Es la idea de la disposición mental onanísitica de nuestros pensamientos: las imágenes se repiten, se expanden, se encogen, avanzan hacia el infinito para crear un imaginario sorprendemente unitario y provocador que conduce al ensimismamiento. Es más la representación de un estado de ánimo constante que la biografía de un artista. En ese sentido, Paradjanov nos adentra en un trance continuo donde la intensidad desaturada de su infinita gama de colores (rojos, dorados, blancos, azules…) crea un universo vivo del sueño y del pensamiento, de ese estado interior, de esas pasiones y tormentos que acertadamente apuntaba el director al inicio de la cinta y que, tras el visionado de Sayat Nova, ya no nos resultan tan ambiciosas o imposibles.
El Dios Sayat
«Yo soy aquel cuya vida y alma son tortura». Con este verso arranca el relato de la vida de Sayat. En la esencia de tal afirmación encontramos la representación que realiza Paradjanov del personaje. Asistimos a la creación de un nuevo Dios, de un ser divino y místico que se materializa en pantalla a través de la reformulación y reinterpretación de la simbología cristiana. La artificialidad en la composición a la que nos referíamos también encuentra su eco en las pinturas cristianas, en las representaciones a modo de tableaux vivant que recuerdan a los murales que adornan las iglesias o a las escenas tejidas en los tapices. La cultura popular, las tradiciones y la religión encuentran un sentido diferente en esta ritualización de los pensamientos y la vida de Sayat. La figura del ashik (así es como se denomina en armenio a estos poetas trovadores medievales) adquiere una dimensión divina mediante la idolatría a la que le somete Paradjanov. Lo más interesante es que no lo hace desde la grandilocuencia y exaltación de sus actos y vivencias, sino desde la construcción de un estilo en el que confluyen todos los elementos que hemos ido desgranando. Una estética de la divinidad que en su libertad formal encuentra una expresividad inaudita.
Otro elemento vertebrador de la película es la música. Los ritmos medievales se mezclan con los sonidos diegéticos para componer una melodía propia. Fusiona imagen, movimiento interno del plano y sonido para lograr la armonía a todos los niveles. Ahí estriba gran parte del valor de la obra de Paradjanov, su capacidad de explorar todas las capas expresivas y discursivas cinematográficas. Pero no se conforma con ello. El director armenio va más allá y modula otros elementos artísticos para encontrar nuevas formas de enfocar la vida de Sayat y ahondar en el mensaje de su representación. Así, a modo de ejemplo, el actor Sofiko Chiaureli interpreta tanto al poeta adolescente como a la amada de este, creando un efecto espejo en el romance que subraya la idea de la divinidad omnipresente y la ensoñación que hemos apuntado anteriormente. «Nos buscamos a nosotros mismos en el otro…»
El antibiopic
«Creo que Sayat Nova es como un joyero persa. Por fuera, su belleza inunda la mirada; contemplas todas sus miniaturas. Entonces lo abres y descubres que en el interior hay todavía más accesorios persas». De este modo tan poético describía Paradjanov su película. En sus palabras ya se adivina un desplazamiento hacia el interior. Y es que estamos ante lo que podríamos considerar un antibiopic, puesto que renuncia a la narración épica o la glorificación de los acontecimientos vitales de su protagonista para habitar en el interior de sus pensamientos, para interpretar y convertir en imágenes el mundo que el poeta plasmó en versos. Esa es la única manera que concibe el director de acercarse a su existencia, ya que antepone la riqueza artística interna de Sayat y sus sentimientos a cualquier narración convencional de los hechos. Es en el universo interno que nos muestra del que se pueden extraer la correlación de hechos que acontecieron en su vida sin que la cinta los haga totalmente explícitos en ningún momento.
Pero para entender una obra de este calibre hace falta principalmente vaciar la mirada; mirar sus imágenes con la misma ilusión y extrañeza de quien ve por primera vez la inmensidad del mar; observar su riqueza sin juzgarla bajo ningún otro precepto que la libertad creativa. Y en la Unión Soviética de finales de los años 60 algo así no era inconcebible. Pese al reconocimiento mundial, Paradjanov tuvo aún más problemas si cabe para continuar filmando (Sayat Nova ya se rodó en condiciones primitivas). Tras años sometido a vigilancia y bajo continua sospecha, es detenido en diciembre de 1973 y condenado meses después a 5 años de prisión. ¿Sus delitos? Entre otros, tendencias homosexuales, incitación al suicidio o tráfico de obras de arte. Gracias a la presión internacional de intelectuales como Louis Aragon o Elsa Triolet logrará ser liberado antes de cumplir la pena completa, aunque una vez en libertad se le prohíbe trabajar en el cine. Tras otro arresto en 1982, no es hasta 1985 cuando consigue de nuevo realizar su siguiente largometraje, La leyenda de la fortaleza de Suram, al que seguirá el documental Arabescos sobre el Tema de Pirosmani. Su delicado estado de salud le lleva a interrumpir el rodaje de la que iba a ser su cinta autobiográfica, Confesión, y en 1990 el director morirá en la Erevan, la capital armenia, a los 66 años. Poder disfrutar actualmente de una obra total, irrepetible y única como Sayat Nova es verdaderamente un regalo.
Víctor Blanes Picó
© Revista EAM / Barcelona
(1) Nota al pie: declaraciones extraídas de la entrevista realizada al director Serguei Paradjanov el 1 de julio de 1988 por Ron Holloway y los materiales de prensa proporcionados. Pressbook
Ficha técnica
Ficha técnica
Unión Soviética, 1968. Título original: Sayat Nova, Սայաթ-Նովա. Director: Serguei Paradjanov. Guion: Serguei Paradjanov, basado en el poemario homónimo. Productora: Armenfilm Studios. Distribuidora de la versión remasterizada: Capricci Films. Fotografía: Suren Shakhbazyan. Música: Tigran Mansuryan. Montaje: Serguei Paradjanov. Dirección artística: Serguei Paradjanov. Reparto: Sofiko Chiaureli, Melkon Aleksanyan, Vilen Galstyan, Giorgi Gegechkori, Spartak Bagashvili, Medea Djaparidze, Hovhannes Minasyan & Onik Minasyan.