Aquella granja al pie de las colinas de Ngong
Memorias de África (Out of Africa, Sydney Pollack, EE.UU. 1985).
Director, productor y actor estadounidense, Sydney Pollack fue, sin duda, uno de los nombres imprescindibles de la industria durante cinco décadas, desde que debutara con La vida vale más (1965) hasta su fallecimiento en 2008. Excelentes películas como Danzad, danzad, malditos (1969), Yakuza (1974) o Ausencia de malicia (1981) y grandes éxitos de taquilla como Tootsie (1982) o La tapadera (1992) dejaron constancia de su buena sintonía con crítica y público, siendo especialmente recordadas sus colaboraciones con el actor Robert Redford, con quien llegó a trabajar en siete títulos. Propiedad condenada (1966) –coprotagonizada por Natalie Wood–; el western Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972); el exitoso drama romántico Tal como éramos (1973) –a mayor gloria de Barbra Streisand–; el notable thriller de espionaje Los tres días del cóndor (1975); El jinete eléctrico (1979) –con una Jane Fonda en la cresta de la ola– y Habana (1990), especie de revisión de la mítica Casablanca (Michael Curtiz, 1942) ambientada durante la revolución cubana en los años 50, fueron las películas que Pollack y Redford dejaron para la posteridad, aunque, tal vez, la más famosa de todas sigue siendo Memorias de África (1985), todo un referente en cuanto a cine romántico, con todos sus ingredientes combinados de manera perfecta para forjar un clásico del género que mantiene intacta su capacidad de seducción treinta años después de su estreno.
Publicado en 1937, Memorias de África es un libro de memorias en el que la escritora danesa Karen von Blixen-Finecke narra, bajo el seudónimo de Isak Dinesen, muchos de los recuerdos de los diecisiete años que vivió en Kenia. A finales de 1913, Karen Dinesen era una joven de 28 años proveniente de una familia adinerada que, ante el temor de quedarse soltera (algo no especialmente bien visto en la sociedad de la época), realizó un pacto con su primo, el Barón Bror von Blixen-Finecke, con quien mantenía una estrecha relación de amistad y complicidad, dado el carácter indómito que compartían. Éste consistió en la celebración de un matrimonio por interés en el que el esposo se beneficiaría del patrimonio de ella para poner en pié una granja de vacas en la colonia británica del África Oriental, mientras que Karen obtendría el título nobiliario. Una vez en tierra africana, la mujer se encontró con una realidad bien diferente a la que se había imaginado. Bror cambió de planes e invirtió el dinero en unas plantaciones de café que, por las características del lugar y el clima, tenían todas las papeletas para convertirse en una ruina. Al mismo tiempo que Karen se enamora rápidamente del continente y su gente, a la que trataba con amabilidad, a pesar de estar en una posición de superioridad en aquella tierra feudal, su matrimonio comenzó a tambalearse. El Barón realizaba constantes (y largas) escapadas, escudándose en su pasión por la caza, dejando sola a su esposa al frente de los problemas de la granja. Karen, que en un principio había parecido asumir las condiciones de su casamiento (los sentimientos quedarían en un segundo plano), había empezado a tener verdadero afecto hacia Bror y echaba en falta la figura de un compañero a su lado. La irrupción en su vida del cazador Denys Fin Hatton le hizo volver a sentir la pasión por un hombre, iniciando un romance marcado, hasta la prematura muerte de él en un accidente de aviación, por los altibajos debidos a la escasa predisposición del cazador a renunciar a su vida libre y salvaje para sentar cabeza en una relación convencional. Memorias de África es un relato apasionante (y apasionado), no solo en la faceta romántica y personal de la vida de su protagonista –una heroína de armas tomar en la línea de los grandes personajes del género, como la Escarlata O´Hara de Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor, Sam Wood, 1939)–, sino también en el amor que sus letras desprenden hacia el continente africano, sus costumbres y gentes, con largos segmentos que describen el comportamiento de los nativos masáis.
«Memorias de África es un relato apasionante (y apasionado), no solo en la faceta romántica y personal de la vida de su protagonista, sino también en el amor que sus letras desprenden hacia el continente africano, sus costumbres y gentes, con largos segmentos que describen el comportamiento de los nativos masáis».
Tres años después de reventar las taquillas con Tootsie –más de 177 millones de dólares recaudados solo en USA–, que, además, cosechó excelentes críticas y fue nominada a 10 Oscars (incluyendo los de mejor película y director), Pollack se decidió a llevar a la gran pantalla las experiencias de Von Blixen, sobre un guion de Kurt Luedtke que, además del libro homónimo, también bebía de otras obras como Isak Dinesen: The Life of a Story Teller, de Judith Thurman, o Silence Will Speak, de Errol Trzebinski, y, muy especialmente, de Sombras en la hierba, de la propia Von Blixen. Se trataba de un proyecto largamente acariciado que, de forma originaria, perteneció a Greta Garbo y estuvo a punto de llevarse a cabo, en varias ocasiones, con realizadores tan reputados como Orson Welles, David Lean o Nicolas Roeg llevando las riendas. Por fin, en 1985, la Universal puso en las manos de Pollack un generoso presupuesto (para la época) de 28 millones de dólares para poner en marcha la que se convertiría en una de las películas más archifamosas de la década de los ochenta. Sin duda, el mayor as del que dependía el éxito o el fracaso de la cinta, residía en la elección de una actriz con la suficiente fuerza y carisma para estar a la altura de un personaje femenino que era un auténtico bombón. Tras barajarse el nombre de la veterana Audrey Hepburn, finalmente éste recayó en Meryl Streep, la intérprete del momento que, a sus entonces 36 años, ya había conseguido ganar dos Oscars –mejor actriz de reparto por Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979) y actriz principal por La decisión de Sophie (Alan J. Pakula, 1982)–, siendo también nominada por El cazador (Michael Cimino, 1980), La mujer del teniente francés (Karel Reisz, 1981) y Silkwood (Mike Nichols, 1983). Su fichaje no pudo ser más acertado, personificando a una Karen von Blixen perfecta, otorgándole el carácter indomable y valiente requerido y logrando una extraordinaria química con los dos actores con los que coprotagonizó el filme, muy especialmente con un Robert Redford que se había apropiado del papel de Denys, por encima de un Jeremy Irons que realizó incontables esfuerzos por conseguirlo. El tercero en discordia, dando vida a Bror, fue el actor y director de origen austríaco Klaus Maria Brandauer, que había saltado a la fama con su papel en la oscarizada Mephisto (István Szabó, 1981) y fue el villano de aquella aventura extraoficial de 007 titulada Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner, 1983), con Sean Connery retomando el papel de agente en medio del reinado de Roger Moore. Brandauer está espléndido y, pese a contar con menos presencia en pantalla, no se deja opacar por las estrellas protagonistas.
Resulta curioso cómo Memorias de África llegó a calar tanto como cinta “romántica”, teniendo en cuenta la constante frustración de su personaje femenino por no ser correspondida como desea por ninguno de sus dos hombres. Tal vez la imagen de maduro galán de Redford –en su mejor momento físico a sus casi 50 años– ejerciendo de solitario cazador, los preciosos escenarios naturales en los que se desarrollaba su romance con Streep (potenciados por una maravillosa fotografía de David Watkin) y la ensoñadora partitura musical de John Barry, en uno de sus mejores y más famosos trabajos, lograron idealizar una historia, por otra parte, no exenta de ingredientes más delicados –una enfermedad de transmisión sexual que pone a la protagonista al borde de la muerte; la malaria que sesga la vida de Berkeley, el socio de Denys, y la relación interracial que éste mantiene, casi en secreto y durante años, con una chica somalí (encarnada por la supermodelo Imán, viuda de David Bowie); la ruina económica–. Para contrarrestar, momentos tan idílicos como el paseo en avioneta de los amantes, con esas hermosas panorámicas de África a vista de pájaro; Denys lavándole amorosamente el cabello a Karen; o la mágica escena en la que ella ameniza la velada a los cazadores contándoles cuentos al calor de la chimenea, fueron claves a la hora de hacer del filme uno de los títulos más emblemáticos del género romántico en su vertiente más exótica y con una guerra como telón de fondo (en este caso, la Primera Guerra Mundial). Tan solo El paciente inglés (Anthony Minghella, 1996), también ganadora de nueve Oscars, consigue acercársele en popularidad, sobre todo entre el público femenino. Pero casi tan importantes como sus relaciones amorosas, son en la cinta los fuertes lazos de amistad y complicidad que Karen llegó a establecer con algunos de sus empleados, especialmente con el joven cocinero Kamante y con el criado somalí Farah, su más fiel compañero de fatigas a lo largo de sus diecisiete años de vida en el continente africano, en aquella granja a los pies de las colinas de Ngong.
«Hoy, cuando ya se han cumplido 30 años desde su estreno, Memorias de África se ha ganado a pulso su categoría de clásico. Una obra maravillosa en todos los sentidos; un placer para la vista y para los oídos que, como pocas veces en la Historia del Cine, debe mucho de su impacto a la poderosa música del maestro John Barry».
Memorias de África, pese a sus más de dos horas y media de duración, es una obra que consigue atrapar al espectador en todo momento, seduciéndole con un romanticismo, en contra de lo que pueda parecer, no demasiado almibarado, y protagonizado por unos personajes maduros que se aceptan los unos a los otros con sus defectos (para bien o para mal, tanto Bror como Denys son sinceros en todo momento con Karen respecto a hasta dónde están dispuestos a ofrecer en sus relaciones) y que tienen muy claras sus prioridades vitales. Su carácter intimista (cuando no contemplativo), se ve únicamente roto por los leves toques de aventura de los que el relato se impregna en las emocionantes escenas de cacería y esos encuentros de Denys y Karen con unos leones que, finalmente, adquieren un papel casi poético dentro de la historia, cuando él es enterrado en una colina y éstos acuden a dormir sobre su tumba. La combinación perfecta de todos sus ingredientes hicieron del filme un enorme triunfo crítico y comercial. Memorias de África pasó como una auténtica apisonadora en la ceremonia de los Oscars, siendo la mayor damnificada El color púrpura, de Steven Spielberg. Ambas partían como favoritas, con once nominaciones cada una, y mientras el trabajo de Pollack se llevó siete estatuillas –mejor película, director, guion adaptado, banda sonora, fotografía, dirección artística y sonido–, el drama racial de Spielberg se fue de vacío. Pese a que Streep perdió en esta ocasión la batalla frente a la veterana Geraldine Page de Regreso a Bountiful (Peter Masterson), su interpretación de Blixen siempre quedará como una de sus más recordadas demostraciones de versatilidad. En taquilla, recaudó la friolera de 128 millones de dólares en todo el mundo (solo 87 fueron en suelo americano), todo un éxito teniendo en cuenta que en aquellos momentos arrasaban productos de índole más comercial como Regreso al futuro (Robert Zemeckis) o Rambo 2 (George P. Cosmatos). Hoy, cuando ya se han cumplido 30 años desde su estreno, Memorias de África se ha ganado a pulso su categoría de clásico. Una película maravillosa en todos los sentidos; un placer para la vista y para los oídos que, como pocas veces en la Historia del Cine, debe mucho de su impacto a la poderosa música del maestro John Barry.
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 1985. Título original: Out of Africa. Director: Sydney Pollack. Guion: Kurt Luedtke (Novela: Isak Dinesen). Productor: Sydney Pollack. Productoras: Mirage Entertainment / Universal Pictures. Presupuesto: 28.000.000 dólares. Recaudación mundial: 128.499.205 dólares. Fotografía: David Watkin. Música: John Barry. Montaje: Pembroke J. Herring, Sheldon Khan, Fredric Steinkamp, William Steinkamp. Vestuario: Milena Canonero. Dirección artística: Colin Grimes, Cliff Robinson, Herbert Westbrook. Reparto: Meryl Streep, Robert Redford, Klaus Maria Brandauer, Michael Kitchen, Malick Bowens, Michael Gough, Suzanna Hamilton, Graham Crowden, Rachel Kempson, Leslie Phillips, Shane Rimmer, Iman.