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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Experimenter

    Experimenter

    Individuos obedientes para estados totalitarios

    crítica de Experimenter (Michael Almereyda, EE.UU. 2015).

    «Somos, no sé por qué, dobles, de modo tal que descreemos de aquello en que creemos y no podemos deshacernos de aquello que condenamos». Montaigne.

    Los estudios de mercado habrán determinado que no merece la pena arriesgarse con un producto que gira alrededor de la mente humana y de las razones del comportamiento injusto, de la obediencia ciega. Un olvido que afecta a una película que demuestra, precisamente, lo flexible que puede ser la voluntad, lo fácil que es conducirla por caminos que excluyen la responsabilidad personal en las consecuencias de actos que sólo dependen de nosotros. Actos esencialmente injustos que amparamos en el cumplimiento de una orden. De forma sistemática la Historia de la Humanidad nos demuestra la cantidad de barbarie que encierran muchos actos individuales que nadie reconocería estar dispuesto a cometer, y pese a ello, se cometen. Las razones de este comportamiento las quiso conocer Stanley Milgram. Él (un Peter Sarsgaard extraordinario en su contención y en su tristeza) es el centro de la trama de Experimenter. Y sin embargo no estamos ante una biografía al uso, en este caso los experimentos del psicólogo sirven de puntos de anclaje para conocer el pensamiento y la vida del científico. El relato cronológico se llena de saltos en el tiempo hacia delante, con un único retroceso, el momento en que Milgram conoce a la que sería su compañera toda la vida, Shasha (Wynona Ryder, excesiva en su gestualidad en varias escenas). Nuestro protagonista, psicólogo experimental de origen judío, es consciente del azar que ha provocado su existencia. Siendo hijo de emigrantes húngaros y rumanos, nacido en 1933 en el Bronx, era tan conocedor de su suerte, y la de sus padres, por haber emigrado de Europa antes del nazismo, que su deambular por universidades, por salas de ensayos, por la propia vida; parece lastrada por un peso invisible que hunde sus hombros, que coloca en sus piernas un impedimento tal, que le impide andar con un mínimo de ligereza. Es la pesadumbre de un superviviente que podía haber desaparecido como efecto de la teoría experimental que trata de acreditar. Su mirada nos escruta, nos interroga, se dirige a nosotros con enorme tristeza, aumentada al constatar que el comportamiento humano puede ser injustamente obediente con independencia del país o del sistema político en que se viva. Un experimento diseñado para demostrar que la sociedad norteamericana era mejor que la alemana demostró lo contrario, algo inasumible para la clase dominante del momento.

    El experimento de Milgram, el principal, consistió en colocar a una serie de sujetos en la tesitura de poder infringir daño a un tercero en el cumplimiento de una orden que emanaba de uno de los investigadores. El investigado no veía a la víctima, pero podía intuir lo que le podía estar pasando. Milgram creía que los resultados del experimento demostrarían que la inmensa mayoría de norteamericanos se negaría a obedecer una orden absurda y dolorosa, que ninguno de ellos accionaría el botón de descarga eléctrica cuando el “aprendiz” fallara la respuesta. Eran órdenes verbales al sujeto de investigación, hechas por una persona que llevaba bata y representaba la autoridad, sin consecuencias personales para el caso de ser incumplidas, y, pese a las dudas, el nerviosismo, el aparente rechazo a querer seguir, un 65 % de los estudiados completaron la prueba hasta el final; y eso pese a oír los gritos de dolor de la presunta víctima. Hombres o mujeres, negros o blancos, jóvenes o viejos, los resultados fueron idénticos y concluyentes. Esa obediencia ciega es la que casi nadie se atreve a discutir bajo la excusa de que el hombre con la bata blanca asume las responsabilidades de la orden, justificarse en el cumplimiento de un mandato. Milgram termina insatisfecho el experimento. La educación en unos determinados valores, la supuesta libertad del país; no consiguen una conclusión muy diferente de la que se ha sufrido en la Alemania nazi. Tratando de probar las diferencias termina demostrando las similitudes. La revelación de esas conclusiones, en un país en plena Guerra Fría, años 1961 a 1963, no gustaron al mundo académico (se le cerraron definitivamente las puertas de Yale y de Harvard), ni al Comité Deontológico que examinó su proyecto tachándole de antiético por partir de un engaño a sus investigados ocultándoles la verdad; pero lo que no se podía borrar era que estamos regidos por unas funciones psicológicas de la obediencia, unos impulsos que nos impiden desobedecer a la autoridad aun sabiendo que la acción pedida es esencialmente mala. Los resultados son atroces y devastadores para la sociedad estadounidense, porque si la autoridad que gobernara a esa sociedad fuera malévola, el carácter estadounidense no se abstraería de esa brutalidad y se podría comportar como la sociedad de la Alemania nazi, algo impensable hasta entonces.

    Experimenter

    «Una película extremadamente interesante en su contenido, cuya forma tampoco le desmerece porque mezcla con sencillez la vida científica y la vida personal del profesor, y las implicaciones de la primera sobre la segunda así como los recursos del profesor para reconducir los problemas y tensiones familiares con su propio conocimiento de la personalidad humana».


    La película, de manera deliberada, opta por lo retro en la concepción del espacio. Proyecciones, transparencias en vez de decorados, colores neutros o decididamente apagados para reflejar un estado de ánimo nada festivo en el profesor. La puesta en escena es aséptica en los espacios de investigación, al menos hasta que el profesor consigue cierta estabilidad laboral y llega a la universidad de Nueva York en los 70, una sociedad más abierta y progresista donde sus estudios gozaban de más libertad. Pero incluso en esos ambientes progresistas Milgram encuentra ese componente negativo de la naturaleza humana; la posibilidad cierta de influir con facilidad en el comportamiento humano, tanto como individuo como colectivo. Consternado por la crueldad de los resultados de su gran experimento, pero implacablemente dispuesto a demostrar el funcionamiento de la sociedad como masa, o del fin del individuo como elemento dispuesto a regirse por su propio criterio, el filme nos sumerge en los sucesivos estudios del profesor haciéndonos partícipes de la experiencia y del resultado, como si formáramos parte de su equipo científico. Milgram demostró científicamente la existencia del prejuicio, demostró la teoría de los “6 grados de separación”, o el poder de la sugestión colectiva, colocando a sus alumnos mirando al cielo de Nueva York y consiguiendo, inmediatamente, que una legión de personas se parara y contemplara durante minutos la nada, sin preguntarse qué había que mirar ni por qué. Estos experimentos incidían en la teoría desarrollada por su profesor, el doctor Asch, y que se denominó “Efecto de la presión grupal en la modificación y distorsión de decisiones”, teoría por la que aun sabiendo que nuestra respuesta es contraria a nuestra verdadera opinión, seguiremos la opinión mayoritaria del grupo para no significarnos como distintos. Sacrificamos la individualidad personal por miedo a sentirnos diferentes, señalados, repudiados por la masa, optamos por ser obedientes y buenos chicos.

    Obsesionado por una memoria del Holocausto que le persigue, los paseos del psicólogo por los pasillos de las universidades serían el equivalente de una sonda que circula a través de nuestros canales cerebrales. Milgram, a quien en un efecto visual muy poderoso y metafóricamente contundente, sigue un elefante, sabe que la vida sólo se comprende hacia atrás, pero sólo puede vivirse hacia delante. Cómo hacer compatibles los horrores de la humanidad con la pervivencia moral del sujeto lleva a Milgram a idear la teoría del estado agéntico como última fase de su estudio científico, dando nombre a lo que los experimentos le han ido enseñando. En ese estadio de la personalidad, enfrentado al estado autónomo, las demandas de la autoridad, aun instalada ésta democráticamente, entran en conflicto con la consciencia del individuo, y éste termina cediendo ante la autoridad alienándose de sus propias reacciones y autojustificándose. Las expresiones «sólo hago mi trabajo, eso no es cosa mía, yo no hago las leyes, así está escrito, yo cumplo órdenes» son el ejemplo de que el individuo pasa a definirse como el instrumento necesario para la ejecución de los deseos de otro. Lo que ya no pudo Milgram fue seguir estudiando la forma de revertir ese estado, porque en 1984, y en una escena de humor negro admirable, murió víctima de su quinto infarto y de una recepcionista hospitalaria agéntica.Estamos pues ante una película extremadamente interesante en su contenido, cuya forma tampoco le desmerece porque mezcla con sencillez la vida científica y la vida personal del profesor, y las implicaciones de la primera sobre la segunda así como los recursos del profesor para reconducir los problemas y tensiones familiares con su propio conocimiento de la personalidad humana. Experimenter goza de la sencillez de las cosas complejas y permite un completo goce y disfrute de una maravilla en su forma de contar y de dirigirse al espectador. Recuperar a un director como Almereyda, olvidado por la distribución española, es bueno en un doble sentido. Porque desde Nadja estaba trabajando sin que su cine tuviera ninguna resonancia, y porque ahora ofrece una obra absolutamente imprescindible para conocer nuestra manera de comportarnos en situaciones de presión, de actuar delegando en otros las consecuencias que podemos evitar. Almereyda, a través de Milgram, nos enseña a desobedecer, también a conocer la triste realidad: que muy pocos se comportarían como personas justas ante situaciones injustas. El experimento lo demuestra. (★★★★)


    Miguel Martín Maestro
    © Revista EAM / Valladolid


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2015. Título original: Experimenter. Director: Michael Almereyda. Guión: Michael Almereyda. Productoras: BB Film Productions / FJ Productions / Intrinsic Value Films. Productores: Danny A. Abeckaser y Michael Almereyda. Fotografía: Ryan Samul. Dirección artística: Andy Eklund. Música: Bryan Senti. Reparto: Winona Ryder, Taryn Manning, Kellan Lutz, Anton Yelchin, John Leguizamo, Peter Sarsgaard, Dennis Haysbert, Lori Singer, Josh Hamilton, Anthony Edwards, Jim Gaffigan, Vondie Curtis-Hall. Duración: 90 min. Presentación oficial: Festival de Sundance 2015. Fecha de estreno: 16 de octubre 2015 (USA).

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