Tomás Moro jamás pisó Berlín
Crónica de la séptima jornada de la 66ª edición de la Berlinale.
Hoy, 17 de febrero, estamos un paso más cerca del final del Festival Internacional de Cine de Berlín. Cada nuevo día aporta nuevas propuestas a la sección oficial; eso sí, bien es cierto que, en el tiempo en el que nos encontramos, la lista de películas favoritas, el posible título merecedor del Oso de oro y los demás premios se mantiene más o menos estable. Incluso a pesar de las gratas sorpresas, las apuestas comienzan a tener caballo ganador. Hasta el próximo sábado, todo son especulaciones. El notable documental de Gianfranco Rosi Fuocoammare, una de las películas que más ha puesto de acuerdo a la crítica, suena con fuerza como posible merecedora del máximo galardón. ¿Qué novedad aporta el día de hoy, entonces? Nada más y nada menos que uno de los pesos pesados. El danés Thomas Vinterberg, a estas alturas ya consolidado como uno de los baluares del cine nórdico, presentó esta mañana Kollektivet, ansiado regreso que conecta directamente y en varios aspectos con su filme fundacional Celebración, aportando una mirada corrosiva sobre el desencanto de las utopías. El público respondió con un caluroso aplauso de bienvenida —la última vez que enseñó su trabajo en Berlín fue hace más de un lustro con Submarino—. Quizás podría llegar a cambiar la opinión del jurado. Además, hoy también hubo sitio para la competencia: el autor de We steal secrets: the story of wikiLeaks, Alex Gibney, presentó un muy controvertido documental, titulado Zero days, que explora en hasta qué punto la mutación de internet y sus posibilidades ya aplicadas al campo militar, evidenciando que la “guerra cibernética”, expresión que sonaba casi a ciencia ficción hace algunos años, de hecho ya existe. Con un interesante montaje y probando la elasticidad del límite de la no-ficción, el autor de Taxi to the dark side consigue impresionar de nuevo, llevando a un nivel más profundo nuestras sospechas e inseguridades en este mundo interconectado. Ya fuera de competición —al igual que el Hail, Caesar! de los Coen y Chi-raq, de Spike Lee— tuvimos la oportunidad de ver Des nouvelles de la planète Mars, comedia negra de Dominick Moll, y en la sección Berlinale Special asistimos a Miles ahead, un filme de marcado carácter biográfico que aborda la vida y obra del fabuloso mago del jazz Miles Davies, dirigido y protagonizado por Don Cheadle. Mañana depara nuevos ejercicios cinematográficos, y estaremos especialmente atentos a lo más reciente del filipino Lav Díaz, un auténtico “tour de force”, de ocho horas o 485 minutos de metraje.
LA COMUNA
Kollektivet, Thomas Vinterberg, Dinamarca / Competición.
por LUIS ENRIQUE FORERO VARELA.
El final de las utopías o la comprobación de su imposibilidad ha sido uno de los temas recurrentes en esta Berlinale. L’avenir, de Mia Hansen-Løve y Smrt u Sarajevu, de Danis Tanović han buceado en conceptos asociados a lo utópico, tales como el proyecto de una Europa sólida y humanística, producto de las revoluciones recientes en la segunda mitad del siglo XX; algo completamente imposible. Natalie, personaje magistral de Isabelle Huppert, mostraba su desencanto vital tras haber pasado por aquellas revueltas de finales de los años 60 y encontrarse en la actualidad en una profunda crisis vital. Digamos que un trasunto de este desencanto, quizás producto de la inocencia en el entusiasmo, también está muy emparentado con la más reciente producción del danés Thomas Vinterberg, de regreso en el Festival de Berlín después de 6 años de ausencia. El que fuera uno de los grandes iconoclastas del cine de los años 90, incansable buscador de modos de renovación del lenguaje cinematográfico, presenta Kollektivet, un filme sincrético, capaz de unir sus dos lenguajes: el actual y moderno, pero también aquel manifiesto Dogma95 —ideado junto al compatriota Lars von Trier— que depuraba los artificios técnicos innecesarios y pretendía acabar con la egolatría de los directores como demiurgos. Esta es una película profundamente cercana a la joya que fue Celebración no solo en la elección de sus actores —Ulrich Thomsen es la cara más reconocible—, sino en el espíritu de investigar con bisturí estructuras preconcebidas tales como la familia y las relaciones afectivas, todo —eso sí—, sin ningún tipo de respeto hacia el manifiesto. Erik, esposo y padre de familia, acaba de heredar el hogar paterno y no sabe muy bien qué hacer con el inmueble. Su esposa Anna, propone como posibilidad no venderlo, sino instalarse allí e invitar amigos a vivir. Estamos a principios de los años 70 y Dinamarca también ha recibido la llamada al librepensamiento de mayo del 68, así que muy pronto este espacio acaba convirtiéndose en una comuna con nuevos miembros en la que todos tienen los mismos derechos y resuelven sus asuntos con sesiones democráticas y votaciones. Lo que en principio parecía una idea magnífica resulta tan estimulante como extraño para Erik, pero poco a poco empieza a ceder y a cambiar el modelo paradigmático de familia nuclear. Esto es una gran familia y los unos cuidan de los otros. La irrupción de una amante en su vida, una estudiante de arquitectura jovencísima y sospechosamente parecida a su mujer —aquí se entrevé una estructura de sincretismo del relato, la unión de lo antiguo y lo nuevo—, le hace pensar que también puede integrarla a la nueva vida y quizás vivir una manera menos ortodoxa de relacionarse afectivamente, algo con creciente popularidad en la época. La entusiasta Anna sufre una grave incongruencia discursiva entonces; su mente racional que lucha por el aperturismo acepta la posibilidad y ofrece comprensión; su estructura emocional, sin embargo, no está preparada para tal fractura de estructuras fijas, lo cual va creando una tensión en vertiginoso aumento, lo que irá destruyendo poco a poco su tranquilidad y felicidad. Con un humor negrísimo y ácido, el director de La caza ahonda en las serias dificultades que puede afrontar la imposibilidad de implementar individualmente la reformulación revolucionaria, a pesar del signo de los tiempos. La catarsis nunca excede la lógica interna de los personajes (sobre todo los protagonistas, los mejores perfilados), de modo que el final resulta tan verosímil como impactante. Estamos ante el retorno de un director brillante. (81/100)
ZERO DAYS
Alex Gibney, Estados Unidos / Competición.
por Víctor Blanes Picó.
«El bien y el mal viven puerta con puerta». O lo que es lo mismo, la línea divisoria que los separa es tan fácil de traspasar que en muchas ocasiones cuesta afirmar que una acción es totalmente legítima o ilegítima. La frase, pronunciada por uno de los entrevistados al principio de Zero days, condensa una de las ideas principales del nuevo documental de Alex Gibney. Este fácil tránsito llevado al escenario geopolítico mundial se puede relacionar fácilmente con recientes guerras «convenientes», basadas en ciertas «evidencias», cuyo desarrollo y consecuencias han sido nefastos para la humanidad. El eco de las guerras del último medio siglo sigue retumbando en la relaciones internacionales. Viejos aliados son ahora enemigos, tensiones antiguas se apartan para crear otras nuevas… en definitiva, los conflictos se expanden y evolucionan. Y así lo hace también el aparato militar.
Zero days explica de manera brillante las armas del futuro. Bueno, en realidad, las del presente. Porque esta guerra 2.0 ya ha empezado y está provocando las primeras consecuencias. El documental saca a la luz el caso del virus informático Stuxnet, un malware descubierto en 2010 con un desarrollo técnico y un detalle inauditos que solo podía haber sido creado con el apoyo de una nación. ¿El objetivo? Las instalaciones nucleares iraníes y su tecnología para producir uranio enriquecido. ¿El atacante? Todo parece indicar que los servicios de inteligencia de Estados Unidos e Israel. ¿Las implicaciones? Se trata del primer caso de guerra cibernética. Zero days nace de la necesidad y la urgencia del momento. Se le podría achacar ser un producto alarmista dirigido a meternos el miedo en el cuerpo, pero está apreciación queda totalmente anulada por la inteligencia con que está rodada. Gibney no se limita a mostrarnos un hecho escandaloso con el que llevarnos las manos a la cabeza, sino que bucea en sus raíces. Nos da la información precisa, ni más ni menos, para que podamos comprender de dónde ha surgido y entender todas sus ramificaciones. Y así, mientras tanto, va poco a poco introduciendo preguntas, dilemas y reflexiones para que en el patio de butacas vayamos rumiando todo lo que se nos presenta. Pero no solo acierta en su estructura, sino también en cómo lo hace. Intercalando entrevistas, imágenes de archivo y unos sencillos recursos visuales la historia se va desplegando sin prisa pero sin pausa, sin excesivas florituras, directo al grano. Gibney evita la monotonía propia de los talking heads con un montaje vivo, que combina los distintos testimonios siguiendo la lógica aplastante de sus intervenciones y consiguiendo que no se pisen ni se sientan reiterativas. En definitiva, el manejo de la narrativa del director norteamericano es impecable. Y con todo esto, en ningún momento fuerza o impone una solución, sino que hace una llamada desesperada reflexión. Todo el excelente trabajo de investigación, que en muchas ocasiones parece urdido por un espía, está al servicio de una idea principal: esto es una nueva forma de guerra con nuevas armas. Por ello, aunque los soldados cambien los Kalashnikov por los teclados, pese a las similitudes y diferencias técnicas y operativas, no debemos obviar las implicaciones éticas y legales de estos actos. Al fin y al cabo, el surgimiento de Stuxnet y de un programa como Nitro Zeus (que también se explica al final de la cinta) no está tan alejado de la invención de la bomba atómica. (88/100)
Zero days explica de manera brillante las armas del futuro. Bueno, en realidad, las del presente. Porque esta guerra 2.0 ya ha empezado y está provocando las primeras consecuencias. El documental saca a la luz el caso del virus informático Stuxnet, un malware descubierto en 2010 con un desarrollo técnico y un detalle inauditos que solo podía haber sido creado con el apoyo de una nación. ¿El objetivo? Las instalaciones nucleares iraníes y su tecnología para producir uranio enriquecido. ¿El atacante? Todo parece indicar que los servicios de inteligencia de Estados Unidos e Israel. ¿Las implicaciones? Se trata del primer caso de guerra cibernética. Zero days nace de la necesidad y la urgencia del momento. Se le podría achacar ser un producto alarmista dirigido a meternos el miedo en el cuerpo, pero está apreciación queda totalmente anulada por la inteligencia con que está rodada. Gibney no se limita a mostrarnos un hecho escandaloso con el que llevarnos las manos a la cabeza, sino que bucea en sus raíces. Nos da la información precisa, ni más ni menos, para que podamos comprender de dónde ha surgido y entender todas sus ramificaciones. Y así, mientras tanto, va poco a poco introduciendo preguntas, dilemas y reflexiones para que en el patio de butacas vayamos rumiando todo lo que se nos presenta. Pero no solo acierta en su estructura, sino también en cómo lo hace. Intercalando entrevistas, imágenes de archivo y unos sencillos recursos visuales la historia se va desplegando sin prisa pero sin pausa, sin excesivas florituras, directo al grano. Gibney evita la monotonía propia de los talking heads con un montaje vivo, que combina los distintos testimonios siguiendo la lógica aplastante de sus intervenciones y consiguiendo que no se pisen ni se sientan reiterativas. En definitiva, el manejo de la narrativa del director norteamericano es impecable. Y con todo esto, en ningún momento fuerza o impone una solución, sino que hace una llamada desesperada reflexión. Todo el excelente trabajo de investigación, que en muchas ocasiones parece urdido por un espía, está al servicio de una idea principal: esto es una nueva forma de guerra con nuevas armas. Por ello, aunque los soldados cambien los Kalashnikov por los teclados, pese a las similitudes y diferencias técnicas y operativas, no debemos obviar las implicaciones éticas y legales de estos actos. Al fin y al cabo, el surgimiento de Stuxnet y de un programa como Nitro Zeus (que también se explica al final de la cinta) no está tan alejado de la invención de la bomba atómica. (88/100)
MILES AHEAD
Don Cheadle, Estados Unidos / Berlinale Special.
por Víctor Blanes Picó.
Tras dirigir apenas dos capítulos de House of lies, Don Cheadle se atreve a debutar en el largometraje con Miles ahead, un interesante acercamiento a la vida del músico Miles Davies que, además, escribe y protagoniza. El actor diseña un biopic obsesionado por no repetir los planteamientos habituales del género y eso le lleva a arriesgarse y tomar ciertas decisiones más o menos convincentes. El vibrante resultado final nos lleva, sin duda, a celebrar su valentía. La vida del músico californiano se muestra asincopada, rompiendo la linealidad temporal y saltando del presente narrativo al pasado para imprimir ritmo y fuerza al relato. Cheadle exhibe su amplia gama de recursos de montaje que va incluyendo en cada salto temporal. Un fallido «mira lo que sé hacer» muy típico del director primerizo que, aun así, no echa a perder por completo su puesta en escena gracias al buen trabajo de fotografía con el granulado de la imagen y a esos planos cortos que parecen hurgar en la genialidad del trompetista, explorando sus inseguridades y frustraciones.
Miles ahead demuestra que es capaz de lograr algo muy interesante: construir y hacer transparente a un personaje desde su estado vital en un momento muy concreto. En este sentido, recuerda a la estrategia seguida por James Ponsoldt en The end of the tour, en la que intenta descifrar la personalidad del escritor David Foster Wallace a través de su relación con un periodista de la revista Rolling Stone. En la trama principal de la película que nos ocupa también encontramos a un periodista del mismo medio; y es a través de la relación que establece con el músico donde mejor se concreta el personaje. Por ello, es una lástima que Cheadle no desarrolle y expanda más esta visión y recurra al flashback en demasiadas ocasiones. El filme se centra en los años de parón de Davis, a mitad de los 70, cuando sus adicciones y su mala vida lo llevaron a una sequía productiva. El acercamiento al personaje (la mimetización de Cheadle es asombrosa) a través de su rostro, de lo que evocan los objetos con los que interactúa, sus pausas y sus decisiones es mucho más potente que las explicaciones que nos proporcionan las continuas escenas de su pasado, cuando el músico comenzaba su carrera y la relación con su esposa Frances. Esta focalización excesiva en la historia de amor, sin duda incluida para contentar al respetable gran público, despista en ocasiones del otro personaje principal: su música. Cheadle consigue en no pocas ocasiones que sus composiciones formen parte de la imagen y acompañen orgánicamente la acción. Es justo en ese instante cuando se produce el momento mágico en el que cristaliza la figura de Miles Davis y su música desde la honestidad y el respeto a su genio. (70/100)
NEWS FROM PLANET MARS
Des nouvelles de la planète Mars, Dominik Moll, Francia / Fuera de Competición.
por GONZALO HERNÁNDEZ ESPINOSA.
Dominik Moll, artífice de News from Planet Mars, no es nuevo en esto. Lleva dirigiendo desde el 2000 aunque este apenas supone su cuarto largometraje, una comedia, dicen que de ‘humor negro’, perfectamente ensamblada para hacer las delicias del público francés. La agonía de un padre separado, educado y satisfecho en su rutina, cuando se ve obligado a enfrentarse con una serie de personajes, a cuál más excéntrico, que invaden su espacio personal hasta límites, en teoría, insospechados. Porque ahí está la base de la comicidad de Moll, la confusión de un tipo al que dibuja de manera introvertida y distante y con ideas muy claras, obligado a lidiar, bien con una vegetariana activista que siente fobia al contacto físico, o bien con su compañero de trabajo, un informático torpe y bastante caradura, dibujado a la manera exacta en la que suelen estar perfilados como si acabaran de salir de una sitcom norteamericana. Chandal, camiseta, confianzas excesivas, incipiente barriga y una bolsa de patatas de acompañante. Nada nuevo bajo el sol. Otra de autodescubrimiento y de aprender a cambiar las prioridades en la vida, en el caso del protagonista, quitarse el caparazón en el que se imagina cuando duerme, viéndose como un astronauta que deambula sobre la ciudad.
¿Y de qué se ríe uno? De que tu hijo se proclame vegetariano y quiera convencerte haciendo alianza con la nueva inquilina para volar una planta de procesado. O de que el informático que se ha metido a vivir en tu sofá y te deje la cocina hecha un desastre porque ha invitado a comer a alguien. El contraste de actitudes vista desde la distancia pero con esa mirada inconfundiblemente francesa, donde el humor negro dista mucho de ser el mismo que concebimos los latinos. Al salir del pase, la mayoría de comentarios de periodistas españoles eran negativos pero el hecho es que la película arrancó carcajadas, sobre todo entre la prensa extranjera. En su desarrollo, News from Planet Mars acaba abrazando su condición de filme buenrrollista, creado para el regocijo del público medio, entregándose a una aventura final carente de lógica pero que parece haber funcionado entre ciertos sectores. No sería nada raro que cosechara su buen éxito en Francia. (60/100)
SAND STORM
Sufat chol, Elite Zexer, Israel / Panorama.
por GONZALO HERNÁNDEZ ESPINOSA.
Sand Storm ha sido una de las grandes ganadoras de Sundance este año, haciéndose con el Premio del Jurado para sorpresa de muchos con una propuesta de una modestia desarmante. Es la historia de una adolescente residente en un pequeño pueblo de Israel, apenas una villa con una carretera de paso, que vive junto a sus tres hermanas pequeñas, su madre y su padre, quien al comienzo de la película contrae matrimonio con su segunda mujer. Layla es la guía y portavoz de la cámara y, es a través de ella y sólo de ella, que absorbemos lo qué es su mundo. Una casa de apenas dos habitaciones, un generador oxidado para dar electricidad, y el privilegio extraordinario de que su padre haya aprobado su asistencia al colegio y ser una de esas raras excepciones en las que a una mujer se le permiten los estudios en la zona. Elite Zexer, su directora, en ningún momento carga las tintas, ni narrativamente ni en el perfil de personajes. El personaje del padre, que bien podría ser una figura muy demonizada, queda retratada, no como una víctima sino como alguien culturalmente condicionado, que hace lo que debe, hasta el punto de que su mujer le interpela preguntándole: «¿Acaso alguna vez haces lo que quieres?». Zexer no justifica pero tampoco juzga y deja claro que ante todo esto es un dibujo de una cultura muy ajena a occidente, donde la familia está por encima del amor y donde el honor y la seguridad que otorga el grupo como comunidad es un bien que cada individuo valora como algo sagrado, por lo que apenas vale la pena correr el riesgo. Es la disyuntiva en la que se sitúa a Layla cuando su madre descubre que está manteniendo contacto con un chico de la ciudad del que no tenía conocimiento y que puede tambalear los cimientos de unas tradiciones muy arraigadas. Hablamos, pues, de una sociedad evidentemente patriarcal, donde el hombre hace y deshace a voluntad y donde la mujer apenas tiene voz y voto para enfrentarle, y si lo hace, como nos muestra Zexler, lo más probable es que sea repudiada. Pero hay que insistir, la mayor virtud de Sand Storm es el acierto de su realizadora al intentar universalizar su discurso sin por ello dar concesiones. Uno no se siente interpelado a seguir una creencia ni presionado subrepticiamente por algún tipo de manipulación oculta. Nada más lejos. La intención es simple, tanto que asombra, y es la de reflejar una situación muy breve, apenas un incidente mínimo, que muestra con una mirada muy honesta a encrucijada en la que se encuentran las mujeres y, más concretamente, la lucha generacional entre unas madres que han sacrificado parte de su felicidad por un bien mayor cediendo a una seguridad que en ese mundo sólo pueden encontrar en lo que representa una familia, frente a unas hijas cada vez con más carácter e independencia, que se encuentran divididas entre el bienestar propio y el bien común de su cultura. Una elección que desde una mirada occidental puede ser malinterpretada e incluso juzgada con condescendencia pero que allí forma parte de una realidad que Sand Storm intenta desprejuiciadamente. Humildad antes que nada; uno de los grandes hits de la Berlinale. (80/100)