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    Cine Alemán Siglo XXI

    Berlinale 2016 | Día 5. Críticas: Death in Sarajevo, Crosscurrent, Alone in Berlin, Maggie's plan, La route d’Istanbul & Kate plays Christine

    Emma Thompson y Brendan Gleeson

    La historia siempre se repite

    Crónica de la quinta jornada de la 66ª edición de la Berlinale.

    Llegados al ecuador del certamen berlinés, ya tenemos un puñado de nombres que suenan para el palmarés final que tendrán que decidir Meryl Streep, Colin Firth y Alba Rohrwacher, entre otros. Puede que la película que mejores sensaciones haya dejado a día de hoy sea L’avenir, de Mia Hansen-Love. Su retrato certero de los vaivenes en la vida de la intelectual Nathalie es la obra más madura y redonda de la directora francesa hasta la fecha, y tanto ella como su protagonista, Isabelle Huppert, están en todas las quinielas para alzarse con los grandes premios. Gianfranco Rosi no se lo pondrá fácil, y su documental Fuocoammare sobre la tragedia de Lampedusa también tiene todos los números para llevarse alguna mención. Puede que su planteamiento despierte algunas dudas, pero dejar pasar la oportunidad de premiar a un documental que agita la conciencia europea sobre uno de los dramas humanitarios actuales se antoja harto complicado. ¿El resto? Un buen puñado de películas correctas plagadas de buenas intenciones pero que, de un modo u otro, se quedan a medias. La valentía de Anne Zohra Berrached a la hora de tratar el tema del aborto en 24 Wochen podría verse recompensada de algún modo, aunque bien es cierto que ha gustado más a la prensa local que a la internacional. Denis Côté podría conformarse con el premio a mejor guión por su notable Boris sans Béatrice, aunque también suenan fuerte Céline Sciamma y André Techiné por Quand on a 17 ans. Es justo en esta película donde encontramos las interpretaciones masculinas más aplaudidas en lo que llevamos de festival. Los jóvenes actores Kacey Mottet Klein y Corentin Fila verían justamente reconocido su excelente trabajo compartiendo el premio. La tibieza con la que se recibió lo último de Ivo M. Ferreira, Cartas da guerra, no auguran nada bueno, aunque podría arañar la mención a la contribución artística por su fotografía o recibir el Oso de Plata Alfred Bauer, que reconoce cada año una película que abre nuevas perspectivas en el arte cinematográfico. Y luego está Hedi, que nos cuenta una historia que ya hemos visto en otras ocasiones, pero cuya corrección y buen hacer la colocan como la tapada de este año.

    Hoy tres nuevos largometrajes se han sumado a la carrera por los grandes premios. Denis Tanović vuelve a la Berlinale con Mort à Sarajevo, una fábula política que ha levantado aplausos en su pase de prensa. Alone in Berlin, de Vincent Perez, reúne en su reparto a dos estrellas como Brendan Gleeson y Emma Thompson, pero el resultado de este drama histórico nazi es bastante convencional y decepcionante. Por último, la única película China en competición, Crosscurrent, languidece entre lo romántico y lo espiritual en sus cerca de dos horas de duración. Pero todavía es pronto para echar las campanas al vuelo. Quedan por ver grandes nombres en la sección oficial (Lav Díaz, Thomas Vinterberg) y otros que nos pueden sorprender (Rafi Pitts, Tomasz Wasilewski).

    Crosscurrent

    CROSSCURRENT

    Chang Jiang Tu, Yang Chao, China / Competición.
    por Víctor Blanes Picó.

    «El tiempo, como un río, fluye día y noche». Con esta evocadora cita da comienzo Crosscurrent, la única película del gigante asiático que pelea por el Oso de Oro. Durante sus cerca de dos horas de duración, el director Yang Chao despliega toda una retórica poética, espiritualista y evocadora que intenta unir a los tres protagonistas de la cinta: Gao Chun, An Lu y el río Yangtsé. Gao persigue a An navegando el río a contracorriente. Él la busca en cada puerto, donde sus encuentros están llenos de un aura mística sentimental apuntalados por los poemas de un misterioso libro escrito años atrás. Pero en realidad el verdadero protagonista en toda esta historia es el río. Chao construye una especie de cuento sobre la búsqueda de un amor escurridizo para demostrar su devoción absoluta hacia el río que ha vertebrado el progreso chino de los últimos años. No en vano, un punto culmen del argumento sucede en la presa de las tres gargantas. Para ello, recurre a la maestría de Ping Bing Lee, director de fotografía de Deseando amar o The assassin, para crear una imagen con mucho grano iluminada de una grisácea melancolía romántica que muestra la humildad de la imagen ante la grandiosidad de la naturaleza. Sin rodeos, visualmente la película impecable. Puede que por eso pese más toda su parte negativa, porque contrarresta un trabajo en el campo artístico excepcional que establece el tono de la cinta mediante el uso de la luz, la voz en off y la música.

    El mayor problema de Crosscurrent es su innecesaria intensidad y su ritmo lento y excesivamente reflexivo. La grandilocuencia que se desprende del argumento, con unos diálogos lapidarios y escenas repetitivas hasta la saciedad, hacen languidecer a la cinta y emborronan las posibles lecturas que pueda tener (una de ellas, la propagandística, haciendo alarde de los logros del pueblo chino enfrentándose con éxito a los desafíos de la madre tierra). Con todo ello, nos deja la sensación de que hay mucha menos reflexión de la que hace gala, y quizás por ello vaya introduciendo por el camino ideas y conceptos más cercanos a la tradición y la espiritualidad provenientes del budismo, como en un intento de establecer un sello de calidad a sus divagaciones. Al igual que el escritor que utiliza palabras extrañas o poco conocidas para intentar elevar la profundidad de sus textos, tampoco por extender las escenas hasta la extenuación y reincidir y expandir sin dirección clara una y otra vez las mismas ideas nos resultarán más estimulantes y ricas. Y, por todo ello, puede resultar incluso hasta paradójico que una película que empieza hablando del fluir del tiempo no sea capaz de controlar su propio flujo narrativo. (40/100)

    Death in Sarajevo

    DEATH IN SARAJEVO

    Smrt u Sarajevu, Danis Tanović, Bosnia / Competición.
    por Luis Enrique Forero Varela.

    La conciencia de los acontecimientos violentos perpetrados por Europa es siempre un tema muy complicado de analizar. Quizás Alemania sea el caso paradigmático, nación que más esfuerzos dedicó a establecer una memoria autocrítica de la barbarie en el siglo XX. Conflictos más recientes generan todavía una polémica en carne viva. Tal es el caso de la barbarie del genocidio de Srebrenica, asunto hoy expuesto en la competición oficial del 66º Festival Internacional de Cine de Berlín. Danis Tanović —premiado aquí en 2013— sufrió de manera directa los estragos de la guerra, pues se vio forzado a interrumpir sus estudios cinematográficos en Sarajevo. Su experiencia personal puede haber contribuido a tal interés. Partiendo de la obra de teatro Hotel Europa, del siempre controvertido Bernard-Henri Levy, Tanović presenta Smrt u Sarajevu / Mort a Sarajevo, una sugerente película que podríamos llegar a denominar “coral” no tanto por la cantidad de arterias argumentales y manejo de personajes como por las cuestiones políticas que decide abordar. El 28 de junio de 2014 se conmemoraba el centenario del asesinato de Franz Ferdinand por parte de Gavrilo Princip, que llevó al continente, con el inicio de la I Guerra Mundial, al denominado siglo más violento de la Historia —afirmación que causa desconfianza en, por ejemplo, Steven Pinker—. El director del Hotel Europa, en franca decadencia desde las olimpiadas del 1984, prepara ansiosamente el recibimiento de la delegación europea, invitada al evento; coyuntura sumamente provechosa para los empleados del lugar, los cuales planean una huelga ante las injustas condiciones laborales a las que están sometidos. Paralelamente, una periodista del canal de televisión entrevista a historiadores y especialistas en los hechos del famoso magnicidio. ¿Fue Princip un héroe libertador? ¿Acaso un terrorista? La discusión se caldea frente a las declaraciones de su encendido descendiente, invitado al programa. Todo esto transcurre mientras, en la suite presidencial, el actor Jaques Weber —quien se interpreta a sí mismo— ensaya apasionadamente un discurso al respecto del centenario. En su torre de marfil, el orador recuerda la necesidad de recordar la otra conmemoración, el discurso de Gazimestán por Milošević, también un 28 de junio pero de 1989, que precipitaría el horror en los Balcanes. De un modo brillante, posible no solo gracias a las habilidades de Tanović y a la dinámica fotografía —ideada para no destacar en la historia y quitar peso a los demás elementos narrativos— sino también a un magnífico guion, la película se alza como un tratado de las profundas contradicciones de la Memoria Histórica de Europa, un continente todavía aficionado tanto al progreso y el librepensamiento como al horror fratricida y la limpieza étnica. Un filme que conecta los sucesos desde la caída del archiduque hasta la crisis económica y la guerra en Ucrania como recordatorio de la premonitoria cita de Karl Marx: «La historia siempre se repite; la primera vez como tragedia y la segunda como farsa». (87/100)

    Alone in Berlin

    ALONE IN BERLIN

    Vincent Perez, Alemania / Competición.
    por Gonzalo Hernández Espinosa.

    Ayer hablábamos de que uno de los productores de Alone in Berlin era James Schamus, un mecenas de casta y colaborador habitual de Ang Lee, en cuyos créditos figuraba el haber ayudado a sacar adelante recientes estrenos como Sufragistas o, precisamente, esta que ahora nos ocupa, Alone in Berlin, tercer trabajo del actor reciclado a cineasta Vincent Perez y que, casualidad, ha tenido su premiere mundial en la Sección Oficial de la Berlinale, festival donde también ha estado presente el debut del propio Schamus en Panorama. Así pues, toca meterse en materia pero no se antoja tarea fácil. ¿Cómo enfrentarse, sin ceder al hartazgo, a la enésima visión aleccionadora, moralista y maniquea sobre la II Guerra Mundial que el cine americano nos acaba de dejar en bandeja? Si todavía estuviéramos ante un filme con una óptica diferente o abierto al debate, podríamos abordar estas líneas de pensamiento para reflexionar sobre ellas, pero no es el caso. Lo que Vincent Perez ha ensamblado es un producto hecho por y para un público americano que siempre acaba mirando con condescendencia lo sucedido en Europa en esa época, etiquetando a su debida manera la maldad de la bondad, la traición de la hipocresía, para no dar pie a equívocos, no vaya a ser que veamos matices.

    Comenzamos situándonos en pleno Berlín, en el año 1940, cuando un matrimonio alemán, Anna y Otto, decidieron, a raíz de la muerte de su hijo en la guerra, dejar postales anónimas en edificios oficiales del gobierno con proclamas contra Hitler. Las últimas memorias de Otto dejaron constancia de estos hechos y son consideradas un documento muy valioso de cómo era la vida diaria en ese momento. Todo lo contrario de Alone in Berlin, que se beneficia de este ‘hecho real’ para cimentar una película filmada a golpe de grúa, con una falsa modestia que enclaustra gran parte de la acción al edificio de este matrimonio, siguiendo los casos de los vecinos de las distintas plantas, siempre con cierto tono amable y apoyándose en una banda sonora muy recargada que se empeña en enaltecer la lagrima de Emma Thompson evidenciando la falta de criterio de Vincent Perez y su enfoque tan desfasado. Sí, desfasado. Porque a estas alturas parece inconcebible, con muestras como El hijo de Saúl, que todavía alguien se atreva a abordar esta época histórica con un listón tan poco exigente y tan lleno de concesiones baratas que incluso al más abierto de mente le parecerán algo ridículas. El cine actual ya tiene la suficiente madurez sobra para obviar esta ingenuidad insultante. (10/100)

    Maggie's plan

    MAGGIE'S PLAN

    Rebecca Miller, Estados Unidos / Panorama.
    por Víctor Blanes Picó.

    El panorama indie americano está plagado de comedias bienintencionadas, inofensivas y que son totalmente disfrutables. Pues bien, Maggie’s plan es una de ellas, cosa que no es para nada negativo. Al contrario, si es consciente de su lugar, sus intenciones y sus ambiciones puede ser mucho más correcta que más de la mitad de las pretenciosas películas que vemos día a día. Y Rebecca Miller es plenamente conocedora de cuáles son las cartas que quiere jugar. Cogiendo como referentes tics de Woody Allen (encuentros fortuitos, paseos con conversaciones cotidianas, la música, el toque intelectual) y de Noah Baumbach (la inclusión de elementos insólitos en sus personajes, el humor chisposo y desenfadado, el ritmo y la cadencia de la narración), Miller se va llevando poco a poco a su terreno una historia que sorprende por encontrar algo de originalidad en el manido mundo de la comedia de triángulos amorosos.

    Greta Gerwig es Maggie, una joven empleada de la universidad que se enamora de un profesor de antropología casado con otra eminencia en su campo. La acompañan en los papeles protagonista Ethan Hawke y Julianne Moore. Si bien estos dos últimos construyen unos personajes más elaborados (especialmente Moore, cuya Georgette tiene algunos momentos verdaderamente brillantes), Gerwig vuelve a interpretar a un personaje hecho a su medida. Maggie tiene mucho de Frances, pero es que al final ambas son pura Greta. De este modo, su interpretación contentará a los fans de la actriz californiana, pero dejará con un amargo sabor de dejà vú a aquellos que demanden no acabar viendo siempre a la intérprete detrás de cada personaje. Pequeños detalles que no empañan el garbo y la gracia de un guion coherente de principio a fin que logra lo que pretende. Porque lo mejor de todo es que Maggie’s plan es una película que quiere entretener y hacer reír. Y lo consigue siendo muy honesta con su actitud y con lo que se puede esperar de ella. Nada que reprocharle, pues, pero tampoco ningún motivo para tirar cohetes. En definitiva, una comedia ligera, amable, que se deja ver y con los pies en el suelo, algo que ya es mucho pedir. (68/100)

    La route d’Istanbul

    LA ROUTE D’ISTANBUL

    Rachid Bouchareb, Argelia / Panorama Special.
    por Luis Enrique Forero Varela.

    El Cine, como todas las manifestaciones artísticas, es una materia orgánica y muy susceptible al entorno contextual en el que se produce. Incluso en contra de las intenciones originales del autor, es común observar cómo el signo de los tiempos se abre paso y cristaliza en la obra, aunque la mención a este respecto llegue a posteriori, en análisis y tratados academicistas. El debate está servido y quizás el criterio de autoridad más recurrente en el arte es el paso del tiempo. Por otra parte, el entono inmediatamente actual —expresión casi paradójica, pues el presente es, por definición, inasible— puede ser también una fuente para la difusión de sospechosos discursos oportunistas o, peor, proselitismos, como bien ocurrió durante los años oscuros de Alemania y la maquinaria propagandística de Goebbels. ¿Cómo catalogar una película que retrata un conflicto inconcluso, que está ocurriendo en estos momentos? ¿Estamos ante el afán de atención mediática, o acaso lo que vemos son las primeras reflexiones sobre una angustia colectiva? El director argelino Rachid Bouchareb, conocido y admirado por, entre otros trabajos, London river, decidió atreverse con un tema tan rabiosamente contemporáneo como puntiagudo para la opinión internacional. Unió fuerzas con el escritor Yasmina Khadra para engendrar La route d’Istanbul, una aproximación a la violencia en Siria. El guion narra la historia de Elisabeth y sus constantes esfuerzos para encontrar una manera de entender a su hija. Entre ambas se entrevé una época velada del pasado sin la figura paterna, el absentismo escolar y abuso de sustancias donde Elodie encontró refugio ante su desestructurada adolescencia. Un fin de semana, la hija, ya mayor de edad y con pleno derecho, decide fugarse del hogar para unirse, junto a su novio, a la Jihad del DAESH en Raqqa. Al descubrir sus intenciones, Elisabeth —como cabría esperar— sufre un colapso emocional frontal e incontrolable. Poco a poco toma noción de que tal posibilidad es, de hecho, real, y se arroja en una desesperada carrera para alcanzarla, hablar con ella, cualquier cosa que pueda hacerla cambiar de opinión; todo esto sin ninguna ayuda institucional, dado que la muchacha, adulta, ha tomado una decisión propia y no se le puede negar tal derecho, menos aún fuera de jurisdicción europea. Este es el viaje enajenado de una mujer sin nada que perder, transformada por la determinación en una suerte de Dante, imparable hasta arrancar al ser amado de los mismísimos infiernos. Por el camino de esta road movie, se topa con lo evidente: ni ella es la única que sufre una pérdida, ni merece más atención que las familias sirias y tunecinas que comparten el drama. Mohammed Moulessehoul, nombre real del escritor, quien publicó sus obras bajo pseudónimo femenino ante la censura y la violencia de la guerra civil argelina, sabe muy bien de qué habla cuando habla de radicalismo. La situación exhibe un fenómeno real y no llega a ceder totalmente a la tentación del maniqueísmo; lo que se retrata aquí es la negación ante la pérdida y las medidas desesperadas que tomamos en situaciones excepcionales. Afirmar si es o no oportunista no corresponde al que suscribe estas letras, sino al buen juicio del espectador. En su conciencia quedará. (65/100)

    Kate plays Christine

    KATE PLAYS CHRISTINE

    Robert Greene, Estados Unidos / Forum.
    por Gonzalo Hernández Espinosa.

    El 15 de julio de 1974, Christine Chubbuck, una reportera de un pequeño canal local de Sarasota, Channel 40, se suicidó en directo minutos después de escribir el titular de su propia muerte. Aunque el evento fue muy conocido en la época y los entes gráficos y audiovisuales cubrieron la noticia, con el paso del tiempo acabó relegada al olvido, casi como una leyenda incluso entre algunos trabajadores de la cadena. Los medios no dieron bombo a la noticia. No más del esperado y las imágenes del programa nunca vieron la luz. Según el testimonio de uno de los compañeros que en esos años formaba parte de la cadena, la cinta que grabó el programa nunca fue vendida ni copiada, sino que se ocultó en la casa de un jefe de la cadena. Hasta el día de hoy, ningún video de la reportera puede encontrarse en internet y, de hecho, la poca información que existe es muy limitada. Es, pues, una historia que fascina por lo que ha acabado siendo y no tanto por el sujeto en sí mismo y precisamente en esa disyuntiva es en la que se adentra Robert Green en Kate Plays Christine. Lo hace poniendo el punto de mira en la actriz Kate Lyn Sheil, conocida sobre todo por sus películas con Joe Swanberg y Alex Ross Perry y que aquí se convierte en el núcleo de un discurso que, a través de la investigación que va realizando sobre la figura de Christine, aborda cuestiones varias como el tratamiento de la violencia en televisión, la depresión y el suicidio, siempre en relación al caso de la periodista; creando un cúmulo de preguntas que la propia actriz intenta interiorizar en un proceso creativo que el documental refleja de una manera fascinante, dejando constancia de la dificultad que supone para un actor asumir un personaje cuyas motivaciones son totalmente irracionales o quedan ocultas a nuestra mirada, ya sea por falta de información o por la distancia que nosotros, como personas, sentimos hacia él.

    Es parte del conflicto al que se enfrenta la actriz, en una asimilación cercana al método Stanislavski, que especifica la total fusión del interprete, sus pensamientos, sus gestos y sus acciones, para con la persona que debe encarnar. No se interpreta, ‘se es’. De esta forma, Kate Lyn Sheil se transforma en Christine Chubbuck, al principio como experimento, luego como un hábito que la haga familiarizarse con ella, dramatizando escenas de lo que podrían haber sido los días antes de su muerte, caracterizados de manera deliberadamente artificiosa. Su maquillaje es recargado, la peluca demasiado estática, la iluminación de estudio y su interpretación, forzada. ¿Por qué? Pues precisamente porque no se puede frivolizar con el suicidio de una persona. Porque es imposible racionalizar un acto tan personal como quitarse la vida. Y cuando una persona decide hacer eso en público cabe preguntarse: ¿qué la llevó a actuar de esa manera? Ese es el momento en el que Robert Greene apela al sentido periodístico del suceso y al afán informativo que acaban asimilando de manera intrínseca los que trabajan en ese mundo. Chubbuck era una mujer que no compartía la filosofía del noticiario donde trabajaba, amarillista y dado al sensacionalismo, y en sus últimas palabras, poco antes de sacar un revolver del bolso, se despidió diciendo lo siguiente: «Manteniendo la filosofía del Canal 40 de traerles lo último en ‘sangre y vísceras’ a todo color, van a ser testigos de otro primer suicidio en directo». Tal sentencia se convierte en gran parte de la clave de las acciones de la reportera, y tras la que Greene y Kate lanzan una pregunta incomoda: ¿por qué interesa ver esto? Ni director ni actriz idealizan a su figura, o por lo menos es la conclusión a la que llegan. Christine Chubbuck fue una persona anodina hasta su suicidio, una mujer triste a la que no se puede convertir en heroína e irónicamente, su propio acto es el que le dio la fama. Si no hubiera sido por eso, nadie habría se parado a mirarla. Es una reflexión dura, que apela directamente a cámara para, en un instante lapidario, juzgarnos con todo merecimiento: el ser humano vive para el morbo. (80/100)

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