Comienza el espectáculo
Crónica de la primera jornada de la 66ª edición de la Berlinale.
Berlín hoy ha sido más Hollywood que nunca. Para su puesta de largo, el festival teutón ha presentado a varios pesos pesados del star system americano: George Clooney, Tilda Swinton, Channing Tatum, Josh Brolin, los hermanos Coen… ninguno de ellos se ha querido perder el pase inaugural y estreno europeo de Hail, Caesar!, el nuevo divertimento de los directores de Minnesota. Y por si esto fuera poco, también estaba ella. La única actriz capaz de poner de acuerdo a crítica, industria y público. La única capaz de reconciliar las posturas más encontradas al abrigo de su infinito talento y carisma. Con ella, España tendría gobierno en menos de lo que dura el festival. Y es que Meryl es mucha Streep. Una multitud se arremolinaba a las puertas del lujoso hotel Grand Hyatt esperando a la actriz minutos antes de la rueda de prensa del jurado internacional. Ella preside, pero le acompañan dos actores (Lars Edinger, Clive Owen), otra actriz (Alba Rohrwacher), una directora (Małgorzata Szumowska, ganadora del Oso de Plata el año pasado), una fotógrafa (Brigitte Lacombe) y un crítico de cine (Nick James), algo poco usual en los jurados oficiales de los festivales de cine más importantes en los últimos años. Ellos serán los encargados de encumbrar a una de las 18 películas que aspiran al Oso de Oro. Como apuntaba Clive Owen en la rueda de prensa, el mero hecho de haber sido seleccionadas para un festival como este ya es motivo para celebrar y admirar estos largometrajes, pero en sus manos tienen la oportunidad de alzar a uno de ellos y dar un empujón a la carrera de uno de los creadores. Aun así, la realidad siempre se impone y como ha recalcado Meryl Streep, está bien tener el mando («It’s good to be boss» ha dicho, literalmente) y aceptar el reto que supone tomar una decisión de este calibre.
Así arranca la 66ª edición de la Berlinale. Lo cierto es que las estrellas se irán yendo, otras (quizá menos lustrosas) llegarán, pero al final lo que quedará son 10 intensos días de cine con carreras y colas de pase en pase por la moderna Potsdamer Platz. Hay muchas ganas por ver lo nuevo Jeff Nichols, Mia Hansen-Løve, Gianfranco Rosi, Thomas Vinterberg, André Techiné, Denis Tanović… Pero no solo de Sección Oficial vive el festival, y también bucearemos en secciones como Forum o Panorama para disfrutar de directores tan interesantes como John Michael McDonagh o Daniel Burman y debuts como los de James Schamus, David Farr o Sara Jordenö. Sin duda, aquí daremos buena cuenta de todo ello.
¡AVE, CÉSAR!
Hail, Caesar!, Joel & Ethan Coen, Estados Unidos / Apertura (Fuera de competición).
por Gonzalo Hernández Espinosa.
Existen determinados autores asentados cuyas carreras acaban siendo percibidas con una bipolaridad profesional que separa sus trabajos más introspectivos de aquellos ensamblados con un ánimo más amigable y tal vez menos exigente. Normalmente, a estas obras se las acaba considerando menores por el mero hecho de jugar en una liga que se aparenta fácil y rápida. En el caso de los Coen, la de la comedia coral ligera, ausente de cinismo, frente a esas propuestas que en los últimos tiempos le han dado más fama, casi siempre a partir de una visión melancólica o desesperanzada de Estados Unidos. ¡Ave, César!, por supuesto, pertenece al primer grupo, el del chascarrillo cinematográfico repleto de autorreferencias a un star system ya inexistente, recuerdo de una época en la que los Estudios, así con mayúsculas, eran los dueños y señores del cine con directores y actores al servicio de una imagen empresarial encargada a forjar ‘los sueños’ con los que acabaríamos identificando a Hollywood. Visión romántica de esta Era Dorada que en ¡Ave, César! no queda para nada deslegitimada a pesar de un tímido amago de crítica, muy suave y carente de la ironía y oscuridad que rezumaba Barton Fink (1991), obra con la que no es comparable más allá de su temática, pues donde aquella era un ejercicio de interiores, mucho más psicológico, asentado en la base de un guionista que se tambaleaba entre los pasillos de un hotel mohoso, ¡Ave, César! es un filme abierto a las panorámicas y con una apuesta muy importante en su fotografía, dejando encuadres que lucen muchísimo en una pantalla de cine. Las de los grandiosos péplums de Cecil B. DeMille o los fastuosos espectáculos acuáticos de Esther Williams, aquí retratada en la figura ficticia de una voluptuosa Scarlett Johansson como DeeAnne, protagonista de una de las mejores escenas de la película: una medida coreografía de nadadoras que culmina con su alzamiento en mitad del plató. Lástima que el carisma de estos actores no esté más aprovechado, pero no podemos culpar a los Coen por querer hacer su Ocean’s Eleven sobre el séptimo arte, aunque, todo hay que decirlo, no tan bien hilvanado. Una cinta donde la suma de sus partes no hace el conjunto; cada segmento (algunos brillantes) funciona aunque sin aportar cohesión. Más que una historia hay un microuniverso. El de un Gran Estudio y sus rodajes, sin la necesidad de llegar a una meta determinada. Un desarrollo a la deriva que no hace desmerecer la maravillosa cinefilia de los autores de El gran Lebowski (1998), reflejado en pequeños detalles de la caracterización de los intérpretes y en la dirección artística de cada secuencia. ¡Ave, César! es un carrusel de apariciones y sorpresas que no marca pero sí divierte. [75/100]
LILY LANE
Liliom ösvény, Bence Fliegauf, Hungría / Forum.
por Luis Enrique Forero Varela.
«Tú estabas dotado para mí de eso tan enigmático que poseen los tiranos, cuyo derecho está basado en la propia persona, no en el pensamiento», escribía Franz Kafka en su Carta al padre, libro quizás no tan conocido como El proceso o La metamorfosis, gracias a los cuales pasó al Olimpo de la Literatura Universal. Y lo cierto es que en aquellas letras —que, por cierto, nunca llegaron a su destinatario—, más allá de cualquier intención estética, lo que se ocultaba era el deseo de resolver un conflicto tan profundo como decisivo en la vida del escritor checo, extensible a todo ser humano. Dejando de lado aproximaciones freudianas al asunto, la impronta paterna (y materna) en nosotros resulta imposible de negar. Es este el principal tema que el director Benedeck “Bence” Fliegauf (Budapest, 1974) ha abordado de manera muy particular en su nueva película, sirviéndose de elementos formales muy interesantes como vehículo para su entramado discursivo. El húngaro se siente muy cómodo en este festival; su filme anterior, Csak a szél (2012), recibió loas y el Gran premio del Jurado en la 62ª edición de la Berlinale. No es de extrañar que Lily lane (Liliom ösvény, 2016) apueste por el hibridismo entre texturas y un doble lenguaje narrativo para transmitir al espectador las contradicciones y dificultades de algo tan aparentemente natural como es la maternidad.
Rebeka disfruta de la custodia de su hijo Dani por breves espacios de tiempo, los cuales aprovecha para recorrer los caminos de su tormentoso pasado emocional mientras le cuenta al niño una tenebrosa historia acerca del Hada, el Cazador y su hijo. El padre, una figura expresada desde el vacío, la ausencia —rostro ignoto, cuya presencia se manifiesta a través de lacónicos mensajes a través de internet—, desaprueba tal conducta. La frágil estabilidad emocional de la mujer se va resquebrajando poco a poco tras recibir la noticia de la muerte de su madre, la abuela por la que el pequeño Dani muestra gran curiosidad. Cada puntual encuentro entre Rebeka y su hijo nos ofrece un retazo de lo que nunca llega a manifestarse frontalmente como un cúmulo de horrorosas vivencias familiares pasadas, pero que sí se intuye y se percibe con los contados detalles que ofrecen los diálogos, así como los apartes narrativos y estéticos marcados por la inclusión de fragmentos de home video footage, esto es, la cámara en mano temblorosa, encuadres casi aleatorios y la débil luz de una videocámara casera. El cuentecillo con tintes de fábula contado —también al espectador— arroja algo de claridad sobre la naturaleza generacional del conflicto interno, la angustia heredada de los días en los que aquella madre ahora muerta era entonces una presencia atemorizante. Esa es la mayor virtud de Lily lane, generar un espacio de interrogantes y conjeturas donde nunca acabamos de ver al monstruo kafkiano detrás de la puerta, pero sabemos que se encuentra allí. Todo lo demás quizás no resulte tan sorprendente. [66/100]
TEMPESTAD
Tatiana Huezo, México / Forum.
por Luis Enrique Forero Varela.
¿Cómo mostrar los alcances de la violencia y el rostro del horror? La capacidad para dañar como elemento disuasorio, coercitivo, como mecanismo para el lucro y la satisfacción de la voluntad particular es algo tan explotado por la cinematografía —producto, tal vez, de la oscura fascinación que sentimos hacia las transgresiones—, que en ocasiones tiende a olvidarse el impacto en un contexto real, físico. La Historia nos enseña, casi en un esquema de circularidad nietzscheana, que la manera más efectiva de subyugar al otro es mediante el uso de la fuerza. Es por este motivo que inmediatamente después de haber entrado en el penal autogestionado por el Cartel en Matamoros, México, Miriam —narradora casi a modo de voz en off— fue obligada a postrarse ante sus nuevas figuras de autoridad, quienes le aplicaron una “tortura preventiva” como parte de las reglas de la institución. La cineasta mitad salvadoreña mitad mexicana Tatiana Huezo (1972) dirige con pulso firme una de las aproximaciones más honestamente brutales y sutiles a la crueldad humana. Y es importante recalcar el tacto en el procedimiento; el camino opuesto habría sido no tanto la sangre tarantiniana como el nivel demencial de detallismo explícito acerca del genocidio de Ciudad Juárez en la obra maestra del escritor Roberto Bolaño, 2666. La economía de medios audiovisuales ha servido aquí como un importante elemento para evitar distracciones o puntos de fuga. Sin ningún artificio, Huezo cede la voz a una Miriam ya exonerada, quien cuenta cómo fue injustamente arrestada y procesada bajo la acusación de tráfico de personas y luego entregada bajo tutela de los narcos, arquitectos de un infierno digno de El Bosco, donde la perversión carece de épica, de justificación; no es más que un recurso cotidiano: el pan de cada día. Mientras la voz en off fluye como llevada por una angustia largo tiempo atesorada, la cámara se mece entre la realidad y la ficción, recorriendo el país en autobús hasta volver al hogar arrebatado. Por el camino, en algún momento del recorrido, aparece la voz de Adela, miembro de la tercera generación de payasos de circo en la familia. Los recuerdos y evocaciones de la mujer parecen en principio un espacio de alivio, un territorio menos ultrajado. Nada más lejos de la realidad. Las dos historias están íntimamente ligadas entre sí —y aquí está el sutil golpe de efecto de la directora—, no por un giro de guión ni una sorpresa esperable. Sencillamente, ambas también han visto al horror entrar en su casa y destruirlo todo, dejando nada más que ceniza. La hija desaparecida ha negado toda expectativa de sosiego durante los diez últimos años en el cotidiano de Adela, quien, a la vez que Miriam, ha sido abandonada por las instituciones, a merced de un sufrimiento inconmensurable y sostenido. Lo único que queda en pie es la dignidad, ese último motor que sobrevive a la tragedia. La voz como resistencia. [80/100]
I, OLGA HEPNAROVA
Já, Olga Hepnarová, Petr Kazda, Tomas Weinreb, República Checa / Panorama.
por Gonzalo Hernández Espinosa.
El 10 de junio de 1973, una joven de 22 años residente en Praga arrolló a 25 personas en un acto de venganza. Olga Hepnarová afirmó haber sido una víctima del bullying, denostada por una sociedad que, en su apatía y falta de fe, la había condenado a lo que era ahora. Poseedora de una lucidez que la llevó a afirmar en varios escritos que «era una persona destruida por la gente», Hepnarova, a pesar de sus actos injustificados, encarnó en sí misma cuestiones nada fáciles de abordar. Una complejidad moral que los debutantes Petr Kazda y Tomas Weinreb reflejan con acierto en una tarea nada fácil aunque cayendo en errores típicos de principiante; el más común, alargar demasiado el metraje una vez alcanzado el clímax, reiterando el discurso en la conclusión y, por ende, perdiendo fuerza en el resultado final. No por ello I, Olga Hepnarová es una película fallida. Nada más lejos. La tarea de hablar de una joven semejante no es sencilla. Requiere una actriz solvente y una posición carente de juicios por parte de un director dispuesto incluso a comprender y compartir la visión de su personaje sin hacer apologías de ningún tipo. En eso el resultado es un éxito y aunque su actriz, Michalina Olszanska, peca de caer en gesticulaciones algo forzadas interpretando a esta adolescente de una manera un tanto rígida y poco natural, su esfuerzo es consciente, sobre todo en sus primeros planos. El auténtico éxito está en el tratamiento tan neutro de Olga, que va verbalizando sus motivos y sentimientos consiguiendo que el público no la juzgue en exceso. Cierto es que la narración es algo morosa a la hora de mostrar las justificaciones que exime su protagonista para haber actuado así, pero es algo consciente, sustentado en detalles muy sutiles o en elipsis que prefieren obviar el ensañamiento. Filmada en un pulcro blanco y negro, I, Olga Hepnarová comienza como un retrato adolescente sobre un despertar sexual para acabar adentrándose en complejidades psicológicas que involucran a una sociedad pasiva, verdadera culpable de la degeneración de algunos de sus individuos. Visión cuestionable pero que en las palabras de esta joven sonaron extrañamente poderosas. [65/100]