No church in the wild
crítica de Spotlight (Tom McCarthy, EE.UU. 2015).
“El periodismo, tanto el informativo como el de opinión, es el mayor garante de la libertad, la mejor herramienta de la que una sociedad dispone para saber qué es lo que funciona mal, para promover la causa de la justicia y para mejorar la democracia”. Así de magnánimo se mostró Vargas Llosa con el gremio periodístico en su discurso de agradecimiento cuando, en 2006, le fue concedido en la Universidad de Columbia el prestigioso premio María Moors Cabot. Obviamente, en un contexto así, el escritor peruano no podía ponerse a echar pestes del giro dramático-sensacionalista que había tomado tan honesta profesión en el despertar del nuevo siglo y, con la sensatez que le caracteriza, optó por arrojar algo de esperanza y emoción sobre una profesión en la que, efectivamente, recae la gran responsabilidad de mostrar la verdad al pueblo. El periodismo es la única herramienta de la que disponemos para no quedarnos ciegos ante la injusticia. Así pues, el periodista, en un mundo utópico, debería estar al servicio de la sociedad, esforzándose por que su misión primera fuera la de interpretar y explicar los hechos que suceden en la actualidad y mostrarlos de manera clara y objetiva. Por desgracia, antes de que esa información llegue a manos de una audiencia sedienta de verdad, ha de pasar por un filtro ideológico inherente a todo periodista porque, el ser humano no es perfecto y, por ende, el ejercicio periodístico es potencialmente deficiente. “La historia, así como el periodismo, no reconstruye la verdad, sino que la interpreta”, (Felipe Pena de Oliveira, Teoría del periodismo, 2006). Esa es la premisa principal de Spotlight, en la que se presenta a un cuarteto periodístico en su empeño de estar a la vanguardia de la información sin incurrir, por defecto, en especulaciones, habladurías y demás licencias faranduleras.
Al igual que en la serie de televisión The Newsroom, los protagonistas de la película anteponen la ética a las ideologías y no dudan en enfrentarse a su público para mostrar un hecho desagradable frente al que esperan se responda con sensatez y no con prejuicios; del mismo modo que ellos han tirado de código deontológico con el fin de garantizar un proceso comunicativo con las menores fallas posibles. Uno de los puntos fuertes del trabajo de Thomas McCarthy es su valentía y auto-crítica, que queda resumida en una de las frases de la película, manifiesto del sentimiento de culpabilidad mutua y la vergüenza por lo perezosos que somos en ocasiones con algunos sucesos: “Si se necesita a un pueblo para criar a un niño, se necesita a un pueblo para abusar de él, esa es la verdad [1]”. En una de las mejores escenas del filme, se aprecia como el propio redactor jefe obvió, cinco años atrás, la noticia que hoy le indigna, cuando le llegó un caso de 20 curas pedófilos al que no dedicó más de 500 palabras. La pregunta aquí no es el ¿Por qué?, eso es evidente y ha quedado muy bien definido por la mencionada cita anterior, lo verdaderamente importante es el ¿Hasta cuándo?, reflejo de la lucha redentora presente en el espíritu bondadoso del protagonista. Puede que, a veces, dejar pasar un suceso aislado sea la mejor estrategia para enarbolar un ataque más poderoso que deje en jaque a los verdaderos perpetradores de tamaña injusticia. Y así esperaron, con paciencia, hasta que tuvieron la certeza de poder atacar con la contundencia de la ley, el pueblo y la razón; todos unidos en una masa indestructible e insobornable. El argumento avanza de manera lineal y sin sub-tramas que manipulen o alteren de algún modo la historia principal. El director se muestra muy seguro de lo que quiere mostrar y de cómo quiere contarlo, por ello no teme a una narración pausada, casi flemática en sus inicios, mientras va descubriendo poco a poco diferentes pistas que nos llevan a la resolución de un trabajo de investigación tan asombroso en sus formas como infame en sus resultados. El enfoque es puramente periodístico, estamos ante un concepto de tintes informativos que bebe de las principales fuentes del drama judicial en su búsqueda de la verdad y el sacrificio de los protagonistas por una causa justa. Pese a ello, la cinta no trata sobre los periodistas, sino sobre el foco de sus pesquisas. Se trata de llamar a las cosas por su nombre y dejar de esconderse por el miedo a represalias; el que comete un crimen es un criminal, y el que abusa de un niño… bueno, quizá el término más apropiado sea el anglicismo usado en la película (versión original), “scumbag”.
«Puede que la labor de The Boston Globe sólo supusiera un pequeño logro en una batalla de magnitudes inenarrables, pese a ello, simbólicamente supuso el fin del miedo hegemónico y del inmovilismo dogmático»
El guion narra los hechos verídicos que sucedieron en 2012 cuando el grupo de investigación especial, llamado “spotlight”, del periódico The Boston Globe, destapó uno de los mayores casos de pederastia que jamás se han visto y que comprometía seriamente a la Iglesia católica. Cerca de 90 nombres de curas fueron revelados como artífices de abusos a menores y más de 1000 víctimas salieron a la luz. Unas víctimas que habían estado en silencio hasta el momento, del mismo modo que lo había estado toda la sociedad e, incomprensiblemente, la propia archidiócesis que, conocedora de los sucesos, no tomó más medidas que la de reubicar a los violadores, originando así no una solución, sino el agravamiento del problema. Una experiencia traumática de ese tipo, como podemos apreciar en el filme, se apodera de la víctima, le cambia la vida irreversiblemente y le condena a un futuro de tinieblas y pesadillas por vergüenza, por culpabilidad, por la inaudita sensación de creer que hizo algo incorrecto, algo pecaminoso. De entre ellos, los más afortunados sobreviven a golpe de aguja, confiando en que la heroína les haga olvidar su angustia con un éxtasis tan liberador como efímero; los peor parados (según como se mire), se meterán una bala en la cabeza cuando lleguen al punto de tolerancia máximo. Afortunadamente sí que aparece una luz al final del túnel para ellos, un spotlight que los alumbra y los guía a una salvación que comienza con la aceptación y la concienciación de un hecho que parecen no tener del todo claro: ellos son las víctimas. Puede que salir del ignominioso anonimato sea el empujón que necesitaban para una nueva vida que comience con el auto-compadecimiento y la certeza de tener la conciencia limpia: “puedes usar mi nombre si quieres, simplemente, condena a esos cabrones.”
«La fotografía es cruda, sin artificios ni filtros de luz; se trata de trasladar al espectador a un pasado cercano, y lo consigue de manera inmejorable gracias a una sencillez que asusta y acompaña a la perfección a un guion muy trabajado e inteligente que no deja títere con cabeza».
Keaton brilla con su “smart-casual-look”, pero no brilla en solitario, sino que a su lado cuenta con un elenco de primera que nos brinda la posibilidad de contemplar las acciones de los verdaderos héroes, esos que se dejan la piel, la salud y la cordura con el único afán de lograr con investigación lo que no pueden resolver con sus súper-poderes —o la ausencia de ellos—. La fotografía es cruda, sin artificios ni filtros de luz; se trata de trasladar al espectador a un pasado cercano, y lo consigue de manera inmejorable gracias a una sencillez que asusta y acompaña a la perfección a un guion muy trabajado e inteligente que no deja títere con cabeza. Entramos ahora de lleno en el conflicto primordial: la necesidad del ciudadano católico de conservar su fe. Ese escudo que ha utilizado la corrupta iglesia católica durante siglos (corrupta como un sector o parte de una institución que no cumple con las leyes de la misma, no corrupta en su totalidad), para obligar al estado y al gobierno a ser tan benevolentes con sus acciones como ellos mismos lo son con los criminales que actúan impunemente y bajo el beneplácito de sus mandatarios. Lo indignante de todo es que nunca se pretendió quitar la fe o romper el corazón de una anciana que ya lo ha perdido todo en la vida —panda de demagogos sin escrúpulos—, sino castigar a aquellos que se interponen entre esa viejecita y sus creencias. No se busca castigar a la iglesia como templo de reflexión y de culto a lo intangible, sino a la hipocresía lasciva que se aprovecha de sus feligreses. Puede que la labor de The Boston Globe sólo supusiera un pequeño logro en una batalla de magnitudes inenarrables, pese a ello, simbólicamente supuso el fin del miedo hegemónico y del inmovilismo dogmático. Una proeza que bien les valió el Pulitzer a sus artífices. | ★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / Alicante
[1]: It takes a village, proverbio africano usado por la ex primera dama, Hillary Clinton, para el título de su libro: It Takes a Village: And Other Lessons Children Teach Us, 1996.
Ficha técnica
Estados Unidos. 2015. Título original: Spotlight. Director: Thomas McCarthy. Guion: Thomas McCarthy, Josh Singer. Fotografía: Masanobu Takayanagi. Duración: 128 minutos. Productora: OpenRoad Films / Participant Media / First Look / Anonymous Content / Rocklin / Faust. Montaje: Tom McArdle. Diseño de producción: Stephen H. Carter. Diseño de vestuario: Wendy Chuck. Intérpretes: Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams, Liev Schreiber, John Slattery, Stanley Tucci, Brian d'Arcy James, Gene Amoroso, Billy Crudup, Elena Wohl, Doug Murray, Sharon McFarlane, Jamey Sheridan, Neal Huff, Robert B. Kennedy, Duane Murray, Brian Chamberlain, Michael Cyril Creighton, Paul Guilfoyle, Michael Countryman. Presentación oficial: Festival Internacional de Venecia 2015.