El regreso de un mito
crítica de Creed. La leyenda de Rocky (Creed, Ryan Coogler, EE.UU., 2015).
El cine de este pasado año 2015 será recordado, entre otras cosas, porque los mayores éxitos de taquilla han coincidido con secuelas de películas que, en cierto modo, ya pueden considerarse clásicos modernos, aunque la formidable cantidad de dinero que han recaudado haya excedido el fenómeno de la fanbase y afectado también a nuevos espectadores. En efecto, las dos vencedoras en cartelera han sido La guerra de las galaxias: El despertar de la fuerza (Star Wars: The Force Awakens, J.J. Abrams) y Jurassic World (Colin Trevorrow), cuyas cintas originales, de 1977 y 1993 respectivamente, marcaron un antes y un después en la cultura del merchandising, el panorama del blockbuster y los efectos digitales, especialmente en el caso de la epopeya de George Lucas. Aunque como decíamos los responsables de actualizar estas historias han tenido en cuenta el marco más actual y su nuevo público potencial, se trata sobre todo de cultivar ese sentimiento tan infalible para el ser humano como es la nostalgia. Volver a ver a nuestros héroes del pasado, aunque ahora bastante más maduros o en contextos más modernos, y reencontrarnos con un mundo que ha alcanzado en la conciencia colectiva una mitología insospechada (y, todo hay que decirlo, un tanto absurda), supone un gran placer incluso para el más escéptico o cínico. Pues bien, en esta tendencia por desenterrar viejas narrativas de comprobado éxito también se enmarca Creed. La leyenda de Rocky (Creed, Ryan Coogler), cuyo propio título traducido al español pone el acento en ese componente mitológico al que nos referíamos, ausente sin embargo en el título original, que adelanta que el protagonista es otro en este nuevo capítulo del célebre boxeador.
Fue en 1976 cuando Rocky comenzó sus andaduras, cosechando entonces varias nominaciones al Óscar, incluida una para su intérprete Sylvester Stallone. Desde entonces se han sucedido otras cinco entregas de su saga, de mucha peor acogida que la primera, hasta llegar a la que ahora nos ocupa. La misma debería cerrar un círculo, no sólo porque, como adelantábamos, apuesta por un enfoque a priori distinto, sino también porque recupera la calidad perdida de la serie, y con ello Stallone ha vuelto a ganarse una nominación a la estatuilla dorada, ahora como mejor actor secundario (en la que por cierto parte como favorito). En efecto, la historia que nos narra Creed gira más bien en torno a un tal Adonis Johnson (Michael B. Jordan), hijo ilegítimo de Apollo Creed, antiguo rival del propio Rocky, que no aparece hasta más avanzado el metraje. Su arranque nos hace partícipes del comportamiento problemático de Adonis, pasando por varios reformatorios y enzarzándose en varias peleas (por ahora fuera del ring), antes de ser acogido por la esposa de su fallecido padre. Pasan los años y nuestro héroe ha mejorado su aspecto y sus costumbres, e incluso cuenta con un elegante empleo burocrático. Pero enseguida lo abandona para perseguir su auténtico sueño, más claro todavía después de conocer su filiación: el de ser boxeador. Tan importante es el legado para él que el mismo determina todo su conflicto interno y le lleva a buscar al retirado Rocky para que lo entrene, en Philadelphia como no podía ser de otro modo. A partir de entonces la narración se desarrolla siguiendo en gran medida las pautas habituales del género, sucediéndose las pruebas tanto físicas como mentales previas al combate final, nada menos que frente al campeón imbatido de la categoría (Tony Bellew). Asimismo se incluyen, para no perder la costumbre, el oportuno enlace amoroso, aquí con una cantante en ciernes con problemas de audición (Tessa Thompson); y el antagonismo que se va construyendo de forma un tanto forzada con el que será el contrincante dentro del cuadrilátero.
«Creed combina ingredientes novedosos y consabidos para obtener una fórmula que, por definición, sigue una estela determinada, pero que al mismo tiempo nos sorprende y nos entusiasma. Cosas de la nostalgia».
Con todo, pese a su escasa originalidad, lo cierto es que en general la historia funciona bastante bien. Coogler ya había demostrado su talento para adaptar hechos previos y conocidos, con su riesgo innato a la previsibilidad, y dibujar a partir de ahí un relato sensible y con ritmo. Hablamos de su ópera prima Fruitvale Station (2013), la historia real de un afroamericano asesinado sin causa por la policía. Aquel era ya interpretado por Michael B. Jordan, que entonces apuntaba maneras y que en este segundo largometraje del mismo director se confirma como actor dotado de gran carisma, y por tanto como futurible estrella. Su ascenso desde chico huérfano hasta ídolo de masas resulta pues muy creíble, además de satisfactorio para el espectador. Por otro lado, lo que también resulta admirable en esta cinta es su apartado técnico, ya que la paciencia y el tacto que como decíamos demuestra Coogler con su trama y sus personajes se apoyan en una planificación igual de refinada y orgánica. Para ello se combinan las escenas más breves e intercaladas, que nos van dando información sobre la vida personal del protagonista, en particular los encuentros que comparte con su novia; con secuencias más extendidas a través de planos secuencia repletos de virtuosismo, y que dentro o en las inmediaciones del ring resultan muy provechosos para reproducir la coreografía del combate. En otras palabras, en esta armonía rítmica no parece que sobre ningún plano, y a la vez cada uno tiene su protagonismo propio, de forma que el montaje en su conjunto huye del frenesí y de la confusión que suelen adueñarse de este subgénero de acción. Pero no por ello se pierde intensidad, conseguida gracias a la suma de esos elementos propios del dinamismo visual, el portento actoral y otros aspectos igual de afortunados como una banda sonora en la que en alguna ocasión se cuela el famoso tema en el que todos estamos pensando. En definitiva, Coogler y su equipo combinan ingredientes novedosos y consabidos para obtener una fórmula que, por definición, sigue una estela determinada, pero que al mismo tiempo nos sorprende y nos entusiasma. Cosas de la nostalgia. | ★★★ |
Ignacio Navarro Mejía
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos, 2015. Dirección: Ryan Coogler. Guion: Ryan Coogler & Aaron Covington (basado en los personajes de Sylvester Stallone). Productoras: MGM / Warner Bros. / New Line Cinema / Chartoff-Winkler Productions. Fotografía: Maryse Alberti. Montaje: Claudia Castello & Michael P. Shawver. Música: Ludwig Göransson. Diseño de producción: Hannah Beachler. Dirección artística: Danny Brown & Jesse Rosenthal. Vestuario: Antoinette Messam & Emma Potter. Reparto: Michael B. Jordan, Sylvester Stallone, Tessa Thompson, Phylicia Rashad, Andre Ward, Tony Bellew, Ritchie Coster. Duración: 133 minutos.