El horror de la repetición
crítica de Whiplash (Damien Chazelle, EE.UU., 2013) / ★★★★ ½ |.
Estados Unidos. 2013. Título original: Whiplash. Director: Damien Chazelle. Guión: Damien Chazelle. Fotografía: Edd Lukas. Música: Anna Granucci, Antonio Dominick. Duración: 18 minutos. Productora: Whiplash Productions. Montaje: Tom Cross. Diseño de producción: Stephanie Hass, Melanie Jones. Intérpretes: Paul Dietz, Nate Lang, J.K. Simmons, Johnny Simmons. Presentación Oficial: Sundance Film Festival 2013.
Reza el adagio popular «la práctica hace al maestro». O, en palabras atribuidas a Thomas Alva Edison, «el genio es 1% de inspiración y 99% de transpiración». Pocas actitudes humanas despiertan tanta admiración como la obstinación ante una idea u objetivo. La ejecución obsesiva de una tarea está justo en la delgada línea que separa la vocación artística de la locura y el TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo). Aquella rutina del protagonista de El coronel no tiene quién le escriba, (una de las grandes novelas de Gabriel García Márquez), quien acudía cada viernes al puerto a esperar infructuosamente la carta con su pensión por jubilación, comparte gran similitud con el ensayo diario de un músico profesional: ambos buscan, a fin de cuentas, la Finalidad Última, la perfección del círculo mediante la repetición como vehículo. Hace dos años, el joven director Damien Chazelle ideó una película —con guión de su propia mano—, cuya ambición se vio truncada por factores económicos ajenos a su control, de modo que llegó hasta donde le fue posible, recortó la duración y la transformó en el cortometraje Whiplash. El festival de Sundance lo acogió con tanto entusiasmo, que posteriormente consiguió el presupuesto y la infraestructura para rodar un largo según sus intenciones originales. El resultado multiplicó las alabanzas por parte de la crítica, otorgando una enorme cantidad premios y reconocimientos tanto al apartado de sonido como al actor J.K Simmons, presente en ambos filmes. Teniendo en cuenta este factor, conviene aclarar que, en estas líneas, el cortometraje se toma como un ente independiente y cargado de contenido por sí mismo.
Aquí se nos muestra un entorno aparentemente cotidiano: día de ensayo en un prestigioso conservatorio, los músicos calientan y afinan con normalidad. Toda impresión sobre el ambiente está filtrada por el nerviosismo de Andrew (encarnado con solvencia por Johnny Simmons), joven y prometedor baterista recién incorporado. El reloj marca la hora en una cadencia musical perfectamente incorporada a la dinámica de los estudiantes. De repente, casi como si se tratase de un giro hacia un subgénero de terror, la aparición de un elemento de autoridad tremendamente hostil modifica el estado de las cosas. El profesor —fabuloso J.K Simmons, con un rostro capaz de mutar de la sonrisa paternal a la violencia física en un abrir y cerrar de ojos— cruza la puerta y exhibe y ejecuta su dominio sobre todo el espacio. Cada uno de los ansiosos estudiantes, quienes cometen el error —producto de la inocencia, tal vez— de verter en este una suerte de aspiraciones hacia la figura paterna y protectora, son retribuidos brutalmente con una doble humillación tanto en el ámbito de sus habilidades artísticas como en sus flaquezas y miserias personales. Y es que Simmons, ropa negra y profundos ojos azules, se erige ante sus alumnos como el sustituto de una deidad bíblica, un ser todopoderoso al que admirar y temer a partes iguales, esperando constantemente una palabra o un gesto amable, a pesar de recibir siempre todo lo contrario. Las reminiscencias de esta figura autoritaria fluyen más hacia el despiadado sargento Hartman (Ronald Lee Ermey) de La chaqueta metálica (Full metal jacket, Stanley Kubrick, 1987), aquel ser que subyugaba física y mentalmente a los reclutas para homogeneizarlos en una masa de asesinos útiles sin noción de individualidad, que hacia el director Leroy (Vincent Cassel) de Cisne negro (Black swan, Darren Aronofsky, 2010). El principio de su función es exactamente el mismo que en un sistema castrense de obediencia vertical. Tal como reza la amenaza al propio Andrew ante un mínimo fallo de tempo «If you deliberately sabotage my band, I will fuck you like a pig!», la necesidad de adoctrinamiento responde menos al perfeccionamiento que a la automatización del individuo y su alienación —usando el término acuñado por Marx—. Chazelle consigue sumir a los espectadores en la angustia incesante del protagonista de Whiplash y de los personajes que lo rodean, más funambulistas que intérpretes, siempre al borde del peor de sus abismos imaginados. El ingenioso guion trata con respeto al espectador; no le concede explicaciones innecesarias ni pretende hacer pedagogía sobre los vericuetos del Jazz. Sencillamente apela a las emociones descarnadas y la sensibilidad ante la belleza de la música, dos asuntos aparentemente opuestos que son dos lados de la misma moneda.
A continuación pueden ver el cortometraje en versión original y una comparativa entre este y el largometraje nominado al Óscar.