Una isla interior
crítica de Wrestling (Bræðrabylta, Grímur Hákonarson, Islandia, 2007) / ★★★★ |
Islandia. 2007. Título original: Bræðrabylta. Director: Grímur Hákonarson. Guión: Grímur Hákonarson. Fotografía: Gunnar Heidar. Música: Jóhann Jóhansson. Duración: 21 minutos. Productora: Icelandic Film Centre / Nordisk Film & TV Fond. Montaje: Elísabet Ronaldsdóttir. Diseño de producción: Haukur Karlsson. Diseño de vestuario: Margrét Einarsdóttir. Intérpretes: Helga Braga Jónsdóttir, María Guðmundsdóttir, Halldór Gylfason, Björn Ingi Hilmarsson. Presentación Oficial: Reykjavik International Film Festival 2007. Duración: 21 minutos.
Uno de los conflictos más reflejados a lo largo de la historia del Arte en general y la cinematografía en particular es el que surge al enfrentarse el individuo ante el medio en que está inserto, el cual le ofrece ciertas pautas y prescripciones en lo que respecta a su comportamiento. La reivindicación del yo más intensa en los últimos dos siglos fue probablemente la denominada “Muerte de Dios”, del filósofo Friedrich Nietzsche, básicamente una negación de los valores absolutos y cualquier otro limitador exógeno a la propia condición humana. Es precisamente este tema, el cuestionamiento de los absolutos, el que se manifiesta en Bræðrabylta (2007), cortometraje del director islandés Grímur Hákonarson (1977), quien en los últimos tiempos ha ganado una muy merecida notoriedad internacional gracias a su largo más reciente, Rams (El valle de los carneros), laureado en los festivales de Cannes, Sevilla y Valladolid, y seleccionada para los próximos Óscar. Y es que el corto que hoy nos ocupa tiene la impronta de su creador, lo cual a priori ya puede garantizar que nos encontramos ante un producto de notable calidad.
Bræðrabylta teje un paisaje emocional y geográfico con la maestría de la sutileza con que lo harían los grandes maestros de la literatura universal. Atendiendo a las palabras atribuidas al argentino Jorge Luis Borges, describir a un personaje requiere apenas mostrar de este dos o tres características. Los dos protagonistas, Einar (Björn Ingi Hilmarsson) y Denni (Halldór Gylfason), se encuentran aislados y subyugados en dos niveles paralelos (paisaje emocional-paisaje geográfico). Por una parte, el entorno que les rodea es una fría y hostil región rural de la Islandia contemporánea, en el que desempeñan labores de una rudeza y dificultad física elevadas —la ganadería bovina y la minería—, que no invitan en absoluto a la profunda delicadeza presente en ambos. Por otra, en lo que respecta al ámbito de las cuestiones afectivas, el aislamiento es si cabe mayor: Denni se ocupa de cuidar a su madre anciana y gravemente enferma, única compañía en el hogar familiar, mientras que Einar convive con una esposa e hija de las que se siente distanciado y en las que no ve reflejada su condición de padre ni ningún modelo afectivo por el que pudiese sentir una empatía identitaria. El medio sociocultural ejerce sobre los dos personajes una presión prácticamente insoportable. La participación en el campeonato de lucha además se alza como el símbolo principal de un cierto comportamiento y expresión de los roles de género y valores retrógrados sobre una determinada sexualidad, tales como la “hombría” o lo que por ello se entiende. En este deporte, que, como casi toda competición sugiere subrepticiamente una actitud bélica de destrucción del otro, Denni y Einar ven la pura belleza, la danza y la sensualidad de sus cuerpos en tensión muscular, como si se tratase de una escultura en mármol de Bernini o Canova.
La sutileza con que se describen el conflicto y la angustia interior resulta sobrecogedora. No nos falta ni nos sobra información para configurar un mapa humano y comprender las motivaciones y decisiones de sus personajes. Cada elemento en la austera y hermosa fotografía de Gunnar Heidar, así como en los diálogos —guion, por cierto, firmado por el propio Hákonarson— y la música, todo aporta matices al ambiente general de opresión de la identidad afectiva que sufren Einar y Denni, cuyo único deseo es autoafirmarse como sujetos independientes frente al azote de las convenciones sociales, ese gran absoluto. Bræðrabylta es un ejercicio de expresión profunda a través del minimalismo y la contención. Sus veintiún minutos son toda una lección de cine con mayúsculas.