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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Turbo Kid

    Turbo Kid

    Encantador mimetismo ochentero

    crítica de Turbo Kid (Anouk Whissell, François Simard, Yoann-Karl Whissell, Canadá, 2015).

    En 2012, 26 directores (entre los que se encontraban nombres tan potentes como Ti West, Adam Wingard o Nacho Vigalondo) unieron sus talentos en The ABCs of Death, un curioso experimento dentro del encorsetado subgénero de películas de terror compuestas de diferentes episodios, que consistió en 26 sketches, a cuál más sangriento y escatológico, que, representando a cada una de las letras del abecedario, mostraban diferentes maneras de morir. Para ser sinceros, el nivel medio de los cortos que conformaron aquella antología fue poco menos que decepcionante, siendo el correspondiente a la letra T uno de los que mejor sabor de boca dejaron entre los aficionados. T Is for Turbo era esencialmente una salvaje lucha entre un joven que se transformaba en superhéroe al encontrar un casco y un puñado de salvajes que tenían prisionera a la chica de sus sueños. Co-dirigido, escrito e interpretado por los canadienses Anouk Whissell, François Simard, Yoann-Karl Whissell, aquel segmento supo realizar, a través de una estética deudora de las cintas post-apocalípticas de los ochenta, un encantador homenaje al cine fantástico y de aventuras juveniles de aquella mágica década, que sorprendió por el humor con el que se recreaba en sus escenas gore. Ante la entusiasta acogida recibida por este trabajo, sus responsables decidieron darle cancha al universo que allí se presentaba, desarrollándolo en formato de largometraje. El resultado es Turbo Kid (2015), una cinta que ha sabido ganarse, en muy poco tiempo, su condición de título de culto entre un público nostálgico de la década de los 80, cosechando favorables comentarios en su paso por festivales como los de Sundance o Sitges, donde se hizo merecedora de los premios del Jurado Joven y el de mejor banda sonora.

    La historia de Turbo Kid es prácticamente mínima. Como la película ochentera por la que pretende hacerse pasar, sitúa su futuro post-apocalíptico en el año 1997 —primer guiño de guion para el maestro John Carpenter y su clásico 1997: Rescate en Nueva York (1981)—, con el planeta devastado por la lluvia ácida y sus pocos supervivientes luchando por el bien más preciado (y difícil de obtener): el agua. Desde esta anécdota argumental hasta la puesta en escena —esos paisajes desolados con cabezas humanas empaladas por todas partes—, pasando por el look de los villanos de turno —enmascarados vestidos de cuero, armados con hachas y demás objetos cortantes y, en algunos casos, deformaciones físicas e incluso mutaciones— , nos retrotraen al violento futuro imaginado por George Miller en sus aventuras de Mad Max, si bien el tono de Turbo Kid es mucho menos serio y más juvenil. La película se abre con The Kid, el joven protagonista, montado en su bicicleta BMX al son de la canción Thunder in Your Heart de John Farnham, que fuera tema principal de aquella Rad (Hal Needham, 1986) que, junto a Los bicivoladores (Brian Trenchard-Smith, 1983), son otros dos claros referentes a los que homenajea. The Kid se dedica a buscar objetos que poder intercambiar por algo de agua en el mercado negro, mientras sueña con vengar la muerte de sus padres a manos de Zeus, un tirano que trata de monopolizar el codiciado líquido para así tener el control absoluto sobre los ciudadanos. Un sueño que se podría cumplir desde el momento en que encuentra el traje de Turbo Kid, el superhéroe cuyas aventuras ha seguido desde niño a través de los cómics. Con el poder que le otorga su guante de energía y la ayuda de Apple, una extraña y adorable nueva amiga que se cruza en su camino, y Frederic, un aventurero con apariencia sospechosamente parecida a Indiana Jones que también busca venganza, The Kid se embarca en la aventura de acabar con la tiranía de Zeus y sus súbditos.

    Turbo Kid

    «Le falta algo de mordiente a la historia y añadir de su propia cosecha elementos que pudieran otorgarle algo de entidad propia, más allá de conformarse con ser una mera copia de otras muchas cintas, algo que limita muchísimo su alcance a un público más amplio».


    Turbo Kid es, ante todo, un simpático artefacto diseñado para satisfacer a un público muy determinado: el de aquellos jóvenes que crecimos durante la década de los ochenta, consumiendo mucho cine de videoclub, sobre todo de series B (e incluso Z) —Turbo Kid , en realidad, más que de Mad Max, tiene la esencia de productos más casposillos (y totalmente reivindicables) como 2024: Apocalipsis Nuclear (L.Q. Jones, 1975) o Cherry 2000 (Steve De Jarnatt, 1987)— y del cine facturado por estudios tan gratamente reivindicados en la actualidad como Cannon Group o New World Pictures. Presenta una distopía futurista simplona y funcional que no aporta nada novedoso al subgénero, ya que sus creadores dan prioridad a ese ejercicio de mimetismo hacia el mismo, rescatando una inocencia de los personajes juveniles de aquellos años —en ese sentido, Munro Chambers y, sobre todo, Laurence Leboeuf, bordan sus roles— que podría chirriar a los ojos del espectador del siglo XXI. La leve e inofensiva historia de amor entre The Kid y la candorosa Apple (personaje ambiguo, con sorpresa argumental, que se convierte en auténtico alma de la función) no sobrepasa, de hecho, los límites de la más pura amistad, regalando momentos de gran fuerza conmovedora como aquellas conversaciones en las que divagan sobre el papel que desempeñan las estrellas en el firmamento.

    En contraposición al azúcar que impregna sus escenas en común, llama la atención lo explícito de los momentos más sangrientos, siendo el filme muy generoso en decapitaciones, desmembramientos y vísceras arrancadas de los cuerpos, cortesía del sadismo que caracteriza a Zeus, ese genial villano que, encarnado por Michael Ironside (toda una institución en el género fantástico y actor fetiche de Paul Verhoeven en sus mayores éxitos), esconde tras el parche de su ojo un nuevo guiño a Terminator (James Cameron, 1984), y su fiel discípulo Skeletron. Esta violencia gráfica, patente en los brutales métodos de tortura de los malos, las escenas de pelea (con toneladas de sangre derramadas por todas partes) y los flashbacks que presentan el asesinato de los padres del protagonista, no llegan a herir sensibilidades gracias al sentido del humor y la creatividad con las que están tratadas estas escenas. No alcanza Turbo Kid a ser un producto tan brillante o arriesgado como Kung Fury (David Sandberg, 2015), ese mediometraje sueco que revolucionó Youtube con su batiburrillo de nazis, vikingos, dinosaurios, robots y una estética ochentera aún más fiel. Le falta algo de mordiente a la historia y añadir de su propia cosecha elementos que pudieran otorgarle algo de entidad propia, más allá de conformarse con ser una mera copia de otras muchas cintas, algo que limita muchísimo su alcance a un público más amplio. Con todo, tiene algo en su (des)cuidada puesta en escena, la premeditada tosquedad de sus efectos especiales y el espíritu libre y falto de prejuicios de su relato que sí consiguen, inevitablemente, la complicidad y simpatía del espectador. Lo que toca esperar es que sus directores sepan limar sus defectos (típicos y perdonables al tratarse de una ópera prima con la etiqueta de corto alargado) en esa secuela que parece estar en marcha, en beneficio de un espectáculo más rompedor y redondo. | ★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Canadá. 2015. Título original: Turbo Kid. Dirección: Anouk Whissell, François Simard, Yoann-Karl Whissell. Guion: Anouk Whissell, François Simard, Yoann-Karl Whissell. Productoras: EMA Films / Timpson Films. Presentación oficial: Festival de Sundance 2015. Premios: Premio del Público en la Semana de Terror de San Sebastián; Premio del Jurado Joven y Premio a la Mejor banda sonora en el Festival de Sitges. Productores: Benoit Beaulieu, Anne-Marie Gélinas, Tim Riley, Ant Timpson. Fotografía: Jean-Philippe Bernier. Música: Jean-Philippe Bernier, Jean-Nicolas Leupi, Le Matos. Montaje: Luke Haigh. Vestuario: Eric Poirier. Reparto: Munro Chambers, Laurence Leboeuf, Michael Ironside, Edwin Wright, Aaron Jeffery, Yves Corbeil. Duración: 93 minutos.

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