La reconstrucción de un genio
crítica de Steve Jobs (Danny Boyle, 2015).
El biopic puede considerarse como un auténtico género cinematográfico pues, aunque se salga de una clasificación que atiende más bien a la temática o al tono, presenta una serie de características propias. Al retratar la vida de un personaje de mayor o menor celebridad, según su época, su profesión y sus demás rasgos, existe ya una base bastante sólida desde la cual se diseña el guion y a partir del mismo su producción, sobre todo si se parte de un texto previo que ya había recogido la biografía en cuestión. Hay también unas cuantas pautas que suelen observarse en la industria (en particular norteamericana), ya se trate de aspectos técnicos como las largas transiciones o la voz en off, o de detalles finales como los créditos e imágenes de archivo que nos terminan contando en qué acabó la vida del sujeto que se ha resumido en pantalla. Sin embargo, este tipo de cine suele ser más eficaz cuando no pretende recoger una serie de experiencias y esperar con ello proporcionarnos una visión más o menos completa de su referente, sino más bien ofrecer una interpretación concreta, que permita circunscribir el drama y desarrollarlo con mayor profundidad. En otras palabras, con frecuencia es más ilustrativo centrarse en un acontecimiento en que se conjugaron los rasgos definitorios del personaje enfocado, que intentar acumular los pensamientos y acciones que se sucedieron desde su nacimiento hasta su muerte. De hecho, esta opción presenta ventajas prácticas, es decir al menos presupuestarias, y sería incluso más acertada cuando el protagonista es un icono reciente, del que ya se han realizado las oportunas crónicas y elegías.
Este sería el caso de Steve Jobs, referente indiscutible del último tercio del siglo XX y de lo que llevamos del XXI, al tratarse de uno de los pioneros de la tecnología y el entretenimiento actuales, mediante sus contribuciones en Apple y Pixar, entre otras compañías. Tras su muerte en 2011, lamentada por otros gurús de la informática como Bill Gates o Mark Zuckerberg, contamos ya, ciñéndonos al terreno audiovisual, con varios largometrajes sobre su persona y sus innumerables aportaciones. Son entre otros los documentales: Steve Jobs: The Lost Interview (Paul Sen, 2012) o Steve Jobs: The Man in the Machine (Alex Gibney, 2015), así como el drama Jobs (Joshua Michael Stern, 2013). Steve Jobs (Danny Boyle, 2015) ha sido el último en llegar, y debería ser el definitivo. No tanto por su carácter comprensivo, que también, sino por su gran calidad y por seguir precisamente esa lectura más original y provechosa a la que antes hacíamos referencia, hasta el punto de que la estructura diseñada por Aaron Sorkin, partiendo del libro de Walter Isaacson, se aleja de todo acercamiento convencional. Sorkin se ha forjado un nombre en las adaptaciones en torno a individuos y decorados reales que suelen tener un alto componente burocrático, laboral o empresarial. Es en los despachos y en las oficinas donde este guionista encuentra el marco idóneo para desarrollar su elocuencia trágica y su verborrea técnica, ya sea en la Casa Blanca, en unos estudios de televisión, en la trastienda del mundo del béisbol o en la prestigiosa universidad de Harvard. En esta última era donde se situaba la primera mitad de La red social (The Social Network, David Fincher, 2010), magnum opus con la que su última obra deja entrever varias similitudes.
«Lo que más llama la atención desde el punto de vista de la estructura del libreto no es tanto esa tripartición como los montajes que se construyen entre sus partes, con secuencias que van saltando hacia atrás y hacia delante para mostrar el pasado y el presente de conversaciones paralelas entre Jobs y otro personaje relevante».
Es importante en efecto recordar el estilo de Sorkin y acentuar su influencia quizás más que de costumbre porque él, por encima del director, los actores u otras personas encargadas de la producción, es su verdadero artífice, y aquel cuya visión predomina a lo largo de toda la película. Para empezar, porque apuesta por retratar a Jobs (aquí encarnado por Michael Fassbender) en tres actos cerrados y sucesivos, cada uno de ellos en los instantes previos a un lanzamiento significativo de su carrera: el Apple Macintosh en 1984, el NeXT Computer en 1988 y el iMac en 1998. Así se divide por tanto el metraje, aunque los tres sucesos se van entrelazando mediante contados flashbacks, que incluyen igualmente algunas escenas de la primera etapa de la fundación de Apple. De esta manera, lo que más llama la atención desde el punto de vista de la estructura del libreto no es tanto esa tripartición como los montajes que se construyen entre sus partes, con secuencias que van saltando hacia atrás y hacia delante para mostrar el pasado y el presente de conversaciones paralelas entre Jobs y otro personaje relevante. Esto es particularmente notable en el segundo acto, en el diálogo que aquel mantiene con John Sculley (Jeff Daniels), director ejecutivo de Apple. En efecto, la narración se compone a su vez de largos intercambios casi siempre entre dos personas, que para mayor precisión, en los tres actos susodichos, enfrentan al protagonista con Andy Hertzfeld (Michael Stuhlbarg), diseñador de la empresa; luego Steve Wozniak (Seth Rogen), su cofundador; y finalmente el propio Sculley. Además intervienen, aunque de forma menos marcada y más progresiva, Joanna Hoffman (Kate Winslet), ejecutiva y confidente de Jobs; y Chrisann Brennan (Katherine Waterston), la madre de su hija Lisa.
«Es la mitificación y desmitificación, o si se prefiere la deshumanización y rehumanización, de un individuo al que se le han reconocido tanto su inteligencia y ambición como su arrogancia y egocentrismo».
Una vez planteado este intrincado y riguroso esqueleto narrativo, el gran triunfo de Sorkin, y ahora ya también de Danny Boyle y de sus colaboradores, es haberle dotado de gran dinamismo y organicidad, hasta el punto de que casi se olvidan las conexiones y limitaciones autoimpuestas que lo recorren. Ya hemos citado los saltos temporales, que entre otros trucos de montaje huyen de la teatralidad en que fácilmente podría haberse caído. A su vez, el diálogo es constante, pero también lo es el movimiento: los personajes entran y salen continuamente de campo, van de un lado para otro, se encuentran y se despiden, y mediante esta serie de interacciones logran asimismo superar las pocas y clausuradas localizaciones en que se hallan. La entrega de unos actores reconocidos, destacando por encima de todos ellos un Fassbender muy convincente; junto a una música que percute con insistente energía (bajo la batuta de Daniel Pemberton) y una fotografía rica en composiciones estilizadas (a cargo de Alwin H. Küchler), contribuyen igualmente a que el conjunto sea decididamente cinematográfico y vaya mucho más allá de la literalidad. Así pues, la cantidad de datos informativos y de carga emocional que transmiten todos estos componentes es imposible de asimilar en un primer visionado, lo cual constituye otro gran acierto de la película, imponiendo su revisión y así lanzando su mensaje con mayor alcance y duración. Este no es otro que la mitificación y desmitificación, o si se prefiere la deshumanización y rehumanización, de un individuo al que se le han reconocido tanto su inteligencia y ambición como su arrogancia y egocentrismo. Sin embargo, faltan apuntes y conflictos previos al respecto para que el desenlace, aquel en que Jobs consigue cierta redención y catarsis, tenga todo el efecto que debiera. Y, pese al brillante esfuerzo que representan los elementos antes señalados, no compensan toda la trascendencia que se pierde al ceñir como se ha dicho la narrativa, reduciendo la repercusión global de su protagonista a un puñado casi invisible de extras y unas imágenes de archivo que, y eso se agradece, están por lo demás ausentes de los créditos finales. Y es que éstos intentan alejarse de la fórmula consabida del biopic para asemejarse a los de un drama ficticio. Por ello, ante una propuesta y una ejecución tan estimulantes, las anteriores sólo son dos pequeñas pegas que nos sitúan apenas un escalón por debajo de lo que sería una nueva obra maestra ideada por Sorkin. | ★★★★ |
Ignacio Navarro Mejía
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos, 2015, Steve Jobs. Dirección: Danny Boyle. Guion: Aaron Sorkin (basado en el libro de Walter Isaacson). Presentación oficial: Festival de Telluride 2015. Productoras: Scott Rudin Productions / Mark Gordon Company / Entertainment 360 / Decibel Films / Cloud Eight Films / Digital Image Associates. Fotografía: Alwin H. Küchler. Montaje: Elliot Graham. Música: Daniel Pemberton. Diseño de producción: Guy Hendrix Dyas. Dirección artística: Peter Borck. Vestuario: Suttirat Anne Larlarb. Reparto: Michael Fassbender, Kate Winslet, Seth Rogen, Jeff Daniels, Michael Stuhlbarg, Katherine Waterston.