El arma del desconcierto
crítica de Schneider vs. Bax (Alex van Warmerdam, Países Bajos, 2015).
La identidad humana no es unívoca. La configuración en capas y distintas aplicaciones —conscientes o no— de ciertos mecanismos de comportamiento generan una multiplicidad de expresiones del ser en el entorno social y privado, lo que, según el psicoanálisis, viene determinado por la presencia de los tres impulsos biológicos, denominados “Ello”, que busca satisfacer los impulsos más básicos, “Yo”, que se centra en atender a los deseos en el entorno real y contextual, y “Superyo”, la demanda de llegar a la perfección. De modo que no resulta muy recomendable juzgar las acciones del individuo según una percepción plana de su psicología. A este respecto, cabe mencionar que, si hay un tema y un conglomerado de acciones humanas retratados casi obsesivamente en el Cine —aparte, claro está, del Amor—, es la Violencia; la barbarie en todas sus vertientes, posibilidades y entornos, repartida con justicia o caprichosamente, a escala intimista o genocida. Y es que la fascinación que a nosotros, espectadores, nos provoca la contemplación de estos actos en pantalla no solo procede de la pura curiosidad, sino sobre todo de cierta comodidad y distanciamiento presentes en la mera idea a partir de la cual fue concebida la cinematografía: la imitación de la realidad, no su reproducción.
Dentro de esta exploración en la brutalidad de que es capaz la compleja mente del ser humano, encontramos como cenit, máximo exponente de la Historia del Cine reciente, al cineasta Michael Haneke, quien ha realizado magistralmente un proceso de antropología de las bajas pasiones del Hombre. La obra que hoy nos ocupa se encuentra en las antípodas de un análisis digno del cineasta alemán. Y esto no quiere decir que necesariamente sea más o menos reprobable. Es simplemente un tratamiento distinto, más cercano quizás a la instrumentalización de Quentin Tarantino —en su caso, buscando la belleza de lo estético—. Schneider vs. Bax (2015) viene acompañada del éxito precedente de su director. Alex van Warmerdam (Haarlem, Países Bajos, 1952) cosechó excelentes críticas y algunos galardones con su anterior película, la inquietante Borgman (2013), obteniendo el premio a la mejor película en el Festival de Sitges. Fue en la pasada edición de este mismo certamen donde pudimos asistir a la primera proyección de su nueva obra, que, en este caso —todo hay que decirlo—, exhibe menos ambición y puede ser considerada una obra menor. Aquí las situaciones descritas no bucean en la profundidad de las motivaciones y pulsiones; todo está más bien al servicio de una muy particular concepción de la comedia. Se nos presenta a dos hombres muy diferentes entre sí: Schneider (Tom Dewispelaere), padre de familia con una vida estable y ordenada, y Bax (Alex Van Warmerdam), a quien podríamos denominar su opuesto, su contrario, un escritor adicto a las drogas y con una familia completamente desestructurada. Paralelamente, mientras el primero despierta arropado por el cariño de su esposa y la irrupción emotiva de sus dos hijas, quienes le cantan el Feliz Cumpleaños, el otro, recluido en una cabaña aislada en el pantano, se topa con la intempestiva visita de una hija depresiva, rodeado de botellas de vino y restos de cocaína.
«El pulso de las situaciones se mantiene en un bien ejecutado equilibrio entre la sequedad y aspereza del planteamiento formal y la irrupción del ridículo, las situaciones dignas del Teatro del Absurdo o de la producción humorística clásica. Caídas y golpes con aspavientos a lo Buster Keaton, discusiones que acaban a tiros, malentendidos con personajes prácticamente intrascendentes, entre otros, son los elementos que hacen acto de presencia provocando una bien lograda sensación de extrañamiento, en medio de una historia próxima al thriller del eterno enfrentamiento entre dos seres antagónicos».
¿Qué es entonces lo que une a estos dos sujetos? ¿Cuál es el vínculo? Por supuesto, como no podía ser de otra forma, la condición violenta. Ambos hombres ocultan sus verdaderas intenciones bajo una aparente psicología predecible. Tanto el caótico Bax como el metódico Schneider trabajan clandestinamente como asesinos a sueldo. Este enfrentamiento, más allá de interpretarse como un vehículo de homogeneización por obra y gracia de la Pulsión de Muerte —cuestión que, en opinión de quien suscribe estas palabras, habría sido francamente más interesante—, es el entorno en el que se vierten los elementos humorísticos a los que se hacía referencia anteriormente. El pulso de las situaciones se mantiene en un bien ejecutado equilibrio entre la sequedad y aspereza del planteamiento formal (sin música, con una fotografía fría pero eficiente, con preeminencia de colores pálidos y blanquecinos) y la irrupción del ridículo, las situaciones dignas del Teatro del Absurdo o de la producción humorística clásica —cierta escena de acumulación inexplicable de personajes en una habitación recuerda al camarote de los hermanos Marx en Una noche en la ópera (Sam Wood, Edmund Goulding, 1935)—. Caídas y golpes con aspavientos a lo Buster Keaton, discusiones que acaban a tiros, malentendidos con personajes prácticamente intrascendentes, entre otros, son los elementos que hacen acto de presencia provocando una bien lograda sensación de extrañamiento, en medio de una historia próxima al thriller del eterno enfrentamiento entre dos seres antagónicos. Los trabajos interpretativos de los actores y actrices se adaptan perfectamente al estilo y las intenciones de la película. No en vano, el propio director se reserva el papel de coprotagonista e imprime a los demás unas pautas de conducta que llevan casi a la ridiculización de los personajes, en pos de este extrañamiento mencionado anteriormente. El elemento frágil recae sobre Maria Kraakman y Annet Malherbe, quienes interpretan respectivamente a la hija de Bax y una rehén tomada por Schneider. Mientras que los dos fríos asesinos acaban rayando en lo autoparódico, la profundidad se encuentra en estos roles femeninos, que ofrecen algo de cordura o de humanidad dentro de las violentas circunstancias que presencian. Exhiben emociones, angustia, tristeza, miedo, gracias a las cuales se interrumpe ocasionalmente distanciamiento del planteamiento estructural. De modo que Van Warmerdam ejecuta un ejercicio de destrucción de las expectativas de unos y otros: de quienes buscaban suspense y también de aquellos que empezaban a reír discretamente en la butaca del cine. Es este rasgo el que convierte a Bax vs Schneider en una propuesta mucho más nutrida de lo que podría sugerir un visionado sin profundidad o una valoración apresurada. Aquí la lucha no tiene que ver con el “Ello”, el “Yo” y el “Superyo" de los protagonistas, sino con la contraposición de los propios géneros cinematográficos y sus interferencias. | ★★★ |
Luis Enrique Forero Varela
© Revista EAM / Festival de Sitges
Ficha técnica
Países Bajos. 2015. Título original: Schneider vs. Bax. Director: Alex Van Warmerdam. Guión: Alex Van Warmerdam. Fotografía: Tom Erisman. Música: Jakob van Oosterhout. Duración: 96 minutos. Productora: Graniet Film BV / CZAR / Mollywood / Verenigde Arbeiders Radio Amateurs (VARA). Montaje: Job ter Burg. Diseño de vestuario: Stine Gudmundsen-Holmgreen. Intérpretes: Tom Dewispelaere, Alex Wan Warmerdam, Maria Kraakman, Annet Malherbe, Gene Bervoets, Pierre Bokma, Eva van de Wijdeven, Henri Garcin. Presentación Oficial: Locarno Film Festival 2015.