Esquivar o exponer la realidad
crítica de Las mil y una noches (As Mil e Uma Noites, Miguel Gomes, Portugal, 2015).
Volume 1, O inquieto / Volume 2, O Desolado / Volume 3, O Encantado
«Todo el cine es político». Con esta implacable afirmación uno de grandes referentes del cine comprometido, Costa-Gavras, revelaría la intención que subyace en toda película de lanzar un mensaje a la sociedad y guiar la conciencia colectiva hacia su transformación. Y es que el cine no sólo sirve para escapar de la realidad, sino también para reflejarla, de manera que el cineasta aparece como exponente de un discurso de cara a sus potenciales espectadores, que pueden compartir o no con él su visión de las cosas. Ahora bien, cuando lo que se retrata es un paisaje generalizado, sobre el que la mayoría tiene la misma opinión crítica, como es el de la reciente crisis económica en Europa, es fácil que la historia que se narra conecte con casi todos nosotros, y así nos hacemos enseguida partícipes del comentario o de la denuncia de su director. Entonces es cuando la película adquiere una trascendencia más allá de la artística y entra más claramente en el terreno sociopolítico, ganando con ello un valor añadido que es el que no debería hacernos olvidar todo el poder que puede llegar a tener el cine, y el respeto que por ello merece como expresión del patrimonio de un país. En cualquier caso, las cintas que directamente apuestan por esta vertiente documental siguen siendo marginales, por lo que es más frecuente combinarlas con un relato ficticio, y así puede citarse la obra de directores contemporáneos como Ken Loach o Jafar Panahi. Y a ellas debe añadirse ahora la trilogía de Las mil y una noches (As Mil e Uma Noites) que el cineasta portugués Miguel Gomes ha presentado este año en Cannes.
Sin embargo, no estamos precisamente ante una película al uso, como las que a través de su dramatización sacan a relucir algún tema real conflictivo. En la citada combinación entre el relato imaginado y el retrato social surge, según Gomes, un dilema, pues como él mismo advierte en el primer acto de su último trabajo, al mezclarlos se traicionaría el espíritu de cada uno de ellos. El hecho de que el propio director y coguionista aparezca en pantalla haciendo esta declaración nos adelanta ya que estamos ante un proyecto de tintes autobiográficos además de documentales, y a priori difícil de catalogar entre los géneros cinematográficos clásicos. El volumen 1 del tríptico, El inquieto, comienza con unos planos descriptivos de un puerto gris mientras oímos en off las entrevistas de estibadores que han perdido su trabajo. Y a ello sigue la narración igual de deslucida sobre los problemas que tienen que afrontar los agricultores ante una plaga de insectos. Estos dos episodios los conecta Gomes como metáfora de la deshumanización que sufren las víctimas de un despido, y como el director quiere huir de estas experiencias, rechaza rodar una película que él considera inútil y contraproducente. Sin embargo, ante la insistencia de su equipo, se convence de que la mejor manera de hacerlo es a través de los cuentos de Sherezade, o al menos inspirándose libremente en ellos. Entonces el metraje de repente nos sitúa junto a las vírgenes de una isla de Bagdad, ataviadas según las leyendas del medioevo, al tiempo que se deja oír el leitmotiv de Perfidia, bolero repleto de romanticismo que se escuchará en varias ocasiones clave (normalmente al comienzo de un nuevo capítulo).
«Gomes es bien consciente, pese a la humilde advertencia inicial, de que con esta apuesta ecléctica, lejos de traicionar el espíritu de sus dos caras, les está atribuyendo un nuevo sentido que permite profundizar en su contenido».
Así pues, en ese punto concreto en que la historia mira hacia un pasado irreal para olvidar el indignante presente, el cambio de tono es tan drástico y estimulante en comparación con la desolación retratada hasta ese momento que lo que se consigue es reforzar ambas partes de la narración. No hay contradicción entre ellas, sino retroalimentación, pues al yuxtaponer tales realidades se logra un efecto que en cierto modo no es más que una ampliación de lo que en los comienzos del cine se denominó efecto Kuleshov. En otras palabras, Gomes es bien consciente, pese a su humilde advertencia inicial, de que con esta apuesta ecléctica, lejos de traicionar el espíritu de sus dos caras, les está atribuyendo un nuevo sentido que permite profundizar en su contenido. De paso la película huye así de la monotonía, pues al intercalarse los destellos fantásticos con el realismo social éste adquiere cierto grado de suspense e incluso una capacidad latente de fascinación que pronto contagia al espectador. Lo que sigue del volumen 1 son tres episodios en que todos estos elementos son ya bastante visibles: uno sobre la reunión de unos enviados de la troika y unos representantes del gobierno de Portugal para tratar sus problemas financieros, otro sobre un gallo que canta por la noche en un pueblo y la división de sus agrupaciones para tratar la molestia que ello supone, y el último sobre la organización de una carrera popular en el mar el 1 de enero para que sus participantes olviden sus penurias familiares y laborales. Ahora bien, en el primero cobra también protagonismo un hechicero que asegura una erección portentosa a los susodichos funcionarios, de la que sólo podrán aliviarse si se imponen los famosos recortes; en el segundo el canto a deshora del gallo se explica porque quiere prevenir la peligrosa relación de tres niños enamoradizos, debida a la maldición que tiempo atrás un emperador chino dejó sembrada en la zona; y el tercero encuentra sus componentes ficticios retratando a los citados organizador y nadadores como títeres de un sueño impuesto para mejorar la salud de ese primer personaje.
Lo cierto es que estos ejemplos nos permiten ya comprobar que a veces las ilusiones fabulosas que penetran en la desaprobación social parecen gratuitas y ridículas, pero ello forma parte de la ironía característica de Gomes, sin descontar el claro significado metafórico que puede extraerse de los mismos. Esta ironía se vuelve un poco más opaca en el volumen 2, El desolado, que sólo cuenta con tres relatos por consiguiente más alargados. El primero nos traslada al campo donde un fugitivo legendario escapa de las autoridades contando con la complicidad de los lugareños y con poderes un tanto ambiguos, incluidos aquellos que ejerce sobre unas mujeres que lo veneran y satisfacen. El segundo nos sitúa en un espacio más abstracto, similar a una clase al aire libre en que las gradas están ocupadas por víctimas de ciertos crímenes y la tarima por la jueza que debe juzgarlos. Y el tercero se localiza en unos pisos de la periferia en que habitan gente de clase baja vinculados por un perro del que se ocupan sucesivamente a petición o en ausencia de sus anteriores dueños. Con todo, tras habernos familiarizado con las intenciones de Gomes, resulta que el primer y el tercer episodios decepcionan un tanto, porque no logran sumergir suficientemente su contenido en el marco de los cuentos de Sherezade, y se hacen un poco pesados e incluso anodinos, algo que por lo dicho hasta ahora contraviene expresamente los deseos experimentales del cineasta. En cambio, el segundo es quizás el que mejor combina las dos vertientes que venimos describiendo, pues es patente el componente de censura de una corrupción que se ha hecho cotidiana, pero paralelamente el mismo se materializa en un decorado fantástico y no sale de él en ningún momento.
«Las mil y una noches demuestra el talento de un director por transformar lo que parece insignificante en algo repleto de sentido e interés».
Finalmente, el volumen 3, El embelesado, sólo se divide en dos capítulos principales, que se alejan del patrón que en cierto modo podía rastrearse a partir de las dos anteriores entregas. Ello constata también la voluntad de Gomes por sortear toda expectativa o preconcepción. Así, el primer episodio transcurre en los paisajes rocosos de una isla, en que se van alternando pequeñas narraciones que sí nos sitúan ya de pleno en ese pasado fabulesco, pues están ocupados por personas y objetos directamente extraídos del mismo. Sin embargo, el segundo episodio, el más largo de toda la trilogía, discurre por los parajes urbanos en los cuales varios individuos sin nada mejor qué hacer se reúnen en torno a una curiosa actividad, que adquiere la importancia de toda una profesión: la captura de pinzones para entrenarlos en el canto y competir luego entre ellos. Aquí la alegoría en torno al desempleo y los seres a la deriva que éste genera es manifiesta. Y no se introduce ningún elemento fantástico hasta el último trecho, en que uno de estos adiestradores de pájaros se encuentra con un tal mago del viento que también había hecho acto de presencia en el capítulo anterior. Lo que sí va amenizando el relato son los comentarios de Sherezade, que aparecen en forma de rótulos en pantalla, convirtiendo los hechos cotidianos que se describen en sucesos inverosímiles. Aquí se demuestra el talento de un director por transformar lo que parece insignificante en algo repleto de sentido e interés. Por lo demás, la técnica es distinta de la empleada hasta entonces, que era la de una voz en off neutra y a la vez sarcástica reminiscente de la de Misterios de Lisboa (Raúl Ruiz, 2010), comparación que además puede sostenerse en el elenco de actores en parte compartido y en la absorbente complejidad narrativa, compuesta por varias capas de cuentos desdoblados en otros cuentos. Para un servidor, la de Ruiz es una de las grandes obras maestras de la historia del cine, por lo que encontrar paralelismos suyos en Las 1001 noches predispone a su valoración positiva. Pero hay otros muchos aspectos que señalan la indudable calidad y la magnitud de esta película, la cual debería ser apreciada de forma general en España también por lo cercano de las experiencias que en ella se retratan. Esperemos por tanto que no tarde mucho en llegarnos bajo uno u otro formato. | ★★★★ |
Ignacio Navarro Mejía
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Portugal, Francia, Alemania & Suiza, 2015. Presentación: Festival de Cannes 2015. Dirección: Miguel Gomes. Guion: Miguel Gomes, Telmo Churro & Maria Ricardo. Producción: O Som e a Fúria / Komplizen Film. Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Montaje: Miguel Gomes, Telmo Churro & Pedro Filipe Marques. Intérpretes: Miguel Gomes, Adriano Luz, Rogério Samora, Chico Chapas, Luísa Cruz, Joana de Verona, Crista Alfaiate, Carlotto Cotta.