El experimento emotivo-narrativo
crítica de The leftovers (2014-) | Segunda temporada.
HBO / 2ª temporada: 10 capítulos | EE.UU, 2015. Creadores: Damon Lindelof & Tom Perrotta. Directores: Mimi Leder, Craig Zobel, Carl Franklin, Tom Shankland, Nicole Kassell, Keith Gordon. Guionistas: Damon Lindelof, Tom Perrotta, Jacquelyne Hoyt, Patrick Somerville, Tom Spezialy, Nick Cuse, Monica Beletsky. Reparto: Justin Theroux, Carrie Coon, Margaret Qualley, Ann Dowd, Christopher Eccleston, Janel Moloney, Kevin Carroll, Jovan Adepo, Regina King, Amy Brenneman, Kenneth Wayne Bradley, Steven Williams, Jasmin Savoy Brown, Violett Beane, Katy Harris, Liv Tyler, Chris Zylka, Darius McCrary, Scott Glenn. Fotografía: Todd McMullen, Michael Grady, John Grillo. Música: Max Richter.
La escena que cerraba la primera temporada de The leftovers, con Nora sosteniendo con la cara iluminada a un bebé abandonado (el hijo de Christine y el Sagrado Wayne, dejado en el porche de la casa de su padre por Tom) ante la llegada de Kevin y Jill tras una situación límite, cerraba también la novela de Tom Perrotta que da base a esta peculiar serie, uno de los productos más arriesgados e imprevisibles de la televisión norteamericana reciente. Así, para todos los fans de la serie y/o lectores del libro, la curiosidad era máxima por saber cuál sería el camino elegido por Damon Lindelof para continuar la historia, ya que las direcciones eran múltiples, las opciones casi infinitas. Y lo que ha hecho el guionista es digno de todos los elogios, aunque también tenga varios frentes criticables. Algunos similares a los que ya le granjearon toda clase de ataques durante su etapa al frente de Perdidos (2004-2010), lo cual demuestra que sus armas de narrador son similares y su discurso elástico pero el mismo. Lindelof es un artista que siente, y trata de traducir sentimientos en metáforas, misterios, giros de guion u otros elementos que ante todo escapan de la obviedad, porque los sentimientos son complejos y esta serie retrata un mundo arisco, agresivo, que tiene que obligarse a sentir de nuevo a golpes.
Quemada la historia en Mappleton, los guionistas movieron a un grupo de protagonistas a otros lugares. El núcleo familiar de los Garvey y los Jamison se desplazaron al lugar central de la temporada, la ciudad de texana de Jarden, concretamente la localidad de Milagro, donde la Ascención, por la razón que sea, no tuvo lugar. La idea de moverse siempre hacia delante, de empezar de nuevo, vertebra una serie donde los personajes están tocados por un trauma incapaz de asumir del todo, pero deben seguir viviendo. Hay una palpable desesperanza e incomodidad en aquellos que pueblan The leftovers, y en ese inflamado terreno es donde los guionistas van a lanzar sus juegos narrativos. Ninguno de los episodios de esta temporada se parece al anterior, y eso puede gustar más o menos, pero es una hazaña cuyo mérito no se puede negar. De centrarnos en una historia nueva a retroceder en el tiempo y ofrecer la cara paralela de la misma; de abandonar un grupo de personajes para visitar otros, ofrecer de nuevo episodios céntricos en un/dos personajes protagonistas o, el súmmum del riesgo, lanzarse al vacío sin red a la hora de fabular con la vista después de la muerte en el fascinante episodio International Assassin (2.8), desde ya rareza supina con muchos niveles de sentido y un sentido del humor irresistible. La cara negativa de esto es que se incurre en la misma tendencia de la primera temporada, esto es, la imposibilidad de profundizar lo suficiente en los personajes con el metraje disponible y la distribución de las tramas. Cuando termina la temporada, solo Kevin, Nora y Patti han tenido el tiempo o la atención (Jill sale en casi todos los episodios pero casi nunca como protagonista de las escenas, y hasta se nos roban sus escasos momentos con Laurie) para atisbarse en ellos algo de tridimensionalidad, y se tiene que ser muy bueno –como Liv Tyler o Regina King lo son– para que el resto pase de ser un personaje con muchos huecos (¿se entiende bien a John cuando acaba la tanda?). Aunque sea una molestia y un fallo atribuible a la escritura y a una deficiente planificación de los episodios, los responsables compensan con una catarata de ideas maravillosas, alucinantes algunas, y una manera de jugar con la audiencia que es casi contagiosa en sus ganas de experimentar. Es como si supieran que es imposible coordinar todos lo aspectos, y al elegir uno deciden equilibrar un poco esa balanza como puedan.
«Series como ésta prueban que todavía se pueden hacer cosas frescas y originales en televisión, que escapan de fórmulas preestablecidas y tratan (y logran en muchos casos) de ofrecer representaciones sobre temas plenamente identificables de manera nada obvia, en una operación que resulta muy estimulante».
Para los que busquen respuestas, este drama sigue siendo el lugar equivocado. A los responsables no les interesa desvelar las razones de la Ascensión, sino lidiar con las consecuencias para el 98% que se quedó atrás. Así, en un estado constante de crispación nerviosa, The leftovers se mueve ordenando sus piezas como en una gigantesca partida de ajedrez donde cada decisión afecta al resto, a veces de manera forzada –la endeble excusa que lleva a Tom a Milagro– pero otras como el resultado de un talento especial para plantar narrativamente las semillas y dejarlas germinar (el final de Ten Thirteen –2.9– es un gran ejemplo de esto, y de una genialidad apabullante). Para pillar desprevenido al espectador, sorprenderlo, frustrarlo o directamente enfurecerlo (la negativa casi sistemática de los personajes a decir las cosas claramente). A esta apuesta desde la página se suma una acertada correspondencia visual y sonora –la bendita música de Max Richter y la selección de canciones preexistentes–, con la cámara en mano como la mejor opción para transmitir el agitado estado emocional de este mundo y una querencia por el primer plano que permite a los magníficos intérpretes mostrarnos todo su talento en crudo, y que alcanza su culmen en la extraordinaria escena de Lens (2.6) en la que Nora le hace el cuestionario a Erika. Renovada por una tercera y última temporada, The leftovers no es perfecta, pero sí muy extraña. Y entrar a desgranar las diferentes tramas y subtramas sería hacerle un flaco favor a un drama que se guarda múltiples sorpresas y revelaciones impactantes para que la audiencia se deleite y retuerza de emoción. En lugar de hacer eso, es mejor decir que series como ésta prueban que todavía se pueden hacer cosas frescas y originales en televisión, que escapan de fórmulas preestablecidas y tratan (y logran en muchos casos) de ofrecer representaciones sobre temas plenamente identificables de manera nada obvia, en una operación que deviene muy estimulante. Ahora solo cabe esperar que la despedida reparta atención como se lo merecen los personajes, y que la ambigüedad que sobrevuela cada segundo de metraje se sienta tan intensamente como hasta ahora. | ★★★★ |
Adrián González Viña
© Revista EAM / Sevilla