La falta de respeto como mayor alabanza
crítica de Eisenstein en Guanajuato (Eisenstein in Guanajuato, Peter Greenaway, Países Bajos, 2015).
A la hora de acercarse a los grandes iconos del cine, el reverencial respeto o el ansia de destrucción son habitualmente las ideas que comandan una historia cinematográfica. Y ojalá no fuera así. Ojalá se acercará más a menudo con la mezcla de irreverencia y respeto con que el siempre original Peter Greenaway se ha acercado a la figura del cineasta ruso Sergei Eisenstein, gran pionero del séptimo arte que a principios de los años 30 estuvo en México para rodar un gran proyecto que quería abarcar la existencia de un país, una operación que no acabó en buenos términos. Apartándose del camino más rancio del biopic acartonado, Greenaway sabe que a veces basta con seleccionar un episodio concreto de una vida compleja para acabar componiendo un retrato vivo y doliente de una personalidad arrolladora. Y así lo hace aquí, abarcando los esenciales momentos en la vida de Eisenstein en que viajó en busca de una oportunidad para experimentar otra cultura y otras costumbres, tras una experiencia más bien cruda en los Estados Unidos. Así, quien se acerque a Eisenstein in Guanajuato buscando una descripción en imágenes sobre cómo el director ruso afrontaba su trabajo o una suerte de biografía más convencional se llevará una decepción. Pero es que no se podía esperar menos del cineasta británico, que trata a su protagonista como un personaje más del que disponer para contar una historia concreta, casi como si no interesara su bagaje de cara al espectador.
Y a la vez claro que interesa e importa y de qué manera, algo que el responsable sabe, de ahí que todo lo contado sea en esencia una respetuosa carta de amor a su cine y a sus intenciones. El uso tanto de imágenes de su cine en los habituales juegos de Greenaway de múltiples pantallas partidas como de sus dibujos para los storyboards de su proyecto mexicano son prueba de ello, y revelan una investigación exhaustiva detrás de la cámara. El Sergei de la cinta (estupendo Elmer Bäck, en generosa sintonía con su cometido) es un payaso triste con mucha vida a sus espaldas, que vivirá en su estancia latinoamericana el despertar de un nuevo mundo. Le acompañamos como espectadores por partida doble, tanto de la realidad de un país distinto como del efecto de esto en el propio Eisenstein. Un carrusel de emociones que se traduce en una acción siempre en desplazamiento, nunca estática, que exuda energía y entusiasmo y que puede hasta marear, algo propio y consecuencia con el estilo del cineasta británico. Y es que sus constantes se mantienen casi con obscenidad (las ya mentadas múltiples pantallas, la querencia por la asimetría, la celebración del cuerpo humano desnudo, la cámara en constante movimiento), en un momento en que quizá uno pensaría que la trilogía de Tulse Luper (2003, 2004) había llevado al paroxismo la marca Greenaway. Pero no, afortunadamente.
«Que sirva este estupendo y verboso proyecto (se habla y se habla y se habla sin parar en las escenas, y todo lo dicho es importante) para ampliar mejor el universo y las opciones narrativas de las biografías cinematográficas y sobre todo para que valoremos el lugar que ocupa en la vida de cada uno la afirmación de uno mismo».
Es el manejo fotográfico de la paleta de color, el uso de la música (la orquesta en vivo es un detalle impagable), la integración de los fondos para los que se opta por pantalla verde –ya sea por necesidad económica o histórica– con finalidad creativa y la capacidad para hacer una plausible y hermosa historia de sentimientos dentro de un artificio tan evidente lo que se configura como las mejores armas de una película cuyo metraje nunca pesa. Una propuesta que supera sus importantes inconsistencias (el intermitente uso de la familia de Palomino o los colaboradores de Eisenstein, que a veces parece que no están en el filme) con una contagiosa simpatía en todo lo contado. Cruzado todo además con un sentido del humor ocurrente y desvergonzado y una narrativa que va siempre hacia adelante, aunque no necesariamente en línea recta. Porque es que esta crónica de las emociones funciona más a golpe de pálpito del corazón, acelerando y desacelerando cuando lo manda la trama, nunca a capricho. Una escena puede convertirse inesperadamente en una charla de varios minutos, y lo que parecería un momento importante se puede resolver en un par de cortes de montaje. La habilidad para la creación del instante perdurable y el simbolismo efectivo revelan la pasión que palpita tras la cámara, y convierte la propuesta en algo irresistible para cualquier cinéfilo que no sea purista.
Es una pena pero también una realidad que la cinefilia mundial a veces emite juicios que tienen más de esnobismo que de genuina proclama hecha desde la razón, y hace unos años parece que decidió que Peter Greenaway era ya un talento perdido, un trasnochado estudioso del cine que seguía trabajando pero sin el favor ya del gran público y el grueso de la crítica. Pues con Eisenstein in Guanajuato, el inglés ha cosechado merecidas y frecuentes alabanzas por su aproximación a la personalidad de un nombre muy lanzado por el cinéfilo medio pero en el que no se ha profundizado lo suficiente. Sin renunciar a nada, el director simplemente ha acertado de lleno en sus propuestas, que una tras otra va sumando hasta lograr un nivel de calidad bastante alto. Viendo el filme sabiendo esto de antemano, uno entiende aún más la identificación del director con su protagonista, y su manera de reflejar la problemática con el matrimonio Sinclair, que accedió a financiar “Qué viva México” pero que tras un tiempo dejó de patrocinarla, ya que el ruso no estaba honrando el contrato fijado. Más tarde, el escritor Upton Sinclair terminó la película y la estrenó en 1933 con el nombre de Thunder over México. El material rodado por Eisenstein ha dado a lo largo de los años para seis montajes distintos, pero ninguno de él mismo. Y que según nos cuenta la cinta, Sergei Eisenstein encontró el amor en México, y su vida cambió para siempre. El talento de los responsables consiste en que nos creamos lo que nos cuentan aunque no sepamos si es cierto (¿Eisenstein era gay?), ya que la intimidad creada en pantalla es incontestable. Desde los encuentros entre Eisenstein y Palomino (ese larguísimo y hasta sensual primer encuentro sexual, explícito sin ser nunca vulgar) hastas las charlas telefónicas con Pera, voz cálida y reconfortante. Que sirva este estupendo y verboso proyecto (se habla y se habla y se habla sin parar en las escenas, y todo lo dicho es importante) para ampliar mejor el universo y las opciones narrativas de las biografías cinematográficas y sobre todo para que valoremos el lugar que ocupa en la vida de cada uno la afirmación de uno mismo. Se vive mejor aceptándonos en toda nuestra humanidad, y Eisenstein in Guanajuato lo demuestra, pese a las protestas de Rusia por el reflejo de uno de sus grandes héroes nacionales como alguien que seguiría relaciones “no-tradicionales”. Es un periodo concreto en la vida de alguien que cambió su mundo e hizo madurar su mirada, y así es cómo Peter Greenaway nos lo cuenta. Por suerte, el cine sí permite esto, y que así sea siempre. | ★★★★ |
Adrián González Viña
© Revista EAM / Festival de Cine Europeo de Sevilla
Ficha técnica
Holanda, México, Finlandia, Bélgica, Francia, 2015. Dirección y guión: Peter Greenaway. Fotografía: Reinier van Brummelen. Productoras: Submarine / Fu Works / Paloma Negra Films / Edith Film Oy / Potemkino / Mollywood / ZDF Arte, / VPRO / YLE. Productores: Karin S. de Boer, Peter De Maegd, Bruno Felix, San Fu Maltha, Simon Ofenloch, Liisa Penttilä, Cristina Velasco, Femke Wolting. Montaje: Elmer Leupen. Dirección artística: Ana Solares. Vestuario: Brenda Gómez. Reparto: Elmer Bäck, Luis Alberti, Maya Zapata, Rasmus Slätis, Lisa Owen, Stelio Savante, Jakob Öhrman, Alan Del Castillo, Mauro González, Raino Ranta.