Todo por ser 'Happy'
crítica de Dope (Rick Famuyiwa, EE.UU, 2015).
Por todos es conocida la deriva comercial que, desde hace ya muchos años, ha tomado el Festival de Sundance. El sello del que salieran las propuestas más interesantes del cine independiente norteamericano de principios de los noventa, ha acabado convirtiéndose en una simple etiqueta. Bajo ella se esconden, últimamente, obras comerciales más o menos acertadas pero alejadas de la autoría estilística y presupuestaria de los primeros años del festival. Dentro de esta corriente se enmarca la cuarta película del comprometido director norteamericano de origen nigeriano, Rick Famuyiwa. En 1996, tras hacer un corto de 12 minutos titulado, Blacktop Lingo, ingresa en el Sundance Director’s Lab. Allí terminará de configurar lo que luego sería su primer largometraje, The Woods (1999). Tras dos insulsas comedias (Brown Sugar, 2002 y Our Family Wedding, 2010) estrenó en la última edición de Sundance (2015) la película que nos ocupa: Dope. Famuyiwa siempre se ha mostrado concienciado con las problemáticas raciales. Forma parte del comité del Sindicato de Directores de Estados Unidos que discute los retos y oportunidades que afrontan los directores afroamericanos en la industria del cine y, desde su autobiográfica ópera prima, su filmografía no ha dejado de incidir en los aspectos idiosincráticos de la negra Norteamérica. Sin embargo, Famuyiwa no ha adoptado un tono beligerante ni excesivamente punzante a la hora de hablar del tema; más bien, sus películas han servido de lienzo para la materialización dramática del imaginario político-artístico del director. Todo ello retratado desde un punto de vista amable y en clave de comedia. No es hasta esta Dope, su cuarta película, cuando más decididamente se ha centrado en reflexionar sobre esas limitadas posibilidades de éxito, y los antagónicos, numerosos y casi inevitables escenarios destinados al estrepitoso fracaso con los que la racista sociedad premia a unos pocos y condena a la mayoría.
En esta ocasión, el realizador aborda la historia de Malcolm, un nerd anacrónico de un barrio conflictivo de Inglewood en Los Ángeles (ciudad natal del director). Él y sus dos mejores amigos, dos geeks tan anclados en los 90 como Malcom, se encuentran en su último año de instituto. Obsesionados con la cultura hip-hop noventera (incomprensiblemente también tienen un grupo de punk) intentan sobrevivir al bullying de instituto y a los peligros de un barrio lleno de pandillas y traficantes de drogas. En el momento en el que uno de esos traficantes de drogas, Dom (interpretado, en su debut cinematográfico, por el rapero conocido como A$AP Rocky), se acerca a Malcolm para que haga las veces de celestino entre él y Nakia, una chica de miras mucho más amplias de lo que le permiten las asfixiantes y claustrofóbicas limitaciones de la vida en los suburbios californianos (interpretada por Zoë Kravitz), el protagonista se verá envuelto en una trama de drogas y camellos de la que intentará escapar a toda costa para salvar su futuro académico y social, desafiando así lo que todo el mundo, incluidos sus propios educadores —mostrados como otra más de las numerosas mafias organizadas del lugar—, esperan de un joven de su origen y color de piel.
«El montaje y las miradas a cámara del protagonista refuerzan la idea de anuncio de ese tramo final que, no obstante, se verá salvado por el doble sentido y contrafondo que se intuye de esa sobreexplicación, esa doble cara al más puro estilo Walter White con la que el guion nos dice que no todo es blanco o negro, existe una amplia gama de grises entre los que discurre la vida de millones de afroamericanos que ni son estrellas del baloncesto o del hip hop, ni son traficantes y asesinos».
Le cuesta por momentos al director atinar con el tono acertado de la cinta, que puede parecer, en ocasiones y superficialmente, un pastiche posmoderno que discurre entre el drama racial al estilo Boyz N the Hood (1991) de John Singleton, pasando por la comedia de iniciación a lo John Hughes y su The Breakfast Club (1985); una especie de Pulp Fiction juvenil o incluso secuencias que remiten a películas adolescentes contemporáneas como Project X (2012) de Nima Nourizadeh. Empero, Famuyiwa convierte el contexto social en una mera excusa argumental y la película gana pie cuando se vuelve decididamente cómica y alocada; esos momentos en los que logra poner distancia con aquello que está contando y sale a relucir la comicidad que la hace verdaderamente disfrutable. Pero el trabajo se viene abajo con la solemnidad y la importancia que la obra se da en muchos momentos, con subrayados innecesarios y aleccionadores. Es ahí cuando la película se vuelve discursiva y pretenciosa. Llama especialmente la atención ese final con un speech propio de un anuncio de ropa y una necesidad de explicar toda la película como si Famuyiwa no confiara en la inteligencia del espectador. El montaje y las miradas a cámara del protagonista refuerzan la idea de anuncio de ese tramo final que, no obstante, se verá salvado por el doble sentido y contrafondo que se intuye de esa sobreexplicación, esa doble cara al más puro estilo Walter White con la que el guion nos dice que no todo es blanco o negro, existe una amplia gama de grises entre los que discurre la vida de millones de afroamericanos que ni son estrellas del baloncesto o del hip hop, ni son traficantes y asesinos. Un mensaje que se refuerza en gran medida gracias a la propuesta estética. La fotografía a cargo de Rachel Morrison (con experiencia en el último cine independiente norteamericano en películas como Fruitvale Station, 2013 o Cake, 2014) otorga un tono realista a una puesta en escena funcional, alejada de cualquier atisbo autoral. Al mismo tiempo, la fotografía satura de colores la pantalla, lo que sirve de contrapunto al mencionado tono realista para, conjuntamente, dotar a la película de un aspecto visual dinámico y vibrante. A ello contribuye también un montaje que se ayuda de pantallas partidas, elementos de las redes sociales como pantallazos de Youtube, acciones en paralelo y secuencias-resumen. Gracias a lo cual el ritmo de la película es rápido y su visionado es llevadero. A todo esto, hay que añadir la gran banda sonora compuesta por canciones del hip-hop de los 90 (estilo musical muy presente en la filmografía del director de origen nigeriano) que se integran muy bien en el contexto de la historia contada.
La película está narrada por Forest Whitaker, quien la produce junto al omnipresente Pharrell Williams. Éste, al margen de haber compuesto las canciones que toca Malcolm y sus amigos con su banda punk, parece haber influenciado en ese mensaje “happy” del largometraje. El filme se muestra pretendidamente cool y buen rollista, en línea con esa interesada corriente de pensamiento positivo (nada) iluso que intenta hacer creer que, sólo, con la idea de querer algo uno puede conseguirlo. Idea infiltrada como un virus en la vida moderna, desea convencer de que ningún condicionante social, racial, económico o de otro tipo es excusa para alcanzar una meta, sólo las trabas individuales autoimpuestas te pueden apartar del camino. De este modo, no hay una verdadera crítica acerca de la problemática racial y la desigualdad de oportunidades de la comunidad afroamericana y sí una reflexión de diseño sin profundidad para no incomodar demasiado y poder llegar a un público amplio. Pero más allá de las apariencias no estamos más que ante una comedia adolescente que se cree mejor de lo que es y cuyo director peca del defecto que el profesor del instituto de Malcolm le achaca al joven geek: arrogancia. | ★★ |
José Manuel Jiménez Vilaseco
© Revista EAM / Londres
Ficha técnica
Estados Unidos, 2015. Dope. Dirección: Rick Famuyiwa. Guión: Rick Famuyiwa. Producción: Forest Whitaker’s Sifnificant Productions, IamOTHER Entertainment, Revolt Films, That’s Dope. Música: Germaine Franco. Fotografía: Rachel Morrison. Reparto: Shameik Moore, Tony Revolori, Kiersey Clemons, Blake Anderson, Zoë Kravitz, A$AP Rocky, Kimberly Elise, Tyga, Chanel Iman.