El cíclope entrañable
Retrospectiva dedicada a Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack en la 63ª edición del Festival de Cine de San Sebastián.
Y llegó el final del ciclo dedicado a estos dos grandes directores, Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, y el de esta edición número 63 del Festival de Cine de San Sebastián. Era inevitable sentir un poco de tristeza al tiempo que una gran alegría por haber podido disfrutar de esta maravillosa colección de películas que casi con toda seguridad jamás volveremos a ver en una pantalla de cine. Pudimos asistir a otras proyecciones, hasta dio tiempo para vivir un día inmerso en el devenir normal del festival: el de las películas a competición y aquellas en otras secciones que todos esperaban ver en colas interminables. Era extraño pasar de una sala pequeña semi vacía a un teatro inmenso abarrotado de público, espectadores ávidos de la última novedad pero impermeables al pasado que levantó y ayudó a crear ese universo maravilloso del cine que se desplegó durante ocho días intensos y emocionantes. Una organización eficaz y atenta, una ciudad volcada con su festival que sabe amarlo hasta cuando señala algo que no le gusta y una retrospectiva ejemplar de la que solo lamentaríamos la pobre calidad de algunas de las copias exhibidas. Fue hermoso poder admirar a Fay Wray en todo su esplendor, a Albert Dekker encarnando al más frágil de los científicos locos, al gorila más impresionante de todos los tiempos, a Leslie Banks como el conde más sádico al que jamás podríamos enfrentarnos y a ese aventurero inasequible a la derrota y siempre sonriente que solía ser Robert Armstrong en los filmes de Cooper y Schoedsack. La fascinación de mundos misteriosos y tierras inhóspitas y vírgenes por hollar desplegándose ante nuestros asombrados ojos con el amor y la pasión de los pioneros, con su inocencia y candidez también, pero jamás distante o ajena al sentir profundo del ser humano enfrentado con lo salvaje, con lo desconocido, con lo más oscuro y lo más brillante que anida en el corazón de los hombres. Películas que encierran verdad en cada uno de sus fotogramas porque nacen de una mirada que no renuncia en ningún momento a buscarla. Terminan nuestros días en el festival y toca enfrentarse a la realidad. Nunca nos pareció tan fría, pero al tiempo pocas veces nos sentimos con tanta fuerza para enfrentarla como al final del ciclo dedicado a esos dos héroes del cinematógrafo que fueron Cooper y Schoedsack.
En esta última entrega de las reseñas de todas las películas que han compuesto la retrospectiva clásica de este año, abrimos con un filme heredero del colosal italiano mudo, de esas películas “de romanos” que cimentaron una época gloriosa del cine de este país hasta que su trono fue arrebatado por el nuevo titán norteamericano, pero también del cine de desastres y las películas bíblicas que siempre han fascinado a Hollywood. Continuamos con una de las más maravillosas y entrañables películas de ciencia ficción protagonizada por el ya clásico carácter dentro del género del científico loco con anhelos de conquistar el mundo y domeñar a la humanidad. O enriquecerse hasta el tuétano, que es lo mismo. Después asistiremos a un ejemplo diáfano de cinta de serie B de aventuras tan encantadora como carente de medios. Y terminaremos con un documental, este no realizado por ellos sino dedicado a repasar su vida y obra tomando como protagonista a Merian C. Cooper y sus desbordantes carrera y personalidad, si bien para hablar de él jamás se podría olvidar nombrar a su eterno compañero Schoedsack. Iniciemos ya juntos, si así os place, este postrero paseo.
LOS ÚLTIMOS DÍAS DE POMPEYA
The Last Days of Pompeii, 1935, USA.
Aunque coincide en su título original con el de la celebérrima novela de Edward Bulwer-Lytton escrita en 1834, la película Los últimos días de Pompeya (The Last Days of Pompeii, 1935) dirigida por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack deja claro desde su inicio, en un texto presentado sobre una imagen de la ciudad de Pompeya, que no tiene nada que ver con el libro. Coinciden en su ambientación y en mostrarnos una historia que transcurre en ese momento histórico en el cual la mítica ciudad de la Antigua Roma se aproximaba a su fin bajo los fieros fuegos del Vesubio. Pero poco más hay en común entre el relato del autor inspiración de los teósofos y el guion de Ruth Rose, esposa de Schoedsack y escritora recurrente en la filmografía de este. Rose apuesta por el tradicional libreto moral en el que el protagonista, el herrero Marcus (Preston Foster), se ve impelido por la desgracia a abandonar su vida feliz y embarcarse en un periplo que lo llevará a trabajar en todo aquello que despreciaba en busca del vil metal que nunca lo dominó. Se convierte así en un triunfante gladiador cuya meta en la vida es hacerse rico a toda costa: no pudo salvar de la muerte ni a su esposa ni a su hijo, apenas un bebé, por no tener unas pocas monedas de oro para pagar a un médico, por lo que jamás volverá a sufrir por este motivo. Marcus prefería los tiernos abrazos de su esposa y la reconfortante risa de su pequeño, pero ahora ya nada le queda de eso salvo el dolor y el deseo de no volver a ser pobre. Aunque algo permanece de su buen carácter: por esto mismo se apiada de un niño a cuyo padre, otro poderoso gladiador, Marcus acaba de derrotar en la arena dándole muerte. Este niño, Flavio, sustituirá a su familia perdida y para Marcus solo tendrá sentido ya hacerlo feliz, si bien considerando que esto no se consigue sin dinero. Las diversas peripecias de Marcus en sus intentos por acumular riquezas al tiempo que demuestra un amor sincero y entregado por ese niño abandonado que siente suyo hacen avanzar la historia, sin dejar de lado los habituales encuentros, propios de estas películas históricas a lo Hollywood, con personajes conocidos de fácil identificación para el espectador. Dos de estos destacarán de manera especial. El primero es Jesucristo, con quien los directores optarán por no mostrarnos nunca directamente su figura, una manera elegante de llevarnos a esos cruces con el personaje bíblico que consiguen hacernos disfrutar, por más que no se tenga creencia religiosa alguna, de cierta belleza trascendente gracias a la intensidad que Cooper y Schoedsack saben insuflar a esas secuencias. Siendo como es un cuento moral de mensaje diáfano y sin aristas sorprende el tratamiento dado al otro personaje histórico de postín, Poncio Pilato, algo petulante y enfangado en intrigas palaciegas, pero al tiempo consciente de sus propios errores con el paso de los años y generoso y sabio en su manera de apreciar la verdadera amistad. Su encuentro crepuscular con Marcus da lugar a una de las escenas más profundas y emocionantes del filme, dominada por la sabiduría y la tranquila resignación que conllevan la vejez, potenciado esto por la magnífica y sentida interpretación de un gran Basil Rathbone, que confiere a cada gesto y mirada una profundidad inusitada a su personaje. O ese estremecedor parlamento que mantiene con Marcus tras haber permitido la crucifixión de Cristo lavándose las manos de toda responsabilidad: una confesión donde el saberse culpable de un error por seguir los dictados de su pueblo y no el suyo propio, asumiendo su carga, lo elevan de la plana y ortodoxa interpretación cristiana de los hechos.
El destino lleva al bueno de Marcus, un personaje que no deja de representar en ningún momento las penas y deseos del ciudadano norteamericano medio, a ese sin sentido que no es sino la vida misma: aquella persona por
quien lo ha dado todo acaba enfrentada a él por sus creencias religiosas. Y es que Flavio, enamorado de una joven cristiana, se dedica a ayudar a fugarse de las prisiones a todos los cristianos que Marcus tiene encerrados como comida para los leones de su espectáculo en el circo. ¡Ay, tantos desvelos para esto! En el tramo final se desatan los acontecimientos y el relato se torna vibrante no solo por lo narrado sino por cómo nuestros dos directores saben repartir la tensión haciendo confluir todo el drama en la explosión del volcán que lo cambiará todo para siempre. Flavio podrá admirar al fin a su padre y este se redimirá por el amor que siente por su hijo, que lo llevará a aceptar casi sin querer su ideal: hacer el bien debe imperar sobre la tentación del mal. El desenlace con el Vesubio sembrando la destrucción en Pompeya nos ofrece las escenas más espectaculares y apoteósicas de la película, con Willis O’Brien en los efectos especiales, aquí no tan impactantes como los de King Kong (1933) pero muy conseguidos. Con elementos tomados del colosal italiano que triunfó dos décadas antes y practicando otros que se convertirán en los propios del cine de desastres, Cooper y Schoedsack muestran un prodigioso dominio del relato en este desenlace, donde todos los planteamientos argumentales se cierran mientras las rocas y la lava no dejan de llover del cielo. Tan solo un año después otra película mítica adoptará esta misma estructura narrativa pero llevándola al pasado reciente norteamericano, creando leyenda como si de un relato bíblico se tratara: San Francisco (W. S. Van Dyke, 1936), una película con un tratamiento narrativo más pobre aunque con chispeantes diálogos y una secuencia mostrando el infernal terremoto que asoló la ciudad rodado con un ritmo endiablado y unas imágenes poderosas que beben en sus mejores planos del cine de Sergei M. Eisenstein. Con las diferencias evidentes entre una cara producción de la Metro-Goldwyn-Mayer como fue la de San Francisco y la más barata que supuso la de Los últimos días de Pompeya bajo la RKO, ambas son películas sensacionales. La sencillez primigenia de esta última puede resultar quizá demasiado inocente para el curtido espectador de hoy, pero su belleza primitiva es atemporal y nos arrastrará sin esfuerzo a poco que no nos dejemos despistar por sus notas más débiles.
OUTLAWS OF THE ORIENT
1937, USA.
Alejándose de sus compañías productoras habituales, la RKO y la Paramount, y de su compañero Merian C. Cooper, Ernest B. Schoedsack rodaría en 1937 dos películas de aventuras de bajo presupuesto para el productor Larry Darmour y su Larry Darmour Productions, una productora propia del Poverty Row, el término con el que se definía de manera peyorativa a las compañías cinematográficas más pobres que realizaban películas de presupuestos paupérrimos, aunque en este caso ambas distribuidas por la Columbia Pictures. Las dos contarían con guiones escritos por Paul Franklin, la perdida Trouble in Morocco en solitario y la que nos ocupa, Outlaws of the Orient, junto a Charles Francis Royal, y con el protagonismo de la pareja formada por Jack Holt, un actor de éxito durante la época del mudo, y Mae Clarke, una actriz que por entonces ya iniciaba su paso de los papeles principales a los secundarios en producciones importantes. En el equipo técnico compartirían al montador Dwight Caldwell y al director de fotografía James S. Brown Jr.
De la primera película no podemos decir nada, pero la segunda es un rutinario filme de serie B ambientado en China, en el desierto de Gobi, donde una empresa norteamericana intenta mantener en funcionamiento un yacimiento petrolífero ante los chantajes y ataques de unos bandidos tártaros contratados por una compañía rival. El dueño de la compañía es un alcohólico incapaz de hacer frente a la situación, por lo que su hermano mayor, que está a punto de casarse, debe abandonarlo todo para viajar al lejano país y solucionarle los problemas. Si llega a saber que contratando a una contable tan eficaz como guapa los sufrimientos y tormentos varios de su hermanito se atajarían rápido quizá no hubiera tenido que haber hecho tan largo viaje, pero es que entonces tampoco tendríamos película. Hay un poquito de amable lío de faldas pues la contable es en principio admitida en su empleo con la condición de enamorar al hermano mayor, el cual está deseando largarse cuanto antes de allí y casarse de una vez, para así retenerlo y retrasar su partida. La aventura deviene descafeinada, las soluciones a los débiles nudos que plantea la trama se desarrollan a una velocidad de vértigo, premuras de serie B mandan, y la cinta carece de emoción y de un ritmo sostenido. Sin embargo resulta muy entretenida de ver gracias al propio encanto de su absoluta falta de pretensiones y la evidente carencia de medios, sumado esto a la belleza con que Schoedsack y Brown Jr. ruedan los no muy abundantes planos que acontecen en el desierto a los que dotan de una gran credibilidad y un entrañable aire de relato pulp, en especial en las escenas nocturnas finales. Schoedsack, sin la fuerza de Cooper empujándole, se embarca en un filme pequeño y modesto que si bien es cierto que se aleja de sus grandes obras no por ello merece nuestro olvido.
DR. CYCLOPS
1940, USA.
No podríamos afirmar jamás que Dr. Cyclops (Ernest B. Schoedsack, 1940) es un clásico, ni tan siquiera quizá una gran película, pero no sería menos cierto añadir que ni falta que le hace. Sin embargo, esta historia protagonizada por un científico que con sus ambiciones, estudios y descubrimientos no duda en retar a Dios nos retrotrae al ya mítico doctor Frankenstein con sus experimentos en pos de la creación de vida que inmortalizara Mary W. Shelley en su magistral novela Frankenstein o el moderno Prometeo (Frankenstein; or, the Modern Prometheus, 1818), origen de todos esos científicos de bata blanca, pelo alborotado, mirada desquiciada y aspiraciones de dominación mundial que a partir de él se adueñaron de la literatura de género, de los más populares pulps y mucho después del cine. Aunque en este caso nuestro maquiavélico doctor, Alexander Thorkel (interpretado por un supremo Albert Dekker), luce calvo cual bola de billar, un detalle que se suele asociar, con total acierto, a una inteligencia superior, por ello mismo siempre destinada a decantarse por el mal en estos relatos dirigidos no a una elite cultivada sino más bien a devoradores de cuentos atroces y de terror. Que igual están cultivados también, no digamos que no, pero desde luego más afines a los malvados de sus lecturas que a los buenos, moralmente cegatos y portadores de aburridos discursos pese a ser más eficientes con los puños. Y ya que hablamos de cegatos… Nuestro admirable Thorkel además de calvo, ese estigma insuperable que aboca a quien lo padece (o no) hacia el abismo, también es un Rompetechos de escándalo. Su visión es tan deficiente que no puede utilizar su microscopio. Así que sin dudarlo ni un segundo decide llamar a un colega científico para que le ayude. Instalado en lo más profundo e ignoto de nos da igual qué jungla perdida, una expedición acude a la llamada de Thorkel ignorando todos los peligros del camino. Schoedsack, que en otras ocasiones tan bien supo trasladarnos la fiereza de la fronda aquí se muestra más comedido con sus planos estáticos, aunque quizá se deba a que en ningún momento estamos en el que fuera su hábitat natural, la jungla real, sino en una levantada con cartón piedra. Esto no es óbice para que nos introduzca y nos haga sentir de forma muy elegante la dificultad del trayecto mostrando primero a los expedicionarios en un avión, un viaje tranquilo, para lo cual lo refuerza con un plano de las ruedas del aparato. A continuación pasa a un plano con las ruedas de un coche, el viaje se hace más dificultoso, para terminar enlazando con las ruedas de un carro, el tramo final del camino y el más difícil. Narrado en tres planos, como manda lo mejor de la serie B, Schoedsack demuestra que si bien no puede detenerse en florituras estilísticas sí que nos ofrece a cambio una película construida con eficacia y de una belleza extraña y esquiva que nos hipnotiza y sumerge con fuerza en su entramado fantástico.
El guion no deja de sorprendernos con detalles de retorcido pero simpático humor que nunca rompen ni la tensión ni la pulsión dramática: así, cuando los científicos a los que ha recurrido Thorkel llegan a la cabaña perdida de este, enseguida los pone a mirar por el microscopio y en cuanto han identificado lo que ellos sí pueden ver al otro extremo no se lo piensa dos veces y les dice que hala, que ya está, que ya pueden largarse. Que se vayan tal y como han venido que él tiene que seguir con sus investigaciones y no puede tener cretinos alrededor molestándole. ¡Por favor, cómo no amarlo! Thorkel anda experimentando con uranio, el temor atómico de la época manda, y ha descubierto cómo reducir el tamaño de los tejidos, lo cual lleva a que tiene el poder de reducir a la altura de muñecas de juguete a cualquier ser vivo. Como sus invitados se niegan a irse y no hacen más que zanganear y curiosear Thorkel acaba hasta las narices y decide reducirlos a todos mientras se toma su tiempo de pensar qué hacer con ellos, si bien su astuto gato negro Satanás sí que parece saberlo por cómo se relame. Hay referencias directas tanto a la bíblica lucha de David contra Goliat como a Polifemo, el cíclope gigante de la mitología griega, evidentes en la contraposición de tamaños entre Thorkel y sus visitantes, a todas luces genial en ese detalle magnífico de que nuestro algo soberbio (“tal vez ustedes no sean pequeños, sino todo lo demás grande”, espetará Thorkel a sus reducidos invitados con evidente satisfacción) pero encantador científico sea miope. Un defecto que hace de la debilidad de nuestro “monstruo” algo inaudito y entrañable. Sus esfuerzos inclinado sobre el papel intentando descifrar su propia letra lo convierten en el más adorable de los genios del mal. Como Zaroff, nuestro científico cegatón también acabará intentando cazar a los humanos que han irrumpido en su fortín solitario, aunque todo en un tono decididamente menos fiero. La huida de los reducidos personajes de la cabaña del doctor Thorkel nos hace recordar sin remedio esa otra película en la que el sentido de la maravilla se superpone a cualquier apreciación negativa, Muñecos infernales (The Devil Doll, Tod Browning, 1936), o a la posterior y grandiosa (no pretendía hacer un juego de palabras, pero vaya) El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, Jack Arnold, 1957) basada en la magnífica novela de Richard Matheson, autor también del guion. Permanecen inolvidables en la memoria, y esto tal vez sea el mayor mérito con el que puede regalarnos cualquier película, la inquietante secuencia inicial rodada entre sombras expresionistas pese al esplendoroso technicolor con Thorkel asesinando a su ayudante protestón, los hermosos planos de nuestro científico favorito con su traje anti radiación que rezuman todo el encanto visual de la ciencia ficción más imaginativa, y las escenas con Thorkel apretando con una enorme llave las tuercas del aparato con el que extrae y convierte en útil la radiación de su pozo de uranio. Y, cómo no, todas esas persecuciones y huidas de los molestos invitados, ladrones además pues pretenden privar al cíclope de sus descubrimientos, desplazándose reducidos de tamaño por un decorado descomunal. Fantasía desatada que alimenta nuestros sueños y nuestro amor por lo sorprendente.
I'M KING KONG!: THE EXPLOITS OF MERIAN C. COOPER
2005, USA.
Este documental tan propio de la TCM, esto es, hagiógrafico, realizado por Christopher Bird y Kevin Brownlow repasa en poco menos de una hora la carrera y las hazañas de Merian C. Cooper. Es precisamente la colaboración de Brownlow en el mismo lo que otorga interés y algo de profundidad a un trabajo cuyo objetivo es dar a conocer la figura de su protagonista de una manera amable. El trabajo de investigación sobre Cooper de este genial historiador y restaurador de grandes títulos del cine mudo es el que deja los mejores momentos de un documental que si se nos hace breve es sobre todo porque nos deja con la sensación de que se podría haber llegado un poquito más lejos. Pero tampoco nos pongamos cenizos: es más que disfrutable y atesora mucha y apasionante información cuando se abandona el tono glamuroso y entra de lleno en la vida de su protagonista. Conoceremos así su intervención en la Primera Guerra Mundial y cómo su bombardero fue abatido por los alemanes y cayó prisionero de estos. Posteriormente será apresado por los bolcheviques rusos en Polonia, de cuyas prisiones se fugaría en 1921 en una espectacular huida que sería reflejada, como ya comentamos, en su película Las cuatro plumas. Sabremos de su fascinación por África, de su intervención en el desarrollo del technicolor y del cinerama, de su pasión como explorador y documentalista, de la depresión que junto a su fascinación por El mundo perdido (The Lost World, Harry O. Hoyt, 1925) serían el origen de la mítica King Kong y de su etapa como director de la compañía de aviones Pan Am. Hablar de Cooper lleva indefectiblemente a hacerlo también de su amigo Schoedsack, del cual se contarán anécdotas impresionantes tales como su rodaje de la película El gran gorila tras un accidente de avión que lo dejó ciego durante la Segunda Guerra Mundial, o cómo nació la admiración de Cooper por su compañero de aventuras cuando Schoedsack, cargado con una cámara de 45 kilos, grabó excelentes imágenes durante la Primera Guerra en las que se veían a los soldados avanzando hacia la cámara (efecto al que recurrirán de manera magistral en sus primeros documentales) con las bombas cayendo desde el cielo provocando una masacre. Schoedsack consiguió rodar una película entera con imágenes veraces del combate pero fue censurada pues se temió que su crudeza pudiera dañar la moral de los soldados y la ciudadanía. Mostrar todo el horror de la guerra no era conveniente para los obtusos líderes. I’m King Kong! nos deja ver también el carácter emprendedor y siempre lleno de ilusión de Cooper, cómo se aferraba a sus proyectos buscando que todo fuera lo más grande jamás creado, lo cual pudo llevar a la realidad en su trabajo como director de cine pero también como productor, donde destaca su labor junto a John Ford, por lo general ninguneada por todo el mundo salvo por… ¡el propio John Ford! No sorprende conocer que Cooper era una de las pocas personas del mundo de Hollywood que el huraño director admiraba y respetaba. Un paseo por la vida de Merian C. Cooper que si bien, ya lo hemos avisado, nos sabe a poco, por otro lado se disfruta con intensidad pues es un placer conocer esas anécdotas que los propios Cooper y Schoedsack narraron a Brownlow en persona y contemplar la gran cantidad de material fotográfico que exhibe su metraje.
José Luis Forte
© Revista EAM / 63º Festival de San Sebastián
ANEXO / Fichas técnicas de las 15 películas de la retrospectiva dedicada a Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack en la 63ª edición del Festival de Cine de San Sebastián
Hierba
USA, 1925. Grass: A Nation’s Battle for Life. Directores: Merian C. Cooper, Marguerite Harrison y Ernest B. Schoedsack. Guion: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Intertítulos: Richard Carver y Terry Ramsaye. Productoras: Famous Players-Lasky Corporation y Paramount Pictures. Fecha de estreno: 20 de marzo de 1925. Productores: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Fotografía: Merian C. Cooper, Marguerite Harrison y Ernest B. Schoedsack. Música: Hugo Riesenfeld. Montaje: Richard Carver y Terry Ramsaye. Intérpretes: Merian C. Cooper, Ernest B. Schoedsack, Marguerite Harrison, Haidar Khan, Lufta. Duración: 71 minutos.
Chang
USA, 1927. Chang: A Drama of the Wilderness. Directores: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Guion: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Intertítulos: Achmed Abdullah. Productoras: Famous Players-Lasky Corporation y Paramount Famous Lasky Corporation. Fecha de estreno: 3 de septiembre de 1927. Productores: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Fotografía: Ernest B. Schoedsack. Música: Hugo Riesenfeld. Intérpretes: Kru, Chantui, Nah, Ladah, Than. Duración: 69 minutos.
Las cuatro plumas
USA, 1929. The Four Feathers. Directores: Merian C. Cooper, Lothar Mendes y Ernest B. Schoedsack. Guion: Howard Estabrook, sobre una adaptación de Hope Loring de la novela de A. E. W. Mason. Intertítulos: Julian Johnson y John Farrow. Productora: Paramount Pictures. Fecha de estreno: junio de 1929. Productores: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Productor asociado: David O. Selznick. Fotografía: Robert Kurrle, Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Música: William Frederick Peters. Montaje: Ernest B. Schoedsack. Vestuario: Travis Banton. Intérpretes: Richard Arlen, Fay Wray, Clive Brook, William Powell, Theodore von Eltz, Noah Berry, Zack Williams, Noble Johnson, Rex Ingram. Duración: 80 minutos.
Rango
USA, 1931. Rango. Director: Ernest B. Schoedsack. Guion: Ernest B. Schoedsack. Productora: Paramount Pictures. Fecha de estreno: 7 de marzo de 1931. Productor: Ernest B. Schoedsack. Fotografía: Ernest B. Schoedsack y Alfred Williams. Música: Max Bergunker, Gerard Carbonara, Karl Hajos, Herman Hand, W. Franke Harling, Sigmund Krumgold, John Leopold y George Steiner. Montaje: Ernest B. Schoedsack. Intérpretes: Claude King, Douglas Scott, Ali, Bin. Duración: 66 minutos.
El malvado Zaroff
USA, 1932. The Most Dangerous Game. Directores: Ernest B. Schoedsack e Irving Pichel. Guion: James Ashmore Creelman, basado en el relato de Richard Connell. Productora: RKO Radio Pictures. Fecha de estreno: 16 de septiembre de 1932. Productores: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Fotografía: Henry W. Gerrard. Fotografía efectos especiales: Vernon L. Walker. Música: Max Steiner. Montaje: Archie Mashek. Dirección artística: Carroll Clark. Vestuario: Walter Plunkett. Intérpretes: Joel McCrea, Fay Wray, Robert Armstrong, Leslie Banks, Noble Johnson, Steve Clemente, William B. Davidson, Oscar ‘Dutch’ Hendrian, Buster Crabbe. Duración: 63 minutos.
King Kong
USA, 1933. King Kong. Directores: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Guion: James Ashmore Creelman y Ruth Rose, según un argumento de Merian C. Cooper, Leon Gordon y Edgar Wallace. Productora: RKO Radio Pictures. Fecha de estreno: 7 de abril de 1933. Productores: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Productor ejecutivo: David O. Selznick. Fotografía: Edward Linden, J. O. Taylor, Kenneth Peach y Vernon L. Walker. Supervisor de efectos especiales: Willis H. O’Brien. Música: Max Steiner. Montaje: Ted Cheesman. Dirección artística: Carroll Clark y Alfred Herman. Vestuario: Walter Plunkett. Intérpretes: Fay Wray, Robert Armstrong, Bruce Cabot, Frank Reicher, Sam Hardy, Noble Johnson, Steve Clemente, James Flavin. Duración: 100 minutos.
Una aventura en la niebla
USA, 1933. Blind Adventure. Director: Ernest B. Schoedsack. Guion: Ruth Rose, con diálogos adicionales de Robert Benchley. Productora: RKO Radio Pictures. Fecha de estreno: 18 de agosto de 1933. Productor: David Lewis. Productor ejecutivo: Merian C. Cooper. Fotografía: Henry W. Gerrard. Música: Roy Webb. Dirección musical: Max Steiner. Montaje: Ted Cheesman. Dirección artistica: Alfred Newman y Van Nest Polglase. Vestuario: Walter Plunkett. Intérpretes: Robert Armstrong, Helen Mack, Roland Young, Ralph Bellamy, John Miljan, Beryl Mercer, Tyrell Davis, Henry Stephenson, Laura Hope Crews, Frederick Sullivan, Desmond Roberts. Duración: 65 minutos.
El hijo de Kong
USA, 1933. The Son of Kong. Director: Ernest B. Schoedsack. Guion: Ruth Rose. Productora: RKO Radio Pictures. Fecha de estreno: 22 de diciembre de 1933. Productor: Ernest B. Schoedsack. Productor ejecutivo: Merian C. Cooper. Fotografía: Edward Linden, J. O. Taylor y Vernon L. Walker. Técnico de efectos especiales: Willis H. O’Brien. Música: Max Steiner. Montaje: Ted Cheesman. Decorados: Alfred Herman, Van Nest Polglase y Thomas Little. Vestuario: Walter Plunkett. Intérpretes: Robert Armstrong, Helen Mack, Frank Reiner, John Marston, Victor Wong, Ed Brady, Steve Clemente, Oscar ‘Dutch’ Hendrian, Noble Johnson. Duración: 70 minutos.
Long Lost Father
USA, 1934. Long Lost Father. Director: Ernest B. Schoedsack. Guion: Dwight Taylor, basado en la novela de G. B. Stern. Productora: RKO Radio Pictures. Fecha de estreno: 19 de enero de 1934. Productor ejecutivo: Merian C. Cooper. Fotografía: Nicholas Musuraca. Música: Alberto Colombo. Montaje: Paul Weatherwax. Dirección artística: Alfred Herman y Van Nest Polglase. Vestuario: Walter Plunkett. Intérpretes: John Barrymore, Helen Chandler, Donald Cook, Alan Mowbray, Claude King, E. E. Clive, Reginald Sharland, Natalie Moorhead. Duración: 63 minutos.
Los últimos días de Pompeya
USA, 1935. The Last Days of Pompeii. Directores: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Guion: Ruth Rose, con la contribución de Boris Ingster, Jerry Hutchinson y G. B. Stern, según un argumento de James Ashmore Creelman y Melville Baker. Productora: RKO Radio Pictures. Fecha de estreno: 18 de octubre de 1935. Productor: Merian C. Cooper. Fotografía: J. Roy Hunt y Jack Cardiff. Fotografía efectos especiales: Vernon L. Walker. Jefe técnico: Willis H. O’Brien. Música: Roy Webb. Montaje: Archie Marshek. Dirección artística: Van Nest Polglase. Vestuario: Aline Bernstein. Intérpretes: Preston Foster, Alan Hale, Basil Rathbone, John Wood, Louis Calhern, David Holt, Dorothy Wilson, Wyrley Birch, Gloria Shea, Frank Conroy, William V. Mong, Edward Van Sloan, Ward Bond. Duración: 96 minutos.
Outlaws of the Orient
USA, 1937. Outlaws of the Orient. Director: Ernest B. Schoedsack. Guion: Charles F. Royal y Paul Franklin, según un argumento de Ralph Graves. Productora: Larry Darmour Productions. Fecha de estreno: 20 de agosto de 1937. Productor: Larry Darmour. Fotografía: James S. Brown Jr. Montaje: Dwight Caldwell. Intérpretes: Jack Holt, Mae Clarke, Harold Huber, Ray Walker, James Bush, Joseph Crehan, Beatrice Roberts, Harry Worth. Duración: 61 minutos.
Dr. Cyclops
USA, 1940. Dr. Cyclops. Director: Ernest B. Schoedsack. Guion: Tom Kilpatrick y Malcolm Stuart Boylan. Productora: Paramount Pictures. Fecha de estreno: 12 de abril de 1940. Productor: Dale Van Every y Merian C. Cooper. Fotografía: Henry Sharp. Música: Gerard Carbonara, Albert Hay Malotte y Ernst Toch. Montaje: Ellsworth Hoagland. Dirección artística: Hans Dreier, A. Earl Hendrick y Robert Odell. Maquillaje: Charles Gemora. Intérpretes: Albert Dekker, Thomas Coley, Janice Logan, Charles Halton, Victor Kilian, Frank Yaconelli, Paul Fix, Frank Reicher, Jane Webb. Duración: 77 minutos.
El gran gorila
USA, 1949. Mighty Joe Young. Director: Ernest B. Schoedsack. Guion: Ruth Rose, según un argumento de Merian C. Cooper. Productora: Argosy Pictures. Fecha de estreno: 27 de julio de 1949. Productor: Merian C. Cooper. Productor ejecutivo: John Ford. Fotografía: J. Roy Hunt. Técnicos efectos especiales: Willis H. O’Brien y Ray Harryhausen. Música: Roy Webb. Montaje: Ted Cheesman. Dirección artística: James Basevi. Vestuario: Adele Balkan. Intérpretes: Terry Moore, Ben Johnson, Robert Armstrong, Frank McHugh, Douglas Fowley, Paul Guilfoyle, James Flavin. Duración: 94 minutos.
This Is Cinerama
USA, 1952. This Is Cinerama. Directores: Merian C. Cooper, Ernest B. Schoedsack, Gunther von Fritsch y Michael Todd Jr. Productora: Cinerama Productions Corp. Fecha de estreno: 30 de septiembre de 1952. Productores: Merian C. Cooper y Robert L. Bendick. Fotografía: Harry Squire. Música: Sidney Cutner, Howard Jackson, Paul Sawtell, Leo Shuken, Max Steiner y Roy Webb. Montaje: William Henry y Milton Shifman. Duración: 115 minutos.
I’m King Kong!: The Exploits of Merian C. Cooper
USA, 2005. I’m King Kong!: The Exploits of Merian C. Cooper. Directores: Christopher Bird y Kevin Brownlow. Productoras: Photoplay Productions, Turner Classic Movies (TCM) y Turner Entertainment. Fecha de estreno: 3 de septiembre de 2005. Productor: Patrick Stanbury. Música: Carl Davis. Montaje: Christopher Bird.