La sofisticada usura del pasado
crítica de Spectre (Sam Mendes, 2015).
Allá en el Zócalo, bajo un cielo amarillo casi hepático. Justo allí, en la Plaza de la Constitución de México D. F., desemboca una turba enmascarada cuyo disfraz mortuorio brilla a pleno sol. Es el Día de Muertos y la gente celebra no tanto el final como ese diálogo oscuro que a veces mantenemos con los que ya se han ido. No obstante, «the dead are alive (los muertos están vivos)», presagia un rótulo tras el triple disparo de 007. Y cómo interpretar esa metáfora esotérica. O cómo interpretarla sin parecer imbécil. O sin morir en el intento, pues aquí los golpes se rifan y lo que no duele una ráfaga de plomo se concentra en una sola bofetada al estilo gamine de la Sorbona. El folclore más o menos extendido dice que los muertos despiertan por la noche, cuando las campanas tañen doce veces seguidas, y es posible que el cuento resista si el interlocutor es un niño fácilmente impresionable o un ávido lector de historias nocturnas o ambas cosas a la vez. Ocurre, empero, que en México los muertos suelen danzar a plena luz, escoltando a la garbancera, y que todo lo visto conduce a la resolución de un enigma que viene de lejos: ¿quién se esconde en realidad tras el villano de turno, llámese Le Chiffre (Mads Mikkelsen), Quantum (nombre de la organización criminal que aparece en la segunda película) o Silva (Javier Bardem)?; y, más importante aún, ¿será este malo el último, ya, por fin, el malo malísimo? El organigrama, desde luego, apunta hacia arriba. Traza un triángulo intercontinental (México-Londres-África) y solicita parada en algunas ciudades europeas. Ya en los títulos de crédito vemos al pulpo rodeando con sus tentáculos a James Bond. Canta Sam Smith y yo me acuerdo de Adele y su Skyfall. Un automatismo éste, el musical, que se activa durante los créditos iniciales. Basta un acorde, ni uno más ni uno menos. De alguna manera, siempre compararé los sucesivos filmes, incluso los antecesores, con la cota insuperable (para mí) de Skyfall, cuya exquisita tramoya no ha sucumbido a la erosión de los tiempos hollywoodienses. Resiste los visionados, uno tras otro, hasta convertirse en un espectáculo todavía más admirable.
La nueva canción, Writing's On The Wall, adolece de los arreglos ñoños y tristes de un pop industrial bañado en opereta con burbujas. No cala, no emociona, no instiga al viaje violento, a la búsqueda del terruño perdido en esa memoria líquida que, como un buen martini-vodka, siempre ha de servirse mezclada, no agitada. Adele, en cambio, partía de eso mismo y conseguía cabalgar, con aliento trágico y una melodía francamente seductora, a la bestia chic de Ian Fleming. Que ya en 1958, durante la escritura de su novela Operación trueno, detectó en Enrst Stavro Blofeld a la cicuta de James Bond, acaso un Moriarty venido de los siempre misteriosos Alpes suizos, o quizá de su deshielo prematuro, sistemático. Tal como lo mezcla Sam Mendes a mayor gloria de un montaje que exalta la percusión y el ritmo vertiginoso y la floritura del stuntman: un verdadero alarde de orfebrería cinematográfica en la cuerda floja. Sin condescendencia, aunque por momentos Mendes se consagre al más ridículo cliché. Y es que Bond parece más empeñado en sumar conquistas amorosas (digo polvos) que en hallar la respuesta al misterio lacerante de Spectre y su rubicundo capo. Así, Daniel Craig camina por la cornisa de un hotel como si estuviera desfilando por la pasarela Cibeles; sólo le falta una lluvia de atrezo y un paraguas al que dispensar suaves puntapiés de vez en cuando, a lo Gene Kelly con metralleta ultrasofisticada, traje ignífugo y orejas de soplillo. Un hombre, en fin, atormentado y con licencia para matar que hubiera hecho al puto Hemingway replantearse algunas cuestiones sobre su hombría, y de paso sobre los futuros avances en fotodepilación: esta película (como todas las historias de James Bond, como deben ser todas las intrigas detectivescas que aspiran a electrificar los traseros del respetable) es un tratado del libre mamporro típicamente british, sin salpicaduras y sin verosimilitud (claro), en donde el carácter ya casi intemporal del cada vez más gélido espía deviene en contrapeso del sopor que inocula la realidad aquí y ahora. Desde siempre.
—Ha olvidado responder a la última pregunta del cuestionario.
—Hay cosas que no se pueden poner en un cuestionario.
—¿A qué se dedica?
—...
«Un tratado del libre mamporro típicamente british, sin salpicaduras y sin verosimilitud (claro), en donde el carácter ya casi intemporal del cada vez más gélido espía deviene en contrapeso del sopor que inocula la realidad aquí y ahora».
Abundan los detalles que ubican la no poco meritoria Spectre un peldaño o dos por debajo de Skyfall, y alguno menos por encima de su homóloga Sólo se vive dos veces, estrenada en 1967 con Sean Connery como James Bond y Donald Pleasence en el papel del inquietante Blofeld. De partida, un cierto narcisismo pegajoso como el sudor mezclado con perfume, ya que 007 parece gustarse demasiado en ocasiones; y, unido a ello, una autoconciencia rayana en lo fútil, lo artificioso: Bond interpreta a Bond. Bond soporta a duras penas a Bond. Acaso sólo Bond pudiera acabar con Bond. Luego Bond no deja espacio a nadie que no sea James Bond. Y entonces... Digamos que también anhelo el ojo expeditivo del camarógrafo Roger Deakins, al que sustituye con solvencia —no así magisterio— Hoyte van Hoytema (Interstellar); y en último término aunque no por último, cansa la presencia caníbal de un score que a menudo viene a abortar la narración.
¡Cu-cú!, diría Enrst Slavro.
Finalmente se nota la ausencia. Judi Dench, que aparecía más bien poco y decía mucho casi sin moverse del asiento, ha dejado un vacío irreparable. Uno de esos vacíos grises que no llena ni la mejor top model esperándote en picardías sobre una cama king size. La sensualidad y el talento de Dench, aun con sus ochenta ya celebrados, siempre fue diferente. Muy particular. Para iniciados, por así decir, en las formas y el exotismo británicos. Que no es poco, y hay que saberlo detectar. En su rol de M, Dench evidenciaba la inteligencia que sólo confieren las minucias terrenales, ya sea una victoria al croquet o un intento de asesinato nada más llegar a la oficina. Hacía lo que hacen los genios: ampliar la mirada del espectador incluso desde un rincón fuera de foco. Y conviene recordarlo. Los muertos están vivos, y el cielo es hoy más inescrutable que nunca. Celebremos pues a "Bond, James Bond". He aquí un cliché grabado en seda. | ★★★ |
Juan José Ontiveros
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Reino Unido, 2015. Título original: Spectre. Director: Sam Mendes. Guión: John Logan, Neal Purvis, Robert Wade, Jez Butterworth (Novela: Ian Fleming). Fotografía: Hoyte van Hoytema. Música: Thomas Newman. Reparto: Daniel Craig, Christoph Waltz, Monica Bellucci, Léa Seydoux, Ralph Fiennes, Naomie Harris, Rory Kinnear, Ben Whishaw, Dave Bautista, Andrew Scott, Jesper Christensen, Stephanie Sigman. Productoras: MGM / Columbia Pictures / Albert R. Broccoli / Eon Productions. Distribuidora: Sony Pictures Entertainment.