Estéticas del nomadismo
crónica de la cuarta y quinta jornada del 53º Festival de Gijón.
Los dos agentes de la ley protagonistas de Aferim!, padre e hijo, son mostrados durante la mayor parte del metraje en planos amplios donde sus siluetas a caballo se empequeñecen insertas en el paisaje que el director Radu Jude descubre como el Monument Valley rumano: los bosques, montañas y ríos de la Valaquia del siglo XIX, un vestigio de feudalismo ajeno a las nuevas corrientes de una Europa en plena ebullición revolucionaria. De ese anclaje en lo medieval dan buena cuenta los diálogos de los personajes, sembrados de referencias a la tradición rumana como teoría de conocimiento del mundo: refranes, proverbios, viejas historietas folclóricas y creencias populares disparatadas sobre el origen de los judíos o los gitanos. De lo dicho hasta aquí resulta fácil inferir que la cinta rumana, una de las grandes sensaciones en lo que llevamos de festival, se nutre de una mezcla de géneros llamativa: la picaresca y el western, el primero como tributo a toda la carga cultural de la Rumanía en la que se ambienta y filma, y el segundo como modo de amplificar sus resonancias cinematográficas universales. Además, lo fascinante del maridaje es que picaresca y western tienen algo esencial en común. Su condición de géneros que a menudo narran peripecias sin rumbo fijo, con personajes errantes que recorren las realidades sociales más alejadas del universo de la ciudad y la ley. Realidades sociales donde los estratos más humildes viven en una suerte de anarquía interrumpida a ratos por los tics dictatoriales del cacique de turno (bandido, terrateniente o, en el caso de Aferim!, señor feudal). Pero el retrato de estos reductos se suele filtrar por su condición pasajera para los protagonistas que lo contemplan, ya que tanto el pícaro como el jinete errante no echan raíces en ninguna parte.
Picaresca y western son, en fin, géneros con cierta estética del nomadismo que en Aferim! es fácilmente apreciable. Y, como se percibe en las cintas reseñadas en esta crónica del cuarto y quinto día del festival de Gijón, las variaciones del nomadismo funcionan muy bien como hilo conductor de algunas de sus apuestas. Neon Bull (de la que este medio ya ha publicado crítica), situada en el Brasil rural contemporáneo, da cuenta de una tendencia de especial relevancia en las nuevas voces cinematográficas (en este caso, la del prometedor director Gabriel Mascaro): el relato del extravío vital tan típico, por poner un ejemplo ilustre, de los personajes de Jim Jarmusch. De los trozos de vida de personajes sin una hazaña que contar, que deambulan de lugar en lugar sin un objetivo concreto. Los ganaderos que protagonizan Neon Bull se inscriben en esta narrativa tan típica del indie americano ochentero en la que todos los sitios de parada se parecen entre sí. En consecuencia, Mascaro basa su estilo en la ausencia de elementos estructurales clásicos (planteamiento, nudo y desenlace, puntos de giro, etc.) y en una captación pausada de los numerosos elementos connotadores de una vida sin arraigos: sus criaturas viven en el camión donde transportan los toros, y sus objetos de vida casera (hamacas para dormir, mangueras bajo el camión para ducharse) son muy expresivos en su transitoriedad.
«Mascaro nos vuelve a regalar otra de las mejores escenas de sexo del cine actual. Esta vez utiliza un escenario mucho más austero, pero el valor reside en el uso de la luz, que nos recuerda a las composiciones de Caravaggio, potenciando en plano fijo los reflejos y las sombras en los cuerpos desnudos».
De hecho, la muy comentada escena de sexo que rueda Mascaro, además de por hermosa, llama la atención por la ausencia de lazos afectivos perennes que hay en la forma de presentarla. El ratito de intimidad está condenado a acabar con la vuelta a la carretera. Algo parecido a lo que le sucede al viejo condestable protagonista de Aferim!, que presume de tener una vagina a su disposición en cada pueblo del camino. Que su mujer espere en casa, como una Penélope desengañada cuyo Ulises siempre vuelve a partir, es lo de menos. Para quien quiera reivindicar las bondades del hogar, eso sí, Gijón también ha ofrecido el reverso del nomadismo. Brillante Mendoza cuenta en Taklub precisamente el apego por las raíces de una comunidad filipina que, pese a los efectos devastadores del tifón “Yolanda”, se empeña en reconstruir su lugar de nacimiento y crecimiento, pese a las inclemencias y las ausencias tan palpables de los muertos. Como si se buscara dar algo de luz esperanzadora al desengaño del nómada con una estética comprometida del sedentarismo.
TAKLUB
Brillante Mendoza, Filipinas / Sección Oficial.
por Miguel Muñoz Garnica.
La primera escena de Taklub es un ejercicio de inmersión en el caos que adelanta los derroteros por los que transita la nueva cinta de Brillante Mendoza (el director filipino al que el festival de Gijón dedicó la retrospectiva de su edición anterior). Recurriendo a la cámara en mano y a potentes contrastes mediante el desenfoque, sus planos se mezclan mueven desatados junto a las carreras, choques y gritos que rodean a un incendio en una tienda de campaña, provocado por una lámpara de queroseno, en que mueren una mujer y sus cinco hijos. La desgracia tiene cierta condición macabra, ya que, según se nos desvela poco después, esa familia al completo había sobrevivido al tifón “Yolanda” apenas un año antes. Los encuadres que pasan por los cadáveres calcinados parecen, además, reforzar la impresión de sensacionalismo en este punto de partida de “tragedia sobre tragedia”. No obstante, Mendoza desvela pronto que sus intereses narrativos están en otro lado. Porque Taklub está planteada, según ha afirmado el propio director, como una historia ejemplarizante para el mundo sobre la capacidad de resiliencia del pueblo filipino. De modo que, tras un arranque tan bullicioso, el resto de la película juega sus cartas mediante un reparto coral, que interconecta a los personajes (todos vecinos de una zona costera especialmente castigada por el tifón) y alterna sus arrebatos de llanto con punteos de vitalidad. Todo ello adscribiéndose al pequeño espacio de “Tent City”, un pueblo sobre cuyas ruinas los vecinos, con ayuda de las ongs, han levantado barracas improvisadas o tiendas de campaña.
Así, Mendoza plantea su filme como una crónica de corte objetivista acerca de la reconstrucción de una cotidianeidad que se erige sobre ruinas y ausencias. La cámara, nerviosa, recorre las calles, abre las puertas y sube a los vehículos en los que transcurre este devenir. Como se señalaba antes, su fotografía se deja “contaminar” por lo caótico de la realidad que filma, dejando ver defectos de enfoque o encuadres desmañados que, lejos de resultar molestos, amplifican su alcance. A la misma dirección apunta el método de trabajo seguido por el director, que renunció a escribir un guión previo e hizo que los actores conocieran a fondo a las personas reales en las que se basan las historias e improvisaran después ante la cámara. En este sentido, destaca una Nora Aunor (que ya se puso a las órdenes de Mendoza en Thy Womb) como encarnación de una solidaridad sin imposturas. Taklub, en fin, logra sumergir en esa cadencia de realidad sin adornos y resulta a ratos fascinante en su forma de equilibrar sonrisas con llantos. O en su modo de retratar los iconos religiosos o profanos (de crucifijos y procesiones de via crucis a tazas de café con fotografías de los fallecidos) en los que sus personajes buscan algo de melancolía alentadora. Si bien le sobra, eso sí, algún arranque de emotividad subrayada (en general, el uso recurrente de música no encaja con su fotografía “impura”). Y conviene, ante todo, recordar que la propia película no aspira a volar demasiado alto en su pretendida sencillez. [65/100]
AFERIM!
Radu Jude, Rumanía / Sección Oficial.
por Eva Hernando.
El buen momento del cine rumano y el reconocimiento e interés que despierta no es una novedad y a buen seguro se esté convirtiendo en un cliché recordarlo, pero el recorrido de Aferim! no está desligado de ese buen momento y esa actitud receptiva por parte del público europeo de las propuestas del país del sureste continental. Fruto de esa buena sintonía, la presentación en la Sección Oficial del Festival de Cine de Gijón de la última película del realizador Radu Jude no estaba exenta de cierta expectación, ya que gracias a ella se alzó con el Oso de Plata al Mejor Director en la 65 edición del Festival de Berlín, además de ser elegida la candidata al Oscar a mejor película extranjera por su nación. Situada en la Valakia de 1835, el condestable Costandin y su hijo Ionita reciben la orden de perseguir y aprisionar al esclavo gitano Cafir, acusado de haber seducido a la mujer del boyardo local. Cafir ha huido consciente de la suerte que le espera y, para encontrarlo, Costandin e Ionita emprenden un viaje a caballo por diferentes parajes de la región. Este viaje se convierte en una aventura, un trayecto de iniciación del hijo, una suerte de testamento y "sabiduría" vital del padre y además estará aderezado con el encuentro con diferentes personajes. Esa cualidad inherente nuestra de asociar nuevos estímulos con recuerdos y conocimientos ya asimilados hace que a veces al ver cosas como Aferim!, uno pueda evocar a la vez a Cervantes y a Tarantino sin que le tiemble el pulso y sin necesidad de replanteamientos, porque en verdad decir que Jude ha construido una comedia negra con formato western, es bastante cercano a las conclusiones inmediatas tras su visionado.
Aunque en su comienzo, aun con música folclórica, la apertura nos remita mentalmente a un western, Aferim! nos acerca a una sociedad rural de reminiscencias feudales. Aún persiste la esclavitud, que padecen los gitanos, y existe un señor absolutista que impone sus normas. La figura de la ley que correspondería por derecho al condestable queda evidenciada como puramente testimonial en ese sentido, pues Costandin atiende a las órdenes del boyardo por interés personal. El realizador sigue una narrativa cuyo parecido con El Quijote es innegable, con una estructura episódica en la que cada capítulo tiene un personaje invitado, consiguiendo así el desfile de una caterva de carácteres pintorescos que van desde un deán (como representación religiosa), un condestable de otra región, a campesinos o prostitutas, que ayudan a elaborar un particular y completo retrato de la Valakia de principios del XIX con una intencionalidad crítica. Es constante la importancia de la religión, y cómo todos los estamentos se organizan alrededor de ella. Pero la referencia más inmediata con la obra cervantina es esa relación especial de mentor que tiene el padre hacia su hijo, como la tenía Don Quijote con Sancho, en una versión, eso sí, lejos del idealismo y la caballerosidad del hidalgo y salvajemente procaz y deslenguada en el personaje de Costandin. Tiene de la picaresca la estructura itinerante, la algarabía, el folclore y los dichos moralistas sentenciosos de Costandin. Aferim! es un retrato social en el que abundan las escenas y expresiones xenófobas, racistas y machistas, sin escatimar en dureza, pues hay siempre en esa sátira y en el disfraz de comedia negra un trasfondo de crueldad. Toda la construcción y narrativa de Aferim! (expresión turca que significa bravo) nos remite a un libro antiguo, amarilleado por el tiempo y cuyas moralejas, sin embargo, siguen sirviendo penosamente para la sociedad actual. [75/100]