El impacto de la sencillez
crítica de Truman (Cesc Gay, 2015).
Vivimos en una época del cine de impacto. Por un lado, tenemos el cine del impacto de la industria. Su músculo ciclado a base de millones de dólares impone su ley en gran parte de las salas comerciales. La premisa es el espectáculo, el «quién da más» en explosiones, peleas, persecuciones, aventuras… el director, más que una cámara, necesita una batuta para intentar que todas estas notas disonantes acaben formando algo parecido a una melodía fílmica. Por otro, el cine del impacto estético llena los pases de los festivales y se deja la piel para poder llegar al público general. Ya sea cambiando el cuadro, adoptando una puesta en escena radical o haciendo gala del conocido como cine del cogote, el director busca en la forma una manera coherente de dar cabida a una historia que en ocasiones no es más que una excusa para tal despliegue. También hay otras películas que juegan al impacto interpretativo. Todo gira en torno al actor, quien caracterizado con algún que otro postizo y tras horas de maquillaje logra enfundarse en un personaje que le permitirá colocar en sus estanterías algún que otro premio de la industria importante. El director, aquí, no es más que un siervo del actor: su papel es que todo gire en torno al lucimiento del verdadero protagonista. Lícitos todos ellos, y aunque en muchas ocasiones crean verdaderas joyas coherentes en contenido y continente, uno se pregunta si tanto impacto y tanto esfuerzo por impactar han nublado nuestro entendimiento, han atrofiado nuestra vista, sedienta ahora de impactos y sensaciones que afloren de manera latente de la pantalla. Por ello, cuando nos encontramos con una película cuyo objetivo es hacer gala de la verdad, de la sencillez como camino hacia una realidad que no nos intenta abofetear en cada plano, nos sentimos indefensos, confundidos por tanta aparente nada, cuando en realidad la pantalla está llena de todo.
Justo eso es a lo que juega Cesc Gay con su última película. Lo cierto es que cuando se posee la delicadeza y el talento del director catalán, no hace falta recurrir a artificios para narrar una de sus historias urbanas. Truman, la nueva cinta del director catalán, reúne todos los requisitos para regocijarse en los numerosos impactos de un melodrama de lágrima fácil: dos amigos de toda la vida, una enfermedad terminal, cuatro días para despedirse y un perro de por medio. El resultado, no obstante, no puede estar más alejado de esta apreciación. Gay, con la ayuda de su guionista habitual Tomàs Aragay, traza una historia que emociona sin caer en recursos machacones muy del estilo hollywoodiense donde los maravillosos diálogos y el magistral tándem Darín-Cámara son los pilares sobre los que se asienta la cinta. Podría considerarse, en cierto modo, como la cara B del estupendo dramón Mi vida sin mí, de Isabel Coixet. Julián (Ricardo Darín), enfermo de cáncer, se prepara para afrontar sus últimos días mientras realiza los preparativos para su muerte cuando recibe la visita sorpresa de su amigo Tomás (Javier Cámara), al que hace tiempo que no ve. El Gay director, como acostumbra a hacer, prefiere diluirse en una puesta en escena sin aspavientos centrada en el plano medio estándar para focalizar en la palabra el grueso de su propuesta. Gay y Aragay afilan su pluma como nunca para lograr que todo respire una verdad alejada de cualquier grandilocuencia. Solamente la primera escena en la que se reencuentran los dos amigos merece todas las alabanzas por la cantidad de emociones que encierra la sencillez de su planteamiento, que se extiende hasta el mismo cierre de la película.
El gran acierto de la cinta, y lo que la sitúa a las antípodas de la cinta de Coixet, es su infinita inteligencia para medir cada escena. Cada situación contiene la dosis necesaria (ni una frase más, ni una frase menos; ni una mirada que sobra, ni un gesto mal puesto) de sentimiento y sensibilidad para llegar a conectar de la manera más honesta y veraz: a través de pequeños toques de humor. Del mismo modo que el resto de los elementos del film, las interpretaciones de los dos protagonistas están también pautadas para conseguir hacer relucir lo verdadero de la amistad a través de una naturalidad sin subrayados. Cámara y Darín son de esa estirpe de actores (como Emilio Gutiérrez Caba, como Juan Diego, como Antonio de la Torre, como Eduard Fernández) capaces de captar el gesto de la calle para retratar al hombre de a pie. El buen trabajo de ambos destierra cualquier tête-à-tête interpretativo para lograr transmitir en imágenes el pulso de estos dos personajes que se enfrentan a la muerte de maneras distintas (merecidísima Concha de Plata compartida al mejor actor en el pasado Festival de San Sebastián). Y, además, por el camino, la película nos obsequia con pequeños regalos en forma de personajes minúsculos interpretados con la misma habilidad que el dúo protagonista (enormes Susi Sánchez y Elvira Mínguez, por pocos minutos que tengan).
«Truman consigue el milagro de que nada aparezca de manera abrupta o forzada, y eso resulta muy complicado cuando se intenta forjar una historia acerca de la naturaleza humana ante la muerte y de cómo nos enfrentamos a las últimas despedidas».
El gran acierto de la cinta, y lo que la sitúa a las antípodas de la cinta de Coixet, es su infinita inteligencia para medir cada escena. Cada situación contiene la dosis necesaria (ni una frase más, ni una frase menos; ni una mirada que sobra, ni un gesto mal puesto) de sentimiento y sensibilidad para llegar a conectar de la manera más honesta y veraz: a través de pequeños toques de humor. Del mismo modo que el resto de los elementos del film, las interpretaciones de los dos protagonistas están también pautadas para conseguir hacer relucir lo verdadero de la amistad a través de una naturalidad sin subrayados. Cámara y Darín son de esa estirpe de actores (como Emilio Gutiérrez Caba, como Juan Diego, como Antonio de la Torre, como Eduard Fernández) capaces de captar el gesto de la calle para retratar al hombre de a pie. El buen trabajo de ambos destierra cualquier tête-à-tête interpretativo para lograr transmitir en imágenes el pulso de estos dos personajes que se enfrentan a la muerte de maneras distintas (merecidísima Concha de Plata compartida al mejor actor en el pasado Festival de San Sebastián). Y, además, por el camino, la película nos obsequia con pequeños regalos en forma de personajes minúsculos interpretados con la misma habilidad que el dúo protagonista (enormes Susi Sánchez y Elvira Mínguez, por pocos minutos que tengan).
Truman es grande justo por lo que no es: ni cae en el duelo de egos actorales, ni se deja llevar por la marea emocional que sirve de núcleo de su historia, ni abusa del humor negro como vía de escape, ni machaca al espectador con recursos obvios; y al evitar todo ello consigue justamente alcanzar la verdad de lo que quiere contar. Estamos, pues, ante una tragicomedia, ni muy trágica ni muy cómica, donde todo está medido para no pasar la raya sentimentaloide. La cinta consigue el milagro de que nada aparezca de manera abrupta o forzada, y eso resulta muy complicado cuando se intenta forjar una historia acerca de la naturaleza humana ante la muerte y de cómo nos enfrentamos a las últimas despedidas. Es, en definitiva, una pequeña y delicada joya que, escondida tras su aparente sencillez, se permite tocarnos la fibra sin que nos demos cuenta. Acostumbrados como estamos a esas escenas a las que solo les falta un pequeño cartel que indique «Llore ahora, por favor», la maestría de Gay se erige como un pequeño oasis de vida dentro un desierto de vendedores de impactos de humo. | ★★★★ |
Víctor Blanes Picó
© Revista EAM / 63º Festival de San Sebastián
Ficha técnica
España, 2015. Truman. Dirección: Cesc Gay. Guión: Cesc Gay, Tomás Aragay. Producción: Imposible Films, BD Cine. Presentación oficial: Sección oficial del 63º Festival de San Sebastián (Concha de Plata al mejor actor). Música: Nico Cota, Toti Soler. Fotografía: Andreu Rebés. Reparto: Ricardo Darín, Javier Cámara, Dolores Fonzi, Javier Gutiérrez, Eduard Fernández, Elvira Mínguez, Susi Sánchez.