Nacer en la cara mala del mundo
crítica de Mediterránea (Jonas Carpignano, Italia, 2015).
Te despiertas un día cualquiera. El reloj de los pobres vive en la cartera y en el estómago. Tiritando, echas en falta una chaqueta que te abrigue en condiciones de las temperaturas extremas, de ese frío aterrador que cala hasta los huesos. Las tripas te rugen de hambre como sonajeros. Fumas un cigarro. Caminas con ampollas en los pies, con unas zapatillas gastadas. Tal vez por el desierto ardiente, tal vez por las esquinas destartaladas de una barricada buscando vender algún bártulo, cualquier cachivache demasiado insignificante para el bolsillo de los adinerados. Burkina Faso, Argelia, Libia. Sentir el cemento del suelo al dormir y ponerse en pie con el mismo desafío: seguir respirando. Siempre a la expectativa de una oportunidad, casi has perdido el miedo. La supervivencia anestesia, las ganas de estar vivo se sobreponen al pánico a cualquier obstáculo. Sufres ataques de salvajes saqueadores armados. Pasas una noche de tormenta en una lancha neumática camino a Sicilia, a riesgo de ahogarte. Llegas a Italia, ansioso por deslomarte, juntar billetes, conseguir un contrato. Poder enviar dinero a tu hija de siete años, que vive en África con tu hermana. La comunicación con tu familia se restringe a móviles viejos, llamadas de Skype en cybercafés de mala muerte. Los ricos persiguen sueños, los pobres engullen las oportunidades como bocados. Cargan la rabia como un fardo, pocas veces pierden las ganas de bailar. Si estás leyendo esto, seguramente esta no sea tu historia. Pero además de la de Ayiva y su amigo Abas, es un calco con variaciones de las miles y millones de historias que a día de hoy suceden en nuestro mundo. Sin que a nadie parezca importarle demasiado. Mediterránea, ópera prima del italiano Jonas Carpignano —tras dos incursiones en el mundo del cortometraje—, aborda el tema de la inmigración —y por consiguiente, la explotación laboral ejercida desde el primer mundo hacia los recién llegados a sus países— desde una perspectiva personal, emocional y humana. Con la cámara al hombro y un cuidado realismo estético, la cinta nos dirige de forma natural a los ojos y a la vida de su protagonista, del que Alassane Sy hace una interpretación veraz, sentida y rotunda. El director guiña un ojo mirando hacia la vanguardia más famosa de su tierra, la de los grandes maestros del neorrealismo italiano para contar —una historia sobre la supervivencia y la tolerancia.
Hay que señalar que Mediterránea se trata de una de las tres películas finalistas de la edición 2015 de los Premios LUX de cine del Parlamento Europeo, junto a las cintas Mustang y Urok. Todas ellas comparten el interés por abordar candentes cuestiones sociales con una vigencia estricta en la actualidad que vivimos, tocando temáticas como la educación o la inmigración. El cine de corte social, al igual que la literatura u otras manifestaciones artísticas, es el reflejo de una actualidad abatida por problemas cuyas resoluciones y experiencias deben dejar eco en nosotros más allá de la pantalla. En esa lucha, Mediterránea trata de ser un espejo fidedigno de la batalla por la propia supervivencia de un joven sin papeles que quiere hacerse un hueco en las tierras europeas. Un pulso incansable contra empresarios, explotadores, contra el frío, las enfermedades, el racismo y la carencia de respuestas institucionales. Un alegato para mostrar que nunca deben existir ciudadanos de segunda o de primera. Jonas Carpignano nos traslada a los ojos de Ayiva mediante un estilo artesano, tan próximo que duele, tan cálido y cercano que resulta imposible no contagiarse de la vivacidad de su historia. Algo muy interesante en lo tocante al guion de la cinta es que en ella desarrolla las tramas de sus dos anteriores cortometrajes. Por un lado nos chocamos contra la representación del violento levantamiento de los trabajadores africanos en el barrio de Rosarno en Italia, tras sufrir acoso y discriminación por parte de los lugareños —que plasmó en el corto A Chjàna (2012)— y, por el otro, la visión de las condiciones de vida en el sur del país, denunciando en A ciambra (2011) una sociedad racista y agresiva focalizada en un niño romano, llamado Pío Amato. Ambos personajes se reencuentran de nuevo en esta propuesta del joven cineasta, componiendo una odisea tremendamente visual que pasa por desiertos áridos y peligrosos hasta eternas jornadas laborales como recolector de naranjas en Calabria.
«El resultado es valiente y honesto, fiel a la crueldad de la vida misma, a la dureza que la polaridad Primer Mundo-Tercer Mundo impone sobre afortunados y desafortunados».
¿Cuáles son los ingredientes por los que ha apostado fuerte Carpignano? La apuesta por actores no profesionales —que desempeñan un gran trabajo—, la elección de localizaciones reales, diálogos totalmente naturalistas y unos planos cercanos, cámara en mano, pegados a las emociones y andanzas de los personajes. El resultado es valiente y honesto, fiel a la crueldad de la vida misma, a la dureza que la polaridad Primer Mundo-Tercer Mundo impone sobre afortunados y desafortunados. La relación de Ayiva con su amigo Abas nos muestra dos maneras antagónicas de afrontar la situación. Mientras que el primero tiene un alto grado de adaptabilidad, se parte la espalda trabajando de sol a sol, agachando la cabeza ante la explotación del patrón y buscando cualquier oportunidad de hacerse con unas monedas; el segundo se halla frustrado ante la violencia que reciben sin merecerlo, ante el mísero salario y las pésimas condiciones de trabajo. Es en esa parte del argumento donde mejor podemos observar la confrontación dialéctica y mental entre la superación y el desánimo, la injusticia y la supervivencia. Ayiva se trata de un personaje complejo y lleno de aristas gracias a ese hiperrealismo que lo convierte en paradigma de una violencia estructural innata a los trabajadores sin papeles, vapuleados por el sistema e inmersos en un círculo vicioso maquiavélico. Los jefes se aprovechan de la situación de ilegalidad para forzarlos a trabajar por cuatro duros, perpetuando un capitalismo salvaje que además, se tiñe de racismo y xenofobia en barrios como Rosarno, cuna de un conflicto entre italianos e inmigrantes. El pez que se muerde la cola, la guerra invisible entre ricos y pobres, entre los dueños del pastel y los que recogen las migajas después de haberlo cocinado. En definitiva, Mediterránea podrías ser tú, si hubieses sido víctima de la fatalidad que supone nacer en la cara mala del mundo. Podrías ser tú el del estigma, el de la sonrisa triste, el de las palizas injustificables, el que duerme entre basura o el que no sabe si mañana tocará comer. Ponerle rostro y voz nos ayuda a sentirnos más concienciados, más afortunados, más miserables por nuestra aleatoria buena suerte. Más agradecidos. Este tipo de cine es absolutamente necesario en la actualidad. | ★★★★ |
Andrea Núñez-Torrón Stock
© Revista EAM / Cineuropa de Santiago de Compostela
Ficha técnica
Italia, 2015, Mediterránea. Director: Jonas Carpignano. Guión: Jonas Carpignano. Productora: Coproducción Italia-Estados Unidos-Alemania-Francia-Reino Unido. Música: Dan Romer. Fotografía: Wyatt Garfield. Reparto: Alassane Sy, Koudous Seihon, Paolo Sciarretta, Pio Amato, Mary Elizabeth Innocence, Annalisa Pagano, Vincenzina Siciliano, Sinka Bourehima. Presentación oficial: 2015: Premios Gotham: Nominada a Mejor nuevo director.