Isla terapéutica
crítica de Isla bonita (Fernando Colomo, 2015).
No se dejen engañar por las apariencias. La isla bonita a la que hace referencia el título de la película no tiene nada que ver con el hit de Madonna (y más por suerte que por desgracia, porque realmente no sé que podríamos esperar de una historia sobre la estrella internacional del pop en manos de Fernando Colomo). La isla en cuestión no es otra que Menorca, que ciertamente bien bonita es, y que sirve como escenario de la que podría ser la película más personal del madrileño. Sus playas, sus casonas y la forma de vida de sus habitantes no es más que una excusa para encarar un momento en la vida del propio director. En realidad, todos los elementos que conforman esta cinta parecen surgir como una excusa. La película acaba naciendo de un cúmulo de pretextos: Menorca, amigos, una cámara y un momento complicado para el director. Colomo admite que se trata de un filme terapéutico que surge de la necesidad de hacer cine sin esperar ni someterse a los largos procesos de producción. En ese sentido, su propuesta es, sin duda, un punto de divertimento en su carrera, una bocanada de aire fresco a su propia concepción de hacer cine y a su filmografía. Un bypass que le conecta con esa generación de jóvenes realizadores que se mueven por ese impulso de contar historias. Realizadores que, liberados de las cadenas de la industria gracias a la revolución digital, encuentran resquicios narrativos y reinterpretan las maneras de hacer cine. Pero llegados a este punto, no debemos confundir esa libertad y ese despojo de cualquier tipo de ataduras con la calidad o interés del resultado final. Caer en el engaño de aplaudir cualquier ejercicio de improvisación fílmica (en todos los sentidos) sería hacerle un flaco favor a quien se pone detrás de la cámara, tenga 20 o 60 años.
Puede que lo dicho anteriormente resuma el sentir final que nos deja Isla bonita. Pese a lo loable y refrescante que supone la concepción de la cinta en el cine del director, reabriendo y ensanchando puertas expresivas en el ámbito de la comedia que ya había explorado con más o menos acierto a lo largo de su carrera, el filme deja un regusto de gran chorrada autocomplaciente que se vuelve en su contra. En definitiva, puede que ese provecho terapéutico recaiga más bien en el propio director que en el patio de butacas. En cierto modo, Colomo juega a ser Woody Allen en la que pretende ser su película más autobiográfica. Él es el protagonista de su cinta, se convierte en el personaje de su propio mundo y no hay línea que separe el Colomo director/actor/personaje. Una especie de homenaje a sí mismo (incluso con escenas de anteriores películas en las que ha trabajado como actor) en el que el dibujo con brocha gorda del personaje se come totalmente a la persona que se intuye que hay detrás. Es la ocasión más clara en su filmografía en la que se deja llevar por la improvisación y el diálogo espontáneo. Esto tiene dos resultados diametralmente opuestos: por un lado, encontramos escenas de gran soltura, frescas y naturales; por el otro, tenemos momentos realmente desdeñables, con interpretaciones un tanto forzadas y de una naturalidad impostada. Cierto es que todos los actores se interpretan a sí mismos, y también que algunos salen mucho mejor parados que otros. Es el caso de Olivia Delcán, la que podríamos considerar como la revelación de la cinta y la que da sentido a muchas de las tramas, y puede que a la existencia de la propia película. Su trabajo es el más refinado y el que mejor capta ese modo suelto, despreocupado y pasional de enfrentarse a ese ejercicio de colocar la cámara y esperar a ver que acaba aflorando. En frente, vemos a un Colomo torpe en demasiadas ocasiones, balbuceante y monosilábico en muchas de sus réplicas. Ese contraste es el que acaba pasando factura.
«Isla bonita acaba siendo una película simpática, que se deja ver. Una cinta que, pese a sus defectos, resulta inofensiva, y cuyas virtudes se pueden saborear con cierto encanto gracias a su humildad y a su tono amable».
Isla bonita quiere ser una oda a la libertad del individuo tomando como escenario el ritmo tranquilo de la isla balear. La libertad de pensamiento, de creación, sexual… el dejarse llevar por el momento sin importar las consecuencias. El cine como terapia para poner en imágenes un estado de ánimo y un anhelo de vida sin pasar por el tamiz de la reflexión y la escritura tradicional de un guión. Sin embargo, las conclusiones parecen sacadas del diván de un psicológico con tendencia hippie poco dado a la elaboración. Las tramas están muy poco cuidadas (esa deriva homosexual que toma la historia de los más jóvenes está un pelín de más) y al final da la sensación de que se ha resuelto todo como buenamente se ha podido. Con todo, Isla bonita acaba siendo una película simpática, que se deja ver. Una cinta que, pese a sus defectos, resulta inofensiva, y cuyas virtudes se pueden saborear con cierto encanto gracias a su humildad y a su tono amable (excesivamente edulcorado en ocasiones). Aún así, no puede escapar de sus propias redes y su burbujeante levedad (como la de todos los refrescos de la marca Coca Cola que aparecen aquí y allá… ¿pura casualidad?) hace que la olvidemos incluso antes de abandonar la sala del cine. | ★★ |
Víctor Blanes Picó
© Revista EAM / 63º Festival de San Sebastián
Ficha técnica
2015, España. Isla Bonita. Dirección: Fernando Colomo. Guión: Fernando Colomo, Olivia Delcán, Miguel Ángel Furones. Producción: Comba Films, La Periférica Producciones. Música: Fernando Furones. Fotografía: Alfonso Sanz. Reparto: Olivia Delcán, Fernando Colomo, Nuria Román, Miguel Ángel Furones, Lilian Caro, Tim Betterman, Lluís Marqués.